Llegué a conocer al Salvador
Brian Knox, Arizona, EE. UU.
En el noveno grado, me hice el compromiso de leer el Nuevo Testamento de principio a fin. Después del colegio y durante los fines de semana, me retiraba al piso superior de mi casa y leía las palabras del Salvador y sobre Sus milagros y Su vida.
Aun cuando mi mente joven a menudo no entendía el idioma de la Biblia, llegué a conocer a Jesucristo. Aprendí que es el Hijo de Dios y que fue enviado para expiar nuestros pecados; aprendí que caminaba y hablaba con personas normales y débiles como yo, y que las bendecía.
A veces me sentía confundido cuando leía pasajes complejos en las epístolas de Pablo y en los escritos de Juan en el libro de Apocalipsis, pero siempre pude sentir la veracidad de lo que enseñaban. Me di cuenta de que leer las Escrituras me ayudaba a superar los días difíciles en el colegio y me daba dirección para tomar decisiones importantes.
Años después, al prepararme para servir en una misión, comencé a cuestionar mis motivos para servir. Sentía que no había nada particularmente especial en cuanto a mi testimonio ni en cuanto a mí. Me preguntaba si me estaba preparando para una misión por un sentimiento de obligación hacia mis padres y mis líderes, quienes habían hecho un gran esfuerzo para enseñarme el Evangelio, e incluso llegué a pensar que sería mejor para el Señor si yo no prestaba servicio.
Un día, mientras leía el Libro de Mormón, las palabras de Abinadí me conmovieron el corazón:
“…será llevado, crucificado y muerto.…
“Y así Dios rompe las ligaduras de la muerte, habiendo logrado la victoria sobre la muerte.…
“Y ahora os digo: ¿Quién declarará su generación?” (Mosíah 15:7–8, 10; cursiva agregada).
Leí la última frase una y otra vez, preguntándome si la misma había estado allí antes. Por haber leído el Nuevo Testamento, conocía la vida del Salvador y de la generación de aquellos que habían caminado con Él; pero los que vivieron en la época del Salvador no podían visitar a las personas de la actualidad para enseñarles acerca de Su amor, Su expiación y Su Iglesia. Entonces, ¿cómo podía justificar el no compartir mi testimonio de Él?
El Señor quería que yo compartiera las buenas nuevas del Evangelio que había recibido; sabía que el Evangelio es verdadero y quería compartir las verdades que había aprendido mientras leía las Escrituras.
Poco después de tener esa experiencia, salí a la misión. Hoy en día atribuyo el deseo que tuve de servir a lo que había aprendido sobre el Salvador cuando era un joven estudiante que leía las Escrituras.