2015
El amor verdadero
Febrero de 2015


Hasta la próxima

El amor verdadero

De “El gran mandamiento”, Liahona, noviembre de 2007, págs. 28–29.

El amor nos conduce a la gloria y a la grandeza de la vida eterna.

El amor es el comienzo, el medio y el final del sendero del discipulado; da consuelo, aconseja, cura y reconforta, y nos guía por los valles de tinieblas y a través del velo de la muerte. Al final, el amor nos conduce a la gloria y a la grandeza de la vida eterna.

Para mí, el profeta José Smith siempre ha sido un ejemplo del amor puro de Cristo. Muchas personas preguntaron por qué él tenía tantas personas que lo seguían y podía retenerlos; su respuesta fue: “Es porque poseo el principio del amor”1.

Se cuenta el relato de un joven de catorce años que había llegado a Nauvoo en busca de su hermano que vivía cerca de allí. El muchacho había llegado en invierno, sin dinero ni amigos. Al preguntar por su hermano, lo llevaron a una casa grande que parecía un hotel. Allí conoció a un hombre que le dijo: “Pasa, hijo, nosotros cuidaremos de ti”.

El muchacho aceptó y entró en la casa, donde le dieron de comer, abrigo y un lecho donde dormir.

Al día siguiente hacía mucho frío, pero a pesar de ello, el muchacho se preparó para recorrer los 13 kilómetros que lo separaban de su hermano.

Cuando el hombre de la casa lo vio, le dijo que esperara un rato, pues no tardaría en llegar una diligencia que lo podría llevar.

Cuando el jovencito manifestó que no tenía dinero, el hombre le dijo que no se preocupara por eso, ya que ellos se ocuparían de él.

Tiempo después, aquel muchacho supo que el hombre de la casa no era otro que José Smith, el profeta mormón. Ese joven recordó aquel acto de caridad por el resto de su vida2.

En un mensaje reciente del programa Música y palabras de inspiración del Coro del Tabernáculo Mormón, se habló acerca de un matrimonio de ancianos que estuvieron casados muchas décadas. Al ir la esposa perdiendo paulatinamente la vista, no podía cuidar de sí misma como lo había hecho durante tantos años. Sin que ella se lo pidiera, el esposo comenzó a pintarle las uñas de las manos.

Holding Hands

Fotografía por Jupiterimages/liquidlibrary/Thinkstock

“Él sabía que ella podía verse las uñas si se las acercaba a los ojos, desde el ángulo correcto, y que el vérselas la hacía sonreír. Como a él le gustaba verla feliz, siguió pintándole las uñas durante más de cinco años, hasta que ella falleció”3.

Ése es un ejemplo del amor puro de Cristo. A veces, el amor más grande no se halla en las escenas dramáticas que inmortalizan los poetas y los escritores; con frecuencia las mayores muestras de amor son los simples actos de bondad y atención que brindamos a aquellos con quienes nos cruzamos en el camino de la vida.

El amor verdadero dura para siempre. Es eternamente paciente y piadoso. Todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Ése es el amor que nuestro Padre Celestial tiene por nosotros.

Notas

  1. José Smith, en History of the Church, tomo V, pág. 498.

  2. Mark L. McConkie, Remembering Joseph: Personal Recollections of Those Who Knew the Prophet Joseph Smith, 2003, pág. 57.

  3. “Altruismo”, 23 de septiembre de 2007, transmisión de Música y palabras de inspiración; disponible en musicandthespokenword.com/spoken-messages.