¡Sabes que es verdadero!
Henry (Hank) Brown, Utah, EE. UU.
Un día, mientras trabajaba en una tienda en Oakland, California, EE. UU., una amiga pasó a verme y me invitó a cenar; dijo que también invitaría a dos misioneros mormones.
Después de cenar, los misioneros colocaron una pequeña tabla de franela y me empezaron a hacer preguntas. Me sentí un tanto irritado; solo quería terminar de escucharlos e irme de allí.
Sin embargo, al final de la charla, un joven misionero de Utah acercó la silla, me miró a los ojos, me dio un Libro de Mormón y expresó su testimonio. Dijo que sabía que la Iglesia era verdadera y que yo también podría saberlo si leía el libro. Entonces citó Moroni 10:4 y dijo que si le preguntaba a Dios con un corazón sincero y con verdadera intención, Él me manifestaría la verdad del libro por el poder del Espíritu Santo.
Durante la semana siguiente, leí varios capítulos, y volvimos a reunirnos en la casa de mi amiga. Después de la tercera charla, el misionero de Utah terminó su misión y se fue a casa.
Yo seguí leyendo y orando cada noche, preguntando si el libro era verdadero. Una noche, después de orar, me metí a la cama y leí varios capítulos más; de pronto, oí una voz decir cuatro palabras sencillas: “¡Sabes que es verdadero!”.
Nunca antes había oído la voz del Espíritu dirigirse a mí, pero entonces supe que Dios me conocía y me amaba. Me sentí tan emocionado que no pude controlar las lágrimas. Sabía que necesitaba unirme a la verdadera Iglesia de Jesucristo. También entendí cómo era que el joven misionero de Utah podía decir que sabía que la Iglesia era verdadera.
Me uní a la Iglesia y tiempo después me casé con una hermosa joven en el Templo de Oakland, California. Antes de mudarnos a Utah, tuvimos ocho hijos y vivimos en California durante 33 años.
Hace unos años, cuando nuestra hija menor se estaba preparando para salir en una misión, preguntó si alguna vez había tratado de ponerme en contacto con el joven misionero que me había enseñado el Evangelio.
“Todos estos años he pensado en él”, contesté, “pero no sé cómo ponerme en contacto con él”.
Ella regresó en menos de diez minutos y dijo: “Este es su número de teléfono”.
Cuando me comuniqué con él, tuvimos una larga conversación; me pidió mi dirección de correo electrónico a fin de que pudiera “ponerme al corriente de su vida”. En su correo al día siguiente me dijo que había dejado de ser miembro de la Iglesia hacía más de cuarenta años y que esperaba que eso no me desilusionara.
“¿Cómo podría sentirme desilusionado?”. Le contesté de inmediato: “¡Usted cambió mi vida!”.
Intercambiamos varios correos electrónicos y acordamos en reunirnos. Al poco tiempo fui a su casa, me invitó a pasar y me presentó a su esposa. Al hablar sobre nuestro pasado, le pregunté si tenía un Libro de Mormón; él subió a la planta superior y regresó con un ejemplar. Tomé el libro, lo miré a los ojos, se lo volví a dar y dije: “¡Sé que este libro es verdadero! Si lee Moroni 10:4 y ora al respecto, usted también puede obtener un testimonio de su veracidad”.
Durante los meses siguientes él leyó, oró y se arrepintió. Al poco tiempo, su hijo de 18 años lo volvió a bautizar, y yo tuve la bendición de confirmarlo.
Sé que mi hija fue inspirada a hacer la pregunta, y sé que el Padre Celestial nos preparó a los dos para aquella reunión después de cuarenta y cinco años. He aprendido el poder que tiene el Libro de Mormón y también he aprendido que nunca hay que darse por vencido con respecto a alguien que se ha apartado de la Iglesia.