Las realidades reveladas de la vida terrenal
Tomado del discurso “The realities of Mortality”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young-Idaho, el 19 de febrero de 2013. Para leer el texto completo en inglés, vaya a web.byui.edu/devotionalsandspeeches.
Evitemos las ilusiones de los preceptos de los hombres y aferrémonos a las realidades reveladas que Dios nos ha dado a fin de que nuestro trayecto por la vida terrenal sea abundante, pleno y real.
A cada persona se la coloca en la tierra en circunstancias particulares. A pesar de nuestra singularidad, el Señor ha revelado verdades en cuanto a los propósitos de la vida terrenal que se aplican a todos nosotros. Él enseñó esas verdades a nuestros primeros padres, Adán y Eva, y los ha vuelto a confirmar en nuestros días.
Me refiero a esas verdades como las “realidades de la vida terrenal”. Si hemos de obtener las más grandes bendiciones y beneficios de nuestra experiencia terrenal, debemos entender y abrazar esas realidades reveladas. El no entender o, peor aun, hacer caso omiso de ellas intencionalmente dará como resultado que nuestro tiempo en la tierra se malgaste, no se utilice al máximo, y que tal vez se desperdicie completamente.
No es suficiente solo llegar a la tierra, recibir un cuerpo mortal y vivir aquí toda una vida. Para que nuestro tiempo aquí sea de provecho, debemos vivir y experimentar, de manera plena, cabal y sincera, los propósitos de la vida mortal que fueron ordenados por Dios, en vez de distraernos con cosas que son interesantes, cómodas y convenientes.
Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Jardín de Edén, entraron a un mundo mortal. A fin de prepararlos para su experiencia terrenal, el Señor les enseñó las realidades que vivirían. Deseo repasar tres de esas realidades.
Para empezar, tengan presente que muchos espíritus preterrenales no recibieron cuerpos mortales debido a que no guardaron su primer estado1. Ellos están resueltos a impedir que experimentemos la plenitud de la vida terrenal y tratan de alejarnos de las experiencias que conducen a nuestra felicidad eterna.
Realidad número 1: El trabajo nos ayuda a desarrollar las cualidades y los atributos que son esenciales para la vida eterna.
Dios le dijo a Adán: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” (Moisés 4:25; véase también Génesis 3:19). Algunas personas consideran que las palabras del Señor son una maldición sobre Adán y su posteridad por participar del fruto prohibido; sin embargo, yo oigo esas palabras como si vinieran de un Padre amoroso que le explica a su hijo joven e inexperto las condiciones del mundo terrenal y caído en el cual pronto vivirá.
Al igual que un padre terrenal que prepara al hijo que está a punto de dejar el hogar, el Padre estaba ayudando al primer hombre a prepararse para vivir por sí mismo lejos de casa. Le explicaba que el trabajo era una nueva realidad, una realidad de la vida terrenal.
El Padre Celestial sabía que muy pronto Adán y Eva tendrían que luchar contra los elementos de la tierra misma. A diferencia de las experiencias que habían tenido en el Jardín de Edén, donde se les proporcionaba todo, la vida terrenal requeriría esfuerzo físico y mental, sudor, paciencia y perseverancia para sobrevivir.
El aprender a trabajar —adiestrar y disciplinar la mente, el cuerpo y el espíritu para esforzarse, producir, alcanzar logros y progresar— es una realidad básica de toda vida mortal; es una de las maneras en que llegamos a ser como Dios y cumplimos con Sus propósitos en la tierra. El Padre Celestial, Jesucristo y el Espíritu Santo trabajan; Su obra y Su gloria es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). La realidad es que no puede haber gloria sin trabajo.
Una de las razones principales por las que los hombres tienen que trabajar es para proveer para su familia. En “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” se menciona “proveer” como uno de los tres deberes que se han dado específicamente a los hombres2. El hombre que sabe trabajar y proveer para sí mismo tiene la confianza de que puede casarse y proveer de lo necesario para la esposa y los hijos.
El obispo H. David Burton, que fue Obispo Presidente de la Iglesia, dijo: “El hecho de trabajar, honrada y productivamente, nos trae contentamiento y un sentido de nuestro propio valor. Después de haber hecho todo lo posible por ser autosuficientes, por proveer para nuestras necesidades y las de nuestra familia, podemos volvernos al Señor con confianza para pedirle lo que todavía nos falte”3.
Satanás está siempre alerta para destruir los propósitos de Dios y degradar nuestra experiencia terrenal. A fin de contrarrestar el énfasis que el Padre pone en el trabajo, el adversario ha convencido a muchas personas hoy en día de que una de las metas primordiales de la vida es evitar el trabajo. En las sociedades actuales, muchos se concentran en encontrar trabajos que paguen bien pero que requieran poco trabajo, inversiones o estrategias que produzcan altas ganancias sin esfuerzo, y programas que paguen por las cosas que quieren sin costo alguno para ellos. Algunos tratan de evitar el trabajo sacando préstamos y viviendo con dinero que nunca tienen la intención de devolver. No están dispuestos a trabajar, ni hacer un presupuesto ni ahorrar antes de gastar. Los líderes de la Iglesia han aconsejado que debemos trabajar por aquello que obtengamos y “[evitar] la deuda salvo para las necesidades más fundamentales”4.
Otra táctica insidiosa que el adversario emplea en esta generación es dirigir la ambición natural de los hombres de trabajar y lograr el éxito hacia callejones prácticamente sin salida. Dios puso en los jóvenes el deseo de competir y de salir adelante, con el objeto de que utilizaran esa ambición para llegar a ser fieles proveedores para una familia. Cuando somos jóvenes, esa ambición se puede encaminar hacia logros académicos, atléticos o de otra índole que sirvan para enseñar perseverancia, disciplina y trabajo. Sin embargo, Satanás quiere interrumpir sutilmente esa ambición y encauzarla hacia un mundo virtual de videojuegos que consumen tiempo y conducen a la adicción.
No importa el esfuerzo que dediquen a un videojuego, el trabajar en algo que no es real nunca les brindará la satisfacción que acompaña al verdadero trabajo. El verdadero trabajo es el esfuerzo, la persistencia, la paciencia y la disciplina para lograr conocimiento valioso, realizar una labor necesaria o lograr una meta difícil.
Si no aprendemos a trabajar durante la vida terrenal, no podremos alcanzar nuestro máximo potencial ni la felicidad en esta vida, ni desarrollaremos las cualidades y los atributos esenciales para la vida eterna.
Realidad número 2: Mediante el matrimonio eterno podemos obtener todas las bendiciones que nuestro Padre Celestial desea darnos.
En el juramento y el convenio del sacerdocio el Señor ha prometido:
“Porque quienes son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los cuales he hablado… Llegan a ser… la descendencia de Abraham, y la iglesia y reino, y los elegidos de Dios.
“Y también todos los que reciben este sacerdocio, a mí me reciben, dice el Señor;
“… el que me recibe a mí, recibe a mi Padre;
“y el que recibe a mi Padre, recibe el reino de mi Padre; por tanto, todo lo que mi Padre tiene le será dado.
“Y esto va de acuerdo con el juramento y el convenio que corresponden a este sacerdocio” (D. y C. 84:33–35, 37–39).
Nuestro amoroso Padre desea que cada uno de Sus hijos reciba todo: una plenitud, Su plenitud. A fin de recibir esa plenitud, “el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio]” (D. y C. 131:2).
El matrimonio eterno, y todo lo que tiene como fin ayudarnos a aprender y a experimentar, es la clave para obtener todas las bendiciones que el Padre Celestial desea otorgar a Sus hijos. Únicamente la familia —un hombre y una mujer que viven dignos de entrar en la casa del Señor y que están sellados el uno al otro— pueden calificar para ello. Las bendiciones plenas del sacerdocio se reciben juntos como esposo y esposa o no se reciben en absoluto.
Es interesante que en el juramento y el convenio del sacerdocio, el Señor utilice los verbos obtener y recibir; no utiliza el verbo ordenar. En el templo es donde el hombre y la mujer —juntos— obtienen y reciben las bendiciones y el poder del Sacerdocio Aarónico como del de Melquisedec. Después de que una pareja ha recibido esas bendiciones en la Casa del Señor, es principalmente en la vida en el hogar donde cultivan las características y atributos divinos, sacrificándose y sirviéndose el uno al otro, amándose mutuamente con total fidelidad, y estando unidos en su amor del uno por el otro y por Dios.
Plenitud, sacerdocio, familia, esas tres palabras relacionadas entre sí forman parte de la realidad del matrimonio eterno. El hacer todo lo que esté en nuestro poder para que el matrimonio eterno sea una realidad de nuestra vida terrenal asegura que no desperdiciaremos nuestro tiempo en la tierra.
Satanás, el engañador eterno, está ampliamente ocupado hoy día en tergiversar y distorsionar las realidades de la vida terrenal. Está trabajando tiempo extra para destruir el significado y la importancia misma del matrimonio en la mente de los hombres y las mujeres. A algunas personas las convence de que el matrimonio no es necesario, que el amor es suficiente. Con otros, intenta usar las nuevas definiciones legales del matrimonio para legalizar las relaciones inmorales. Para aquellos que creen en el matrimonio como Dios lo ha definido, degrada la importancia del mismo en relación a la formación académica y la seguridad económica. Infunde temor de los sacrificios y las dificultades relacionadas con el matrimonio. Muchos, paralizados por el miedo, permanecen inmóviles, como objetos sobre los que se actúa, en vez de avanzar y actuar con fe.
Algunas personas que se sienten abrumadas por las exigencias de establecer relaciones verdaderas, pero que tienen el deseo de compañía e intimidad, son atraídas por la falsa esperanza hacia el mundo de internet. Sus intentos por tener intimidad virtual no traen nada más que mayor vacío, añoranza y vergüenza. Muchos son atraídos una y otra vez a búsquedas improductivas hasta que el patrón de su comportamiento se convierte en una adicción que nunca se satisfará5. Caen en un ciclo que gradualmente destruye su voluntad para aguantar. Aún tienen su albedrío, pero no suficiente esperanza en su capacidad para resistir. Enredados en esa trampa, corren el riesgo de no participar de la plenitud y del gozo de una de las realidades más sublimes de la vida terrenal: el matrimonio eterno.
Si están enredados en esa trampa, busquen ayuda y no se demoren, ya que el hacerlo demorará su crecimiento y progreso en la vida terrenal.
Examina tu vida. Asegúrate de que tu mente no se haya obscurecido por las falsas ideas relacionadas con el matrimonio. Recuerda que los matrimonios de éxito se edifican sobre los principios de “la fe, de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto, del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas edificantes”6.
Empieza hoy a cultivar esos atributos en tu vida y, al hacerlo, el Señor te abrirá el camino para que recibas la plenitud de las bendiciones que Él ha preparado para Sus hijos: el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio. No permitas que tu vida terrenal quede “totalmente asolada” (José Smith—Historia 1:39).
Realidad número 3: El tener hijos y criarlos nos sirve para desarrollar nuestra capacidad para llegar a ser como Dios.
Cuando Dios “bendijo” o selló a Adán y a Eva para establecer la primera familia sobre la tierra7, les dio un mandamiento: fructificad, multiplicaos y henchid la tierra (véase Génesis 1:28; Moisés 2:28). El matrimonio y los hijos van unidos. Los poderes procreadores que hacen posible el nacimiento en la tierra se han de usar únicamente entre un hombre y una mujer, lícita y legalmente casados8.
Adán y Eva entendieron que la crianza de los hijos era una realidad importante de la vida terrenal; ellos obedecieron el mandamiento de Dios, “y Adán conoció a su esposa, y de ella le nacieron hijos e hijas, y empezaron a multiplicarse y a henchir la tierra” (Moisés 5:2). Los profetas de nuestros días han declarado que “el mandamiento de Dios para Sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece en vigor”9.
Sin embargo, en el mundo de hoy, hay muchas personas que ya no creen que “herencia de Jehová son los hijos” (Salmos 127:3).
Hace varios años, una pareja que estaba a punto de casarse vino a verme; me pidieron consejo en cuanto a los hijos. Les recordé el mandamiento que recibirían cuando se sellaran, y les aconsejé que podrían obedecer ese mandamiento en consulta con el Señor. Les recordé que es un mandamiento como el diezmo, la observancia del día de reposo u otros mandamientos. Cuando se hace un convenio, el interrogante no es si hay que guardarlo, sino cómo guardarlo de manera que sea agradable al Señor y tenga Su aprobación.
Los observé mientras iniciaban su matrimonio; a él le faltaba un año de estudios universitarios, y ella tenía que cursar un año más en un programa para obtener la maestría. Sintieron la impresión de tener familia inmediatamente, a pesar de los estudios y la incertidumbre de trabajos futuros. No era fácil ni conveniente tener un hijo tan pronto. Él tuvo que buscar trabajo, se tuvieron que mudar, y ella tuvo que terminar su carrera. Enfrentaron estrés y sacrificio; él se apresuraba para llegar a casa todos los días para cuidar al niño mientras ella completaba su tesis y capacitación. Ella estudiaba y escribía entre los momentos en que amamantaba al bebé y cambiaba pañales.
El Señor los ha bendecido y han prosperado. Mientras que muchos otros perdieron su trabajo en la crisis económica de 2008, él lo retuvo y recibió una promoción. Por haber vivido modestamente, están libres de deudas excepto por la hipoteca, y desde entonces han podido costear los gastos de un programa de maestría sin endeudarse. En todo ese tiempo, han continuado aprendiendo las valiosas lecciones que solo se aprenden al ser padres. La crianza de los hijos no es ni fácil ni conveniente, pero es un mandamiento que nos ayuda a darnos cuenta de las verdaderas bendiciones de la vida terrenal.
Un gran don
La vida terrenal es uno de los dones más grandes que nuestro Padre nos ha dado. Él nos ama y desea que utilicemos ese don plena y completamente. Únicamente si abrazamos las realidades que Dios ha revelado y nos concentramos en ellas, podemos cumplir los propósitos por los cuales vinimos a la tierra. Satanás sabe que no puede hacer nada para impedirnos obtener cuerpos, de manera que trata de desviarnos de los propósitos para los cuales fueron creados: trabajar, casarnos y tener hijos.
No vivamos sin rumbo y sin propósito, solo para descubrir al final que hemos pasado nuestro tiempo en la tierra desconectados de las realidades reveladas de la vida terrenal, las cuales son esenciales para lograr nuestros propósitos en ella. Evitemos las ilusiones de los preceptos de los hombres y aferrémonos a las realidades reveladas que Dios nos ha dado a fin de que nuestro trayecto por la vida terrenal sea abundante, pleno y real.