2016
Fe, esperanza y caridad: Virtudes entrelazadas
Diciembre de 2016


Fe, esperanza y caridad: Virtudes entrelazadas

Al entretejer la fe, la esperanza y la caridad en nuestra vida diaria. llegamos a ser seguidores verdaderos del Salvador Jesucristo.

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Fotografía de iStock/Thinkstock.

Si bien el libro de Moroni, en el Libro de Mormón, es relativamente corto (tan solo tiene diez capítulos), nos brinda gran cantidad de consejos maravillosos. Tanto Moroni como Mormón enseñan valiosos principios del Evangelio. Mientras Moroni completa el compendio de su padre del Libro de Mormón, recuerda una y otra vez las enseñanzas que este dio acerca de los vínculos entre la fe, la esperanza y la caridad. Mormón y Moroni claramente querían hacer hincapié en la importancia de estos tres principios.

En mis estudios anteriores del Libro de Mormón, solía considerar estos tres principios como bloques de construcción: primero la fe, luego la esperanza y por último la caridad. Parecía una progresión lógica: a medida que crece la fe, aumentamos nuestro estudio y conocimiento, y empezamos a poner en práctica el principio de la esperanza. La fe y la esperanza, juntas, nos moldean y nos guían por las sendas que recorrió el Salvador, y empezamos a abrazar las cualidades de la caridad.

Sin embargo, en estudios más recientes, he llegado a entender la fe, la esperanza y la caridad de un modo diferente. Ahora pienso en ellas más como virtudes entrelazadas, cada una desempeñando una parte crítica en el desarrollo y la definición de nuestro testimonio.

A nuestra hija, Joy, le gusta crear animales y objetos con globos. Un día, mientras la observaba haciéndolo, pensé en que una cuerda se forma retorciendo varias hebras juntas. Eso me ayudó a visualizar mi recién hallada comprensión de la fe, la esperanza y la caridad como hebras que se combinan para formar una cuerda resistente.

Fe: “Tendréis poder”

La fe en nuestro Padre Celestial y el Señor Jesucristo es fundamental no solo para obtener la vida eterna, sino también para nuestra vida en la tierra. “Y Cristo ha dicho: Si tenéis fe en mí, tendréis poder para hacer cualquier cosa que me sea conveniente” (Moroni 7:33). He aplicado este poder mediante la fe muchas veces en mi vida y he confiado en la fe para atravesar algunos momentos difíciles.

Cuando asistí a la Universidad Brigham Young–Hawái, me hallé en un entorno nuevo y el inglés era mi segunda lengua. Era difícil y sabía que necesitaba ayuda académica si quería conservar mi beca, pues sin ella no podría permanecer en la universidad. Además, había asumido el compromiso de no estudiar los domingos.

Un día, mientras leía en Doctrina y Convenios, un versículo en particular me causó una gran impresión. Al leer el versículo 7 de la sección 109, me topé con esta línea: “… buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe”. Ese versículo se convirtió en la clave de mi éxito académico. Con fe, y al estudiar diligentemente seis días a la semana, fui bendecido en mis estudios. Algunos compañeros se preguntaban cómo podía irme tan bien sin estudiar el domingo, como hacían ellos. Descubrí que aprender por la fe puede superar muchas dificultades.

Tuve una experiencia similar mientras procuraba establecer una carrera en el mundo de los negocios. Se me había presentado una excelente oportunidad laboral, pero lo más probable era que se me requiriera trabajar los domingos; sin embargo, yo me había comprometido a no trabajar en el día de reposo. Al final, tuve que rechazar la oferta, pues no podía poner en peligro mi compromiso de santificar el día de reposo. Como ocurrió con el compromiso que había asumido en la universidad, después fui bendecido con muchas otras oportunidades profesionales que no me exigieron romper mi compromiso y que me permitieron dedicar el domingo a adorar al Señor.

Al crear la cuerda imaginaria que nos conecta a las bendiciones divinas, empecemos con una hebra fuerte de fe.

Esperanza: “Levantados a vida eterna”

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Fotografías © Djorje_Stojilijkovic y urfinguss/Thinkstock.

Tenemos esperanza en muchas cosas: que podamos avanzar en nuestra profesión, que nuestros hijos estén bien, que cumplamos con las expectativas de nuestro servicio en la Iglesia, que conservemos la salud, que tengamos lo necesario para mantenernos y proveer para nuestra familia; pero, ¿de dónde viene la forma más elevada de esperanza y a dónde nos lleva?

Mormón dijo: “… quisiera hablaros a vosotros que sois de la iglesia, que sois los pacíficos discípulos de Cristo, y que habéis logrado la esperanza necesaria mediante la cual podéis entrar en el reposo del Señor” (Moroni 7:3).

Mormón prosigue con su invitación para que lleguemos a ser seguidores verdaderos de Cristo y una vez más regresa al tema de la esperanza cuando pregunta: “Y, ¿qué es lo que habéis de esperar?”. Entonces él mismo responde esa pregunta tan importante: “He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo y el poder de su resurrección, en que seréis levantados a vida eterna, y esto por causa de vuestra fe en él, de acuerdo con la promesa” (Moroni 7:41).

Esa clase de esperanza es diferente de la esperanza común y corriente. Esa esperanza divina procede de la expiación de Jesucristo; es la esperanza eterna. Sin ella, iríamos a la Iglesia cada semana sin saber que todas esas bendiciones maravillosas están a nuestro alcance. Por medio de Cristo, nuestra esperanza puede guiarnos de regreso a nuestro Padre Celestial y a la vida eterna.

En un discurso de una conferencia general reciente, el presidente Henry B. Eyring, Primer Consejero de la Primera Presidencia, declaró: “[El Padre] permitió que Su Hijo, mediante Su sacrificio expiatorio por nosotros, nos proporcionara la esperanza que nos consuela, no importa cuán difícil sea el camino de regreso a Él”1. Mediante la esperanza podemos ver las bendiciones y las oportunidades que nos aguardan si nos mantenemos fieles al evangelio de Jesucristo y lo servimos con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza.

Con ese entendimiento, agreguemos la siguiente hebra a nuestra cuerda: la esperanza.

Caridad: Otorgada a los seguidores verdaderos

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La caridad es la tercera virtud que va a reforzar nuestra cuerda. Empezamos a desarrollar el don de la caridad mediante nuestros esfuerzos sinceros por emular al Salvador. Sin embargo, la plena medida de este don nos la otorga Dios cuando lo procuramos fervientemente en oración. Al seguir a Aquel que nos dio vida, empezamos a aprender el verdadero significado de la caridad, que es “… el amor puro de Cristo” (Moroni 7:47).

Mormón enseña: “… pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios” (Moroni 7:48). Como seguidores pacíficos, puede que hayamos obtenido esperanza suficiente, pero, para que se nos otorgue la caridad, es necesario que seamos seguidores verdaderos. Si somos seguidores verdaderos llegaremos a ser más como Él, lo cual es el propósito de la vida.

Al implantar en nuestro corazón el amor puro de Cristo, tendremos más probabilidades de abrazar el atributo divino de la caridad, y de servir tanto a nuestro prójimo como a Dios. “… y si un hombre es manso y humilde de corazón, y confiesa por el poder del Espíritu Santo que Jesús es el Cristo, es menester que tenga caridad; porque si no tiene caridad, no es nada; por tanto, es necesario que tenga caridad” (Moroni 7:44).

Ahora tenemos las tres hebras esenciales de la cuerda. Veamos cómo obran juntas.

Las tres trabajan juntas

“Por tanto, debe haber fe; y si debe haber fe, también debe haber esperanza; y si debe haber esperanza, debe haber caridad también.

“Y a menos que tengáis caridad, de ningún modo seréis salvos en el reino de Dios; ni seréis salvos en el reino de Dios si no tenéis fe; ni tampoco, si no tenéis esperanza” (Moroni 10:20–21).

Al combinarlas, la fe, la esperanza y la caridad ya no son para mí como bloques de construcción, sino que están entrelazadas unas con otras. No terminamos de edificar la fe y después tenemos esperanza; ni después de tener esperanza, finalmente desarrollamos la caridad; las tres trabajan juntas, y al entrelazarse, juntas contribuyen a formar nuestro carácter y nuestro testimonio.

Nota

  1. Henry B. Eyring, “El Consolador”, Liahona, mayo de 2015, pág. 20.