Enseñar a la manera del Salvador
Poner en duda las preguntas de análisis
Es posible que la pregunta más importante sea la que se hacen los maestros antes de ir a la clase.
Imagínese que está sentado con unos amigos durante la hora del almuerzo hablando sobre una película que vieron juntos. Entonces uno de sus amigos dice: “¿Quién me puede decir cuál fue la escena más importante de la película?”.
Un poco confundido por la pregunta, usted piensa un momento y sugiere que es probable que la última escena fuera la más importante. “Bien, ese es un buen comentario”, dice su amigo, “pero no es exactamente lo que tenía en mente. ¿Alguien más? Escuchemos a alguien que no haya dicho nada todavía”.
No hablaríamos de esa manera entre amigos, pero por alguna razón parece ocurrir a menudo en las clases de domingo. En vez de analizar verdades del Evangelio de manera natural y cómoda, a veces los maestros decimos cosas que en otros entornos parecerían conversaciones extrañas e incluso reprimidas. Esperamos que los miembros de la clase sientan que están entre amigos y se sientan cómodos al compartir sus pensamientos en cuanto a los principios que están aprendiendo. Tal manera de compartir puede invitar al Espíritu y enriquecer la experiencia de todos.
¿Cómo nos aseguramos que nuestras preguntas lleven a una conversación más natural y significativa? Hay muchas cosas que debemos hacer y otras que debemos evitar, que algunos maestros han encontrado útiles: No formulen preguntas que tengan respuestas obvias. Formulen preguntas que tengan más de una respuesta. No formulen preguntas que sean demasiado personales.
Quizás resulte útil antes de empezar a planificar las preguntas que se harán en clase, formularnos una pregunta nosotros mismos: ¿Por qué estoy formulando preguntas en primer lugar?
¿Por qué formulan preguntas?
La motivación detrás de nuestras preguntas supone una gran diferencia. Por ejemplo, ¿formulamos a veces preguntas porque tenemos algo que decir, pero más bien deseamos que un miembro de la clase lo diga? Con toda razón, no deseamos ser quienes hablamos todo el tiempo, sino que deseamos que se haga énfasis en algún punto en particular, así que a veces formulamos una pregunta que sabemos suscitará la respuesta que deseamos oír. Esta actitud conduce a preguntas que en verdad son declaraciones disfrazadas, como esta: “¿En qué forma el evitar la pornografía les ayudará a mantener pensamientos puros?” o “¿Es importante orar todos los días?”.
Hay circunstancias en las que es perfectamente adecuado formular preguntas que tienen la intención de inspirar una respuesta. Pueden servir para enfatizar un punto o ayudan al maestro a avanzar la lección. Sin embargo, es posible que preguntas como estas no den lugar a un análisis satisfactorio ni a conversaciones inspiradas entre los miembros de la clase.
Por otro lado, si formulamos preguntas porque en verdad deseamos saber lo que hay en la mente, el corazón y la vida de los miembros de nuestra clase, entonces eso se notará en las preguntas que formulemos.
Las preguntas que invitan a los miembros de la clase a una conversación sincera que promueva el aprendizaje espiritual incluyen preguntas como estas: “Al leer este versículo, ¿qué sobresale para ustedes?” o “¿Qué experiencias les ha enseñado a confiar en las promesas del Señor?” o casi toda pregunta que empiece con “¿Qué piensan de…?”.
Consideren estos ejemplos:
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El Espíritu le preguntó a Nefi: “¿Qué deseas tú?” (1 Nefi 11:10).
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El Salvador les preguntó a Sus discípulos: “… ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15).
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Y le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida: … ¿Crees esto?” (Juan 11:25, 26).
Cada una de esas preguntas invitó a alguien a compartir lo que estaba en su corazón. Y en cada caso, lo que siguió fue una experiencia espiritual poderosa.
Las preguntas son una expresión de amor
Créanlo o no, hacer preguntas que fomenten el análisis ocurre en forma natural a casi toda persona, incluso a las personas que no se consideran a sí mismas buenos maestros. Lo hacemos en forma espontánea cada vez que tenemos una conversación significativa con amigos y familiares, o una simple charla a la hora del almuerzo sobre una película favorita, pero cuando nos encontramos ante filas de alumnos a la expectativa, de repente nos olvidamos de todo lo que ocurre en forma natural.
Así que quizás una parte fundamental de formular buenas preguntas es preguntarnos a nosotros mismos: “¿Cómo preguntaría esto si no estuviéramos en un aula, si estuviéramos solo sentados en casa hablando sobre el Evangelio con un grupo de amigos? ¿Cómo los invitaría a compartir sus ideas y sentimientos?”. Enseñar no es exactamente como una conversación casual entre amigos, pero tienen una cosa en común: los debe motivar el interés sincero y el amor genuino.
Así que no se preocupen si todavía no son expertos en crear preguntas bien formuladas. Incluso si todo lo que puedan hacer es amar a las personas que enseñen, el Espíritu los guiará y mejorarán más y más para saber qué decir. “La caridad nunca deja de ser”, declaró Pablo (1 Corintios 13:8), y eso es cierto incluso en algo tan sencillo como en un maestro que formula preguntas en una clase.