Voces de los Santos de los Últimos Días
Maestras visitantes, historia familiar y madres
Me uní a la Iglesia cuando tenía veinte años. Poco después me casé con un hermano de mi barrio y nos mudamos por motivos de trabajo. Nuestro primer hijo nació cuando yo tenía veintidós años. En esa época, mis maestras visitantes comenzaron a visitarme con frecuencia a pesar de que vivíamos al final de los límites de nuestro barrio.
Dado que por entonces yo era una madre primeriza, la conciencia me decía que debía ponerme en contacto con mi propia madre. Pero había roto todo contacto con ella ocho años antes, cuando mis padres se divorciaron. Cada vez que mis maestras visitantes venían a verme, hablábamos sobre ello, y yo sentía que el Espíritu me urgía a dar ese difícil paso.
Hablábamos de cómo podía comenzar a reconstruir nuestra relación, ya que mi madre no pertenecía a la Iglesia. Muchas cosas habían cambiado en mi vida en los ocho años que habían transcurrido desde que nos distanciamos. Gracias a las fuertes impresiones del Espíritu, primero decidí ponerme en contacto con la madre de mi madre. Mi abuela estaba ciega, por lo que había que enviarle la correspondencia a mi tía, quien cuidaba de ella.
Recibí una maravillosa carta en respuesta, así que fuimos a pasar unos días con mi abuela y mi tía. Mi abuela estaba gratamente sorprendida, y solo me pidió que pasara a ver a su hija —mi madre— en nuestro camino de regreso a casa. Ella estaba muy feliz.
Mi abuela era luterana y amaba al Salvador. Durante nuestra estancia con ellas, mi esposo le leía cada mañana el Libro de Mormón y ella en verdad lo disfrutaba. Después de algunas mañanas, mi esposo y mi abuela se sintieron tan llenos del Espíritu que ella fue a su escritorio y sacó un libro de genealogía que había pertenecido a mi abuelo fallecido, y se lo mostró. Había ocho generaciones registradas con esmero, en las que se incluían hasta sus ocupaciones. Mi abuela fue muy feliz mientras estuvimos con ella, y le prometí que visitaría a mi madre en el camino de regreso a casa, lo cual hice.
Cinco semanas después de nuestra visita a mi abuela, ella tuvo un derrame cerebral y falleció. Dos años después efectué la obra del templo por mis antepasados, cuyos datos me había dado mi abuela.
Actualmente tengo una buena relación con mi madre. Vivimos en la misma ciudad y a veces ella me ayuda con mis hijos.
Sin las puntuales visitas de mis maestras visitantes, quienes me animaron y apoyaron durante todo ese tiempo, nunca me habría atrevido a dar ese paso para reparar mi relación con mi madre. No solo yo, sino muchas generaciones fueron bendecidas.