Mi misión entre mi familia
La autora vive en Chihuahua, México.
La pregunta de mi presidente de misión permaneció en mi mente: ¿por qué me había permitido el Señor quedarme y concluir mi misión?
Cuando abrí mi llamamiento misional, me sorprendió ver que se me había asignado servir en la Misión México Veracruz. Mi familia vivía en Veracruz cuando nací y la mayoría de nuestros parientes viven allí. Somos los únicos miembros de la Iglesia en nuestra familia, así que me emocionaba pensar que iba a tener la oportunidad de compartir el Evangelio con mis familiares.
Sin embargo, una vez allí, nunca serví en áreas cercanas a mis familiares. Le daba su dirección a mis compañeros a fin de que pudieran visitarlos.
Cuando llevaba quince meses en la misión empecé a tener problemas en una rodilla. Me dolía mucho y en ocasiones el dolor era insoportable. Cuando fui al médico, su diagnóstico fue que la única solución era la cirugía. Eso significaba que iba a regresar a casa antes de tiempo. No podía creer que eso estuviera sucediendo. Solo me quedaban tres meses para concluir la misión.
Decidí acudir al Señor para pedirle consuelo y, a ser posible, un milagro. En respuesta a mi oración, sentí un alivio profundo en mi corazón. La esposa de mi presidente de misión me alentó, con verdadero amor maternal, a regresar a casa para recuperarme y escribí a mi familia para decirles que iría a casa en dos semanas.
Después de eso, tuve una entrevista con mi presidente de misión. Me dijo que mi madre se había puesto en contacto con él y le había dado una opción: ella podía ir a Veracruz para cuidarme mientras me recuperaba en la casa de unos tíos míos, ya que yo tendría que dejar mis actividades misionales por un tiempo. Mi presidente me dijo que esa podría ser una opción factible, pero que debía pedir autorización.
Cuando me enteré de que se había concedido la autorización, sentí que mi corazón saltaba de emoción; ¡podía quedarme y concluir mi misión! Ofrecí una oración de agradecimiento.
El día de la cirugía, mi presidente de misión me dijo: “Hermana Gómez, necesita averiguar por qué el Señor le permitió quedarse en Veracruz”. Desde ese momento, me dispuse a encontrar el motivo.
Ese mismo día, mi madre, que había llegado a Veracruz, me dijo: “Tu mamá Lita (mi abuela paterna) va a venir al hospital a verte. Esa sería una buena oportunidad para que le preguntes acerca de tus antepasados”.
“¡Qué gran idea!”, pensé. No podía esperar a preguntar a mis familiares en cuanto a mis antepasados. Mamá Lita me preguntó qué significaba para mí ser misionera. Le enseñé sobre la Restauración y después le hablé del Plan de Salvación, ya que mi abuelo (su esposo) había fallecido hacía algunos años. Entonces vino la pregunta que había estado ansiando que me hiciera: “¿Podré volver a ver a mi amado esposo nuevamente?”.
Su pregunta me llenó de gozo y le respondí: “¡Por supuesto que podrás!”. Sus ojos se llenaron de brillo. Fue maravilloso compartir esa verdad eterna con ella. Hizo más preguntas, todas ellas centradas en el Plan de Salvación. Cuando tuve oportunidad, le pregunté sobre mis familiares a fin de agregar información a mi árbol familiar. Sentí cómo el Espíritu le permitió obtener comprensión del Plan de Salvación.
Después, cuando visité al resto de mis familiares, hablé con mi abuela materna, quien me ayudó a encontrar más nombres de parientes. También pude compartir el Evangelio con todos aquellos a los que visité.
Me di cuenta de la razón por la que Dios me había permitido primero ir a Veracruz a servir mi misión y después quedarme ahí tras mi operación. Regresé a mi misión con un amor profundo por la historia familiar. Gracias a los cuidados de mi madre, pude concluir mi misión.
Mi abuela paterna falleció un año después, lo que me entristeció mucho. Por otro lado, me sentí agradecida al poder hacer la obra por ella en el templo un año más tarde. Cuando hice el bautismo por ella, no podía contener las lágrimas de gozo. Al fin podría estar con su amado esposo, con quien había estado casada más de sesenta años.
No tengo duda de que el Señor conoce nuestro corazón. Me permitió quedarme en Veracruz para enseñar a mi familia y proclamar las buenas nuevas que nos dio nuestro Redentor, Jesucristo. Sé que algún día podré volver a ver a mis abuelos. Es nuestra responsabilidad efectuar las ordenanzas por nuestros antepasados a fin de que algún día Dios nos diga: “Ven a mí, tú, que bendito eres; hay un lugar preparado para ti en las mansiones de mi Padre” (Enós 1:27).