¿Qué habría pasado si no hubiera ido?
La experiencia cimentó en mi mente y alma la razón por la que tenía que estar allí aquella noche.
Casi me convencí a mí misma de no ir esa noche. Sabía que una noche de recuerdos podría ayudarme a sobrellevar la pérdida de mi madre, pero también sabía que esa noche traería lágrimas mientras continuaba llorando y lamentando su muerte.
A medida que se acercaba la hora de comenzar la noche de recuerdos, me dispuse a prepararme para ir, a pesar de mis dudas anteriores. Había decidido que estar allí sería bueno para mí.
La noche de recuerdos, que iba a honrar a varias personas que habían fallecido hacía poco tiempo, fue organizada por la funeraria que se encargó de los preparativos del entierro de mi madre. Además del director de la funeraria y su familia, no conocía a nadie en la sala. Durante la noche, se leyó el nombre de cada persona fallecida, y un representante de la familia encendió una pequeña vela en memoria de esa persona.
Después del servicio, me levanté para dirigirme al lugar donde estaba el refrigerio. Todas las personas que se habían sentado detrás de mí ya se habían ido, excepto una frágil dama conectada a un respirador, situado detrás del andador. Sentí su tristeza y dolor, y también sentí que tenía que darle un abrazo.
No sabía cómo se sentiría que una persona extraña le diera un abrazo, pero seguí esa sencilla impresión. Me acerqué a ella con los brazos abiertos; ella extendió los suyos hacia mí y me estrechó. Me besó en la mejilla y dijo: “Gracias por saber que necesitaba un abrazo; eres un ángel”. Luego conversamos un rato.
Esa experiencia cimentó en mi mente y alma la razón por la que tenía que estar allí aquella noche. ¿Le habría dado alguien más un abrazo a esa mujer aquella noche si yo no hubiera ido? Nunca lo sabré, pero sé que sentí el impulso de abrazarla y, por haberlo hecho, ambas fuimos ricamente bendecidas.