El don del perdón
El Salvador aguarda con los brazos abiertos para perdonar a todo el que verdaderamente se arrepiente de sus pecados y viene a Él.
La felicidad y el gozo duraderos se reciben por medio de la fe en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo, Jesucristo. Todo lo que es bueno y bello, todo lo santo y sagrado, proviene de Ellos, lo cual incluye el perdón, que regenera el alma y confirma nuestro estado con Ellos.
En el mundo preterrenal, nos regocijamos con la oportunidad de venir a la tierra, recibir un cuerpo mortal y llegar a ser más como nuestro Padre Celestial (véase Job 38:4–7). Sin embargo, sabíamos que íbamos a padecer la decepción, la enfermedad, el dolor, la injusticia, la tentación y el pecado.
Estas dificultades ya se anticipaban en el plan de redención del Padre, quien llamó a Su Hijo Unigénito para que fuera nuestro Redentor y Salvador. Jesucristo iba a venir a la tierra como nadie lo había hecho y, por medio de Su rectitud, iba a romper las ligaduras de la muerte. Cuando escogemos seguirlo y arrepentirnos de nuestros pecados, Él borra nuestros errores y pecados del libro de la vida mediante Su expiación infinita.
Oración y fe
Nuestro arrepentimiento, seguido del perdón del Salvador del mundo, es el cimiento de nuestras oraciones y esfuerzos por regresar a nuestro hogar celestial. Para cada uno de nosotros que tiene fe en Jesucristo, nuestras oraciones diarias, nuestros intentos de seguir al Salvador, el participar de la Santa Cena con regularidad mientras de buena gana tomamos Su nombre sobre nosotros se combinan con nuestro deseo de dejar atrás las influencias del mundo y, paso a paso, acercarnos más a nuestro Salvador.
El élder Neal A. Maxwell (1926-2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “Si escogemos […] el curso que nos lleva a ser discípulos [… pasaremos] de lo que, al principio, será solo reconocer a Jesús, admirarlo, para después adorarlo y, finalmente, emularlo. En ese proceso de esforzarnos por ser más semejantes a Él […] debemos adoptar siempre una actitud de arrepentimiento”1.
El arrepentimiento se convierte en un pensamiento continuo, en un esfuerzo constante. El presidente Russell M. Nelson dijo:
“Nada es más liberador, más ennoblecedor ni más crucial para nuestro progreso individual que centrarse con regularidad y a diario en el arrepentimiento […].
“Sientan el poder fortalecedor del arrepentimiento diario; de actuar y de ser un poco mejor cada día”2.
Mediante la oración, repasamos los acontecimientos del día, preguntándonos: “¿Dónde vi la mano del Señor en mi vida? ¿De qué modo mis actos manifestaron honradez y abnegación? ¿Qué más podría haber hecho? ¿Qué pensamientos y emociones debo controlar? ¿Cómo habría podido seguir mejor el ejemplo del Salvador? ¿Cómo podría haber sido más amable, amoroso, tolerante y misericordioso con los demás? ¿De qué modo no estuve a la altura de lo que mi Padre Celestial deseaba que estuviese?”.
Entonces, detengámonos y escuchemos. Las oraciones personales abren la ventana a la revelación personal de nuestro Padre Celestial.
Con fe en Jesucristo, reconocemos abiertamente ante nuestro Padre Celestial nuestros errores y omisiones, así como los actos irreflexivos que afectaron a otras personas. Pedimos perdón con humildad, damos oído a las impresiones apacibles del Espíritu y le prometemos a nuestro Padre Celestial que estaremos más atentos a aquello en lo que podemos mejorar. Confesamos nuestros pecados y los abandonamos (véase Doctrina y Convenios 58:43). Restauramos aquello que se puede restaurar a las personas a las que hemos herido u ofendido. Podría tratarse de una disculpa al cónyuge o a un hijo, un mensaje a un amigo o a un compañero de trabajo, o la determinación de obedecer una impresión espiritual que habíamos ignorado.
La participación de la Santa Cena y la asistencia regular al templo —cuando sea posible— magnifican y reafirman nuestra fe en Jesucristo, y nuestro deseo de seguirlo.
“Venid a mí”
Resulta sorprendente en 3 Nefi la frecuencia con la que el Salvador resucitado conecta la palabra “arrepentirse” con la expresión “venid a mí”.
“… que os arrepintáis de vuestros pecados y vengáis a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito” (3 Nefi 12:19; cursiva agregada).
“… os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis […].
“… si venís a mí, tendréis vida eterna. He aquí, mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré; y benditos son los que vienen a mí” (3 Nefi 9:13–14; cursiva agregada).
“… al que se arrepintiere y viniere a mí como un niño pequeñito, yo lo recibiré […] así pues, arrepentíos y venid a mí, vosotros, extremos de la tierra, y sed salvos” (3 Nefi 9:22; cursiva agregada).
Jesús también se refirió a quienes, por elección o por circunstancia, ya no acuden a los lugares de adoración, diciendo: “… debéis continuar ministrando por estos; pues no sabéis si tal vez vuelvan, y se arrepientan, y vengan a mí con íntegro propósito de corazón, y yo los sane” (3 Nefi 18:32; cursiva agregada).
El presidente Nelson ha declarado: “Jesucristo […] espera con los brazos abiertos, con la esperanza y disposición de sanarnos, perdonarnos, limpiarnos, fortalecernos, purificarnos y santificarnos”3.
Nosotros, claro está, querremos hacer todo lo que nos sea posible. El remordimiento, la determinación de cambiar, nuestro corazón quebrantado, nuestro espíritu contrito y nuestra tristeza que es según Dios: todo eso es importante. Desearemos cambiar nuestro comportamiento y hacer restitución a quienes hayamos hecho daño.
El perdón es un don
No obstante, debemos recordar que el don divino del perdón nunca se puede ganar, tan solo recibir. Cierto, hay que obedecer los mandamientos y observar las ordenanzas para recibir el perdón, pero nuestro esfuerzo —a pesar de lo grande que sea— parece insignificante en comparación con el costo de la redención. De hecho, no hay comparación posible.
El perdón es un don, y el Único que puede darlo es el Redentor y Salvador del Mundo, Jesucristo (véase Romanos 5:1–12 y especialmente los versículos 15–18; véanse también Romanos 6:23; 2 Corintios 9:15; Efesios 2:8). Él brinda Su don incalculable a todo el que se vuelva a Él para recibirlo (véase Doctrina y Convenios 88:33).
El presidente Nelson dijo: “… la Expiación [del Salvador es capaz de redimir] a toda alma de los castigos de la transgresión personal, bajo las condiciones que Él estableció”4.
¡Deleitémonos en el camino! Nuestro Padre Celestial nos ha dado estas palabras de verdad: “Si os arrepentís, y no endurecéis vuestros corazones, entonces tendré misericordia de vosotros por medio de mi Hijo Unigénito [… y tendréis] derecho a reclamar la misericordia, por medio de mi Hijo Unigénito, para la remisión de [vuestros] pecados; y [entraréis] en mi descanso” (Alma 12:33–34).
Como uno de los Apóstoles del Señor, les prometo que estas palabras de nuestro Padre son verdaderas. Si las incorporan a su vida, el Salvador influirá eternamente en el destino divino que les aguarda.