Voces de los Santos
“Él está doblando en la esquina”
Transcurría la mañana del día 29 de diciembre de 2009 cuando Nely y su hijo Sasha de 12 años, pertenecientes en aquellos años al Barrio Morón I, Estaca Buenos Aires Castelar, se dirigían a Ciudad Autónoma de Buenos Aires con el fin de realizar unos trámites. Sasha había padecido una enfermedad siendo pequeño quedándole secuelas tanto físicas como emocionales que afectan el aprendizaje, el habla y la motricidad. Tomaron el tren y luego de cuarenta minutos de viaje llegaron al barrio de Balvanera. Este punto es central en vías de comunicación de la ciudad, donde se despliegan túneles, puentes, avenidas, calles y autovías, por citar algunas de las infraestructuras que permiten que diversos transportes circulen. La ciudad de Buenos Aires tiene una cantidad actual de habitantes aproximada de 3.000.000 siendo su superficie superior a los 200 km2.
Madre e hijo descendieron del tren y comenzaron a caminar junto al gran gentío. Fue en esos instantes que Nely perdió de vista a su hijo. Desesperada pidió ayuda e intentó de todas formas posibles recuperarlo sin éxito. Recurrió a la policía, pero le dijeron que debía transcurrir un tiempo determinado para comenzar la búsqueda. Nely, que es una mujer que ha demostrado fidelidad al Evangelio, a pesar de haber sufrido muchas pruebas en su vida, sin nadie más a quién recurrir, contactó con su obispo.
Al día siguiente de la desaparición de Sasha, la presidencia de estaca y demás oficiales, que llegaban a 20 poseedores del sacerdocio, se reunieron a las 6 de la tarde con el fin de organizar los seis grupos de búsqueda para poder realizar un rastrillaje por la zona. En tanto que las hermanas de la Sociedad de Socorro sostenían a Nely en esos momentos tan angustiantes.
Fabio E. Ibáñez, un joven que por aquel entonces tenía 12 años alertado por la noticia de la desaparición, ansiosamente se dispuso a esperar a su padre a que llegara del trabajo para acompañar en la búsqueda.
Como familia nos arrodillamos para orar pidiendo ayuda a Dios. Si bien oré con toda la fe que tenía, guardaba cierta incertidumbre razonando las probabilidades de encontrar a un joven en un vasto y peligroso lugar. En contraste, mi esposo sin vacilar me dijo que Sasha iba a ser encontrado.
Transcurrieron las horas, se recorrieron hospitales, se habló con gente en la calle, se repartió fotografías del joven perdido. La oscuridad comenzaba a caer, y se hacía más peligrosa la situación de la inseguridad en las calles de una ciudad caracterizada por la inseguridad. Apesadumbrados, los grupos de búsqueda comenzaban a regresar a sus hogares. Los integrantes del auto en el que estaba Fabio se estaban dando cuenta de que deberían estar preparándose para regresar, ya que no podían seguir con la tarea, dadas las condiciones desfavorables. Fabio tenía la completa confianza de que Sasha aparecería, por lo que no quería regresar; en su corazón sabía que lo encontraría. Fue con esa intensión y fe que sentado en el asiento trasero del auto oró pidiéndole a Dios que apareciera Sasha. Cuando terminó de orar levantó su mirada y escuchó una voz que decía “él está doblando en la esquina” sin poder ver nada por la oscuridad comenzó a gritar “está allá en la esquina” señalando en determinada dirección; su padre y los demás integrantes del grupo, atentos a sus indicaciones frenaron abruptamente el auto en marcha en medio de una calle transitada. Apresuradamente fueron a pie en dirección a la esquina señalada, justo en aquel instante que vieron al joven perdido que venía caminando justo doblando en la esquina. Fabio, sin conocer a Sasha con anterioridad, reconoció la vestimenta descrita por su madre el día en que se perdió. Los integrantes del grupo de búsqueda conmovidos y emocionados se unieron entre llantos y risas en un abrazo a Sasha. Había pasado dos días y una noche vagando por las calles, se encontraba muy cansado y hambriento, pero en buenas condiciones generales. Lo atendieron al tiempo que avisaron a su madre.
El milagro había sucedido en la última hora de aquel 30 de diciembre por la poderosa oración de fe de un jovencito sentado en el asiento trasero de ese bendito auto, sostenido por su padre y demás líderes de la Iglesia. Aquel día, Fabio obedeció la voz del Espíritu Santo. Esta experiencia, según recordó, habría sido una de las experiencias más dulces y significativas que había tenido en su corta vida y que recordaría por siempre, especialmente en momentos de dudas y temor.
Al conversar con él, hace unas pocas semanas, y al recordar lo sucedido, pude sentir el Espíritu al escucharlo testificar de lo vivido. No dudé de que había sido un instrumento en las manos de Dios. Me sentí feliz de ser testigo una vez más de la bondad de Dios para con Sus hijos. Me cuesta entender y me maravilla cómo obra el sacerdocio de Dios. Sé que Sus caminos no son nuestros caminos y que si depositamos nuestra plena confianza y fe en Jesucristo seremos rescatados tal como aquella oveja perdida. Además, obtendremos la revelación y el poder necesario para guiar nuestras propias vidas hacia la vida eterna sin perdernos en el camino.