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Un ejemplo a mis hermanas y a mis hijas
La hermana Elesha Angie Joseph McCaurley había llegado al término de su embarazo. Su hija ya había encontrado un nombre para el nacimiento de su hermanita y su esposo estaba ansioso por tener una niña. Todo el mundo se lo tomó muy mal cuando la criatura no pudo nacer con vida.
“Mi esposo no es miembro y yo no lo he sido por mucho tiempo”, dice la hermana Joseph, por lo que tratar de explicarle a su esposo acerca de asistir al templo después de una pérdida tan reciente fue una conversación interesante en la que su esposo mostró total apoyo.
Con la esperanza de bautizar a su bebé, tuvo que explicarle que no era necesario, ya que “todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino celestial de los cielos”1.
Sin embargo, había surgido una oportunidad. “Me gustaría que nos sellaran. Cuando vuelvas hablaremos de ello”, dijo el esposo. La hermana visitó el templo de Santo Domingo por primera vez y regresó a su casa visiblemente emocionada.
Bajo la influencia del Espíritu Santo y con lágrimas de gozo, efectuó las ordenanzas del templo para ella y sus dos abuelas, a quienes amaba profundamente. Esta fue la experiencia no solo de ella, sino de otras dos hermanas de Santa Lucía, cuyo testimonio estuvo influenciado por un deseo de ser un ejemplo para sus hermanas e hijos.
La Sociedad de Socorro siempre ha mostrado gran interés en el progreso de sus miembros y en permitir que las mujeres de la Iglesia alcancen su mayor potencial. Tal como lo declaró el profeta José Smith: “Ahora les dirijo la llave en el nombre de Dios, y esta sociedad se regocijará y el conocimiento y la inteligencia fluirán desde este tiempo; este es el comienzo de mejores días para esta sociedad”2.
“Ser madre soltera es difícil”, comparte la hermana Caren Wendy Constance Kennedy, segunda consejera de la Sociedad de Socorro del barrio, y madre de dos niños, uno de quince y otro de treinta años. “Tienes que convertirte en una fuerza de la naturaleza para con ellos”.
“Amo al Señor. Él es primordial en mi vida y daré los pasos necesarios para hacer lo correcto. Todos luchamos por seguir el buen camino, pero es una elección”, destaca la hermana Constance, convencida de que hay que estar comprometida para transitar la senda de los convenios. Después de asistir al templo, comparte que se encuentra más fuerte que nunca. “Al ver realizarse el bautismo por mi hermano fallecido, sentí escalofríos de alegría, estaba feliz”, dice.
Esto no fue menos impactante en la vida de la hermana Juliana E. St. Louis, primera consejera de la Sociedad de Socorro en Santa Lucía, madre soltera de un hijo de 22 años, que nunca pensó que preguntándose quiénes eran esos jóvenes que llevaban cajas de comestibles a la gente cambiaría su vida para siempre.
“Me enamoré del Libro de Mormón. Lo he leído una y otra y otra vez”, comenta la hermana St. Louis. La conferencia fue su otra gran impresión de la Iglesia. “La gente no te conoce y te abraza. Ahora venir al templo ha cambiado mi vida, mi actitud. Me ha dado paz y tranquilidad; no puedo explicar el sentimiento, la tranquilidad que se siente”, expresa.
Al asistir al templo, puede llegar a nosotros una dimensión de espiritualidad y un sentimiento de paz que trascenderá cualquier otro sentimiento que pueda albergar el corazón humano. Captaremos el verdadero significado de las palabras del Salvador cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy… No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”3.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “Al entrar por las puertas del templo, dejamos atrás las distracciones y la confusión del mundo. En el interior de ese santuario sagrado hallamos belleza y orden; allí hay reposo para nuestra alma y descanso de los afanes de la vida… Esa paz puede penetrar cualquier corazón, ya sea que esté atribulado, abrumado por la aflicción, se sienta confundido o esté clamando por ayuda”4.