Sección doctrinal
“Vuestro Padre sabe […] antes de que le pidáis”
Todas las semanas envío el vídeo de “Ven, sígueme” a hermanos y hermanas de la Iglesia; una de las hermanas ha sido durante mucho tiempo Sonia Malca. Yo se lo mandaba, ella me respondía agradeciéndolo, y manteníamos así una comunicación frecuente. De repente, me llegó la desoladora noticia de que estaba en estado casi terminal en el hospital, víctima de la pandemia. No me lo podía creer, y empecé a orar por ella continuamente, de día y de noche. Y, como nos pidieron que oráramos y ayunáramos para que Dios la curase, mi esposa, nuestros hijos y yo hemos ayunado para su pronta y segura curación.
Mientras oraba yo por ella, me acordé del siervo del centurión que estaba enfermo y a punto de morir. Como lo tenía en gran estima, y oyó hablar de Jesús, envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera a sanarle. Los ancianos se acercaron a Jesús y le rogaron diligentemente diciéndole: “Es digno de que le concedas esto, porque ama a nuestra nación, y él nos edificó una sinagoga”. Jesús entonces fue con ellos y, cuando se acercaba a la casa, el centurión le envió a unos amigos que le dijeron: “No soy digno de que entres bajo mi techo, di la palabra, y mi siervo será sano”. Y el Señor, maravillado, dijo a los que le seguían: “Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe”. Y lo curó sin necesidad de contacto alguno” (cfr. Lucas 7:1–10).
Profundizando aún más mi esfuerzo, con toda la intensidad de mi alma, dije al Salvador: “Señor, es digna de que la cures, porque Sonia ha estado muy activa como directora del Consejo de Comunicación de la Estaca Lleida, ayudando ejemplarmente en diferentes proyectos de lucha contra la pandemia en hospitales, centros de mayores y en diferentes asociaciones. Y ahora se ha contagiado ella”. Y, pidiendo permiso al Señor, “la bendije” en la distancia para que sanara, intentado hacer llegar el poder del sacerdocio a la habitación de la UCI donde se encontrara, tratando de unir la fe del centurión al poder del sacerdocio para curarla. Y, para demostrar mi fe, le envié el vídeo de “Ven, sígueme” de la Pascua de Resurrección el día 2 de abril, con la esperanza de que, sanada, pudiera verlo.
Mientras oraba una y otra vez por ella, me preguntaba si es necesario pedir a nuestro Padre Celestial que cure a una de Sus hijas que Él ama más y mejor que nosotros. Porque yo también soy padre, y si uno de mis hijos enfermara, y yo tuviera el poder, la capacidad o los medios para curarle, no necesitaría que los demás hijos me rogaran una y otra vez que lo hiciera. Entonces, ¿por qué debemos pedir al Señor que haga algo, si Él sabe mejor que nadie lo que debe hacer?
Al tiempo que pensaba estas cosas, el mismo día que le había mandado el vídeo, estaba pendiente del teléfono esperando “la buena noticia” del milagro producido por tantas personas orando y ayunando por ella. Pero lo que recibimos todos me llenó de tristeza y frustración: “El presidente de la Estaca Lleida nos informa que Sonia Malca ha fallecido el viernes 2 de abril, a las 11:00 horas”. Nuestra querida hermana Malca falleció el mismo día que nuestro amado Salvador: dura noticia que llegó en medio de tantas oraciones y ayunos. ¿Han sido vanas nuestras oraciones y vanos nuestros ayunos?
En el Sermón del Monte, el Señor dijo, “vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes de que le pidáis” (Mateo 6:8). Dios conoce a todos Sus hijos, y está dispuesto a ayudarnos sin necesidad de que le informemos de nuestros problemas ni que le pidamos que nos ayude a solucionarlos. Entonces, ¿por qué nos piden que oremos a Dios cuando tengamos necesidad de Su ayuda?
He leído sobre este difícil asunto que Dios tiene muy claro lo que es mejor para nosotros dentro de Su perspectiva eterna y que, por tanto, la oración no se debe usar ni para pensar que Su amor depende de nuestras peticiones ni para intentar cambiar Su voluntad con ellas. Entonces, repito: ¿por qué debemos orar, e incluso ayunar, en casos como este?
En la revelación que incluye la llamada “Ley de la Iglesia”, de febrero de 1831, el Señor nos dice: “Para los que mueran en mí, la muerte les será dulce” (D. y C. 42:46). Y repite en una revelación de agosto de 1831: “Sí, bienaventurados los que mueran en el Señor. Porque cuando él venga […] se levantarán de los muertos”, hablando de la primera resurrección (cfr. D. y C. 63:49).
Me han hecho meditar mucho las palabras de Jacob en el Libro de Mormón, cuando dijo que “la muerte ha pasado sobre todos los hombres, para cumplir el misericordioso designio del gran Creador” (2 Nefi 9:6). Esto se aplica perfectamente a quienes “mueran en el Señor”.
A pesar de todo, se nos pide que oremos, independientemente de lo que nuestro Padre decida hacer en cada caso. Decía que yo también soy padre, y si tuviera que enfrentar la enfermedad y la muerte de uno de mis hijos, las peticiones de sus hermanos, aunque no lograran salvarle, me llenarían de gozo, al ver que mis hijos se aman los unos a los otros y acuden a mí porque confían en su padre. De esa manera, las oraciones estarían fortaleciendo los lazos familiares, que deben continuar después de la muerte.
La oración es un medio para la comunicación entre nosotros y Dios, y su propósito principal es mantener la conexión con los cielos, que nos ayude a recordar que somos hijos de Dios, y que nuestra vida en la tierra tiene un propósito que va más allá de lo terrenal y humano. Y que, para el cumplimiento de nuestra misión en esta tierra, necesitamos la ayuda divina.
Hay muchas razones por las que deberíamos orar. Vemos al Señor en Getsemaní orando una y otra vez para recibir fortaleza, y en ese momento tan difícil para Él, dijo a Sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41). Hay en la oración un medio para fortalecernos que quizá no conozcamos del todo. Cuando yo oro por alguien que está enfermo, no lo hago porque Dios necesite que le recuerde esa necesidad, sino porque soy yo el que necesita recordar el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, porque ambos están incluidos en esa oración: muestro mi amor por Dios, al acudir confiadamente a Él, y mi amor por el prójimo al pedir por los enfermos. Y en el proceso me fortalezco yo, que soy al final el más beneficiado.
Nos duele mucho la muerte de Sonia, pero debemos aceptar la voluntad de un Padre amoroso que ha decidido llevársela al mundo de los espíritus, donde seguirá al otro lado del velo sirviendo a sus hermanos. Nuestro cariño para ella. Hasta siempre, Sonia.