Historias de Fe
“Yo daré la clase”
Faltaban pocos minutos para las siete de la noche, para que mi amada esposa Nancy pudiera comenzar su clase de Seminario. Justo en ese momento recibió la penosa noticia de que su querida hermana estaba internada, pues estaba muy delicada de salud y con una saturación muy baja. Parecía que dar una clase de Seminario con semejante noticia sería muy difícil, así que le sugerí que avisara a los alumnos que la clase se tendría que postergar, pues lo consideré razonable e incluso justo, pero para mi amada nada era más importante en ese momento que sus jóvenes alumnos de Seminario y el compromiso que tenía para con Dios de ser maestra. Me dijo que igual lo daría y así fue. Permanecí cerca de ella, por si se ponía mal, pero me sorprendió su enorme sonrisa mientras hablaba del hermoso Evangelio a sus alumnitos. Cuando la clase terminó y despidió a todos sus alumnos, se puso a llorar por la salud de su hermana, quien tristemente, horas más tarde, llegaría a fallecer.
Al llegar el nuevo día se hicieron los preparativos para el entierro, esta vez con más prudencia le pregunté a mi amada respecto a su clase de Seminario. Su respuesta llena de fe y seguridad me impactó sobremanera: “Yo daré la clase”, me dijo. Alistó su material y a las siete en punto estaba lista nuevamente con una gran sonrisa recibiendo a sus alumnos para una clase más.
A pesar de la pena y el dolor de perder a su hermana, que era como una hija para ella, me demostró que, al poner su esperanza en Cristo, Él realmente llevaba sus cargas pesadas del dolor y la pena. Al verla allí sentada, enseñando, mi corazón se llenó de gratitud a Dios por la fortaleza de mi amada Nancy.
No hay duda de que el hermoso evangelio de Jesucristo puede darnos esa esperanza y fortaleza para seguir batallando en estos tiempos difíciles.
Debemos incrementar nuestra capacidad de responder al llamado que Dios nos hace; al hacerlo, sé que las cargas que llevamos se aligerarán. El servir es la mejor terapia para sobrellevar los pesares. Dios desea purificarnos y refinarnos para ser merecedores de estar en Su gloriosa presencia y ayudar a Sus hijos a que también logren su potencial divino.
“En pos de Jehová vuestro Dios andaréis, y a Él temeréis, y guardaréis sus mandamientos, y escucharéis su voz, y a Él serviréis y a Él os aferraréis” (Deuteronomio 13:4).