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El viaje al templo de nuestra familia
Nuestro viaje al templo comenzó sacrificando muchas cosas. Sabíamos que la Iglesia iba a pagar muchos de nuestros gastos, pero aún necesitábamos conseguir dinero para pagar nuestras visas y también para comida, hospedaje y gárments.
A fin de recaudar todos estos fondos, tuvimos que vender nuestros anillos de matrimonio y algunas otras piezas de oro que teníamos. No fue mucho dinero, tal vez alrededor de quinientos dólares del Caribe Oriental (EC$500). Esa cantidad de dinero todavía no era suficiente. Una pareja de misioneros nos regaló cuatrocientos dólares norteamericanos (US$400), que cubrieron el costo de nuestro alojamiento en los terrenos del templo y nuestras visas. Los EC$500 del Caribe Oriental, tuvieron que ser cambiados a dólares americanos, y luego a pesos para comprar comida cuando llegáramos a Santo Domingo.
Entonces, con ese dinero, nos dirigíamos al templo. Pasamos la noche en Trinidad y nos despertamos a las 4:00 am para tomar nuestro próximo vuelo a Panamá. Mientras estábamos en el avión, conocimos a una misionera llamada Hermana Poulson. Ella iba a Santo Domingo, así que hablamos por un rato. En Panamá tuvimos un retraso de unas cuatro horas antes de nuestro vuelo a República Dominicana. Mientras estuvimos allí, pasamos mucha hambre porque no teníamos dinero para comprar nada para comer. Entonces, caminamos tratando de pasar el tiempo y nos encontramos de nuevo con la hermana Poulson. Hablamos por un rato más, ya que íbamos en el mismo vuelo. Ella estaba de camino a comprar algo de comer y preguntó si ya habíamos comido, así que le explicamos sobre nuestro viaje y también nuestras finanzas, y sin que nos diéramos cuenta, compró comida para los cuatro. Estábamos muy agradecidos. Cuando llegó el momento, abordamos el avión y salimos para Santo Domingo. Cuando llegamos y finalmente salimos del aeropuerto, la hermana Poulson ya no estaba.
Afuera del aeropuerto, un hombre estaba esperando con nuestros nombres y un taxi para llevarnos al templo donde nos íbamos a quedar. Antes de llegar allí, paramos en un supermercado para comprar algunos comestibles. Al día siguiente, mi esposo recibió su propia investidura e hicimos algunas sesiones más, pasamos el día en el templo. Entonces llegó el gran día de nuestro sellamiento familiar. Todos allí habían oído hablar de nosotros y sabían para qué estábamos allí. Ese día teníamos el templo para nosotros solos. Nos alistamos, y cuando llegamos, algunos matrimonios de misioneros estaban allí para ayudarnos. Cuando llegamos a la sala de sellamiento, todo estaba preparado, nosotros fuimos sellados primero, y luego nuestras dos hijas fueron selladas a nosotros. ¡Fue lo más maravilloso, la forma en que nos sentimos es inexplicable! No había un ojo seco en la habitación. Todos los misioneros que estaban allí, e inclusive la hermana que nos había dado de comer en el aeropuerto estaba allí, y todos lloraban. El Espíritu era muy fuerte y todos en la sala lo sintieron.
Nuestro Padre Celestial estaba esperando ese día y tenía muchos planes para nosotros. Tuvimos el día espiritual más inolvidable. Los siguientes días estuvieron llenos de trabajo en el templo. Pudimos hacer trabajo por los muertos, por los nuestros y por otros que habían estado a la espera por mucho tiempo.
Un día muy memorable; estábamos en el templo haciendo una obra por los muertos, y yo estaba exhausta, porque habíamos estado allí todo el día. Cuando me levanté para irme, uno de los obreros del templo me pidió que hiciera solo un servicio más, así que acepté y finalmente terminé. ¡Cuando salí, sucedió lo más sorprendente! Cuando me acerqué a mi esposo, que ya estaba afuera esperándome, ¡los fuegos artificiales comenzaron a sonar! Ambos nos quedamos allí y observamos con todos los demás que decían que nunca les había pasado eso. Lo tomé como una señal de que nuestro Padre Celestial y los que esperaban estaban muy felices y complacidos con la obra que acabábamos de hacer.
Estábamos muy agradecidos por todas las personas que Dios envió para alimentarnos, ayudarnos y, en general, cuidarnos. Gracias a todos; pero, sobre todo, gracias a Dios.