“El convenio sempiterno”, Liahona, octubre de 2022.
El convenio sempiterno
Todos los que han hecho convenio con Dios tienen acceso a un tipo especial de amor y misericordia.
En este mundo marcado por guerras y rumores de guerras, la necesidad de la verdad, la luz y el amor puro de Jesucristo es mayor que nunca. El evangelio de Cristo es glorioso, y tenemos la bendición de estudiarlo y vivir de acuerdo con sus preceptos. Nos regocijamos en nuestras oportunidades de compartirlo, de testificar de sus verdades dondequiera que estemos.
He hablado con frecuencia acerca de la importancia del convenio abrahámico y del recogimiento de Israel. Cuando aceptamos el Evangelio y somos bautizados, tomamos sobre nosotros el sagrado nombre de Jesucristo. El bautismo es la puerta que conduce a que lleguemos a ser coherederos de todas las promesas que el Señor extendió en la antigüedad a Abraham, Isaac, Jacob y su posteridad1.
El “nuevo y sempiterno convenio”2 (Doctrina y Convenios 132:6) y el convenio abrahámico son, en esencia, el mismo: son dos maneras de expresar el convenio que Dios hizo con hombres y mujeres mortales en diferentes épocas.
¡El adjetivo sempiterno denota que ese convenio existía aun antes de la fundación del mundo! El plan que se expuso en el Gran Concilio de los cielos incluía el serio entendimiento de que todos seríamos separados de la presencia de Dios. Sin embargo, Dios prometió que proporcionaría un Salvador que vencería las consecuencias de la Caída. Dios dijo a Adán después de su bautismo:
“[E]res según el orden de aquel que fue sin principio de días ni fin de años, de eternidad en eternidad.
“He aquí, eres uno en mí, un hijo de Dios; y así todos pueden llegar a ser mis hijos” (Moisés 6:67–68).
Adán y Eva aceptaron la ordenanza del bautismo y comenzaron el proceso de ser uno con Dios. Habían entrado en la senda de los convenios.
Cuando ustedes y yo también entramos en esa senda, tenemos una nueva forma de vida. De ese modo, creamos una relación con Dios que le permite bendecirnos y cambiarnos. La senda de los convenios nos lleva de regreso a Él. Si permitimos que Dios prevalezca en nuestra vida, ese convenio nos acercará más y más a Él. Todos los convenios tienen por objeto ligarnos en unión; crean una relación con lazos sempiternos.
Un amor y una misericordia especiales
Cuando hacemos un convenio con Dios, abandonamos el terreno neutral para siempre. Dios no abandonará Su relación con aquellos que han forjado tal vínculo con Él. De hecho, todos los que han hecho convenio con Dios tienen acceso a un tipo especial de amor y misericordia. En el idioma hebreo, ese amor del convenio se llama hesed (חֶסֶד)3.
Hesed no tiene un equivalente adecuado en español. Los traductores de la versión Reina-Valera de la Biblia deben haber tenido dificultades para traducir hesed al español. A menudo eligieron el término “misericordia”, el cual refleja en gran parte, pero no en su totalidad, el significado de hesed. También se tradujo con otras palabras, tales como “compasión” y “benignidad”. Hesed es un término singular que describe una relación por convenio en la que ambas partes están obligadas a ser leales y fieles la una a la otra.
El matrimonio celestial es un ejemplo de tal relación por convenio. El esposo y la esposa hacen el convenio con Dios y el uno con el otro de ser leales y fieles mutuamente.
Hesed es un tipo especial de amor y misericordia que Dios siente y brinda a aquellos que han hecho convenio con Él. Y nosotros le correspondemos con hesed por Él.
Debido a que Dios tiene hesed por quienes han hecho convenio con Él, los amará; seguirá obrando con ellos y ofreciéndoles oportunidades de cambiar; los perdonará cuando se arrepientan; y si se descarrían, los ayudará a encontrar el camino de regreso a Él.
Una vez que ustedes y yo hemos hecho un convenio con Dios, nuestra relación con Él se vuelve mucho más estrecha que antes del convenio. Ahora estamos ligados en unión. Debido a nuestro convenio con Dios, Él jamás cejará en Sus esfuerzos por ayudarnos, y nunca agotaremos Su misericordiosa paciencia para con nosotros. Cada uno de nosotros tiene un lugar especial en el corazón de Dios. Él tiene grandes esperanzas en cuanto a nosotros.
Ustedes conocen la declaración histórica que el Señor hizo al profeta José Smith; se recibió por revelación. El Señor dijo a José: “Esta promesa es para ti también, pues eres de Abraham, y a él se le hizo la promesa” (Doctrina y Convenios 132:31).
Por consiguiente, este convenio sempiterno fue restaurado como parte de la gran restauración del Evangelio en su plenitud. ¡Piensen en ello! El convenio del matrimonio efectuado en el templo está directamente relacionado con ese convenio abrahámico. En el templo, los matrimonios aprenden en cuanto a todas las bendiciones reservadas para la posteridad fiel de Abraham, Isaac y Jacob.
Al igual que Adán lo hizo, ustedes y yo entramos de modo individual en la senda de los convenios al bautizarnos. Luego entramos más completamente en ella en el templo. Las bendiciones del convenio de Abraham se confieren en los santos templos. Esas bendiciones nos permiten, al resucitar, “heredar tronos, reinos, potestades, principados y dominios para nuestra ‘exaltación y gloria en todas las cosas’ [Doctrina y Convenios 132:19]”4.
En el texto final del Antiguo Testamento, leemos acerca de la promesa de Malaquías de que Elías el Profeta “hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres” (Malaquías 4:6). En el antiguo Israel, tal referencia a los padres habría incluido a los padres Abraham, Isaac y Jacob. Esa promesa se aclara cuando leemos la versión diferente de ese versículo que Moroni citó al profeta José Smith: “Y él [Elías el Profeta] plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres” (José Smith—Historia 1:39). Dichos padres ciertamente incluyen a Abraham, Isaac y Jacob (véase Doctrina y Convenios 27:9–10).
Jesucristo: El centro del convenio
El sacrificio expiatorio del Salvador permitió que el Padre cumpliera las promesas que hizo a Sus hijos. Debido a que Jesucristo es “el camino, y la verdad y la vida”, se deduce que “nadie viene al Padre sino por [Él]” (Juan 14:6). El cumplimiento del convenio abrahámico se hace posible gracias a la expiación de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo. Jesucristo es la figura central del convenio abrahámico.
El Antiguo Testamento no solo es un libro de Escrituras, sino también un libro de historia. Recuerdan haber leído acerca del matrimonio de Sarai y Abram. Debido a que no tenían hijos, Sarai dio a su sierva, Agar, para que también fuera esposa de Abram, de acuerdo con las indicaciones del Señor. Agar dio a luz a Ismael5. Abram amaba a Ismael, pero aquel no sería el hijo por medio del cual se pasaría el convenio (véanse Génesis 11:29–30; 16:1, 3, 11; Doctrina y Convenios 132:34).
Como bendición de Dios, y en respuesta a la fe de Sarai6, ella concibió a una edad avanzada para que el convenio pasara por medio de su hijo, Isaac (véase Génesis 17:19). Él nació en el convenio.
Dios dio nuevos nombres a Sarai y Abram: Sara y Abraham (véase Génesis 17:5, 15). El otorgamiento de esos nuevos nombres marcó el comienzo de una nueva vida y un nuevo destino para esa familia.
Abraham amaba tanto a Ismael como a Isaac. Dios dijo a Abraham que Ismael se multiplicaría y llegaría a ser una gran nación (véase Génesis 17:20). A la vez, Dios dejó en claro que el convenio sempiterno se establecería por medio de Isaac (véase Génesis 17:19).
Todos los que aceptan el Evangelio llegan a ser parte del linaje de Abraham. En Gálatas, leemos:
“Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.
“… todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
“Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos conforme a la promesa” (Gálatas 3:27–29).
Por lo tanto, podemos llegar a ser herederos del convenio ya sea por nacimiento o por adopción.
Jacob, hijo de Isaac y Rebeca, nació en el convenio. Además, decidió concertarlo por voluntad propia. Como saben, el nombre de Jacob se cambió a Israel (véase Génesis 32:28), que significa “que Dios prevalezca” o “él persevera con Dios”7.
En Éxodo, leemos que Dios “se acordó de su convenio con Abraham, con Isaac y con Jacob” (Éxodo 2:24). Él dijo a los hijos de Israel: “… si dais oído a mi voz y guardáis mi convenio, vosotros seréis mi especial tesoro” (Éxodo 19:5).
La frase “especial tesoro” se tradujo del término hebreo segullah, que significa una posesión muy valiosa, un “tesoro”8.
El libro de Deuteronomio relata la importancia del convenio. Los Apóstoles del Nuevo Testamento conocían dicho convenio. Después de que Pedro hubo sanado a un hombre cojo en los escalones del templo, enseñó a los espectadores acerca de Jesús. Pedro dijo: “El Dios de Abraham, y de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Hijo Jesús” (Hechos 3:13).
Pedro finalizó su mensaje diciendo a los presentes: “Vosotros sois los hijos de los profetas y del convenio que Dios concertó con nuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu descendencia serán benditas todas las familias de la tierra” (Hechos 3:25). Les dejó en claro que parte de la misión de Cristo era cumplir el convenio de Dios.
El Señor predicó un sermón similar a los del pueblo de la antigua América; allí, el Cristo resucitado les dijo quiénes eran en realidad. Él declaró:
“… vosotros sois los hijos de los profetas; y sois de la casa de Israel; y sois del convenio que el Padre concertó con vuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu posteridad serán benditas todas las familias de la tierra.
“Porque el Padre me ha levantado para venir a vosotros primero, y me envió a bendeciros, apartando a cada uno de vosotros de vuestras iniquidades; y esto, porque sois los hijos del convenio” (3 Nefi 20:25–26).
¿Ven la importancia de esto? ¡Aquellos que guarden sus convenios con Dios se convertirán en un linaje de almas resistentes al pecado! Quienes guarden sus convenios tendrán la fortaleza para resistir la influencia constante del mundo.
La obra misional: Compartir el convenio
El Señor ha mandado que difundamos el Evangelio y compartamos el convenio. Es por eso que tenemos misioneros. Desea que cada uno de Sus hijos tenga la oportunidad de escoger el evangelio del Salvador y embarcarse en la senda de los convenios. Dios desea conectar a todas las personas con el convenio que hizo en la antigüedad con Abraham.
Por lo tanto, la obra misional es una parte esencial del gran recogimiento de Israel. Ese recogimiento es la obra más importante que se está llevando a cabo hoy en la tierra. Nada se le compara en magnitud; nada se le compara en importancia. Los misioneros del Señor —Sus discípulos— están embarcados en el desafío más grande, en la causa más grandiosa, en la mayor obra sobre la tierra hoy en día.
Sin embargo, aun hay más, mucho más. Hay una gran necesidad de propagar el Evangelio a las personas del otro lado del velo. Dios desea que todos, en ambos lados del velo, disfruten de las bendiciones de Su convenio. La senda de los convenios está abierta para todos. Rogamos a todos que recorran esa senda con nosotros. Ninguna otra obra es tan universalmente inclusiva. Porque “el Señor es misericordioso para con todos aquellos que, con la sinceridad de su corazón, quieran invocar su santo nombre” (Helamán 3:27).
Debido a que el Sacerdocio de Melquisedec ha sido restaurado, las mujeres y los hombres que guardan los convenios tienen acceso a “todas las bendiciones espirituales” del Evangelio (Doctrina y Convenios 107:18; cursiva agregada).
En la dedicación del Templo de Kirtland en 1836, bajo la dirección del Señor, apareció Elías el Profeta. ¿Cuál era su propósito? “… hacer volver […] los hijos a los padres” (Doctrina y Convenios 110:15). También apareció Elías. ¿Cuál era su propósito? Entregar a José Smith y a Oliver Cowdery “la dispensación del evangelio de Abraham, diciendo que en nosotros y en nuestra descendencia serían bendecidas todas las generaciones después de nosotros” (Doctrina y Convenios 110:12). De este modo, el Maestro confirió a José Smith y a Oliver Cowdery la autoridad del sacerdocio y el derecho de transmitir las singulares bendiciones del convenio abrahámico a los demás9.
En la Iglesia, recorremos la senda de los convenios tanto individual como colectivamente. Así como los matrimonios y las familias comparten un vínculo lateral único que crea un amor especial, ¡también lo hace la nueva relación que se forma cuando nos ligamos en unión por convenio verticalmente con nuestro Dios!
Aquello podría ser lo que Nefi quiso decir cuando dijo que Dios “ama a los que lo aceptan como su Dios” (1 Nefi 17:40). Esa es exactamente la razón por la que, como parte del convenio, una misericordia y un amor especiales —es decir, hesed— están al alcance de todos lo que entablen esa relación vinculante e íntima con Dios, incluso “hasta mil generaciones” (Deuteronomio 7:9).
El hacer un convenio con Dios cambia nuestra relación con Él para siempre. Nos bendice con una medida adicional de amor y misericordia10. Influye en quiénes somos y en cómo Dios nos ayudará a llegar a ser lo que podemos llegar a ser. Se nos promete que nosotros también podemos ser un “tesoro singular” para Él (Salmo 135:4).
Promesas y privilegios
A quienes hacen convenios sagrados y los guardan se les promete la vida eterna y la exaltación, “el mayor de todos los dones de Dios” (Doctrina y Convenios 14:7). Jesucristo es el garante de esos convenios (véanse Hebreos 7:22; 8:6). Los que guardan convenios, aman a Dios y le permiten prevalecer por sobre todas las demás cosas en su vida lo convierten en la influencia más poderosa de su vida.
En nuestros días, tenemos el privilegio de recibir bendiciones patriarcales y conocer nuestro vínculo con los patriarcas de la antigüedad. Esas bendiciones también brindan un atisbo de lo que está por venir.
Nuestro llamamiento como Israel del convenio es asegurarnos de que cada miembro de la Iglesia se dé cuenta del gozo y de los privilegios relacionados con hacer convenios con Dios. Es un llamado a alentar a todo hombre y mujer, niño y niña que guarda los convenios a compartir el Evangelio con aquellos que se encuentran dentro de su esfera de influencia. También es un llamado a apoyar y alentar a nuestros misioneros, quienes son enviados con instrucciones de bautizar y ayudar a recoger a Israel, a fin de que juntos seamos el pueblo de Dios y Él sea nuestro Dios (véase Doctrina y Convenios 42:9).
Todo hombre y toda mujer que participa en las ordenanzas del sacerdocio, y que hace y guarda convenios con Dios tiene acceso directo al poder de Dios. Tomamos el nombre del Señor sobre nosotros como personas individuales; también tomamos Su nombre sobre nosotros como pueblo. El ser vehementes en cuanto al uso del nombre correcto de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es una manera vital en la que, como pueblo, tomamos Su nombre sobre nosotros. Ciertamente, todo acto benevolente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y de sus miembros es una expresión de hesed de Dios.
¿Por qué fue esparcido Israel? Porque el pueblo quebrantó los mandamientos y apedreó a los profetas. El amoroso pero afligido Padre respondió esparciendo a Israel a lo largo y ancho del mundo11.
Sin embargo, los dispersó con la promesa de que un día Israel sería recogido nuevamente en Su redil.
A la tribu de Judá se le dio la responsabilidad de preparar al mundo para la primera venida del Señor. De esa tribu, María fue llamada a ser la madre del Hijo de Dios.
A la tribu de José, por medio de los hijos de él y Asenat, Efraín y Manasés (véanse Génesis 41:50–52; 46:20), se le dio la responsabilidad de dirigir el recogimiento de Israel, a fin de preparar al mundo para la segunda venida del Señor.
En esa relación eterna de hesed, resulta natural que Dios quiera recoger a Israel. ¡Él es nuestro Padre Celestial! Desea que cada uno de Sus hijos, en ambos lados del velo, escuche el mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo.
Una senda de amor
La senda de los convenios es una senda de amor: es ese increíble hesed, ese cuidado compasivo de unos por otros, y la mano de ayuda que nos tendemos unos a otros. Sentir ese amor es liberador y edificante. El mayor gozo que experimentarán es cuando se sientan consumidos por el amor a Dios y a todos Sus hijos.
Amar a Dios más que a nadie o más que a cualquier otra cosa es la condición que brinda paz, consuelo, confianza y gozo verdaderos.
La senda de los convenios se trata ante todo de nuestra relación con Dios; nuestra relación de hesed con Él. Cuando concertamos un convenio con Dios, hacemos convenio con Aquel que siempre cumplirá con Su palabra. Él hará todo lo que pueda, sin vulnerar nuestro albedrío, para ayudarnos a cumplir con la nuestra.
El Libro de Mormón comienza y termina haciendo alusión a este convenio sempiterno. Desde su portada hasta los testimonios finales de Mormón y Moroni, el Libro de Mormón hace referencia al convenio (véanse Mormón 5:20; 9:37). “[L]a salida a luz del Libro de Mormón es una señal para el mundo entero de que el Señor ha comenzado a recoger a Israel y a cumplir los convenios que hizo con Abraham, Isaac y Jacob”12.
Mis queridos hermanos y hermanas, hemos sido llamados en esta época crucial de la historia de la tierra para enseñar al mundo acerca de la belleza y el poder del convenio sempiterno. Nuestro Padre Celestial confía implícitamente en que hagamos esa gran obra.
Este mensaje también se pronunció en una reunión para líderes de la conferencia general el 31 de marzo de 2022.