Capítulo 15
Esforcémonos por hacer felices a los demás
Cuando ayudamos y alentamos a los demás, hallamos la verdadera clave de la felicidad en la vida.
De la vida de Heber J. Grant
Si bien el presidente Heber J. Grant rara vez hablaba de sus actos de servicio, otras personas contaron de las buenas obras que le habían visto llevar a cabo. Sus familiares fueron los principales testigos y los principales beneficiarios de sus servicios. Su hija Lucy Grant Cannon contó de la generosidad de su padre para con sus hijos y sus nietos:
“La dedicación y el cariño de mi padre para con su familia son extraordinarios. Constantemente pone de manifiesto su interés personal en ellos y en sus hogares. Les ha prestado ayuda aun a costa de grandes sacrificios. Suele decir: ‘Hay que ayudar a los árboles jóvenes; los robles pueden cuidar de sí mismos’.
“Todos los hijos y los nietos reciben, para su cumpleaños, una carta y un cheque de mi padre, que él les entrega personalmente o les envía por correo. También, todos los años, para Navidad y para Año Nuevo, y a menudo en otras ocasiones, recibimos de él libros y cheques, fotografías o algún pequeño regalo. Su cariño y bendición siempre acompañan los regalos y nos llegan como una plegaria para el bien de todos nosotros”1.
Lucy contó de la solícita atención que le brindó su padre en la ocasión en que ella enfermó gravemente de difteria:
“Aun hoy, al escribir, tras haber transcurrido cuarenta y tres años, se me llenan los ojos de lágrimas de gratitud y reconocimiento al pensar en la ternura que me brindaba mi padre cuando contraía yo alguna enfermedad. Como muchas personas le han oído contar, tuve una enfermedad grave cuando tenía doce años de edad. En esa ocasión, nos encontrábamos en Washington, D. C. Si no hubiese sido por las bendiciones de los siervos del Señor y porque ellos invocaron el poder de Dios a favor de mí, yo hubiera muerto. Durante aquellas semanas en las que estuve tan enferma, aun cuando tenía dos enfermeras profesionales que me atendían, papá rara vez salía de la habitación de día o de noche. A medida que me iba mejorando, él me leía durante largos ratos; me llevaba regalos y golosinas exquisitas al paso que yo podía degustarlas y del modo más espléndido hizo por mí todo lo que hubiese hecho la más abnegada de las madres.
“Cuando nos marchamos de Washington, yo todavía me sentía muy débil y no podía caminar. Papá me llevó en brazos hasta el tren y cuidó de mí durante el viaje hasta llegar a casa. Si él hubiese sido enfermero de profesión, la atención que me dispensó no hubiese sido más delicada ni su cuidado más considerado. Llegamos a Salt Lake a tiempo para la dedicación del templo. Varias veces me llevó en brazos por todo el templo. Una vez que llegamos a casa, estuve convaleciente durante semanas, y aun cuando todos los familiares estaban dispuestos a ayudar a cuidar de mí, yo quería que papá estuviese cerca y él estuvo dispuesto a estar a mi lado. Papá atendía con la misma solicitud que me atendió a mí a todas mis hermanas cuando estaban enfermas”2.
El presidente Grant también prestaba servicio a personas que no eran de su familia. Lucy contó:
“Una vez, pocos días antes de Navidad, mientras yo preparaba unos pequeños regalos para una familia necesitada, llegó papá y le mostré las cosas, contándole acerca de esa familia lo que me había dicho la madre. Le mencioné que tenía que preparar mi ropa del templo para prestársela a la hermana a fin de que la usara a la mañana siguiente. Al otro día, cuando ella fue a devolverme la ropa, me dijo que, al llegar a la puerta del templo, mi padre estaba allí esperándola. Él no la había visto nunca, pero al reconocerla por la descripción que yo le había hecho de ella, la detuvo y le entregó un sobre, deseándole una feliz Navidad en compañía de su familia. El sobre contenía veinte dólares”3.
Aún después de haber tenido una serie de debilitantes ataques de apoplejía, el presidente Grant siguió hallando maneras de prestar servicio. Una vez limitada su actividad física, su recreación principal era salir en automóvil. De ese modo, salía casi todos los días y siempre invitaba a familiares y a amigos a que le acompañasen. Durante esos paseos, acostumbraba visitar hospitales y la residencia de las personas para expresar su amor a los demás4.
En un homenaje que rindió al presidente Grant, el élder John A. Widtsoe, del Quórum de los Doce Apóstoles, escribió: “Su mayor amor siempre ha sido la humanidad. Los hijos de nuestro Padre Celestial han sido la preocupación de su vida… Ese amor se ha manifestado no tan sólo en un interés general por todo el género humano, sino en interés por las personas en forma individual. Los pobres y los necesitados siempre han sido objeto de su generosidad. La rápida reacción de su alma ante los afligidos es un gesto conocido entre sus compañeros. Ha dado de sus medios pecuniarios y también ha prestado la ayuda personal que los fuertes pueden dar a los débiles. El presidente Grant es generoso en extremo y caritativo en grado sumo, y, por consiguiente, es naturalmente fiel a los amigos y amoroso con su familia. Ocupa su elevado cargo con amor en su alma para con todas las personas, exhortando siempre a todos a rechazar los deseos egoístas”5.
Enseñanzas de Heber J. Grant
Nuestro amor por el Señor debe manifestarse en servicio cristiano.
¿Qué clase de hombres y de mujeres debemos ser, como Santos de los Últimos Días, teniendo en cuenta este maravilloso conocimiento que poseemos, concretamente, que Dios vive, que Jesús es el Cristo, que José Smith es un profeta de Dios? Debemos ser las personas más honradas, las más virtuosas, las más caritativas, las mejores personas que haya sobre la faz de la tierra6.
No olvidemos la responsabilidad que tenemos de ser leales al Señor y de servirle, y tengamos presente que no es posible servir al Señor en forma aceptable si no servimos a nuestros semejantes7.
Rogamos de todo corazón a todos los miembros de la Iglesia que amen a sus hermanos y hermanas, lo mismo que a todas las personas sean quienes sean y estén donde estén; que desarraiguen el odio de sus almas, que llenen su corazón de caridad, de paciencia, de longanimidad y de perdón8.
El Evangelio de Cristo es un Evangelio de amor y de paz, de paciencia y longanimidad, de tolerancia y perdón, de bondad y obras buenas, de caridad y de amor fraternal. La codicia, la avaricia, la ambición maligna, las ansias de poder y de ejercer injusto dominio sobre nuestros semejantes no pueden tener lugar en el corazón de los Santos de los Últimos Días ni en el de las personas temerosas de Dios de cualquier parte9.
Nuestros actos de servicio elevan y animan a las demás personas.
Oí la historia de un hermano (se me ha olvidado el nombre de él) que, en los primeros días de la Iglesia, asistió a una reunión en la que el presidente Brigham Young solicitó donaciones para enviar al río Misuri con el fin de ayudar a los santos a congregarse en Sión. Deseaba que todos los que pudiesen hacerlo donaran un buey, una vaca o hiciesen cualquier otra donación. Un buen hermano se puso de pie de un salto y dijo: “Yo daré una vaca”. Otro hermano se puso de pie y dijo: “Yo daré una vaca”. El primero de esos hermanos tenía dos vacas y una familia grande; el segundo tenía media docena de vacas y una familia pequeña. Y ocurrió que, el espíritu [del diablo] vino sobre el primer hombre [y le dijo]: “Fíjate bien, tú no puedes satisfacer todas las necesidades de tu familia; no podrás arreglártelas con una sola vaca. Pero ese otro hombre tiene una familia pequeña y seis vacas; él podría dar dos o tres vacas y aún así satisfaría las necesidades de su familia”. Al emprender el camino de vuelta a su casa, caminó cuatro o cinco calles, sintiéndose cada vez más y más débil. Por último, pensó: “Creo que no daré la vaca”; pero entonces se dio cuenta de la diferencia que había entre el espíritu que le estaba tentando y el espíritu que le había impulsado a prometer al Presidente de la Iglesia que daría una vaca. Allí tenía al espíritu que le indicaba que no cumpliera con la promesa que había hecho, que no fuera honrado, que no cumpliera con su palabra. Se detuvo abruptamente, se dio media vuelta y dijo: “Señor Diablo, cállese, o tan cierto como estoy vivo, iré a la oficina del hermano Brigham y le daré la otra vaca”. Y la tentación se alejó.
Ahora bien, todo Santo de los Últimos Días debe ser una persona que ayude a los demás y no una persona que dependa de los demás para que le presten ayuda10.
Recuerdo una ocasión en la que me encontraba en el “State Bank” y vi pasar por la calle a un hermano anciano que se llamaba John Furster. Había sido uno de los primeros hombres que se bautizaron en Escandinavia. Al pasar él por delante de la ventana del banco, el Espíritu me susurró: “Dale veinte dólares”. Me dirigí al cajero y saqué de mi cuenta veinte dólares en efectivo, salí a la calle y alcancé al Sr. Furster delante de la tienda “Z. C. M. I.”. Le saludé con un apretón de manos y le dejé los veinte dólares en la mano. Unos años después me enteré de que aquella mañana el hermano Furster había estado pidiendo en oración los medios que le permitiesen ir a Logan a efectuar la obra del templo allí. En aquella época, el Templo de Salt Lake todavía no se había terminado. Los veinte dólares eran exactamente la cantidad que necesitaba y, años después, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas, me dio las gracias por haberle dado ese dinero.
Un día, mientras me encontraba en mi despacho, sentí la fuerte sensación de ir a ver a la hermana Emily Woodmansee y prestarle la cantidad de cincuenta dólares. Así lo hice y descubrí que ella se encontraba en extrema necesidad de lo más indispensable… No hay nada que desee más que tener la mente siempre receptiva a las sensaciones de esa clase11.
Toda palabra amable que digan les intensificará la aptitud para decir otra. Todo acto de servicio que presten, por el conocimiento que poseen, encaminado a ayudar a alguno de sus semejantes, les intensificará la capacidad para ayudar aún a otra persona. Los deseos de la persona de efectuar buenas acciones aumentan con cada buena acción que lleva a cabo. A veces he pensado que muchos hombres, basando mi opinión en su completa falta de bondad y de disposición para prestar ayuda a los demás, se imaginan que si dijesen o hiciesen algo amable o bondadoso, ello destruiría su capacidad para realizar un acto de bondad o decir una palabra amable en el futuro. Si tienen un granero lleno de grano y sacan de éste un saco o dos para dar, disminuirá el grano en esa cantidad; sin embargo, si efectúan una acción bondadosa o si dan palabras de aliento a alguna persona que se encuentre afligida, que esté pasando apuros en la batalla de la vida, mayor será su capacidad para hacer lo mismo en el futuro. No vayan por la vida con los labios sellados sin decir palabras amables y alentadoras, ni con el corazón sellado sin prestar servicio a los demás. Sigan en la vida el lema de procurar siempre ayudar a otra persona a llevar su carga12.
El servicio al prójimo es la verdadera clave de la felicidad en la vida.
Nunca sabemos qué consecuencias acarreará el servicio fiel que prestemos, ni sabemos cuándo volverá a nosotros o a las personas con las que nos relacionamos. Puede ser que la retribución no se reciba en el momento de prestar el servicio, sino que se reciba multiplicada posteriormente. Creo que nunca perderemos cosa alguna en la vida si damos servicio, si hacemos sacrificios y hacemos lo correcto13.
La verdadera clave de la felicidad en la vida es esforzarnos por hacer felices a los demás. Compadezco al hombre egoísta que nunca ha experimentado el regocijo que sienten los que reciben el agradecimiento y las expresiones de gratitud de las personas a las que han dado una mano de ayuda en la lucha de la vida14.
El verdadero secreto de la felicidad en la vida y la forma de prepararnos para la vida venidera es prestar servicio al prójimo15.
Creo firmemente que el camino que conduce a la paz y a la felicidad en la vida es prestar servicio. Creo que el servicio es la verdadera clave de la felicidad, por motivo de que cuando llevamos a cabo labores como la obra misional, durante el resto de nuestra vida miramos hacia esa época y recordamos lo que realizamos en el campo misional. Cuando efectuamos actos bondadosos, sentimos satisfacción y placer en el alma, en tanto que los entretenimientos y las diversiones pasan y desaparecen16.
Es una ley dada por Dios que, en proporción con el servicio que prestemos, en proporción con lo que hagamos en esta Iglesia y fuera de ella —con lo que estemos dispuestos a sacrificar por la Iglesia y por las personas a las que debemos nuestra lealtad fuera de la Iglesia— creceremos en la gracia de Dios y en el amor de Dios, y progresaremos al realizar los objetivos por los que se nos ha puesto aquí, sobre la tierra17.
Ruego que el Señor esté con todos ustedes, nuestros hermanos y nuestras hermanas, dondequiera que vivan. Ruego que la paz del Señor esté en sus corazones y que Su Espíritu los inspire para alcanzar nuevos logros en el servicio fraternal y amable18.
Sugerencias para el estudio y el análisis
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¿Por qué encontramos “la verdadera clave de la felicidad” cuando “nos esforzamos por hacer felices a los demás”?
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¿Por qué a veces dudamos en tomar parte activa en la tarea de prestar servicio a los demás? ¿Qué podemos hacer para sentir más alegría al prestar servicio?
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¿Qué podemos hacer para ayudar a los niños y a los jóvenes a sentir deseos de prestar servicio al prójimo?
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¿Cómo podemos mejorar nuestra capacidad para darnos cuenta de las necesidades de los demás?
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¿Qué significa “ser una persona que ayude a los demás y no una persona que dependa de los demás para que le presten ayuda”?
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¿En qué aspectos el servicio nos ayuda a “prepararnos para la vida venidera”?
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¿Qué cosas específicas y sencillas podemos hacer para seguir el ejemplo de servicio al prójimo del presidente Grant? ¿Cómo podemos prestar servicio a los demás sean cuales sean nuestras circunstancias?