Capítulo 3
El andar por el camino que conduce a la vida eterna
Si nos esforzamos de todo corazón por vivir el Evangelio y por centrar nuestras vidas en las cosas de Dios, permaneceremos sin lugar a dudas en el camino que conduce a la vida eterna.
De la vida de Heber J. Grant
En sus discursos de las conferencias generales, el presidente Heber J. Grant reiteradamente instó a los santos a permanecer en el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna. Les advertía del peligro que yace en no dar preferencia a lo más importante y en ser tentados por otras cosas que no sean las de mayor valor. “Podemos impedirnos recibir las bendiciones del Señor si nos apegamos demasiado a las cosas de este mundo”, decía. “Podemos sacrificar riquezas eternas por cosas de menor importancia, como cambiar dólares o algo de gran valor por centavos de cobre o cosas de muy escaso valor, por decirlo así”1.
Para ilustrar la importancia de reconocer y de buscar las cosas de valor eterno, el presidente Grant solía contar de una fiel hermana Santo de los Últimos Días que consideraba que el maletín que llevaba el presidente Grant era “de aspecto horroroso” y anhelaba que alguien le regalara “un maletín decente y aceptable”. Lo que la hermana no comprendía era que el maletín del presidente Grant valía muchísimo dinero y se lo habían regalado sus colaboradores de negocios como símbolo de estimación. “Ella desconocía el valor del maletín”, explicaba el presidente Grant. En contraste, el tipo de maletín que ella prefería era de una calidad considerablemente inferior. El presidente Grant comparaba “la mala valoración de las cosas” de esa buena hermana con la forma en la que el mundo no reconoce las verdades del Evangelio restaurado. “No conocen la verdad”, decía. “No se dan cuenta de lo que vale el Evangelio de Jesucristo”2.
El presidente Grant enseñó: “¿Qué es el Evangelio? Es el plan de vida y salvación, y es más valioso que la vida misma. No es extraño que estemos listos y dispuestos a hacer sacrificios por el Evangelio una vez que llegamos a darnos cuenta de lo que significa vivirlo”3. Ése fue el principio rector de su vida. Aun cuando tenía muchas aptitudes e intereses, no permitió que preocupaciones menores oscureciesen su visión de las cosas más importantes. Por ejemplo, su pericia en los negocios le llevó a distinguirse en numerosas empresas profesionales. Le gustaba mucho participar en deportes de competición, en particular, el tenis y el golf. Le agradaban el teatro y la ópera. Le gustaba leer, apreciaba la naturaleza y disfrutaba de la vida social. Participaba activamente en política. Viajó mucho por sus responsabilidades tanto de la Iglesia como de los negocios, y él y su familia disfrutaban cuando iban a nuevos lugares y vivían nuevas experiencias. Por su dedicación y el servicio que prestó recibió diversos premios. Sin embargo, sus actividades, su prestigio y su éxito no lo alejaron del camino que conduce a la vida eterna.
Su consejo con respecto a andar por el camino estrecho y angosto fue directo y sincero. Sencillamente enseñó a los santos a cumplir con su deber: guardar los mandamientos. Dijo: “A todos los Santos de los Últimos Días digo: Guarden los mandamientos de Dios. Ése es mi mensaje fundamental, sólo esas pocas palabras: ¡Guarden los mandamientos de Dios!”4.
Enseñanzas de Heber J. Grant
Si amamos al Señor, el gran objetivo de nuestra vida es servirle y guardar Sus mandamientos.
En el capítulo 22 de San Mateo, hallamos lo siguiente:
“Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos, se juntaron a una.
“Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por tentarle, diciendo:
“Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
“Este es el primero y grande mandamiento.
“Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
“De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” [Mateo 22:34–40].
Cuanto más tiempo vivo, cuanto más estudio el Evangelio, cuanto más trato con la gente tanto mayor relieve adquieren para mí la verdad de esas palabras de nuestro Salvador que acabo de leerles. Si de verdad amásemos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente y con toda nuestra alma, no haría falta exhortar a las personas de cuando en cuando con respecto a la necesidad de guardar los mandamientos del Señor. Sería un placer para ellas servir a Dios y guardar Sus mandamientos. Se nos ha dicho que donde esté el tesoro de una persona, allí estará también su corazón [véase Mateo 6:21]; y si amáramos al Señor con todo nuestro corazón, mente y fuerza, servirle sería el gran objetivo de nuestra vida, y el tesoro que nos esforzaríamos por obtener sería Su amor. Si observásemos el segundo mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo… todas nuestras dificultades se resolverían amigablemente… sería poco más o menos [innecesario] solicitar donaciones a las personas, instarlas a ser dadivosas, a ser generosas y a esforzarse por el beneficio y el bienestar de sus semejantes5.
Cuando guardamos los mandamientos, el Señor nos bendice y nos ayuda en nuestras labores.
Se nos ha dicho que la fe sin obras es muerta; que, como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta [véase Santiago 2:17, 26], y lamento decir que hay muchos que profesan ser Santos de los Últimos Días y que están espiritualmente muertos.
Muchas veces nos formulamos la pregunta: ¿Por qué este hombre progresa en el plan de vida y salvación, en tanto que su vecino, que tiene la misma inteligencia y aptitud, y que, al parecer, tiene el mismo testimonio y poder, y tal vez mayor poder, permanece estancado? Les diré por qué. Aquél guarda los mandamientos de nuestro Padre Celestial y éste no los guarda. El Salvador dice que el que guarda Sus mandamientos, ése es el que le ama, y que el que guarda los mandamientos de Dios será amado por el Padre. Además, el Salvador dice que Él le amará y se manifestará a él [véase Juan 14:21].
El Señor también nos dice que a cualquiera que oye Sus palabras y las hace le comparará a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca, y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Por otro lado, a los que oyesen Sus palabras y nos las hiciesen, el Salvador los compararía a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y cuando descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa, ésta cayó y fue grande su ruina. [Véase Mateo 7:24–27.] Hay muchos Santos de los Últimos Días que están edificando su casa sobre la arena; no cumplen con los mandamientos de nuestro Padre Celestial que recibimos de vez en cuando por conducto de Sus inspirados siervos.
Ahora bien, puesto que tenemos el Evangelio (y sabemos que lo tenemos), digo a todo Santo de los Últimos Días que desee progresar en el Evangelio que, para ello, debe guardar los mandamientos de Dios. Cuando guardamos los mandamientos de Dios y llevamos una vida de santidad, nos llenamos de caridad, de longanimidad y de amor por nuestros semejantes, y progresamos y acrecentamos todas las cosas que nos hacen nobles y nos llevan a la santidad. Además, nos granjeamos el afecto y la confianza de las personas que nos rodean. Si cumplimos todos los días con los deberes sencillos y elementales que tenemos a nuestro cargo, iremos adquiriendo cada vez en mayor medida el Espíritu de Dios6.
Me regocijo muchísimo en el Evangelio de Jesucristo que se ha revelado en esta época y deseo fervientemente ser capaz, junto con el resto de los Santos de los Últimos Días, de poner en orden mi vida, de tal manera que la mente nunca se me oscurezca, que nunca me aparte de la verdad ni quebrante ninguno de los convenios que he hecho con el Señor. Deseo de todo corazón conocer la disposición y la voluntad de mi Padre Celestial, y tener la capacidad y la fortaleza de carácter necesarias para cumplirla en mi vida. Deseo eso mismo para todos los Santos de los Últimos Días. Agradezco profundamente el hecho de que, en proporción con nuestra diligencia, fidelidad y humildad en lo que toca a guardar los mandamientos de Dios, Él nos bendecirá y nos prestará ayuda en nuestras labores; y es el deber de toda persona procurar con fervor aprender las vías del Señor7.
En las bondadosas providencias del Señor, toda persona que vive el Evangelio de Jesucristo tarde o temprano recibe la valiosísima comprobación que se conoce como un testimonio de la parte eterna de su naturaleza y un testimonio con respecto a la divinidad de la labor a la que nos hemos consagrado.
No hay gente que haga los sacrificios que hacemos nosotros, pero para nosotros no es sacrificio, sino un privilegio: el privilegio de la obediencia, el privilegio de trabajar en colaboración con nuestro Padre Celestial y de ganar las bendiciones excepcionales que se han prometido a los que le aman y guardan Sus mandamientos8.
Cuando Dios manda y nosotros obedecemos, no hay obstáculos infranqueables… Nefi [dijo]: “porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado” [1Nefi 3:7]. Comprendamos eso y que el hecho de guardar los mandamientos de Dios nos hará llegar la luz y la inspiración de Su Espíritu. Entonces el deseo de nuestros corazones será conocer la disposición y la voluntad del Señor, y pediremos en oración fortaleza y capacidad para cumplirla, siguiendo de ese modo el ejemplo de nuestro Señor y Maestro Jesucristo9.
Cuando cumplimos con nuestro deber y progresamos en fe y en testimonio, el adversario no puede desviarnos del camino.
El diablo está listo para cegarnos con las cosas de este mundo, y con mucho gusto nos quitaría la vida eterna, el mayor de todos los dones. Pero el diablo no tiene poder para hacerlo, ni nunca se le dará poder para derribar a ningún Santo de los Últimos Días que esté guardando los mandamientos de Dios. No se da ningún poder al adversario de las almas de los hombres para destruirnos si estamos cumpliendo con nuestro deber. Si no somos absolutamente honrados con Dios, entonces debilitamos nuestra capacidad para oponer resistencia al mal, destruimos parte de las fortificaciones con las que somos protegidos y el diablo puede entrar. Pero nadie ha perdido nunca el testimonio del Evangelio ni se ha vuelto a la derecha ni a la izquierda si ha tenido el conocimiento de la verdad, si ha estado cumpliendo sus deberes, si ha estado observando la Palabra de Sabiduría, si ha estado pagando el diezmo y si ha estado cumpliendo los llamamientos y los deberes de su oficio y llamamiento en la Iglesia.
Hay quienes piden constantemente saber lo que el Señor desea de ellos y que viven acosados de dudas con respecto a eso. Estoy plenamente convencido de que todo lo que el Señor desea de ustedes y de mí, así como de todo otro hombre u otra mujer de la Iglesia es que cumplamos totalmente con nuestro deber y que guardemos los mandamientos de Dios.
Muéstrenme un hombre que asista a las reuniones de su quórum, que cumpla con sus deberes en el barrio en el que viva, que pague honradamente su diezmo, y yo les mostraré un hombre lleno del espíritu de Dios que está progresando en el testimonio del Evangelio. Por otro lado, muéstrenme un hombre que haya visto ángeles, que haya tenido manifestaciones maravillosas, que haya visto echar fuera demonios, que haya ido a los extremos de la tierra a predicar el Evangelio, y que, no obstante, no esté guardando los mandamientos de Dios, y yo les mostraré un hombre que critica al ungido del Señor y que desaprueba lo que hace el Presidente con respecto a donde vaya, a las tareas a las que se dedique y a cómo administre los asuntos de la Iglesia…
Verán que los que no cumplen con su deber siempre se están quejando de alguna otra persona que sí cumpla con su deber, al paso que ellos mismos siempre se están justificando. Nunca he hallado a un hombre que haya estado guardando los mandamientos de Dios que haya expresado crítica alguna con respecto a algún aspecto de la administración de los asuntos de la Iglesia. El incumplimiento del deber y el no guardar los mandamientos de Dios oscurece la mente de la persona y el Espíritu del Señor se retira. Lo tenemos registrado en Doctrina y Convenios: “porque aun cuando un hombre reciba muchas revelaciones, y tenga poder para hacer muchas obras poderosas, y sin embargo se jacta de su propia fuerza, y desprecia los consejos de Dios, y sigue los dictados de su propia voluntad y de sus deseos carnales, tendrá que caer…” [D. y C. 3:4]11.
Soy tan práctico en mis creencias y acciones que cuando un Santo de los Últimos Días me dice que sabe que se encuentra en la obra de Dios, que sabe que ésta es la obra del Señor, que sabe que José Smith fue un profeta inspirado, que sabe que los hombres que están a la cabeza de la Iglesia en la actualidad son siervos inspirados de Dios, y ese hombre no presta absolutamente ninguna atención a los llanos y sencillos deberes que se le enseñan día tras día, mes tras mes y año tras año, yo no tengo mucha fe en ese tipo de hombre12.
No hay peligro de que hombre alguno ni de que mujer alguna pierda la fe en esta Iglesia si él o ella es humilde, si ora siempre y si es obediente a su deber. Nunca he sabido que una persona así pierda la fe. Si cumplimos con nuestro deber, nuestra fe aumenta hasta que llega a ser conocimiento perfecto13.
He visto apostatar de la Iglesia a hombres y a mujeres, y casi sin excepción, he visto esa apostasía ir concretándose gradualmente.
Estar en la línea del cumplimiento del deber es como estar delante de una hilera de postes alineados. Si se da un paso hacia el lado, los postes se ven como si estuviesen desalineados. Cuanto más se aleje uno de esa línea recta tanto más torcidos parecerán los postes. El estrecho y angosto camino del deber nos guiará tanto a ustedes como a mí nuevamente a la presencia de Dios14.
Los mandamientos nos preparan para morar con nuestro Padre Celestial.
El Señor, que sabe lo que es mejor para ustedes y para mí, así como para toda persona, nos ha dado leyes. El obedecer esas leyes nos hará más santos, nos hará aptos y dignos, y nos preparará para volver a morar en la presencia de nuestro Padre Celestial y recibir la bella aprobación de: “Bien, buen siervo y fiel…” [Mateo 25:21].
Eso es por lo que nos esforzamos arduamente.
Nos encontramos en una escuela, aprendiendo, haciéndonos aptos y preparándonos para ser dignos y capaces de volver a morar en la presencia de nuestro Padre Celestial. El hombre que afirma que sabe que el Evangelio es verdadero, pero que no lo vive, no guarda los mandamientos de Dios. Ese hombre jamás logrará adquirir la fortaleza, ni el poder, ni la eminencia ni la capacidad en la Iglesia y reino de Dios que lograría adquirir si obedeciese las leyes de Dios15.
El mejor rumbo que hay que seguir es cumplir todos los días con los deberes requeridos. De esa manera la persona va siendo recompensada a medida que camina por el sendero que conduce a la salvación16.
El éxito ante los ojos de nuestro Creador es en muchos casos, en realidad, casi siempre, exactamente lo contrario de lo que el hombre considera que es el éxito. Muy a menudo se suele indicar que un hombre ha tenido éxito porque ha hecho dinero, pero no se presta atención al modo como ha hecho sus riquezas ni a cómo las utiliza. Podría ser que, en su loca carrera por las cosas de este mundo, que no tienen ningún valor perdurable, hubiera destruido por completo los sentimientos más refinados de su naturaleza y que se hubiese quitado él mismo el privilegio de morar con su Hacedor en la vida venidera…
Hagamos todos la voluntad de nuestro Padre Celestial en el día de hoy, y entonces estaremos preparados para los deberes del mañana y también para las eternidades venideras. No olvidemos jamás que nos estamos esforzando por lograr alcanzar la perla de gran precio, o sea, la vida eterna. Únicamente el hombre que se esfuerce por alcanzar la vida eterna será un hombre de éxito17.
Si examinamos el plan de vida y salvación, si examinamos los mandamientos que se nos han dado a los miembros de la Iglesia de Dios, hallaremos que cada uno de esos mandamientos se ha dado con el propósito expreso de beneficiarnos, de enseñarnos, de hacernos dignos y de prepararnos para volver a morar en la presencia de nuestro Padre Celestial. Esos deberes y obligaciones tienen por objeto santificar nuestras almas; tienen por objeto hacer Dioses de nosotros y prepararnos y hacernos dignos de llegar a ser, como se ha prometido que podemos llegar a ser, coherederos con nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y morar con Él en la presencia de Dios el Padre Eterno a lo largo de las innumerables etapas de la eternidad.
El objetivo de que se nos haya puesto sobre esta tierra es que labremos la exaltación, que nos preparemos para volver a morar con nuestro Padre Celestial. Nuestro Padre, que conocía las faltas y los defectos de los hombres, nos ha dado ciertos mandamientos para que los obedezcamos; y, si examinamos esos requisitos y las responsabilidades que Dios ha depositado sobre nuestros hombros, veremos que todos ellos son para nuestro beneficio y progreso personal. La escuela de la vida en la que se nos ha puesto y las lecciones que recibimos de nuestro Padre harán de nosotros exactamente lo que Él desea, de manera que estemos preparados para morar con Él18.
He aquí el mensaje fundamental, Santos de los Últimos Días: Comprendamos que Dios es más poderoso que toda la tierra. Entendamos que, si somos fieles en guardar los mandamientos de Dios, Sus promesas se cumplirán al pie de la letra, puesto que Él ha dicho que no pasará ni una jota ni una tilde de la ley, hasta que todo se haya cumplido [véase Mateo 5:18]. El problema es que el adversario de las almas de los hombres ciega a éstos la mente; les tira polvo a los ojos, por decirlo así, y los ciega con las cosas de este mundo. Los hombres no se hacen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan [véase Mateo 6:19–20], sino que ponen su corazón en las cosas de este mundo y el adversario adquiere poder sobre ellos.
Digo a ustedes, Santos de los Últimos Días, que la perla de gran precio es la vida eterna. Dios nos ha dicho que el mayor de todos los dones que Él otorga al hombre es la vida eterna [véase D. y C. 14:7]. Nos estamos esforzando arduamente por lograr alcanzar ese gran don, el cual será nuestro si guardamos los mandamientos de Dios. No nos servirá de provecho hacer simplemente profesión de fe ni ir a proclamar a los extremos de la tierra que éste es el Evangelio; lo que sí nos servirá de provecho será hacer la voluntad de Dios19.
Lo que es de suma importancia tanto para ustedes como para mí es descubrir si vamos caminando por el camino estrecho y angosto que conduce a la vida eterna; y si no es así, ¿en qué respecto hemos permitido que el adversario nos cegara u ofuscara la mente y nos haya hecho apartarnos del camino que nos conduce de regreso a la presencia de Dios? Cada cual debe escudriñar su propia alma para descubrir en qué ha fallado y, en seguida, buscar con toda diligencia a nuestro Padre Celestial para que, con la ayuda de Su Santo Espíritu, pueda volver al camino estrecho y angosto20.
Se ha dicho… que no estamos haciendo todo lo que podemos. No creo que haya ningún hombre que viva de acuerdo con sus ideales, pero si estamos intentando, si estamos trabajando, si nos esforzamos al máximo de nuestra capacidad por mejorar día tras día, entonces estamos cumpliendo con nuestro deber. Si estamos procurando remediar nuestros propios defectos, si estamos viviendo de tal manera que podamos pedir a Dios luz, conocimiento y, sobre todo, Su Espíritu, a fin de vencer nuestras debilidades, entonces, puedo decirles que nos encontramos en el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna; entonces no tenemos nada que temer21.
No hay sino un camino seguro para los Santos de los Últimos Días, y ése es el camino del deber. No es tan sólo tener un testimonio; no es recibir manifestaciones maravillosas; no es saber que el Evangelio de Jesucristo es verdadero y que es el plan de salvación; no es saber en realidad que el Salvador es el Redentor ni que José Smith fue Su profeta lo que nos salvará a ustedes y a mí, sino el hecho de guardar los mandamientos de Dios y de llevar la vida de un Santo de los Últimos Días22.
Sugerencias para el estudio y el análisis
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¿Por qué la obediencia “no es un sacrificio sino un privilegio”? ¿Por qué el tener nuestro corazón lleno del amor de Dios hace que el guardar los mandamientos sea un placer?
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¿Qué experiencias ha tenido usted que le hayan confirmado la verdad de que Dios está obligado a cumplir Sus promesas cuando hacemos lo que Él manda? (Véase también D. y C. 82:10.)
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¿Por qué el estimar equivocadamente lo que es el éxito nos aleja del camino que conduce a la vida eterna?
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¿Qué cosas de la vida podrían impedirnos concentrarnos en las cosas de Dios? ¿Cómo podemos evitar eso?
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¿Por qué la falta de cumplimiento del deber suele sobrevenirnos gradualmente? ¿Qué podemos hacer para seguir siendo diligentes y fieles en el cumplimiento de nuestros deberes?
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¿Qué deberes diarios descansan sobre los hombros de todos los miembros de la Iglesia? ¿Qué otros deberes son propios de sus circunstancias personales?
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¿Por qué el camino del deber es el único camino seguro para los Santos de los Últimos Días?