Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
La perseverancia


Capítulo 4

La perseverancia

La perseverancia en el esfuerzo por cristalizar deseos rectos nos lleva a desarrollar talentos, a alcanzar nuestras metas espirituales y a prestar servicio a los demás.

De la vida de Heber J. Grant

A lo largo de su vida, Heber J. Grant se esforzó diligentemente por superarse, puesto que creía que “toda persona puede mejorar día tras día, año tras año y lograr tener mayor capacidad para hacer las cosas con el paso de los años”1. Se le conoció por su perseverancia, y se dijo de él que “nunca criticaba las debilidades de otras personas, sino que luchaba por eliminar las suyas propias”2. Contó lo siguiente de una etapa de su juventud en la que puso de manifiesto la cualidad de la perseverancia:

“Cuando me uní a un club de béisbol, los niños de mi propia edad y un poco más grandes jugaban en el primer equipo, los menores, en el segundo, y los más pequeños, en el tercero, que era donde yo jugaba. Las razones por las cuales pertenecía a esa categoría se debían a la dificultad que tenía para lanzar la pelota de una base a la otra, y porque me faltaba la necesaria fortaleza física para correr o batear bien. Cuando recogía la pelota, los niños generalmente me gritaban: ‘Tira eso acá, debilucho’. Mis compañeros de infancia se divertían tanto a costa de mí que juré solemnemente que jugaría al béisbol con los nueve que ganarían el campeonato del territorio de Utah.

“Mi madre mantenía huéspedes para ganarse el sustento, y yo les lustraba las botas hasta que pude ahorrar un dólar con el que me compré una pelota de béisbol. Pasé horas y horas tirando la pelota contra el granero de un vecino (Edwin D. Woolley), lo cual hizo que él se refiriera a mí como al niño más perezoso del Barrio Trece. A menudo el brazo me dolía tanto que no lograba conciliar el sueño de noche; pero seguí practicando y finalmente logré colocarme en el segundo equipo de nuestro club. Más adelante, me uní a un club mejor, y por fin jugué con el equipo que ganó el campeonato del Territorio. Habiendo cumplido la promesa que me había hecho a mí mismo, me retiré del ambiente beisbolístico”10.

Más adelante, el presidente Grant reconoció que había “desperdiciado en cierta forma” las “horas, los días, las semanas y los meses” que había pasado tirando la pelota contra el granero de su vecino. Dijo: “Me conmueve pensar que yo no me haya… dedicado a una ocupación más elevada de la que mi naturaleza era capaz… sin embargo, hubo una meta que alcancé con mi experiencia como beisbolista, concretamente, la de haber cumplido la promesa que me había hecho a mí mismo”3.

El joven Heber J. Grant también perseveró tenazmente hasta que aprendió a jugar a las canicas, mejoró su conocimiento de gramática y llegó a ser un excelente calígrafo.

Habiendo aprendido en la juventud el poder de la perseverancia, continuó aplicando ese principio a medida que avanzaba en edad. Por ejemplo, tomó la resolución de aprender a cantar. De ello recordó: “Desde cuando era un niño de nueve años, intenté cantar. Lo intenté una y otra vez sin ningún éxito evidente. Cuando tenía unos cuarenta y tres años de edad, tuve un secretario particular que tenía una hermosa voz de barítono. Le dije que daría cualquier cosa en el mundo si tan sólo pudiese cantar una melodía bien, ajustándome al tono. Él rió y me dijo: ‘Cualquier persona que tenga voz y perseverancia puede cantar’. De inmediato le nombré mi maestro de canto.

“Mis lecciones de canto comenzaron aquella noche. Al cabo de dos horas de práctica, todavía no me era posible cantar ni una línea de la canción que había estado practicando. Tras haber practicado esa canción más de cinco mil veces, intenté cantarla en público y lo hice de un modo espantoso. La practiqué durante otros seis meses. Ahora aprendo una canción en unas pocas horas”4.

El presidente Grant tomaba de buen grado sus esfuerzos por aprender a cantar y no permitió que sus errores, ni la risa ni la crítica de los demás le hiciesen desistir de su propósito. En un discurso a los jóvenes de la Iglesia, dijo:

“Cuando yo estaba aprendiendo a cantar… un día practiqué una canción doce veces sin interrupción. Como la canción tiene tres estrofas, canté treinta y seis estrofas, y, al hacer un recuento, cometí cinco errores por estrofa, lo que sumó ciento ochenta errores en una práctica. Cuando comencé a aprender a cantar, me tardaba de tres a cuatro meses en aprender dos himnos sencillos. Hace unas pocas semanas, aprendí un himno en tres horas: media hora de práctica por las noches durante seis días y lo aprendí bien”5.

El presidente Heber J. Grant solía citar la máxima que se menciona a continuación, la cual se atribuye a veces a Ralph Waldo Emerson: “Aquello en lo cual perseveramos se vuelve más fácil de realizar, no porque su naturaleza haya cambiado, sino porque nuestra capacidad para realizarlo ha aumentado”6. El presidente Grant ejemplificó esa verdad, sobre todo en el servicio al Señor. A pesar de las privaciones que pasó, como la pobreza y la muerte prematura de su padre, él perseveró en guardar los mandamientos, lo mismo que en cumplir con sus llamamientos de la Iglesia y en hacer todo lo que le era posible por edificar el reino de Dios sobre la tierra.

Enseñanzas de Heber J. Grant

Si tenemos perseverancia, podemos alcanzar cualquier meta digna.

Creo que podemos alcanzar cualquier objetivo que nos propongamos alcanzar, y ningún joven ni ninguna joven deben decir que no harán cosa alguna por motivo de que no pueden hacer algo tan bien como alguna otra persona. Dios ha dado a algunas personas diez talentos; a otras, Él ha dado uno; pero los que cultiven ese solo talento vivirán para ver el día en el que aventajarán muchísimo a los que hayan recibido diez talentos, pero que no los hayan cultivado7.

La integridad, la perseverancia y la determinación son las cualidades que les servirán a ustedes para ganar la batalla de la vida8.

Creo que si no tenemos deseos de lograr algo ni tenemos deseos de esforzarnos por conseguirlo llegamos a ser muy poco en la batalla de la vida. En la actualidad no hay nada que me parezca más triste que ver a un número de los de nuestra gente que está perdiendo el espíritu de la integridad, de la dedicación y del deseo de hacer las cosas. Me parece que eso está muy mal. Toda persona debe tener deseos de progresar y de aumentar su capacidad y conocimiento para hacer las cosas. Desde luego que, con el mero ejercicio de la voluntad, con el simple deseo no logramos nada. Es preciso poner junto con ese deseo el trabajo necesario para lograr lo que deseemos. Sé, sin lugar a dudas, que el joven que se sienta totalmente satisfecho con lo que esté haciendo, aun cuando lo que haga sea muy poco, y no tenga deseos de realizar más se quedará estancado. Y estoy convencido de que toda persona puede mejorar día tras día, año tras año, y lograr tener mayor capacidad para hacer las cosas con el paso de los años. Creo en eso con todo mi corazón9.

Nos volvemos competentes en cualquier vocación u ocupación de la vida, ya sea de carácter religioso o secular, mediante el ejercicio y la práctica10.

No conozco ninguna fórmula fácil para lograr el éxito. Lo que cuenta en la batalla de la vida es perseverar, perseverar, PERSEVERAR; trabajar, trabajar, TRABAJAR11.

Se necesita perseverancia para mantenerse en el camino que conduce a la vida eterna.

Comprendo que hace falta un afán constante de parte de cada uno de nosotros para tener éxito en la vida. No es necesario hacer ningún esfuerzo para bajar rodando una colina, pero sí hace falta hacer esfuerzos para subir hasta la cima. No hace falta hacer ningún esfuerzo para andar por el camino espacioso que conduce a la perdición; pero es necesario hacer esfuerzos para mantenerse en el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna12.

Considero que debemos aprender a no desalentarnos jamás… Creo que cuando tomamos la determinación dentro de nuestra alma de que, con las bendiciones de Dios nuestro Padre Celestial, llevaremos a cabo cierta labor, Dios nos da la capacidad para realizarla; pero que, cuando nos damos por vencidos, cuando nos desalentamos, cuando miramos hacia la cumbre de la montaña y nos decimos que es imposible subir hasta la cima y al mismo tiempo no hacemos ningún esfuerzo por conseguirlo, nunca lo lograremos.

Nefi dijo a su padre que iría y haría lo que el Señor había mandado [véase 1 Nefi 3:7], y cuando sus hermanos no lograron obtener las planchas y se desanimaron, él no se desanimó… sino que dijo a sus hermanos: “Así como el Señor vive, y como nosotros vivimos, no descenderemos hasta nuestro padre en el desierto hasta que hayamos cumplido lo que el Señor nos ha mandado” [1 Nefi 3:15]. Ahora bien, los Santos de los Últimos Días debemos recordar que Nefi salió adelante con éxito; debemos recordar que hizo frente a los obstáculos y consiguió las planchas que contenían las valiosísimas palabras de Dios: el registro de valor incalculable que fue inestimable para sus descendientes, puesto que sin él habría sido difícil para muchos de ellos haber hallado el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna.

Si hay un personaje al que he admirado más que a cualquier otro del Libro de Mormón y cuyo ejemplo he sentido deseos de emular, ha sido Nefi de antaño; nunca se desanimó, nunca se desalentó y siempre estuvo listo, siempre estuvo resuelto a hacer lo mejor que pudo para cumplir los propósitos de Dios13.

Si desean saber cómo ser salvos, yo se lo puedo decir: es mediante el cumplimiento de los mandamientos de Dios. No hay ningún poder sobre la tierra, ni hay ningún poder debajo de la tierra que impida jamás a ustedes, ni a mí ni a ningún Santo de los Últimos Días ser salvos, excepto nosotros mismos. Somos los arquitectos de nuestra propia vida, y no solamente de nuestra vida aquí en la tierra, sino de nuestra vida venidera en la eternidad. Nosotros mismos somos capaces de cumplir con todo deber y con toda obligación que Dios ha requerido a los hombres. Nunca se nos ha dado ningún mandamiento sin que Dios nos diese poder para guardar ese mandamiento. Si no lo cumplimos, nosotros, y únicamente nosotros, somos responsables de no cumplirlo, por motivo de que Dios ha dotado a Sus siervos, desde el Presidente de la Iglesia hasta el más humilde de los miembros de ella, de toda la capacidad, de todo el conocimiento y de todo el poder necesarios para cumplir con fidelidad, con diligencia y en la debida forma con todo deber y con toda obligación que se les ha dado, y nosotros, y nadie más que nosotros mismos, tendremos que dar cuenta de ello si no cumplimos14.

Si la fe y el conocimiento no se llevan a la práctica, no tienen ningún valor. Todo el conocimiento del mundo no servirá de nada si no se pone en práctica. Somos los arquitectos y los constructores de nuestra propia vida, y si no ponemos nuestro conocimiento en práctica ni cumplimos con los deberes que se han depositado sobre nosotros, estamos haciendo de la vida un fracaso15.

Con la ayuda de nuestro Padre Celestial, no hay obligación ni ley en la Iglesia que no podamos cumplir. El Señor nos da fortaleza y capacidad para cumplir, de una manera aceptable ante Su vista, con todo deber y realizar toda labor que se nos encomiende efectuar. La pregunta que queda por hacer es si estamos dispuestos a cumplir. Ayer oí de un [hombre] que había dicho que no podía dejar de beber café. No creo que ese hombre haya dicho la verdad. Yo pienso que él carece de la disposición de ánimo favorable para intentar dejar el hábito16.

Muchas personas que he conocido me han dicho: “Señor Grant, ¿cómo explica usted el hecho de que muchos de los que han dado testimonio de su conocimiento de la divinidad de la obra llamada mormonismo y de la divinidad de la misión del profeta José Smith se hayan alejado después del Evangelio de los Santos de los Últimos Días y se hayan convertido en sus más implacables adversarios?”. A esa pregunta contesto sencillamente que no se ha hecho promesa alguna a ningún hombre, a ninguna mujer ni a ningún niño, sea cual haya sido el testimonio que hayan recibido, o la luz y la inteligencia que haya llegado a ellos procedente de Dios, de que permanecerán firmes e inquebrantables en el estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna, a no ser que cumplan los mandamientos de Dios. No sé de ninguna persona entre los Santos de los Últimos Días que haya sido fiel en su dedicación a su familia y a sus oraciones secretas, así como en su asistencia a las reuniones públicas y de su quórum, que haya estado preparada y dispuesta a pagar la décima parte de sus ingresos anuales en calidad de diezmo al Señor, que haya observado lo que entre nosotros se conoce como la Palabra de Sabiduría, no sé de ninguna persona así, repito, que se haya alejado de la Iglesia. Sin embargo, sé de muchas personas que, a pesar de las muchas y grandiosas y maravillosas cosas que se les han manifestado, se han alejado de la Iglesia debido a que han dejado de cumplir con los deberes y las responsabilidades que tenían como Santos de los Últimos Días17.

Una de las cosas de gran envergadura que tiene [el adversario] para trabajar es el hecho de que todos somos unos pobres y débiles mortales, y de que nos damos cuenta de nuestra propia debilidad, y él procura aprovecharse de nuestro entendimiento de ello para inculcarnos la idea de que no somos buenos y de que lo que hacemos no vale la pena el tiempo que dedicamos para realizarlo. Pero tengamos la certeza de que si nos esforzamos por cumplir con los pequeños deberes que tenemos que cumplir día tras día, estaremos preparados para recibir deberes mayores cuando, en las bondadosas providencias del Señor, llegue a nosotros una obra más grande para llevar a cabo en beneficio de Su obra18.

Deseo grabar indeleblemente en la mente de los jóvenes que nunca jamás deben pensar que, por motivo de que no han tenido éxito en el pasado, o porque no han conducido su vida en la debida forma, no hay ninguna esperanza para ellos en el futuro. No hay enseñanza de nuestro Señor y Maestro Jesucristo que Él haya expuesto en forma más clara que el hecho de que ninguno de nuestros pecados pasados se nos tendrá en cuenta si nos arrepentimos de ellos y los abandonamos, ni si, a partir de entonces, trabajamos con diligencia por el bien19.

Debemos perseverar en la labor de ayudar a los demás.

A menudo he relatado una experiencia que tuvo el doctor Karl G. Maeser. Éste contó el caso de una pobre viuda que fue a verle con su hijo. Ella le explicó que ése era su único hijo y que ella había trabajado lavando ropa ajena a fin de ahorrar el dinero necesario para mandar a éste a la Universidad Brigham Young, por motivo de que había sabido que el hermano Maeser era capaz de reformar a muchachos desobedientes. Dijo al hermano Maeser que ella no podía habérselas con el chico y que, como el obispo y sus consejeros no pudieron hacer nada por el joven, todos lo consideraban un muchacho malo.

El joven comenzó a asistir a la Universidad y no tardó en meterse en líos. El hermano Maeser relató que violó todas las reglas de la institución. Los profesores no podían hacer nada con él, y ejercía una mala influencia en el establecimiento. El hermano Maeser no se decidía a expulsarlo al pensar en la pobre viuda que había trabajado lavando ropa ajena para que su único hijo pudiese asistir a la universidad, por lo que sobrellevó con paciencia al despreocupado y perturbador muchacho hasta que llegó el día en que no pudo soportarlo más. Por último, lo expulsó de la universidad.

A la mañana siguiente, a las ocho, en cuanto el hermano Maeser hubo llegado a su despacho, alguien llamó a su puerta. Cuando abrió, encontró allí al susodicho joven. El hermano Maeser dijo que, cuando echó una mirada al muchacho y pensó en todas las dificultades que había ocasionado en la universidad, “sintió unas ganas incontenibles de darle una bofetada”. Ése fue su primer pensamiento con respecto al joven que habían expulsado el día anterior.

El joven le dijo: “Hermano Maeser, déme tan sólo una oportunidad más”.

El hermano Maeser [recordó después]: “Me quedé allí paralizado al pensar que aquel muchacho pidiese otra oportunidad; desde luego, él no creía que yo se la daría, y volvió a decirme: ‘Hermano Maeser, déme una oportunidad más’ ”.

Al hermano Maeser se le quebró la voz al abalanzarse a los brazos extendidos y suplicantes del joven, y lo abrazó y le besó, y le prometió cien oportunidades más.

“Ahora”, dijo el hermano Maeser, “¡creerán que ese joven es consejero del obispo en el mismísimo pueblo donde una vez fue el chico malo!”…

Ésas son las recompensas que cuentan: las recompensas de los valores humanos. Los esfuerzos pacientes, infatigables y acompañados de oración que dedicamos a nuestros jóvenes que necesitan ayuda, así como a los que, en general, por una u otra razón se han alejado de nuestro círculo, suelen recompensarnos con regocijo y satisfacción inefables en los años venideros.

¡Ruego que nos esforcemos mucho y sin cesar, con paciencia, con perdón, con determinación y con oración para con todos lo que necesiten nuestra ayuda!20.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Qué experiencias ha tenido usted en las que el Señor le haya bendecido por haber tenido perseverancia?

  • ¿Qué nos motiva para seguir adelante con perseverancia en el cumplimiento de nuestro deber al Señor?

  • ¿Qué obstáculos debemos estar preparados para afrontar al paso que perseveremos en el desarrollo de nuestros talentos y capacidades? ¿Qué obstáculos debemos estar preparados para afrontar al paso que cumplamos los mandamientos? ¿Qué obstáculos debemos estar preparados para afrontar a medida que ayudemos al prójimo?

  • ¿Por qué es esencial el esfuerzo con perseverancia en la meta de llevar una vida recta y de alcanzar una vida eternamente satisfactoria? (Véase también 1 Nefi 13:37; 3 Nefi 27:16; D. y C. 14:7.)

  • El presidente Grant expresó una gran admiración por el profeta Nefi. ¿Qué semejanzas ve usted entre Nefi y el presidente Grant? ¿Qué puede hacer usted para seguir sus ejemplos?

  • ¿En qué forma podemos prestar servicio a los que “se han alejado de nuestro círculo”?

  • ¿De qué modo ha sido usted bendecido gracias a los esfuerzos llenos de perseverancia de otras personas?

Notas

  1. Gospel Standards, compilado por G. Homer Durham, 1941, págs. 185–186.

  2. Bryant S. Hinckley, Heber J. Grant: Highlights in the Life of a Great Leader, 1951, pág. 50.

  3. “Work, and Keep Your Promises”, Improvement Era, enero de 1900, págs. 196–197.

  4. “Heber J. Grant Says: ‘Persist in Doing’ ”, Northwestern Commerce, octubre de 1939, pág. 4.

  5. “Farewell Address of Apostle Heber J. Grant”, Improvement Era, julio de 1901, pág. 685.

  6. Gospel Standards, pág. 355.

  7. Improvement Era, julio de 1901, págs. 684–685.

  8. Address by President Heber J. Grant to The Deseret News Carriers during Their Annual Roundup (folleto, 15 de agosto de 1921), pág. 6.

  9. Gospel Standards, págs. 185–186.

  10. Gospel Standards, pág. 184.

  11. Northwestern Commerce, octubre de 1939, pág. 4.

  12. Gospel Standards, pág. 47.

  13. En Conference Report, octubre de 1898, pág. 35; los párrafos se han cambiado.

  14. En Brian H. Stuy, compilador, Collected Discourses Delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–1992, tomo IV, pág. 357.

  15. En Conference Report, abril de 1939, pág. 18.

  16. Gospel Standards, pág. 47.

  17. En Collected Discourses, tomo V, pág. 400.

  18. “Against Discouragement”, Improvement Era, octubre de 1944, pág. 595.

  19. Improvement Era, enero de 1900, pág. 192.

  20. Gospel Standards, págs. 293–294.