2000–2009
La prueba
Octubre 2008


2:3

La prueba

Ni la persecución ni el ejército podían apartar a los santos de lo que sabían que era verdad.

Mi propósito es demostrar que en los tiempos de dificultad, el Señor siempre ha preparado de antemano un camino seguro. Vivimos en los “tiempos peligrosos” que el apóstol Pablo profetizó que vendrían en los últimos días1. Si hemos de estar a salvo individualmente, como familias y como iglesia, será mediante la “obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio”2.

El 24 de julio de 1849, los santos habían estado en el valle del Lago Salado exactamente dos años. Al fin eran libres de los años de persecución y asedio, y eso había que celebrarlo.

Sólo unos años antes, bajo condiciones desastrosas, el profeta José Smith había sufrido por meses en la cárcel de Liberty mientras la chusma echaba a los santos de sus hogares. Las palabras cárcel y liberty (libertad) no concuerdan muy bien.

José imploró:

“Oh Dios, ¿en dónde estás? ¿y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?

“¿Hasta cuándo se detendrá tu mano, y tu ojo, sí, tu ojo puro, contemplará desde los cielos eternos los agravios de tu pueblo y de tus siervos, y penetrarán sus lamentos en tus oídos?”3.

El profeta José Smith había pedido instrucción antes, y el Señor dijo a los santos que trataran de obtener indemnización ante los jueces, el gobernador y después ante el presidente4.

Las apelaciones antes los jueces fracasaron. Durante el transcurso de su vida, a José Smith se le llevó ante tribunales más de doscientas veces con toda serie de cargos falsos, y nunca se le halló culpable.

Cuando trataron de obtener reparación del gobernador Boggs de Misuri, él emitió una declaración: “A los mormones se les debe tratar como enemigos y deben ser exterminados o expulsados del estado si es necesario, para conservar la paz pública”5. Eso desató una inconcebible brutalidad e iniquidad.

Lo santos apelaron al presidente Martin Van Buren de los Estados Unidos, quien les dijo: “Su causa es justa, pero no puedo hacer nada por ustedes”6.

Leeré los párrafos finales de la tercera petición dirigida al Congreso de los Estados Unidos:

“Las aflicciones de estos peticionarios ya han sido insoportables, demasiado para que la humanidad y los ciudadanos estadounidenses las soporten sin quejarse. Hemos gemido bajo la mano de hierro de la tiranía y la opresión por muchos años. Se nos ha robado nuestra propiedad, hasta la suma de dos millones de dólares. Se nos ha cazado cual si fuéramos bestias salvajes del bosque. Hemos visto a nuestros padres ancianos, que pelearon en la Revolución, y a nuestros hijos inocentes asesinados por igual por nuestros perseguidores. Hemos visto a bellas hijas de ciudadanos estadounidenses insultadas y maltratadas de la forma más inhumana, y finalmente, hemos visto a quince mil almas —hombres, mujeres y niños— expulsadas por fuerzas armadas, durante los rigores del invierno, del calor de sus hogares sagrados hacia una tierra de extraños, sin dinero y desprotegidos. Bajo estas circunstancias de aflicción, estrechamos suplicantes las manos hacia los concilios supremos de la nación, y humildemente apelamos a los ilustres senadores y representantes de este gran pueblo libre en busca de reparación y protección.

“¡Oh escuchen la voz de petición de muchos miles de ciudadanos estadounidenses que ahora gimen en el exilio…! ¡Oh escuchen el llanto y las amargas lamentaciones de las viudas y los huérfanos, cuyos esposos y padres han sido cruelmente martirizados en la tierra donde vuela el águila orgullosa! Que no quede registrado en los archivos de las naciones que… exiliados buscaron protección y reparación de mano de ustedes inútilmente. Tienen el poder de salvarnos —a nosotros, a nuestras esposas y a nuestros hijos— de ver repetidas las sanguinarias escenas de Misuri, y así mitigarán grandemente los temores de un pueblo perseguido y herido, y estos peticionarios continuarán orando”7.

No hubo compasión y fueron rechazados.

En 1844, bajo la prometida protección del gobernador Thomas Ford de Illinois, el profeta José Smith y su hermano Hyrum fueron asesinados a balazos en la cárcel de Carthage. Es imposible expresar con palabras la brutalidad y el sufrimiento que habían soportado los santos.

Ahora, ese día 24 de julio de 1849, libres ya de las chusmas, el plan era celebrar8.

Todo lo que poseían los santos se habría de transportar mil seiscientos kilómetros por el desierto en carros de mano o carromatos; el ferrocarril no llegó a Salt Lake City sino hasta veinte años después. Ya que no tenían muchos medios, decidieron que la celebración sería una gran expresión de sus sentimientos.

Construyeron una enramada en la Manzana del Templo. Erigieron un asta de 32 metros de alto, confeccionaron una enorme bandera nacional de 20 metros de largo y la izaron en la punta de esta asta de libertad.

Quizás parezca desconcertante y sumamente increíble que para el tema de esa primera celebración hayan escogido el patriotismo y la lealtad a ese mismo gobierno que los había rechazado y no les había ayudado. ¿En qué habrían estado pensando? Si logran entender el por qué, comprenderán el poder de las enseñanzas de Cristo.

La banda de música tocó mientras el presidente Brigham Young encabezaba una procesión solemne hasta la Manzana del Templo. Atrás de él iban los Doce Apóstoles y los Setenta.

A continuación había veinticuatro jóvenes de pantalones blancos, abrigos negros, bandas blancas sobre el hombro derecho, coronas sobre la cabeza y una espada envainada del lado izquierdo. En la mano derecha, si lo pueden creer, cada uno llevaba una copia de la Declaración de Independencia y de la Constitución de los Estados Unidos. Uno de esos jóvenes leyó la Declaración de Independencia.

Enseguida había 24 mujeres jóvenes vestidas de blanco, con una banda azul sobre el hombro derecho y rosas blancas sobre la cabeza. Cada una llevaba una Biblia y un Libro de Mormón.

Casi tan asombroso como la elección del patriotismo como tema, fue lo que venía enseguida: veinticuatro señores de edad, como solía llamárseles, encabezados por el patriarca Isaac Morley. Se les conocía como los Plateados ya que todos tenían 60 años o más. Cada uno llevaba un bastón rojo con un listón blanco flotando en la punta, y uno llevaba la bandera de los Estados Unidos. Esos hombres simbolizaban el sacerdocio, que era “desde el principio, antes que el mundo fuese”9 y que se había restaurado en esta dispensación.

Los santos sabían que el Señor les había mandado estar “sujetos a reyes, presidentes, gobernantes y magistrados… obedecer, honrar y sostener la ley”10. Ese mandamiento, revelado en aquel entonces, lo viven nuestros miembros en todas las naciones. Debemos ser ciudadanos dignos que obedecen la ley.

El Señor les dijo: “[Establecí] la Constitución de este país, por mano de hombres sabios que levanté para este propósito mismo”11.

En otro versículo, el Señor les dijo que “no es justo que un hombre sea esclavo de otro”12; por tanto, se oponían a la esclavitud, y eso les causó problemas con los colonos de Misuri.

En ese día de celebración de 1849, “el élder Phineas Richards representó a los veinticuatro señores de edad y leyó su leal y patriótico discurso”13. Habló de la necesidad de que enseñaran el patriotismo a sus hijos y de amar y honrar la libertad. Después de recitar brevemente los peligros que habían vivido, dijo:

“Hermanos y amigos, nosotros que hemos vivido sesenta o más años hemos visto al gobierno de los Estados Unidos en su gloria, y sabemos que las crueldades atroces que padecimos procedían de una administración corrupta e inicua, mientras que los principios puros de nuestra aclamada Constitución siguen inmutables…

“…Así como hemos heredado de nuestros padres el espíritu de la libertad y la pasión del patriotismo, que éstos se transmitan [intactos] a nuestra posteridad”14.

Uno pensaría que, compelidos por las emociones de la naturaleza humana, los santos buscarían venganza, pero algo mucho más fuerte que esa naturaleza prevaleció.

El apóstol Pablo explicó:

“… el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente…”

“…nosotros tenemos la mente de Cristo”15.

Ese Espíritu distinguió a esos antiguos miembros de la Iglesia como seguidores de Cristo.

Si logran entender a un pueblo tan sufrido, tolerante, cristiano y presto a perdonar, después de lo que había padecido, habrán descubierto la clave de lo que es un Santo de los Últimos Días. En lugar de verse dominados por la venganza, quedaron anclados a la revelación. Su camino quedó definido por las enseñanzas que todavía se encuentran en el Antiguo y el Nuevo Testamento, en el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y La Perla de Gran Precio.

Si logran entender por qué pudieron celebrar como lo hicieron, comprenderán por qué tenemos fe en el Señor Jesucristo, en los principios del Evangelio.

En el Libro de Mormón se nos enseña: “Hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”16.

Y así hoy, en estos tiempos sumamente peligrosos, en la verdadera Iglesia de Jesucristo17 enseñamos y vivimos los principios de Su Evangelio.

Quiero mencionar tres cosas en cuanto a esa conmemoración en 1849 que eran simbólicas y también proféticas: primero, los jóvenes llevaban la Constitución y la Declaración de la Independencia; enseguida, cada mujer joven llevaba la Biblia y el Libro de Mormón, y finalmente, se rindió honor a los hombres mayores —los Plateados— en el desfile.

Después del programa, tuvieron un banquete en mesas improvisadas. Se invitó a comer a varios cientos de buscadores de oro y a 60 indios.

Y entonces, regresaron a su trabajo.

El presidente Young había dicho: “Si el pueblo de los Estados Unidos nos deja en paz por diez años, no le pediremos ninguna reivindicación”18.

Exactamente ocho años después de la celebración de 1849, los santos estaban en el cañón Big Cottonwood celebrando otro 24 de julio cuando llegaron cuatro jinetes a informar que había un ejército de 2.500 soldados en las llanuras. El ejército de los Estados Unidos, bajo el mando del coronel Albert Sydney Johnston, había recibido órdenes del presidente James Buchanan de acabar con una supuesta rebelión mormona.

Los santos finalizaron la celebración y se dirigieron a casa para preparar las defensas. En lugar de huir, esta vez el presidente Young declaró: “No hemos quebrantado ninguna ley, y no tenemos motivo para hacerlo ni intenciones de hacerlo; pero que una nación venga a destruir a este pueblo, vive el Dios Todopoderoso que no podrán venir aquí”19.

Mis bisabuelos sepultaron a un hijo en el camino a Nauvoo cuando fueron expulsados de Far West, y a otro en Winter Quarters cuando fueron expulsados hacia el oeste.

Otra bisabuela, siendo adolescente, empujaba un carro de mano por la orilla sur del río Platte, mientras cantaban:

Hacia el sol, do Dios lo preparó,

buscaremos lugar

do, libres ya de miedo y dolor,

nos permitan morar20.

Del otro lado del río veían el sol reflejándose en las armas de los soldados del ejército21.

En St. Louis mi bisabuela compró un prendedor de la bandera estadounidense, ella siempre se lo ponía en su vestido durante toda su vida.

Ni la persecución ni el ejército podían apartar a los santos de lo que sabían que era verdad. Se negoció un acuerdo, y la Guerra de Utah (más tarde llamada el Error Garrafal de Buchanan) se acabó.

Somos guiados por las mismas revelaciones y dirigidos por un profeta. Cuando murió el profeta José Smith, otro tomó su lugar. El orden de sucesión continúa el día de hoy.

Hace seis meses, en la conferencia general, se sostuvo a Thomas S. Monson como el decimosexto Presidente de la Iglesia, sólo cinco meses antes de cumplir 81 años. Él sucedió al presidente Gordon B. Hinckley, quien murió a los 98 años.

Los líderes que están a la cabeza de la Iglesia casi siempre tendrán la experiencia de décadas de preparación.

El presidente Monson está idealmente capacitado para los desafíos de nuestra época. Lo sostienen dos consejeros y el Quórum de los Doce Apóstoles —todos ellos profetas, videntes y reveladores.

Aquel mismo Lucifer que fue echado de la presencia del Padre sigue en su propia obra. Él, junto con los ángeles que lo siguieron, causará dificultades para la obra del Señor y si puede, la destruirá.

Pero mantendremos el rumbo. Anclémonos como familias y como Iglesia a esos principios y ordenanzas. Sin importar las pruebas que nos aguarden, y habrá muchas, debemos permanecer fieles y leales.

Doy testimonio de que Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo viven, que Thomas S. Monson ha sido llamado por Dios por medio de la profecía.

“El estandarte de la verdad se ha izado; ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, págs. 149). Hoy el sol nunca se pone en las congregaciones de los Santos de los Últimos Días. Lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase 2 Timoteo 3:1–7.

  2. Artículos de Fe 1:3.

  3. D. y C. 121:1–2.

  4. Véase D. y C. 101: 86–88.

  5. Citado en Nuestro Legado, pág. 47.

  6. Citado en Gordon B. Hinckley, La Verdad Restaurada, pág. 79.

  7. Véase Biography, págs. 152–153.

  8. Véase Biography, págs. 95–107.

  9. D. y C. 76:13.

  10. Artículos de Fe 1:12.

  11. D. y C. 101:80.

  12. D. y C. 101:79.

  13. Véase Biography, pág. 100.

  14. Véase Phineas Richards en Biography, págs. 102–104.

  15. 1 Corintios 2:14, 16.

  16. 2 Nefi 25:26.

  17. Véase D. y C. 1:30.

  18. Brigham Young, “Remarks”, Deseret News, 23 de septiembre de 1857, página 228.

  19. Deseret News, 23 de septiembre de 1857, págs. 228.

  20. Himnos, Nº 17, tercera estrofa.

  21. Véase, “By Handcart to Utah: The Account of C. C. A. Christensen”, Nebraska History, invierno de 1985, pág. 342.