La enseñanza del Evangelio: nuestro llamamiento más importante
Cuando aprendemos algunos principios fundamentales sobre la enseñanza y se nos demuestra cómo enseñar, todos podemos hacerlo.
Hace poco mi esposa y yo decidimos enseñar a nuestras nietas gemelas de cinco años a saltar la cuerda. Se trata de un juego de niños en el que los participantes saltan sobre la cuerda al pasar debajo de sus pies y luego sobre su cabeza. Tras recibir algunas instrucciones sencillas, las dos niñas lo intentaron, pero fracasaron en varios intentos.
Cuando estábamos a punto de darnos por vencidos, dos niñas vecinas mayores que mis nietas pasaron por allí y les pedimos su ayuda. Las dos vecinitas tenían experiencia en saltar la cuerda y les demostraron a nuestras nietas cómo hacerlo. Mientras lo hacían, noté que cantaban una canción que les ayudaba a saltar al ritmo en que giraba la cuerda.
Una vez que nuestras nietas comprendieron los principios de saltar la cuerda y que se les demostró cómo hacerlo, el resto de la lección fue fácil. Con un poco de práctica, las dos gemelas estaban en camino a dominar las reglas básicas de saltar la cuerda.
Durante la lección de saltar la cuerda, otra nietecita, de sólo tres años, estaba observando sentada en silencio sobre el césped. Cuando alguien le preguntó si deseaba intentar saltar la cuerda, asintió con la cabeza, se acercó y se paró junto a la cuerda. Cuando giramos la cuerda, para nuestra gran sorpresa saltó tal y como había visto a sus hermanas hacerlo. Saltó una vez, después dos, y luego una y otra vez, repitiendo en voz alta la misma canción que las niñas mayores habían cantado.
Nuestras tres nietas observaron que el saltar la cuerda requería cierta destreza, y que era algo sencillo que todas podían hacer después de aprender unos cuantos principios básicos y de que se les demostrara cómo hacerlo. Lo mismo sucede con la enseñanza del Evangelio. Cuando aprendemos algunos principios fundamentales sobre la enseñanza y se nos demuestra cómo enseñar, todos podemos hacerlo.
El presidente Boyd K. Packer a menudo nos recuerda que “todos nosotros: líderes, maestros, misioneros y padres, tenemos el desafío de toda la vida, dado por el Señor, de ense- ñar y de aprender las doctrinas del Evangelio tal como nos han sido reveladas”1. Tal como lo declaró en forma sencilla el élder L. Tom Perry: “Todo puesto en la Iglesia requiere de un maestro eficaz”2.
Puesto que cada miembro es un maestro y que “la enseñanza es fundamental en todo lo que hacemos”3, todos tenemos la sagrada responsabilidad de aprender algunos principios básicos de la enseñanza. Hay muchos principios de la enseñanza y del aprendizaje, y no es suficiente que sólo leamos en cuanto a ellos. Primero, debemos comprender esos principios básicos y, segundo, maestros eficientes deben demostrarnos cómo se utilizan. Eso se logra al observar atentamente a maestros capaces de nuestros barrios y ramas y al repasar la Reunión Mundial de Capacitación de Líderes sobre la enseñanza y el aprendizaje, que se encuentra en el sitio web o en las revistas de la Iglesia4.
Los principios básicos que se aplican al aprendizaje y a la enseñanza del Evangelio se encuentran en las Escrituras y también se analizan en un excelente recurso para la enseñanza, a menudo desaprovechado, intitulado La enseñanza: El llamamiento más importante5.
Cuando buscamos un modelo del maestro ideal que nos pueda demostrar cómo enseñar el Evangelio, ineludiblemente pensamos en Jesús de Nazaret. Sus discípulos lo llamaban Raboni, es decir, “Maestro”6. Él fue y continúa siendo el Maestro de maestros.
Jesús se diferenciaba de otros maestros de Su época porque enseñaba “como quien tiene autoridad”7. Esa autoridad para enseñar y ministrar procedía de Su Padre Celestial, puesto que “Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús… porque Dios estaba con él”8.
Siguiendo este modelo, el Padre Celestial le enseñó a Jesús, tal como lo registra Juan. Jesús dijo: “… nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre”9. “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre… Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace”10.
En las Escrituras podemos encontrar ejemplos adicionales de maestros del Evangelio eficientes que cambiaron la vida y salvaron el alma de aquellos a quienes enseñaron. Del Libro de Mormón, por ejemplo, de inmediato pensamos en Nefi11, Alma12 y los hijos de Mosíah13. Observen la preparación personal de los hijos de Mosíah cuando se disponían a enseñar el Evangelio:
“…se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sano entendimiento, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para conocer la palabra de Dios.
“Mas esto no es todo; se habían dedicado a mucha oración y ayuno; por tanto, tenían el espíritu de profecía y el espíritu de revelación, y cuando enseñaban, lo hacían con poder y autoridad de Dios”14.
Otro maestro poderoso del Evangelio fue Moroni, quien fue escogido como “un mensajero enviado de la presencia de Dios”15 para enseñar y guiar al profeta José Smith. José nos ha dado una breve pero detallada descripción de lo que Moroni dijo e hizo cuando le enseñó16.
La primera vez que Moroni se apareció a José Smith, José era un joven de diecisiete años con poca formación académica formal. José se describió a sí mismo como “un muchacho desconocido… que no era… de importancia alguna en el mundo”17, y un amigo posteriormente dijo que era “no versado” y “no instruido”18. En manos de un maestro paciente y comprensivo como Moroni — y de otros mensajeros celestiales que lo instruyeron— este joven llegó a ser el personaje central de lo que el Señor llamó “una obra maravillosa y un prodigio”19.
¿Cuáles son algunos principios de la enseñanza y del aprendizaje que podemos reconocer al observar la forma en que Moroni le enseñó a José Smith? Hay varios principios importantes que podríamos analizar, pero concentrémonos en tres principios básicos esenciales para la buena enseñanza.
Principio Nº 1: Mostrar amor hacia quienes se enseña y llamarlos por su nombre
José Smith dijo que cuando el ángel Moroni se le apareció por primera vez, José “[tuvo] miedo; mas el temor pronto se apartó de [él]”. ¿Qué fue lo que hizo Moroni para disipar ese temor? José dijo: “Me llamó por mi nombre”20. Los maestros que aman a sus alumnos y los llaman por su nombre están siguiendo un modelo celestial21.
En una reunión reciente con el presidente Thomas S. Monson, noté que saludó a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Nos habló de la maestra de la Escuela Dominical que tuvo en su niñez, Lucy Gertsch, e hizo notar que ella conocía el nombre de cada alumno de su clase. El presidente Monson ha dicho en cuanto a ella: “…indefectiblemente pasaba a ver a los que faltaban el domingo o que no asistían con regularidad; sabíamos que se preocupaba por nosotros. Ninguno de nosotros la ha olvidado, ni a ella ni las lecciones que enseñó”22.
Principio Nº 2: Enseñar basándose en las Escrituras
Otro principio de la enseñanza que practicó Moroni es que conocía las Escrituras y enseñaba basándose en ellas. José Smith dijo que durante su primera reunión, Moroni “empezó a citar las profecías del Antiguo Testamento… Citó muchos otros pasajes de las Escrituras y expuso muchas explicaciones”23. Por medio de los muchos pasajes de las Escrituras que Moroni citó, José aprendió en cuanto a su función profética de sacar a la luz el Libro de Mormón y sobre la restauración del Evangelio verdadero nuevamente a la tierra24.
Principio Nº 3: Promover la meditación de las verdades del Evangelio
Un tercer principio que empleó Moroni al enseñar a José Smith fue hacerle meditar sobre lo que le había enseñado. José indica que después de su tercera reunión con Moroni, se “[quedó] meditando en… lo que acababa de experimentar”25. Los maestros eficientes desearán seguir el modelo del Cristo resucitado entre los nefitas cuando pidió a los de la multitud que regresaran a sus “casas, y [meditaran] las cosas” que les había enseñado para que pudieran “entender”26.
Nefi nos recuerda que el hecho de meditar incluye no sólo el uso de la cabeza, sino también del corazón. Él dijo: “…mi corazón medita continuamente en las cosas que he visto y oído”27. El hecho de meditar en cuanto a las Escrituras y las cosas que hemos visto y oído se presta a que recibamos revelación personal.
Testifico que la enseñanza del Evangelio es un llamamiento sagrado y santo. Cuando amen a sus alumnos y los llamen por su nombre, cuando abran las Escrituras y enseñen de ellas y cuando alienten a sus alumnos a meditar las verdades del Evangelio restaurado y a ponerlas en práctica, entonces su influencia para bien se magnificará y la vida de sus alumnos será bendecida más abundantemente. En ese día glorioso, les dirán tal como se dijo de Jesús de Nazaret: “…sabemos que has venido de Dios como maestro”28. En el nombre de Jesucristo. Amén.