“Quiero que sepas que lo pasamos muy mal”
Por medio de las Escrituras sabemos que algunas pruebas son para nuestro propio bien y nuestro progreso personal.
El invierno pasado, mi hija pasó por una experiencia terrible al conducir en medio de una fuerte tormenta de nieve. Mi hija me hizo recordar una situación similar que tuve con mis dos hijos hace muchos años: mi hijo menor, Joe, tenía tres años y mi otro hijo, Larry, tenía seis. Era junio (verano en Norteamérica) y viajábamos en auto desde San Francisco hasta Utah. El clima había estado muy bueno.
Al comenzar a ascender hacia la cumbre del Paso Donner de la Sierra Nevada, de repente y sin aviso se desató sobre nosotros una terrible tormenta de nieve. Ningún conductor se hallaba preparado. Un camión remolcador que estaba delante de nosotros había resbalado y ahora bloqueaba dos carriles de la autopista. Otros camiones y autos se habían salido de la carretera. Uno de los carriles estaba libre y muchos vehículos, incluso el nuestro, trataban desesperadamente de no resbalar y esquivar otros automóviles; entonces todo el tráfico quedó paralizado.
No estábamos preparados para afrontar esa tormenta de nieve en pleno verano. No llevábamos ropa abrigada y no teníamos mucha gasolina. Me acurruqué con mis dos hijos para tratar de mantener el calor. Después de muchas horas, los vehículos de seguridad, los camiones con palas para sacar la nieve y las grúas comenzaron a despejar ese gran embotellamiento de vehículos.
Finalmente, una grúa nos remolcó hasta una estación de servicio que se encontraba al otro lado del Paso Donner. Llamé a mi esposa porque sabía que ella estaría preocupada ya que esperaba que la hubiera llamado la noche anterior. Ella me pidió hablar con los niños, y cuando fue el turno de mi hijo de tres años, éste, con voz temblorosa, dijo: “¡Quiero que sepas que lo pasamos muy mal!”.
Me di cuenta de que cuando nuestro niño de tres años habló con su madre y le contó “que lo pasamos muy mal”, él obtuvo consuelo y tranquilidad. Nuestras oraciones son similares cuando nos dirigirnos a nuestro Padre Celestial; sabemos que Él nos cuida durante nuestros momentos de necesidad.
Cada uno de nosotros enfrentará pruebas y dificultades en esta vida
Lo que acabo de contar, a pesar de haber sido un incidente difícil de viaje, fue breve y no dejó consecuencias perdurables; sin embargo, muchas de las pruebas y dificultades que afrontamos en la vida son graves y parecieran tener consecuencias perdurables. Cada uno de nosotros pasará por algunas de esas experiencias durante los altibajos de la vida. Muchas de las personas que están escuchando esta conferencia se encuentran en situaciones muy serias en este mismo momento.
Hacemos eco de la súplica del profeta José, después de que éste fuera acusado falsamente y encerrado en la cárcel de Liberty: “Oh Dios, ¿en dónde estás?, ¿y dónde está el pabellón que cubre tu morada oculta?”.
La respuesta del Señor es consoladora:
“Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento;
“y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará…”1.
Una de las doctrinas esenciales que se aclaró con la Restauración es que debe haber oposición en todas las cosas para llevar a efecto la rectitud 2. Esta vida no siempre es fácil, ni se supone que lo sea, es un tiempo de prueba y de probación. En Abraham leemos: “…y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare”3. El élder Harold B. Lee enseñó: “En ocasiones, aquello que es mejor para nosotros y lo que nos brinda recompensas eternas, parece ser lo de mayor amargura en el momento, y aquello que es prohibido parece ser lo más deseable”4.
La obra Historia de dos ciudades comienza con la conocida cita: “Fue la mejor y la peor de las épocas”5. Las Escrituras dejan bien en claro que cada generación tiene su propia versión de los tiempos mejores y los peores. Todos estamos sujetos al conflicto entre el bien y el mal6, al contraste entre la luz y las tinieblas, entre la esperanza y la desesperación. Como explicó el élder Neal A. Maxwell: “Es esencial que hasta el fin de esta breve experiencia terrenal conozcamos a la vez el contraste de lo dulce y lo amargo”7. Mediante nuestra doctrina sabemos que el bien triunfará sobre el mal8, y que a los que se arrepientan y sean santificados se les dará la vida eterna9.
Alrededor de la misma época en la que Dickens escribía su obra, ocurrían los heroicos esfuerzos de los primeros santos que se establecían en la zona montañosa del oeste de los Estados Unidos.
A pesar de su fe en común, los santos experimentaron grandes dificultades y afrontaron la evacuación de Nauvoo con expectativas diferentes. Algunos lo tomaban con optimismo pero otros con preocupación. Helen Mar Whitney y Bathsheba Smith representan dos ejemplos excelentes. Ambas dejaron registros convincentes de lo que sentían.
La hermana Whitney registró sus expectativas al salir de Nauvoo, “…voy a empacar todas mis cintas, cuellos, encajes, etc., ya que vamos a un lugar donde no podremos comprarlos. Vamos a dejar el mundo para vivir más allá de las Montañas Rocosas, donde otras personas no desean ir… No habrá ricos ni pobres entre nosotros, y no tendremos a nadie, salvo a los honrados y a los virtuosos”10. Las palabras de la hermana Whitney constituyen un optimismo idealista.
El registro de la hermana Bathsheba Smith está también lleno de fe, pero se nota en él cierta ansiedad. Ella había visto al populacho organizarse contra los santos de Misuri y estuvo presente durante la muerte del apóstol David W. Patten.
Al recordar la evacuación de Nauvoo, escribió: “Lo último que hice al dejar ese hermoso lugar fue limpiar los cuartos, barrer el piso y colocar la escoba en su lugar habitual, detrás de la puerta. Después, con el corazón conmovido, cerré despacio la puerta y me dirigí hacia un futuro incierto; lo hice con fe en Dios y con la misma seguridad de que el Evangelio finalmente se establecería en el Oeste y de que sus principios eran verdaderos y perdurables; seguridad que había sentido durante los tiempos difíciles en Misuri”11.
Esas mujeres pioneras Santos de los Últimos Días permanecieron firmes en el Evangelio a lo largo de su vida y proporcionaron un extraordinario servicio en la edificación de Sión, aunque afrontaron muchas otras pruebas y dificultades que ambas sobrellevaron fielmente12. A pesar del optimismo de la hermana Whitney, sus tres primeros hijos murieron al nacer o al acercarse su nacimiento, dos de ellos durante su largo éxodo desde Nauvoo a Salt Lake13. La hermana Whitney nos ha bendecido con sus escritos en defensa de nuestra fe y fue la madre del apóstol Orson F. Whitney.
La hermana Smith registró la pobreza, las enfermedades y las privaciones que sufrieron los santos mientras se dirigían hacia el Oeste14. En marzo de 1847 falleció su madre y al mes siguiente nació John, su segundo hijo. Su registro sobre ello fue muy breve: “Fue mi último hijo y sólo vivió cuatro horas”15. Más tarde, ella fue directora de las obreras del Templo de Salt Lake y la cuarta presidenta general de la Sociedad de Socorro.
Nos sentimos profundamente conmovidos por las dificultades que soportaron los primeros santos. En febrero de 1856, Brigham Young expresó eso en cierto tono humorístico, al decir: “Quisiera decir algo acerca de los tiempos difíciles. Ya saben que les he dicho que si hay alguien que teme morirse de hambre, puede irse a donde exista la abundancia. Yo no concibo en lo más mínimo el peligro de estar hambriento, porque hasta que no hayamos comido el último mulo desde la punta de sus orejas hasta el final de la cola, no tengo temor de morirme de hambre”.
Continuó diciendo: “Hay mucha gente que en la actualidad no puede conseguir empleo, pero pronto vendrá la primavera y entonces no sufriremos más de lo que sea para nuestro bienestar”16.
Las dificultades que afrontamos hoy son en cierta forma comparables con las del pasado. La reciente crisis económica ha causado gran preocupación en el mundo. Los problemas de empleo y económicos no son algo fuera de lo común. Muchas personas sufren de problemas físicos y mentales; otros afrontan problemas matrimoniales o de hijos que han dejado el buen camino. Algunos han perdido a seres queridos. Las adicciones y las tendencias inapropiadas o dañinas causan pesares. Sea cual sea el motivo de las pruebas, éstas son causa de gran dolor y sufrimiento para las personas y para quienes las aman.
Por medio de las Escrituras sabemos que algunas pruebas son para nuestro propio bien y nuestro progreso personal17. También sabemos que la lluvia cae tanto para los justos como para los injustos18. También es verdad que no todas las nubes que vemos traen tormenta. Sin importar cuáles sean los problemas, las pruebas y las dificultades que soportemos, la doctrina alentadora de la Expiación que llevó a cabo Jesucristo incluye la enseñanza de Alma de que el Salvador tomaría sobre Sí nuestros problemas y “socorrer[ía] a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos”19.
Las Escrituras y los profetas modernos han dejado bien en claro que habrá años de escasez y años de abundancia20. El Señor espera que estemos preparados para los muchos desafíos que vendrán. Él dijo: “…si estáis preparados, no temeréis”21. Parte del trauma que tuve hace algunos años al cruzar la Sierra Nevada durante esa tormenta fue debido a que no estaba preparado para ese hecho inesperado. Una de las grandes bendiciones de las Escrituras es que nos advierten de los desafíos inesperados que ocurren muchas veces. Sería bueno si estuviésemos preparados para ellos. Una de las formas de preparación es guardar los mandamientos.
En varias partes del Libro de Mormón leemos que al pueblo se le prometió que prosperaría en la tierra, si guardaba los mandamientos22. A esa promesa muchas veces la acompañaba la advertencia de que si no guardaban los mandamientos de Dios, serían separados de Su presencia23. Está muy claro que el tener las bendiciones del Espíritu, la ministración del Espíritu Santo, es un elemento esencial para prosperar realmente en la tierra y estar preparados.
Aun con nuestras pruebas, con la abundancia que tenemos hoy en día, seríamos desagradecidos si no apreciáramos nuestras bendiciones. A pesar de lo obvias que fueron las dificultades por las que pasaron los pioneros, el presidente Brigham Young habló sobre el significado de la gratitud. Él dijo: “No conozco ningún otro pecado, con excepción del pecado imperdonable, que sea mayor que el de la ingratitud”24.
Gratitud por el Salvador y Su expiación
Nuestra mayor gratitud debe ser para el Salvador y Su expiación. Estamos al tanto de que muchos de los que oyen esta conferencia están pasando por pruebas y tribulaciones de tal intensidad que al acercarse a nuestro Padre Celestial en oración, sus más profundos sentimientos son: “Quiero que sepas que lo estoy pasando muy mal”.
Permítanme compartir con ustedes la historia verídica de la hermana Ellen Yates, de Grantsville, Utah. Hace diez años, a principios de octubre, ella se despidió con un beso de su esposo cuando él partía para su trabajo en Salt Lake City. Ésa sería la última vez que lo vería vivo. Él chocó contra un joven de 20 años que iba con retraso a su primer empleo y había tratado de pasar a un vehículo que circulaba con lentitud, dando como resultado un choque de frente en el que murieron los dos instantáneamente. La hermana Yates dijo que después de que dos compasivos policías le dieron la noticia, ella se sintió afligida y llena de dolor.
Ella relata: “Al tratar de seguir adelante con mi vida, todo lo que podía ver eran tinieblas y dolor”. Dio la casualidad de que el mejor amigo de su esposo era el obispo del barrio de ese joven. El obispo llamó a la hermana Yates y le dijo que la madre del joven, Jolayne Willmore, deseaba hablar con ella. Ella recuerda: “Por motivo de estar tan afligida por concentrarme en mi pena y dolor, ni siquiera había pensado en ese joven ni en su familia. De repente me di cuenta de que había una madre que sufría tanto o más que yo e inmediatamente accedí… a que me visitara”.
Cuando el hermano y la hermana Willmore llegaron, expresaron que sentían un gran dolor al pensar que su hijo había sido el responsable de la muerte de su esposo, y le entregaron un cuadro del Salvador con una niña pequeña en Sus brazos. La hermana Yates dice: “Cuando las cosas se vuelven muy difíciles para sobrellevar, miro ese cuadro y recuerdo que Cristo me conoce personalmente, y que Él sabe de mi soledad y de mis pruebas”. Un pasaje de las Escrituras que brinda consuelo a la hermana Yates es: “Sed de buen ánimo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé…”25
Cada octubre, la hermana Yates y la hermana Willmore (ambas se encuentran hoy aquí juntas en el Centro de Conferencias) van juntas al templo y dan gracias por la expiación de Jesucristo, por el plan de salvación, por las familias eternas y por los convenios que unen a los matrimonios y a las familias en ambos lados del velo. La hermana Yates termina diciendo: “Por medio de esta prueba he sentido el amor de mi Padre Celestial y de mi Salvador más abundantemente que nunca”. Ella testifica que “no hay pesar, dolor ni enfermedad tan grande que el amor de Cristo no pueda sanar”26. ¡Qué maravilloso ejemplo de amor y perdón han demostrado estas dos hermanas! Eso ha permitido que la expiación de Jesucristo tuviera efecto en sus vidas.
Piensen en el Salvador, en el Jardín de Getsemaní durante el proceso de la Expiación, donde sufrió una agonía tan grande que sangró por cada poro27. La súplica a Su Padre incluye la palabra Abba28, que se podría interpretar como el ruego de un hijo angustiado a su padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”29. Testifico que la expiación de Jesucristo abarca todas las pruebas y dificultades que cualquiera de nosotros afrontará en esta vida. En momentos en los que sintamos deseos de decir: “Quiero que sepas que lo he pasado muy mal”, tengamos la seguridad de que Él está allí y que nosotros estamos seguros en Sus amorosos brazos.
Cuando a nuestro amado profeta, el presidente Thomas S. Monson, se le preguntó este pasado agosto, en el día de su cumpleaños, cuál sería el regalo ideal que los miembros de todo el mundo podrían darle, dijo sin dudar ni un momento: “Encuentren personas que estén pasando por dificultades… y hagan algo por ellas”30.
Junto con ustedes, me siento eternamente agradecido por Jesucristo, el Libertador de la humanidad. Doy testimonio de que Él es el Salvador y el Redentor del mundo. En el nombre de Jesucristo. Amén.