Lección 10
Los patriarcas y las bendiciones patriarcales
El propósito de esta lección es ayudarnos a comprender la función de los patriarcas y prepararnos para recibir una bendición patriarcal.
Introducción
El Señor ama a todos sus hijos y desea bendecirlos; sin embargo, son nuestras acciones las que determinan hasta qué grado Él puede bendecirnos. El presidente Joseph F. Smith dijo: “…toda persona recibirá su justo galardón por el bien que haga y por cada uno de sus hechos; pero téngase presente que todas las bendiciones que vamos a recibir, ya sea aquí, ya sea allá, deben venir a nosotros como resultado de nuestra obediencia a las leyes de Dios sobre las cuales se basan dichas bendiciones” (Doctrina del Evangelio, pág. 121).
Cuando recibimos nuestra bendición patriarcal, se nos dan a conocer anticipadamente muchas de las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene reservadas para nosotros en este mundo y en la eternidad, las cuales recibiremos si somos fieles y justos. El saber con anterioridad acerca de estas bendiciones puede motivarnos a ser más dignos de recibir las bendiciones prometidas.
¿Qué es un patriarca?
Los patriarcas son padres. Dado que Adán fue el padre de la raza humana, fue también el primer patriarca. Como tal, fue responsable de bendecir a su posteridad y ayudarla a vivir rectamente. Uno de los últimos actos de servicio que llevó a cabo por sus hijos fue el de darles una bendición patriarcal.
Pida a los miembros de la clase que lean D. y C. 107:53–57.
José Smith vio en una visión a Adán reuniendo a sus hijos y dándoles bendiciones patriarcales. Entonces vio que el Señor se les apareció y que Adán profetizó lo que le sucedería a su posteridad. Hablando de este gran acontecimiento, el profeta José Smith dijo: “Esa fue la razón porque Adán bendijo a su posteridad; quería llevarlos a la presencia de Dios” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 184).
La palabra patriarca es también el título de un oficio en el Sacerdocio de Melquisedec. En la organización de la Iglesia en el tiempo de Jesús, a los patriarcas se les llamó evangelistas (véase Efesios 4:11). Cuando la Iglesia fue restaurada, también se restauró este oficio del sacerdocio. José Smith explicó que “El evangelista es un patriarca… Dondequiera que la Iglesia de Cristo se halle establecida sobre la tierra, allí debe haber un patriarca para el beneficio de la posteridad de los santos” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 179).
Muestre la ayuda visual 10-a, “Las bendiciones patriarcales revelan nuestro linaje y nos prometen bendiciones que se pueden obtener mediante una vida recta”.
La mayoría de las estacas de la Iglesia cuentan con por lo menos un poseedor digno del Sacerdocio de Melquisedec a quien se llama y ordena, bajo la dirección del Quórum de los Doce, para ser el patriarca de la estaca. Puesto que es un sumo sacerdote, tiene la autoridad de llevar a cabo cualquier deber que puede realizar un sumo sacerdote; pero en su calidad de patriarca, tiene la responsabilidad específica de dar bendiciones a los miembros de la estaca que desean recibir su bendición patriarcal.
Los patriarcas tienen el derecho de dar bendiciones patriarcales en el nombre del Señor y reciben inspiración para ello. Estas bendiciones pueden dar consuelo en momentos de pesar o de dificultades, pueden fortalecer la fe y ayudar a motivarnos a lograr las bendiciones que el Señor tiene reservadas para nosotros (véase Doctrina de Salvación, 3:161).
¿Qué es una bendición patriarcal?
En 1957 la Primera Presidencia de la Iglesia explicó que una bendición patriarcal contiene una declaración inspirada del linaje, así como guías y promesas inspiradas y proféticas en cuanto a nuestra misión en la vida. Estas bendiciones incluyen promesas de dones espirituales, bendiciones temporales, consejo y advertencias que nos ayudarán a cumplir dicha misión (véase el Manual General de Instrucciones, Sección 5, pág. 6).
Una parte importante de la bendición patriarcal es la declaración de nuestro linaje, que nos dice por medio de cuál tribu de Israel recibimos nuestras bendiciones. A causa de nuestro linaje tenemos el derecho de recibir, de acuerdo a nuestra rectitud, las mismas bendiciones que se le dieron a Adán, Abraham, Jacob y a otros grandes Profetas de Dios (véase Eldred G. Smith, “Todos podemos participar de la bendición de Adán”, Liahona, febrero de 1972, págs. 41–42).
Cuando nos unimos a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, nos convertimos en herederos de nuestro Padre Celestial, lo cual significa que tenemos el derecho de recibir todas las bendiciones que Él tiene para nosotros, siempre y cuando vivamos vidas rectas. Solamente los hijos de Israel tienen este derecho. Los miembros de la Iglesia son ya sea descendientes directos de Abraham, o bien adoptados en las tribus de Israel porque han aceptado el Evangelio verdadero (véase Romanos 8:14–17; Gálatas 3:26–29; D. y C. 86:8–10 y D. y C. 63:20).
Otra parte importante de las bendiciones es el conocimiento que recibimos de nuestra misión en esta vida. Por medio de nuestra bendición patriarcal, nuestro Padre Celestial nos hace saber cuáles son los propósitos de nuestra vida aquí en la tierra y cómo realizarlos. Sin embargo, el cumplimiento de nuestras bendiciones es condicional.
El élder John A. Widtsoe enseñó que algunas de estas bendiciones puede que no lleguen en esta vida: “Debe tenerse siempre en cuenta que el cumplimiento de las promesas puede realizarse en esta vida o en la venidera. Ha habido personas que tuvieron problemas de fidelidad sólo porque las bendiciones prometidas no se vieron realizadas en esta vida. Estas personas no pudieron recordar que, en el Evangelio, la vida y sus actividades continúan eternamente y que las labores de la tierra pueden continuar en los cielos” (Evidences and Reconciliations, pág. 323).
Solicite al miembro de la clase previamente designado que comparta su testimonio sobre la guía y el apoyo que su bendición patriarcal ha representado en su vida.
El recibir la bendición patriarcal
Para recibir nuestra bendición patriarcal debemos cumplir con ciertos requisitos personales. Debemos:
-
Ser miembros bautizados y dignos de la Iglesia.
-
Tener el deseo de recibir la guía del Señor.
-
Haber estudiado el Evangelio y conocer el propósito de tales bendiciones.
-
Tener suficiente madurez como para apreciar la importancia de la bendición y como para recibir aliento de la misma.
-
Recibir una recomendación de nuestro obispo o presidente de rama.
-
Fijar una cita con el patriarca para recibir nuestra bendición.
Cuando vamos a recibir nuestra bendición debemos orar y, si es posible, ayunar con el fin de prepararnos espiritualmente; también debemos orar para que el patriarca pueda recibir inspiración en nuestro favor.
Pida a la persona asignada que describa la forma en que se preparó para recibir su bendición patriarcal.
Cuando los patriarcas dan bendiciones, las registran con el fin de darnos una copia impresa de la bendición. Otra copia queda archivada en los registros oficiales de la Iglesia, con lo cual, en caso de que alguno perdiera la suya, puede solicitar otra a la Iglesia.
Debido a que la bendición patriarcal es personal y sagrada, debe conservarse en un lugar seguro, pero también conveniente; solamente debemos compartir su contenido con quienes tenemos extrema confianza y según lo dicte el Espíritu. Para que nuestra bendición patriarcal pueda sernos de ayuda, debemos estudiarla a menudo; de ese modo podremos saber lo que debemos hacer para recibir lo que nos fue prometido.
Conclusión
La siguiente historia muestra cómo una persona fue bendecida cuando fielmente trató de seguir el consejo que se le dio en una parte de su bendición patriarcal:
“Siempre había sentido dentro de mí que yo tenía algún propósito en la vida y que llevaría a cabo una gran misión, pero no sabía cómo iba a realizarla ya que había llegado a la edad adulta sin saber leer ni escribir.
“Yo creía que era tan listo como los demás muchachos, pero mi registro escolar indicaba algo diferente: estaba fallando en todas las materias. Algunos exámenes especiales relacionados con la lectura indicaron que no era muy inteligente, por lo que quizás ni siquiera debería andar solo en la calle. Las tareas escolares básicas que para otros jóvenes resultaban muy sencillas, para mí eran demasiado difíciles; en cierta oportunidad, un compañero me pidió que escribiera la palabra gas y no lo pude hacer. Como siempre fallaba, comencé a sentir que debía ser verdaderamente tonto, tal como la gente lo pensaba desde hacía tiempo y ya estaba comenzando a comentar.
“Me ‘gradué’ de la secundaria solamente porque éste parecía ser el modo más sencillo para la escuela de eliminar el problema de tratar de educar a un estudiante que consideraban incapaz de aprender ni siquiera las habilidades de lectura del tercer grado.
“Aunque parezca extraño, mi primer contacto con las verdades del Evangelio restaurado tuvo lugar cuando contaba con catorce años de edad e intenté leer uno de los libros que encontré en un estante de libros de mi casa. Me había topado con un ejemplar del Libro de Mormón que pertenecía a mi madre, quien se había bautizado en la Iglesia en el área rural de Tennessee muchos años antes, pero debido al aislamiento de la zona, no había podido tener relación con otros miembros de la Iglesia, por lo que nunca recibió mucho conocimiento del Evangelio y así perdió el interés y el deseo de transmitir a sus hijos las enseñanzas contenidas en el Libro de Mormón.
“Luché al tratar de leer el testimonio de José Smith, leyendo solamente las palabras sencillas y salteando las que no comprendía. No resultaba sorprendente que a veces leyera sin hallar ningún significado, pero por alguna razón sentí la influencia de cierto espíritu sobre mí y tuve el convencimiento de que lo que estaba intentando leer era verdadero. Lo que fui capaz de leer me hizo sentir el deseo de conocer más sobre la Iglesia, por lo que al próximo domingo por la mañana atravesé la ciudad para asistir a los servicios de la Iglesia mormona. Esto fue el comienzo de un período de ocho años en los que pasé acumulando un testimonio del Evangelio, testimonio que llegó a ser tan grande que al final cambié mi estado de mormón no bautizado e ingresé a las aguas del bautismo a la edad de veintidós años.
“Una vez que fui miembro de la Iglesia y que me hallaba en el camino hacia la exaltación celestial, no me hallaba satisfecho con mi falta de desarrollo ni con mis logros personales. Deseaba crecer como persona valiosa y útil en el Reino de Dios y, para lograrlo, debía aprender muchas cosas, incluso aprender a leer.
“Entonces hice lo que siempre se me había aconsejado hacer cuando tuviera que tomar decisiones y hacer planes que afectaran mi progreso eterno: pedí al Señor Su guía, la cual recibí en una bendición patriarcal, en la que se me dijo:
“ ‘Eres un alma escogida ante los ojos del Señor, como lo fue Pablo en la antigüedad, un siervo escogido a quien se dio poder y habilidad para cumplir una buena obra. Continúa en tu búsqueda de conocimiento y ora por sabiduría para que con tu inteligencia puedas glorificar al Padre’.
“¡Si el Señor pensaba que yo era capaz de aprender, entonces, podía aprender! A pesar de esto, me di cuenta de que esa bendición no se cumpliría automáticamente sin que previamente hubiera meditación y acción de mi parte. El cumplimiento de esa bendición, como sucede con todas las bendiciones patriarcales, se me prometió conforme a mi dignidad y voluntad de hacer las cosas necesarias a fin de cristalizar dichas bendiciones.
“Tuve fe que con la ayuda del Señor podría aprender si tan solo me aplicaba, cosa que hice, estudiando desde las 6 de la mañana hasta medianoche, seis días de la semana.
“Gasté trescientos dólares en un juego de discos que contenía las letras del alfabeto en términos básicos. Pasé noche tras noche memorizando el alfabeto, pronunciando las letras, con el fin de autoenseñarme a leer y escribir. Aún tenía inconvenientes con la ortografía, pero pude leer separando fonéticamente las palabras hasta que las comprendía.
“Lleno de confianza en mi recién hallada capacidad de leer y escribir, me matriculé en la Universidad del Estado de Ohio, donde intenté tomar notas de las clases de los profesores, pero tuve dificultades al escribir. Todavía dividía las palabras fonéticamente y, como consecuencia de ello, solamente podía tomar apuntes de una pequeña porción de las disertaciones de los profesores; y sin todo el material necesario, era imposible para mí estudiar y prepararme adecuadamente para los exámenes, por lo que nuevamente mis intentos académicos terminaron en fracaso, y me vi obligado a abandonar la universidad.
“Me sentía desanimado y comencé a dudar de mi habilidad de alcanzar logros académicos, pero se me había dado una bendición y una promesa de que podía aprender, así que me di cuenta de que el cumplimiento de la misma descansaba solamente en mi fe y obras, por lo que continué trabajando para mejorar la ortografía y la lectura.
“Aceptando la palabra del Señor de que me bendeciría si yo hacía mi parte, me matriculé en el Colegio Ricks, en Rexburg, Idaho. Nunca falté a mis obligaciones como maestro orientador, ni dejé de atender las responsabilidades que la Iglesia había delegado en mí, y estudiaba dieciocho horas al día. Aún tenía que esforzarme al leer, pero ya podía reconocer inmediatamente algunas palabras, en lugar de tener que dividirlas como anteriormente lo hacía. Cuando iba a presentar un examen, memorizaba cada palabra de mis notas, a fin de poder escribirlas correctamente durante el examen. Al salir del Colegio Ricks, podía leer bien, llegué a ser un estudiante con honores y me gradué con un alto promedio de calificaciones.
“Y ahora acabo de terminar mi licenciatura en la Universidad Brigham Young, luego de haber completado con buenas calificaciones los estudios que deseaba.
“La promesa del Señor de que se me había dado la ‘habilidad para cumplir una buena obra’ había sido cumplida, como se cumplirán las demás promesas de mi bendición patriarcal si tengo fe en Él y trabajo para cristalizar dichas bendiciones” (Dorvis Rodgers, “You Shall Glorify Your Father in Heaven With Your Intelligence,” When Faith Writes the Story, págs. 34–37).
Este muchacho se preparó y fue obediente; como resultado, su bendición patriarcal fue una fuente de guía y consuelo para él; nosotros también debemos ejercer la misma fe para alcanzar las bendiciones que se nos prometen en nuestra bendición patriarcal.
Cometidos
-
Si no ha recibido su bendición patriarcal, prepárese para recibirla.
-
Si ya recibió su bendición, léala con frecuencia y trate de vivir dignamente para poder recibir las bendiciones prometidas.
Pasajes adicionales de las Escrituras
-
Génesis 49:1–28 (El patriarca Israel bendice a sus hijos).
-
D. y C. 107:39–56 (Los Doce ordenaron ministros; el sacerdocio patriarcal en tiempos antiguos).
-
D. y C. 124:91–92 (Los patriarcas reciben las llaves para dar bendiciones).
-
Moisés 6:1–6 (Un libro de recuerdos conservado para bendición de los hijos de Adán).
Preparación del maestro
Antes de presentar esta lección:
-
Asigne a un miembro de la clase que haya recibido su bendición patriarcal que comparta su testimonio de la guía y bendición que es en su vida. (Adviértase que la bendición patriarcal es personal y que no se debe leer a los demás, por cuya razón no debe ser muy explícito sobre las promesas e instrucciones dadas en la misma.)
-
Asigne a otro miembro de la clase para que explique lo que hizo para recibir su bendición patriarcal.