Lección 16
Cómo prepararse para enseñar
El propósito de esta lección es ayudarnos a reconocer nuestra responsabilidad de prepararnos para enseñar eficazmente el Evangelio.
Introducción
“No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla, y entonces será desatada tu lengua; luego, si lo deseas, tendrás mi Espíritu y mi palabra, sí, el poder de Dios para convencer a los hombres” (D. y C. 11:21).
El enseñarnos los unos a los otros
Solicite a los miembros de la clase que lean D. y C. 88:77–78. ¿A quién debemos enseñar?
Las posibilidades de enseñar el Evangelio son muchas y variadas; podemos enseñar a nuestra familia, a nuestros amigos, a vecinos y compañeros. Podemos enseñar a los miembros de la Iglesia en clases organizadas y a las personas con quienes nos relacionemos en el trabajo que no sean miembros de la Iglesia.
Muestre la ayuda visual 16-a, “Un padre es responsable de enseñar el Evangelio a sus hijos”.
La enseñanza en el hogar
Desde la creación de la tierra, el Señor nos ha dicho que tenemos la gran responsabilidad de enseñar el Evangelio a nuestros hijos. Un buen momento para ello es durante el día domingo o durante la noche de hogar los lunes, pero también hay otros que son igualmente apropiados. El relato que se encuentra a continuación muestra cómo un padre aprendió a enseñar a su familia:
Varios padres participaron en un estudio relacionado con la noche de hogar, y la mayoría de ellos expresaron sentimientos tales como: “Yo no soy maestro, nunca lo fui y jamás lo seré”. A ellos se les prometió que si reunían semanalmente a la familia en una atmósfera cálida y casual, el aspecto de la enseñanza no constituiría el problema que ellos imaginaban.
Uno de los padres, que se llamaba Juan, no reaccionó favorablemente a la solicitud y trató de deshacerse del compromiso diciendo: “Yo simplemente no puedo enseñar”; pero ya se había comprometido y no podía echarse atrás.
Cuando tres meses más tarde se le pidió que hablara acerca de su experiencia, se comportó muy amistoso y de buen carácter, y sus hijos expresaron entusiasmo por lo que había sucedido en sus noches de hogar.
Su esposa dijo: “Ha sido para nosotros una experiencia maravillosa. Las mejores lecciones que tuvimos fueron las que enseñó Juan”.
Éste bajó la vista por un momento y permaneció en silencio; entonces dijo: “No… en realidad no fueron tan buenas”.
Su esposa no obstante fue muy sincera y vehemente cuando replicó: “Juan, tus lecciones estaban llenas de poder; nos hicieron sentir como una verdadera familia. ¡Jamás olvidaremos lo que nos dijiste!”.
Juan se sintió profundamente afectado por las palabras de su esposa. Levantó la mirada y dijo: “Supongo que las lecciones salieron bastante bien. La verdad es que no quería tener las noches de hogar; simplemente no creí que pudiera hacerlas. Pero una noche, después de que mi esposa había enseñado una lección una semana y mi hija la siguiente semana, decidí que yo también trataría de hacerlo”.
Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando dijo: “Jamás olvidaré el buen sentimiento que me embargó al hablar sobre cosas buenas con mi familia. Fue entonces que tuve el sentimiento de que por primera vez había llegado a ser el padre que se suponía que debía ser” (Véase George D. Durrant, Love at Home Starring Father, págs. 41–43).
Esta narración ilustra lo que puede suceder cuando asumimos nuestra responsabilidad de enseñar a la familia.
Pida a varios hermanos que compartan sus experiencias en la enseñanza del Evangelio a sus hijos.
El élder Boyd K. Packer dijo: “La mayor parte de lo que hacemos es enseñar. El mostrarle a un pequeño cómo atarse el cordón del zapato… el ayudarle a una hija a preparar una nueva receta, dar un discurso en la Iglesia, expresar un testimonio, dirigir una reunión de liderazgo y, naturalmente, enseñar una clase; todo esto es enseñar y lo hacemos constantemente… Cuando predicamos, hablamos o contestamos en las reuniones, estamos enseñando” (Teach Ye Diligently, págs. 2–3).
La enseñanza en la Iglesia
La mayor parte de la enseñanza que impartimos se lleva a cabo de manera informal, en simples conversaciones. Pero en la Iglesia también tenemos la oportunidad de enseñar en clases organizadas.
El élder Packer escribió: “Cada miembro de la Iglesia enseña prácticamente durante toda su vida… Tenemos maestros que sirven en todas las organizaciones de la Iglesia. En los quórumes del sacerdocio se lleva a cabo en verdad, un gran trabajo de enseñanza y, de hecho, todos los poseedores del sacerdocio son elegibles para recibir un llamamiento como maestros orientadores… La Iglesia avanza bajo el poder de la enseñanza que se logra. La obra del reino [se retrasa] si la enseñanza no se lleva a cabo en forma eficaz” (Teach Ye Diligently, págs. 2–3).
Muchas veces nuestra enseñanza no tiene lugar en un salón de clase, sino en nuestras relaciones diarias con otros miembros de la Iglesia. Las siguientes narraciones son algunos ejemplos de enseñanzas efectuadas fuera del salón de clases:
“Conocí al obispo Fred Carroll cuando nos mudamos con mi familia al barrio que él presidía, siendo yo todavía un diácono, aun cuando me encontraba en la edad de ser maestro. Probablemente este hombre no me habló directamente más de cincuenta palabras, pero veinticuatro de ellas permanecieron indeleblemente impresas en mi mente. Estoy seguro que este buen obispo nunca comprendió el tremendo impacto que en mí tuvieron esas veinticuatro doradas palabras, recibidas un día en forma íntima y privada: ‘He notado lo reverente que eres en nuestras reuniones de la Iglesia y es un excelente ejemplo el que brindas a los demás muchachos’.
“Fueron tan sólo unas pocas palabras, pero ¡cuán poderosas! Ellas ejercieron en mí un efecto más poderoso que cientos de asignaciones que he recibido desde entonces. Hasta ese momento jamás me había considerado a mí mismo como una persona reverente. Estoy completamente seguro que el obispo Carroll interpretó mal mi timidez, confundiéndola con reverencia. Pero eso no tuvo importancia. De ese momento en adelante comencé a meditar acerca del significado que tenía la reverencia en mi vida. Muy pronto comencé a sentirme reverente. Después de todo, ¡si el obispo Carroll pensaba que yo era reverente, tal vez lo era! La actitud que como consecuencia de las palabras del obispo Carroll comenzó a desarrollarse en mí, ha crecido hasta constituir una influencia que dirige mi vida” (Lynn F. Stoddard, “The Magic Touch”, Instructor, septiembre de 1970, págs. 326–327).
El élder Thomas Monson escribió: “Cuando los dedicados maestros responden a Su cálida invitación (la del Salvador), ‘Venid, aprended de mí’, aprenden, pero también llegan a ser partícipes de Su divino poder. Cuando yo era niño, recibí la influencia de una maestra así; en nuestra clase de la Escuela Dominical, ella nos enseñaba en cuanto a la creación del mundo, la caída de Adán, el sacrificio expiatorio de Jesús. Traía a nuestra sala de clase como invitados de honor a Moisés, Josué, Pedro, Tomás, Pablo y Jesucristo; y nosotros, aunque no los veíamos, aprendíamos a amarlos, a honrarlos y emularlos.
“Nunca fue su enseñanza tan dinámica ni su impacto más perdurable que una mañana de domingo cuando nos anunció con tristeza el fallecimiento de la madre de uno de nuestros compañeros de clase. Aquella mañana habíamos echado de menos a Billy, pero ignorábamos la razón de su ausencia. El tema de la lección era: ‘Más bienaventurado es dar que recibir’. En la mitad de la lección, nuestra maestra cerró el manual y abrió nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón a la gloria de Dios. Nos preguntó: ‘¿Cuánto dinero tenemos en nuestro fondo de fiestas de la clase?’.
“La depresión económica de aquellos días nos impulsó a responder con orgullo: ‘Cuatro dólares y setenta y cinco centavos’.
“Entonces, tan dulcemente como de costumbre, nos sugirió: ‘La familia de Billy se halla acongojada y en apuros económicos. ¿Qué les parece la idea de ir esta mañana a visitar a los miembros de la familia y llevarles el dinero de nuestro fondo?’.
“Recordaré por siempre el grupito aquel que después de recorrer las tres cuadras que distaban de la casa de Billy, entró en ésta saludando a su compañero, al hermano de éste, así como a las hermanas y al padre. La ausencia de la madre era notoria. Siempre atesoraré el recuerdo de las lágrimas que brillaron en los ojos de todos los presentes, cuando el sobre blanco que contenía nuestro precioso fondo para fiestas pasó de la delicada mano de nuestra maestra a la necesitada mano de aquel padre. Entonces emprendimos el camino de regreso a la capilla con el corazón más liviano de lo que jamás lo hubiera estado; nuestro gozo era más completo, nuestro entendimiento más profundo. Una maestra inspirada por Dios había enseñado a los niños de su clase una lección eterna de verdad divina ‘Más bienaventurado es dar que recibir’ ” (véase “Sólo un maestro”, Liahona, octubre de 1973, pág. 6).
La enseñanza en el mundo
Todo miembro de la Iglesia es un misionero que tiene la responsabilidad de enseñar el Evangelio, tanto por medio de sus palabras como de sus obras, a cada persona con quien tiene contacto. Cuando nos bautizamos hicimos el convenio de “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que [estuviésemos], aun hasta la muerte” (Mosíah 18:9). Cuando enseñamos a nuestros amigos y vecinos, debemos hacerlo con mansedumbre y humildad (véase D. y C. 38:40–41).
Se nos ha dado la gran responsabilidad de enseñar, no solamente a nuestros hijos o a los miembros de la Iglesia, sino a cada persona con quien nos relacionemos.
Muestre las ayudas visuales 16-b, “Las lecciones se deben preparar teniendo en mente a cada uno de los miembros de la clase”, y 16-c, “La preparación del maestro incluye el estudio de las Escrituras y la oración”.
La preparación para enseñar el Evangelio
Si deseamos llegar a ser buenos maestros, debemos prepararnos bien. El presidente David O. McKay nos ha dicho: “Ningún maestro puede enseñar lo que no sabe. Ningún maestro puede enseñarnos lo que no ve y siente” (Treasures of Life, pág. 476).
¿Por qué es importante que todos nosotros, aun los jóvenes, nos preparemos para enseñar bien? ¿Cuáles ideas, en cuanto a la preparación de lecciones, podemos encontrar en la siguiente cita?
“Destinen una hora y lugar adecuados para preparar la lección. Tengan a mano los materiales, las Escrituras, el manual de lecciones, las referencias, lápiz y papel… Comiencen su planificación orando al Señor, el Planificador Maestro. Éste es Su Evangelio, usted es Su maestro y va a enseñar a Sus hijos. Pregunte al Señor cómo desea que se enseñe el mensaje… Cuando se siente una necesidad especial, la oración debe acompañar al ayuno, para estar a tono con el Espíritu del Señor” (Curso básico para el desarrollo del maestro, Lección 3, pág. 17).
Anote en la pizarra lo que se debe hacer y los materiales con que se debe contar para preparar una lección.
El presidente David O. McKay era maestro profesional antes de ser llamado como Autoridad General y sugirió cuatro pasos a seguir en la preparación de una lección.
Determinar el objetivo de la lección
El objetivo es la idea que desea que los miembros de la clase aprendan y pongan en práctica. Escriba su meta y piense en ella a medida que prepara la lección.
Saber el contenido de la lección
Estudie bien la lección para enseñarla con sus propias palabras. Naturalmente, los pasajes de las Escrituras y las citas se pueden leer del manual.
Reunir ayudas visuales por medio de la investigación y el estudio
Para despertar interés en la lección, utilice ayudas visuales interesantes, tales como objetos, carteles, láminas u otros artículos que le sean de ayuda. El crear interés en la lección es de importancia en la enseñanza a las personas de todas las edades.
Organizar los materiales que se vayan a utilizar durante la lección
Tenga listo todo lo que vaya a utilizar durante la lección: tiza, borrador, papel, lápices y ayudas visuales. Todo esto se debe disponer en el orden en que se vaya a usar en la lección a fin de evitar confusión en el momento en que se imparta.
Aprendamos a amar a quienes enseñamos
El élder Boyd K. Packer ha dicho: “El buen maestro ya ha estudiado la lección. El maestro destacado también estudia a los alumnos; los estudia seria e intensamente… Cuando estudia cuidadosamente los rostros y expresiones de sus alumnos, puede usted sentir en su corazón la calidez de la compasión cristiana… La compasión es un sentimiento semejante a la inspiración: es un amor que le estimulará a cumplir con la obra del Señor alimentando a Sus ovejas (“Study Your Students”, Instructor, enero de 1963, pág. 17).
Por otra parte, los alumnos que se sienten amados tendrán más confianza en sí mismos y desearán mejorar. Pondrán más atención y cooperarán y ayudarán más en la clase. Más que nada, los alumnos que se sienten amados aprenderán a amar a otros.
Enseñemos con el espíritu
Si un maestro desea amar a sus alumnos, debe ser sensible a la inspiración del Señor, ya que solamente de ese modo entenderá verdaderamente las necesidades que ellos tienen. El presidente Brigham Young dijo: “Después de todos nuestros esfuerzos para obtener sabiduría de los mejores libros, etc., aún existe una fuente abierta para todos: ‘Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios’ ” (Discourses of Brigham Young, pág. 262).
La habilidad de enseñar es un don que recibimos de nuestro Padre Celestial. Si se lo pedimos, nos inspirará cuando preparemos la lección, cuando tratemos de conocer y amar a los alumnos y cuando enseñemos. Y cuando enseñemos por medio de Su Espíritu, enseñaremos con poder. (Si desea información adicional, véase la lección 18, “La enseñanza por medio del poder del Espíritu Santo”.)
Conclusión
“El presidente David O. McKay dijo: ‘No hay mayor responsabilidad en el mundo que la capacitación de un alma humana’. Gran parte de la mayordomía personal de cada padre y maestro en la Iglesia, es enseñar y capacitar” (Vaughn J. Featherstone, “El verdadero maestro”, Liahona, febrero de 1977, pág. 53). Tenemos la obligación de enseñar el Evangelio de Jesucristo a nuestros hijos, a los miembros de la Iglesia y a aquellos con quienes nos relacionamos que no son miembros de la Iglesia. Con el fin de poder llevarlo a cabo eficazmente, debemos prepararnos al estudiar y al vivir el Evangelio.
¿De qué manera el vivir rectamente nos ayuda a enseñar el Evangelio más eficazmente?
Cometido
Preparar y enseñar la lección para la próxima noche de hogar por medio del estudio y la oración, a fin de recibir la influencia del Espíritu Santo.
Pasajes adicionales de las Escrituras
-
Deuteronomio 6:1–7 (la importancia de enseñar constantemente a los niños).
-
Mosíah 4:14–15 (cómo enseñar adecuadamente a los niños).
-
D. y C. 68:25–28 (los padres deben enseñar el Evangelio a sus hijos).
-
D. y C. 130:18 (cuando resucitemos conservaremos el conocimiento que hayamos obtenido en esta vida).
Preparación del maestro
Antes de presentar esta lección:
-
Recuerde a los hermanos que lleven consigo los libros canónicos a la clase.
-
Si lo desea, asigne a varios miembros de la clase para que compartan buenas experiencias que hayan tenido al enseñar a sus hijos.
-
Asigne a miembros de la clase para que relaten las historias y para que lean los pasajes de las Escrituras de la lección.