“Me sentí fracasado”, Para la Fortaleza de la Juventud, abril de 2021, págs. 12–13.
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Me sentí fracasado
No había bautizado a nadie en mi misión; después me di cuenta de que había una mejor manera de medir el éxito.
¿Has sentido alguna vez que has fallado en algo aunque hayas ansiado triunfar con todo tu corazón? Así me sentí cuando regresé de mi misión. Dos años en Francia y ¿qué había logrado de bueno? Claro que hice amigos, aprendí un idioma y llegué a amar a los santos fieles que se esfuerzan por vivir el Evangelio.
Sin embargo, no había bautizado a nadie.
Entonces recordé el consejo que me dio mi presidente de misión en mi entrevista final: “Si puedes realmente decir que el Señor está complacido con el esfuerzo que has hecho, si con sinceridad puedes decir que hiciste lo mejor que podías hacer por Él, entonces esa es la medida de tu éxito. Todo lo demás, no importa”.
Al pensar en eso, sentí el deseo de orar. Lentamente, la paz me llegó al corazón. El Espíritu susurró: “El Señor sabe que hiciste lo mejor que pudiste. Tu sacrificio es aceptable”. Ya era hora de continuar con los siguientes pasos de mi vida.
Mucho tiempo después de Francia
Avancemos rápidamente muchos años. Me encontraba escribiéndole una carta a mi hija que servía en una misión en Canadá, cuando escuché una notificación en mi teléfono. Alguien me había mandado una foto de la parte interior de la portada de un ejemplar del Libro de Mormón con un testimonio escrito en francés, ¡con mi propia letra! Le había obsequiado el libro a una hermana que se había unido a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando yo era misionero (aunque yo no la había bautizado), pero ella se había alejado de la Iglesia un par de años después. ¿Por qué me enviaría alguien una foto del testimonio que yo había escrito tantos años atrás?
La foto venía con un mensaje: “Creo que le interesará ver su testimonio de nuevo. Mi tía estaba tan emocionada cuando me uní a la Iglesia que me dio el Libro de Mormón que usted una vez le obsequió. Creo que a usted le agradará saber que lo considero un tesoro.
Mi tía no permaneció activa en la Iglesia, pero siempre habló bien de ella, tanto, que su hermana menor (mi madre) le pidió a los misioneros que le enseñaran. Mi madre se unió a la Iglesia; se casó en el templo y ella y mi padre criaron cuatro hijos como miembros de la Iglesia. Mis tres hermanos y yo hemos servido en misiones y nos hemos casado en el templo. Todos somos activos y fieles”.
Me sobrecogió la emoción. Después de todos esos años, pensé que había fracasado; pero ahora puedo ver que, con el tiempo, el Señor había llevado a cabo Su obra, a Su manera.
Cuando haces lo mejor que puedes por el Señor
Los recuerdos de otras personas a quienes enseñé siendo misionero empezaron a acudir a mi mente. Una persona se unió a la Iglesia un año después de que regresé a casa. Él vive ahora en Polinesia Francesa y nos comunicamos por Skype todo el tiempo. Otra persona se unió a la Iglesia siete años después de mi misión. Él sirvió en una misión en Texas, EE. UU. Ahora es el secretario ejecutivo de una estaca en el sur de Francia.
Pensé en otros miembros franceses que todavía conozco y amo: una hermana en una residencia de ancianos que me escribe cartas; un hombre que conocí cuando él era un adolescente y que ahora es presidente de misión en África.
Si me hubieran preguntado al final de mi misión, habría dicho que fui un fracaso; pero al pensar en el testimonio que había escrito en ese Libro de Mormón hace tantos años, me di cuenta de que una persona no ha fracasado cuando hace lo mejor que puede por el Señor. “Tal vez lo único en lo que fallé fue en fracasar”, pensé.
¿Fracaso o éxito?
En los primeros días de la Restauración, un grupo de misioneros fue enviado a predicar a los indígenas estadounidenses que vivían al oeste de Misuri (véase Doctrina y Convenios 28:8; 30:6; 32:2). Ellos pensaron que estaban cumpliendo las profecías del Libro de Mormón sobre los lamanitas de que recibirían el Evangelio en los últimos días; pero al final de su misión, no habían bautizado a ningún indígena estadounidense.
Si se les hubiera preguntado, ¿qué habrían dicho ellos sobre el fracaso? Sin embargo, a lo largo del camino, llevaron a otras personas a la Iglesia. Entre ellos había futuros líderes como Sidney Rigdon, así como muchos miembros de Kirtland, Ohio, donde más tarde se construyó el primer templo de los últimos días. Ellos aprendieron, al igual que yo, que el Señor “mostrar[á] a los hijos de los hombres que pued[e] ejecutar [Su] propia obra” (2 Nefi 27:21).
Me recliné en la silla y sonreí. Me di cuenta de que los obstáculos en la vida pueden parecer fracasos en el momento, pero, con el tiempo, si sigues haciendo lo mejor que puedes, el Señor te ayudará a convertirlos en triunfos.