Navidad en primavera
Un año, nuestra familia descubrió que la Navidad y la Pascua de Resurrección se entienden mejor si se celebran a la vez.
La mejor Navidad de nuestra familia no sucedió el día de Navidad; sucedió en Pascua de Resurrección.
Una Navidad se había visto ensombrecida por la preocupación por nuestro hijo Tanner, que estaba luchando en el hospital con una enfermedad que ponía en peligro su vida. Estuvo en coma inducido médicamente durante diez semanas. Literalmente, durmió durante la Navidad.
De manera gloriosa, Tanner recuperó lentamente las fuerzas y pudo regresar a casa en la primavera. Al acercarse la Pascua de Resurrección, hablamos sobre la Navidad que Tanner se había perdido. Sus hermanas y su hermano decidieron que se merecía una compensación. Pensamos en lo divertido que sería convertir la Pascua de Resurrección en una doble festividad.
A fin de prepararnos para nuestra celebración navideña en primavera, sacamos una caja de luces navideñas, decoramos un pequeño árbol de Navidad y compramos y envolvimos pequeños regalos para cada uno.
La noche anterior a la Pascua de Resurrección, nuestra “Nochebuena”, nos vestimos con batas de baño viejas y disfraces improvisados para una representación familiar de la Natividad. Leímos en las Escrituras acerca del ángel que se apareció a María y a José, de su viaje a Belén y su búsqueda de un lugar donde quedarse sin que encontraran lugar en el mesón.
También leímos acerca de los pastores que cuidaban sus rebaños por la noche, del ángel del Señor que se les apareció y de un coro de huestes celestiales que cantaba: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14). En nuestra representación, los pastores visitaron el establo donde nuestros hijos estaban vestidos como animales de granja (¡ese año, nuestro establo de la Natividad también incluía una jirafa!).
Nuestra representación navideña en familia no terminó ahí. Como era la Pascua de Resurrección, continuamos leyendo la manera en que el Niño Jesús creció en estatura, visitó y enseñó a los eruditos en el templo, efectuó milagros, ministró a Su pueblo y se reunió con Sus apóstoles en un aposento alto de Jerusalén, donde instituyó la Santa Cena.
Leímos con reverencia el relato de cuando Jesús entró en el Jardín de Getsemaní para comenzar Su poderosa obra expiatoria: sufrir, sangrar y morir por nosotros. Luego leímos acerca del modo en que resucitó al tercer día. Él venció la muerte, Su propia muerte y la nuestra. Recordamos que, gracias a Él, todo es posible.
En la mañana del día de Pascua de Resurrección nos levantamos muy temprano y nos deleitamos con el resplandor de las brillantes y coloridas luces de Navidad en la oscuridad previa al amanecer. Abrimos emocionados nuestros regalos y comimos nuestro acostumbrado desayuno navideño de pan dulce relleno. Mientras el sol naciente iluminaba el mundo exterior, salimos a buscar huevos de Pascua y celebramos la maravilla de la Resurrección. En la iglesia participamos de la Santa Cena, lo que hizo que la realidad de la Expiación del Salvador se manifestara en ese momento.
Para cada uno de nosotros, esa “Pascua de Resurrección navideña” nos hizo ver más claramente que la Navidad y la Pascua se entienden mejor si se celebran a la vez. La Navidad, porque está llena de promesas, y la Pascua de Resurrección, porque está llena de promesas cumplidas.
Recordamos con alegría esa experiencia porque solo tendríamos a Tanner con nosotros una Navidad más antes de que su misión terrenal terminara. Hoy, miramos hacia adelante con la confianza de que nuestra separación de Tanner es solo por un tiempo, pues en Navidad nos regocijamos porque “un niño nos es nacido” (Isaías 9:6), y en la Pascua recordamos, y recordaremos siempre, que “ha resucitado” (véase Mateo 28:6).