Antes de levantar un muro
“El principio del respeto mutuo, junto con la caridad y el perdón, puede ser la base para conciliar diferencias y solucionar problemas.”
Hay una cualidad en la vida de casi todas las personas buenas del mundo que se manifiesta en sus obras y que parece ser. parte de su naturaleza; es una mezcla de caridad, perdón y respeto y encierra el conocimiento de que Dios es un ser. supremo y que nosotros somos Sus hijos. Por lo tanto, tenemos cierta obligación los unos hacia los otros.
“He aquí.. el Señor Dios ha dado el mandamiento de que todos los hombres tengan caridad, y esta caridad es amor” (2 Nefi 26:30). Las Escrituras también nos enseñan: “Y también os perdonaréis vuestras ofensas los unos a los otros” (Mosíah 26:31). Una persona puede tener esa cualidad sin tener que transigir en sus principios o comprometer sus creencias.
No hace mucho, el padre Paul Showalter, de Nauvoo, nos contó algo interesante sobre el profeta José Smith, que estaba registrado en la historia católica del lugar. Cuando los miembros de la Iglesia comenzaron a establecerse en Nauvoo y las zonas circunvecinas, un sacerdote católico francés llamado John Alleman, que vivía en el distrito de McDonough, necesitaba que alguien lo llevara a visitar a uno de sus feligreses enfermos. José Smith le proveyó al sacerdote un transbordador y un carruaje que lo llevara a destino.
En señal de respeto el Profeta comentó:
“Los sacerdotes atienden fielmente a sus feligreses y se ocupan de lo suyo, mientras que hay otros que están continuamente molestando a los Santos de los Últimos Días”.
La cualidad de respetar a los demás, sea cual fuere la creencia religiosa o afiliación de una persona, era parte de la vida del profeta José Smith. El defendió la verdad y el evangelio restaurado hasta el día de su muerte y no toleraba a aquellos que cometían iniquidades en forma deliberada o que trataban de ejercer injusto dominio sobre los santos o sobre cualquier otra persona. Demostró respeto e interés por los demás, sin tener en cuenta para nada sus creencias ni antecedentes, lo cual, en muchos casos, fue un gesto notable teniendo en cuenta la persecución de la que tanto el como los primeros miembros de la Iglesia fueron víctimas.
En una ocasión dijo que el tenía la cualidad de amar. También hemos leído que si lograba que sus enemigos le escucharan, conquistaba a la mayoría de ellos. En su trato con los demás aplicaba el principio que aparece en Doctrina y Convenios 121: “Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por la persuasión, la longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecer a grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia” (vers. 41-42); también leemos: “Deja que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y para con los de la familia de la fe” (vers. 45).
José Smith declaró la doctrina de la restauración con gran poder y vigor, y nunca desperdició la oportunidad de proclamar su veracidad. Fue el precursor de millones de misioneros que han ido por todo el mundo proclamando esas mismas verdades. No obstante, también dijo: “Nunca obligo a nadie a aceptar mi doctrina; me regocijo cuando la gente deja sus prejuicios por la verdad y cuando los principios puros del Evangelio de Jesucristo reemplazan las tradiciones de los hombres” (History of the Church, tomo 6, pág. 213).
En sus últimos días, cuando la chusma atacó a Nauvoo y había discordias por todas partes, José Smith y su hermano Hyrum todavía se tomaron el tiempo para escribir una carta a un señor llamado Tewkesbury, de Boston, que se había alejado de la Iglesia, invitándolo a que volviera. Parte de la carta decía: “Con el deseo ferviente de que todo hombre salve su alma, deseamos aconsejarle … con la sinceridad de hombres de Dios, que el élder Nickerson, uno de los siervos de Dios, vuelva a bautizarlo, para que usted vuelva a tener la dulce
influencia del Espíritu Santo y disfrute de la hermandad de los santos” (History of the Church, tomo 9, pág. 247).
Ese mismo espíritu se encuentra en una carta de la Primera Presidencia del año 1985, que dice: “Sabemos que hay inactivos, que unos critican y buscan faltas en los demás y que otros han sido suspendidos o excomulgados por transgresiones graves.
“Nos allegamos a todos ellos con amor, pues deseamos perdonar con el espíritu de Aquel que dijo: ‘Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres’ (D. y C. 64:10)” (Ensign, marzo de 1986, pág. 88). Esta misiva era en realidad una clara invitación para que volvieran a la Iglesia.
Vivimos en una época de conflictos, discrepancias, desastres, diferencias de opiniones, de ataques, contraataques y desacuerdos. Por eso, y ahora mas que nunca, es preciso que nos elevemos y dejemos que las cualidades del respeto mutuo, la caridad y el perdón predominen en nuestra relación con los demás; que podamos discrepar sin ser displicentes, tener calma y obrar juntos sabiendo que una vez que haya pasado la tormenta continuaremos unidos.
Hace unos años, leí acerca de un suceso que tuvo lugar en el Senado de los Estados Unidos. Recuerdo que se estaba discutiendo un importante asunto. Por uno de los partidos, encabezaba el debate el senador Hubert Humphrey, del estado de Minnesota, mientras que la representante del partido contrincante era la senadora Margaret Chase Smith, del estado de Maine. Al pasar los días, se vio claramente que el partido político del senador Humphrey iba a ganar.
En la mañana de la votación, el senador Humphrey fue al jardín de su casa y cortó algunas rosas rojas. Cuando a la mañana siguiente la senadora Margaret Chase Smith fue a ocupar su asiento en la cámara de senadores, se encontró con el ramo de flores. Por supuesto que eso no cambió su punto de vista concerniente al tema en cuestión, pero fue sin lugar a dudas un gesto de respeto y consideración.
En nuestro trato con los demás, sea cual fuere la posición que tengamos, necesitamos mas rosas; y luego de escuchar esta mañana el discurso del élder Faust, pienso que necesitamos más rosas sin espinas.
Me crié en una comunidad situada en uno de los valles del oeste de Utah, cuya ciudad, Tooele, fue colonizada por pioneros. Pero cuando se descubrió que en las montañas circunvecinas había muchos minerales, llegó hasta allí gente proveniente del sur y del este de Europa con diferentes costumbres y religiones, para trabajar en las minas y en la fundición.
Se establecieron al este del pueblo y a su comunidad la llamaron “New Town” (pueblo nuevo). Casi desde el principio hubo separación y desavenencias entre el grupo nuevo, que traía las costumbres de sus respectivos países, y los que ya estaban radicados en el lugar, que en su mayoría eran descendientes de los pioneros mormones. Rara vez los grupos se unían.
Un año, la escuela de enseñanza secundaria contrató a un entrenador de fútbol americano que acababa de graduarse de la Universidad Utah State, llamado Sterling Harris. El entrenador Harris, como lo llamaban, era muy sociable y un tanto irreverente. Fue tanto al “pueblo viejo” como al “pueblo nuevo”, asegurándose de que todos los jóvenes participaran en ese deporte. Les puso sobrenombres a todos, y en poco tiempo era casi un honor tener un apodo del entrenador.
En poco tiempo hizo que los jóvenes del “pueblo nuevo”, con sus apellidos foráneos, y los del “pueblo viejo”, con sus apellidos comunes y conocidos, jugaran juntos al fútbol. Era exigente pero imparcial, y había algo en el que hacia que los muchachos se sintieran importantes y se esforzaran por hacer lo mejor.
Los miembros del equipo aprendieron a jugar unidos, y gracias al entrenador Harris ganaron tres campeonatos estatales. Pero mas importante que eso, el hizo que la comunidad se uniera; se derribaron los muros y personas de diversas costumbres aprendieron que podían entablar amistades basadas en la estima y en el respeto mutuos. El entrenador Harris fue el eslabón que los unió.
Sterling Harris todavía vive en Tooele, y tiene 91 años. Logró muchas otras cosas en la vida, incluso la de ser inspector de escuela y líder de la Iglesia; pero ninguna fue mas importante que la de ayudar a unir una comunidad y a restablecer el principio del respeto hacia personas de distintas costumbres y tradiciones.
En las ciudades, pueblos y vecindarios del mundo necesitamos mas personas como Sterling Harris, en todos los aspectos de la vida.
Robert Frost escribió:
Si un muro he de elevar averiguaría,
¿Qué voy a encerrar y que voy a excluir,
Y a quien ofendería?
El hombre no nació para desunir.
(“Mending Wall”, en The Poetry of Robert Frost, New York: Henry Holt and Co., 1979, pág. 34.)
La gente siempre tendrá distintos puntos de vista, y supongo que siempre habrá conflictos y hasta malos entendidos. Pero el principio del respeto mutuo, junto con la caridad y el perdón, puede ser la base para conciliar diferencias y solucionar problemas.
¿Acaso no fue el Salvador, hablando del primer y gran mandamiento, que dijo que debemos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, y con toda nuestra alma y con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas; y que el segundo es semejante, que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos? (Véase Mateo 22:36-39.) La cualidad del respeto mutuo es grandiosa; es la cualidad de las personas nobles y, en ese sentido, todos deberíamos tener nobleza. Eso no significa que tengamos que renunciar a nuestras creencias y principios . El respeto mutuo fomenta la hermandad y soluciona muchos problemas.
Ruego que el Señor nos bendiga para que nos tratemos con respeto; en el nombre de Jesucristo. Amen.