El Salvador y José Smith: parecidos y, sin embargo, diferentes
“Si bien honramos y respetamos a José Smith como el Profeta de la Restauración y tratamos de imitar sus cualidades de carácter, adoramos y veneramos al Salvador”.
El próximo junio hará ciento cuarenta y siete años que el profeta José Smith fue asesinado en la cárcel de Carthage por una lluvia de balas disparadas por un populacho con las caras pintadas de negro. Con el en la celda estaba un discípulo, John Taylor, quien participó del terror de ese asalto y fue gravemente herido, mas no fue mártir como sucedió con José y su hermano Hyrum.
Algún tiempo después del martirio, John Taylor, que llegaría a ser el tercer Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, escribió:
“José Smith, el Profeta y Vidente del Señor, ha hecho mas por la salvación del hombre en este mundo, que cualquier otro que ha vivido en el, exceptuando sólo Jesús” (D. y C. 135:3).
Esta conexión terrenal entre José Smith, el Profeta, y Jesucristo, el Salvador y Redentor, invita a comparar sus vidas y sus caracteres.
Ambos provenían de la clase obrera. Jesús era el hijastro de un carpintero. El padre de José era campesino. Ninguno de ellos tenía familiares ni amigos ricos, poderosos ni influyentes. Ambos pasaron por las zozobras de los problemas económicos.
Ambos provenían de hogares firmes de gran espiritualidad. Tanto María como José habían conversado con ángeles. El padre de José Smith había recibido visiones notables cuando José Smith era niño; y la madre había tenido una experiencia espiritual insólita poco antes de que este naciera.
Ni Jesús ni José Smith recibieron mucha educación formal; y ninguno de ellos se graduó de una gran universidad, ni eran miembros de una distinguida sociedad académica.
Ambos fueron niños muy precoces. A los doce años, encontraron a Jesús en el templo enseñando a los eruditos rabinos, quienes estaban asombrados de que alguien tan joven poseyera tanta sabiduría y conocimiento. A los quince años, José tuvo una experiencia que le permitió enseñar a su familia y a otros que le escucharon acerca de la naturaleza, el poder y los propósitos de Dios, el Padre Eterno, y Su Hijo, Jesucristo.
Ninguno viajó mucho. Durante Su ministerio terrenal, Jesús nunca salió de los limites de la Tierra Santa, mientras que José pasó toda su vida dentro de una zona relativamente pequeña de los Estados Unidos y Canadá.
Ambos fueron personajes que desataron controversias, atacando con osadía las costumbres de la época. Jesús condenó a los escribas, a los fariseos y a los hipócritas, mientras que José condenó al errado ministerio religioso.
Ambos atrajeron a fuertes discípulos y a poderosos enemigos. Es por medio de los discípulos de Jesús y de José que su fama y presente influencia es tan conocida. Los dos acarrearon sobre si una oposición tan enconada que ambos murieron en manos de sus enemigos.
Aunque eran de naturaleza bondadosa y apacible, ninguno temía defender lo justo. Jesús, por ejemplo, enojado con los que vendían en el templo, los echó a latigazos. Y en mas de una ocasión, José se trabó en peleas físicas para hacer valer la rectitud.
Ambos terminaron sus misiones jóvenes. Jesús fue crucificado a los treinta y tres años, mientras que José murió como mártir a los treinta y ocho años y medio.
Ambos fueron muertos debido a la traición de ex discípulos.
Ambos oraban siempre. Antes de comenzar Su ministerio terrenal, el Salvador pasó cuarenta días en el desierto dedicado a ferviente ayuno y oración. Y en el Monte de la Transfiguración, en Getsemaní, en la cruz y en otras ocasiones oró fervientemente a Su Padre Celestial, suplicando guía y ayuda.
El ministerio de José Smith comenzó con la ferviente oración que elevó en la Arboleda Sagrada, a consecuencia de la cual se le aparecieron el Padre y el Hijo. De allí en adelante, oro a menudo buscando ayuda divina para resolver los problemas que tenía, ya fueran grandes o pequeños.
Sus nacimientos fueron predichos mucho antes de ocurrir. El Salvador, según las Escrituras, fue “Amado y … Escogido desde el principio …” (Moisés 4:2); si, El de quien el Padre “declaró que vendría en el meridiano de los tiempos, que fue preparado desde antes de la fundación del mundo” (Moisés 5:57). José de la antigüedad, el hijo de Jacob, o sea, Israel, profetizo que en los últimos días se levantaría un vidente escogido, “y su nombre será igual que el mío”; el profetizó: “y será igual que el nombre de su padre” (2 Nefi 3:15); esa es una antigua profecía que se refiere a José Smith y a su padre José Smith.
En tanto el Salvador y José Smith comparten esas y muchas otras cualidades, fueron muy diferentes en otros aspectos básicos. La principal diferencia esta en la insólita naturaleza e identidad del Salvador. El actuó sobre un plano que el profeta José Smith no podía entender totalmente. Jesús es un miembro de la Trinidad, escogido antes de la creación del mundo, para ser el Salvador y el Redentor de la humanidad. El fue una fuerza activa en la Creación; y El es la Cabeza de la Iglesia. Mediante la Expiación, El, en cierto sentido, nos ha ganado y así somos Sus hijos. Y al ser miembros de la Iglesia, hemos tomado Su nombre sobre nosotros.
Las funciones que El ha desempeñado y los diversos nombres por los que es conocido en las Santas Escrituras indican el alto nivel del Salvador, comparándolo con José Smith o con cualquier otro hombre. El es el Jehová del Antiguo Testamento, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. El es el Hijo de Dios, el Mesías, el Creador. El es nuestro Intercesor con el Padre. El es nuestro Modelo. Muchas veces le llaman el Buen Pastor o el Gran Juez. A veces le nombran como nuestro Rey, o como el Rey de reyes; como el Cordero de Dios; como la Luz del Mundo; como el Legislador; o como el Mediador. A veces le llaman el Mensajero del Convenio, o la Roca de nuestra Salvación; la Principal Piedra del Engulla; el Hijo del Hombre; el Ungido, el Libertador, o el Varón de dolores; o el Unigénito del Padre.
El no solo cumple esas funciones, sino que, con el Padre, comparte características desconocidas para el hombre mortal como el profeta José Smith. El sabe todas las cosas y, por lo tanto, es omnisciente; El tiene todo poder y, por esto, es omnipotente; y mediante Su luz, la Luz de Cristo, El es omnipresente.
No es de asombrarse entonces que Juan el Bautista, que hasta su época había sido el mas grande Profeta, dijera del Salvador que el, Juan, no era digno de desatarle la correa del calzado (véase Juan 1:27).
No obstante que el nivel espiritual del Salvador no tiene parangón, Su misión como el Unigénito del Padre tiene algo en común con el profeta José Smith y otros hombres. El Salvador nació de una madre mortal, pero fue engendrado por el Eterno Padre. Por lo tanto, por haber tenido una madre mortal, María, se le puede comparar con José Smith. Aun así, El también tuvo el poder de dejar Su vida y de volverla a tomar, debido a Su Eterno Padre.
Si bien honramos y respetamos a José Smith como el Profeta de la Restauración y tratamos de imitar sus cualidades de carácter, adoramos y veneramos al Salvador. Esa adoración se muestra en cada servicio sacramental cuando convenimos tomar el nombre de Jesucristo sobre nosotros, recordarle siempre, y guardar los mandamientos que El nos ha dado, para tener siempre Su Espíritu con nosotros (véase Moroni 4:3).
La condición divina de nuestro Salvador, Jesucristo, y el alto lugar que ocupa en el eterno plan, nos. hace admirar lo que se ha llamado la condescendencia de Cristo, o sea, Su disposición a bajar de Su lugar exaltado y salir, como dicen las Escrituras “… sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; … para poder soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomara el sobre si, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne pueda saber como socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos … para poder borrar sus transgresiones según el poder de su redención …” (Alma 7: 13.)
Doy testimonio, obtenido mediante el poder del Espíritu Santo, de que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor, el Unigénito del Padre en la carne. Testifico que el Salvador es un ser resucitado, con un cuerpo tangible de carne y huesos, y que Su Padre Celestial, que es también el padre de los espíritus de todos nosotros, también tiene un cuerpo tangible de carne y huesos. También testifico que Jesucristo es la Cabeza de la Iglesia a la que pertenecemos y lleva Su Santo Nombre, y que José Smith, de quien he hablado, fue el Profeta por medio de quien la verdadera Iglesia de Jesucristo fue restaurada sobre la tierra por el ministerio de ángeles muchos siglos después de la apostasía, y a quien se le dieron las llaves del sacerdocio y la autoridad necesaria para dirigir la Iglesia del Salvador en la tierra.
Por ultimo, testifico que por medio de una cadena continua, las llaves de profecía y la autoridad que recibió el profeta José Smith se han transmitido a través de las generaciones y hoy las posee, intactas, el Profeta actual, Ezra Taft Benson, que esta en la tierra a la cabecera de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y tiene todas las llaves y la autoridad indispensables para la exaltación de los hijos de Dios. En el nombre de Jesucristo. Amen.