1990–1999
Jóvenes de Cristo
Abril 1991


Jóvenes de Cristo

“Jóvenes de Cristo, quisiera pediros que cultivéis y alimentéis los buenos sentimientos. “Querer es poder” es la clave de la conducta, es la clave de la felicidad.

Me siento muy agradecido por el llamamiento que tengo de Presidente General de los Hombres Jóvenes. Esta asignación me pareció abrumadora cuando la recibí, y me ha parecido cada vez mas difícil al darme cuenta, a diario, del futuro maravilloso que tenéis vosotros, jóvenes, y de los obstáculos que debéis superar para alcanzar vuestras metas.

El potencial que vosotros tenéis se describe en muy pocas palabras en el Libro de Mormón: “Hombre de Cristo” (Helamán 3:29). Quien es el hombre de Cristo? ¿Podéis vosotros diáconos, maestros y presbíteros ser como ese hombre? ¿o es algo reservado para los de otra generación? Como Presidente General de los Hombres Jóvenes, espero estar presidiendo una hermandad de jóvenes de Cristo. Me gustaría llamaros “hombres de Cristo”, porque aunque seáis jóvenes, sois también hombres. Ruego que cada uno de nosotros llegue a entender la palabra de Dios, que nos guiara por la senda recta y angosta y nos ayudara a evitar muchos sufrimientos en la vida. Ahora me gustaría hablar de una característica del hombre de Dios.

Esa cualidad la expresaba un slogan que vi impreso hace poco en las camisetas de los jóvenes de una conferencia de jóvenes. Decía “Querer es poder”. En broma le pregunte a uno de ellos si también seria cierto al revés: “El que tiene poder hace lo que se le antoja”. El jovencito me echó una mirada condescendiente y me explicó con paciencia: “Quiere decir que antes de poder lograr algo, primero hay que desear hacerlo”. Me alegre de que supiera bien el significado.

Quienquiera que haya planeado esa conferencia le dio en el clavo. El dicho “querer es poder” comprende varios principios del evangelio y sacamos de el una gran enseñanza.

Me recuerda uno de los atributos de Dios: “… y no hay nada que el Señor tu Dios disponga en su corazón hacer que el no haga” (Abraham 3:17). ¿No es maravilloso confiar en que nuestro Padre Celestial hará lo que se proponga?

Este principio se divide en dos partes. Primero, Dios dispone algo en su corazón. Cuando nosotros hacemos eso, usualmente sentimos algo. Ese es el espíritu de revelación (véase D. y C. 8:2-3), que nos hace sentir bienestar o calma. El presidente Marion G. Romney dijo que “invade nuestra mente y corazón y nos induce a hacer lo correcto” (BYU Speeches of the Year, 10 de abril de 1956, pág. 8); nos induce a obrar justamente (véase D. y C. 11:12).

¿Cuantos de vosotros habéis escuchado un pensamiento, un himno, o un relato que os ha hecho desear hacer algo bueno? Esto es común; es una impresión buena y saludable que es esencial para nuestro progreso. Pero, ¿cuan a menudo llevasteis ese impulso a la acción? Esta pregunta nos lleva a la segunda parte. Cuando Dios se propone hacer algo, lo hace; simplemente lo hace.

Leí una vez que “se nos dan esos sentimientos para que nos impulsen a actuar, pero cuando les permitimos esfumarse sin hacerlos realidad pierden todo valor” (Daniel Kayte Sandford, International Dictionary of Thoughts, pág. 291). Esto quiere decir que una vez que deseemos hacer algo, debemos hacerlo para mantener vivos esos buenos deseos. El élder Joseph B. Wirthlin dijo que las personas que hacen el bien y que tienen hambre y sed de lo bueno (Mateo 5:6) mantienen vivos dentro de si los impulsos de hacer el bien” “There I Am in the Midst of Them,” Ensign, mayo de 1976, pág. 56). En contraste, los que no llevan a la practica sus buenos impulsos se ponen en una situación peligrosa. Como dijo C. S. Lewis: “Cuanto mas a menudo una persona sienta el deseo de hacer algo bueno y no lo haga, tendrá cada vez menos impulsos de actuar y, a la larga, perderá la capacidad de sentir” (Screwrape Letters, pág. 61).

“Querer es poder” también nos ayuda a entender el principio del libre albedrío. Los jóvenes que tengan deseos sinceros toman la iniciativa; hacen el bien sin esperar que se les pida; hacen mucho de su propia voluntad (véase D. y C. 58:27); tienen control sobre sus propias vidas. Sentirse en control es un buen sentimiento; es lo que sentimos cuando ejercemos uno de nuestros mas preciados dones: el del libre albedrío.

“Querer es poder” también implica tener fe. El deseo es el comienzo de la fe. El Señor nos bendecirá aunque no tengamos mas que el deseo de creer (véase Alma 32:27) y, si lo permitimos, este deseo se transformara en una fe madura que dará impulso a nuestras acciones.

Los deseos que tengamos en el corazón determinaran lo que nos sucederá durante el juicio final. Alma

dijo que Dios “… concede a los hombres según lo que deseen, ya sea para muerte o para vida” (Alma 29:4).

Nuestros deseos cambian con los años, a veces en forma radical y otras veces gradualmente. El élder Packer una vez citó a Lady Astor: “Siempre le temí a la vejez … porque uno no puede hacer todo lo que quiere … en realidad, no es mucho lo que se quiere hacer”. (Liahona, abril de 1975, pág. 3). Sabed que las cosas que os parecen mas importantes ahora no os importaran en el futuro. Es ahora cuando podéis proponeros a desear las cosas que tienen importancia eterna. Por ejemplo, podéis ser rectos en lugar de perder el tiempo en niñerías; podéis prestar servicio con una buena disposición y no ser egoístas. El élder Marion D. Hanks ha citado a menudo un sabio dicho que dice: “Lo mas importante nunca debe estar a merced de lo insignificante”. Las decisiones que tomemos en esta vida tendrán influencia en nuestra vida eterna.

“Querer es poder” también se aplica a la actitud que tengamos con respecto a la Iglesia. ¿Cuantos de vosotros os habéis aburrido en la reunión sacramental, inclinándoos hacia adelante con los codos en las rodillas, la cara apoyada en las manos y la mirada perdida en el suelo? ¿Se os ha ocurrido que depende de vosotros que la reunión os resulte interesante?

Hace algunos años me contaron de un hermano que describió su actitud mientras el presidente David 0. McKay daba el ultimo discurso de una conferencia general. Era una tarde calurosa y era la quinta sesión a la que asistía. Estaba sentado en la galería, y estaba muy distraído. En eso notó que un hombre sentado abajo estaba dormido con la cabeza echada hacia atrás y la boca abierta. Se puso a pensar que si el estuviera en el techo del Tabernáculo, podría tirar una pelota de papel por uno de los conductos de la ventilación y hacerla caer en la boca del señor. ¡Cómo se divertiría! Después de la reunión escuchó hablar a dos hermanos sobre lo bien que se habían sentido durante el discurso del presidente McKay. Estaban emocionados con lo que habían oído. Este hermano pensó avergonzado: “¡Estos dos hermanos estaban pasando por una maravillosa experiencia espiritual mientras yo me entretenía pensando en tirar pelotas de papel!”

El presidente Kimball dijo que la adoración “es una responsabilidad individual y no obstante lo que se diga, si uno desea adorar al Señor en espíritu y verdad, puede hacerlo … Nadie puede adorar en vuestro nombre, sino que debéis hacerlo vosotros mismos (Liahona, julio de 1978, pág. 5).

Un joven describió la primera experiencia que tuvo con respecto al espíritu de adoración. No había estado totalmente activo durante los años del Sacerdocio Aarónico. Cuando iba a la reunión sacramental, usualmente se sentaba atrás, con un grupo de amigos y no se comportaba muy bien. Un día. llego un poco tarde y ya no había lugar al lado de sus amigos. Se sentó solo, y por primera vez en la vida cerró los ojos durante las oraciones, cantó los himnos, escucho las oraciones sacramentales y prestó atención a los discursantes. En la mitad del primer discurso, se le llenaron los ojos de lágrimas. Un poco avergonzado, miró alrededor; nadie mas parecía estar emocionado. No estaba seguro de lo que le estaba sucediendo, pero esa experiencia le cambió la vida; durante esa reunión comenzó a prepararse espiritualmente para ir a la misión. Sintió algo y, afortunadamente, hizo los cambios necesarios en su vida y así aumentó su espiritualidad.

Quiero hacer hincapié en un deseo que debéis cultivar y es el de querer conservaros puros, libres de toda conducta inmoral. Es posible controlar las pasiones físicas y espero que cultivéis el deseo de respetar a las jovencitas. Durante la ultima Conferencia General de octubre, el élder Ballard nos. dijo que las jovencitas quieren que las tratemos con cortesía. Las normas que detalla el folleto La fortaleza de la juventud tienen gran valor. Esas normas de la Iglesia se transformaran en vuestras propias normas cuando les deis el valor que se merecen, cuando sintáis que son valiosas y las pongáis en practica. Si, debéis tener el deseo de vivir esas normas.

Cuando seáis puros de corazón, cuando deseéis lo bueno, lo verdadero y lo hermoso, entonces podréis evitar las trampas que nos tiende la vida. Si, cimentad vuestra vida “… sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo …” y el diablo no podrá dominaros (Helamán 5:12).

También podéis beneficiar a otros al permitir que se refleje en vuestro rostro el mensaje del evangelio. Hace poco escuche de una joven que invitó a unas cuantas parejas de amigos a ir a su casa después de un baile. Una de las parejas paso a alquilar una cinta video para ver en la televisión. Cuando estaban mirando la película, se dieron cuenta de que no era apropiada. La joven de la casa se sintió incómoda y fue a hablar con sus padres. Ellos le recordaron que en su casa nunca se miraban esa clase de películas y le sugirieron que dejaran de mirarla. La jovencita obedeció y todos se sintieron mas a gusto. Este parece un incidente insignificante, pero ilustra un punto importante. La joven quería obrar bien y actuó de acuerdo con sus deseos. De ese modo, se evito que todo un grupo de jóvenes mirara algo malo. Ese tipo de comportamiento, cuando se repite día tras día. se convierte en una costumbre, puede ejercer una buena influencia tanto en la Iglesia como en la sociedad. Jóvenes de Cristo, quisiera pediros que cultivéis y alimentéis los buenos sentimientos. “Querer es poder” es la clave de la conducta, es la clave de la felicidad; es la clave para adorar al Señor, desarrollar la fe y mantener las normas de la pureza.

Os prometo que el Señor os bendecirá con la actitud y los deseos correctos a medida que oréis, cumpláis con vuestros deberes, guardéis los mandamientos y lo sirváis a El. Entonces, jóvenes, seréis realmente jóvenes de Cristo. En el nombre de Jesucristo. Amen.