2000–2009
Ora siempre
Octubre 2008


2:3

Ora siempre

La oración se vuelve más ferviente al consultar al Señor en todos nuestros hechos, al expresar gratitud sincera y al orar por los demás.

Mi mensaje de la última conferencia general se centró en el principio del Evangelio de pedir en oración con fe. Hoy quiero analizar tres principios adicionales que pueden ser de utilidad para que nuestras oraciones sean más fervientes, y ruego la ayuda del Espíritu Santo para ustedes y para mí.

Principio Nº 1. La oración se vuelve más ferviente cuando consultamos al Señor en todos nuestros hechos (véase Alma 37:37).

En una palabra, la oración es la comunicación con el Padre Celestial por parte de Sus hijos e hijas en la tierra. “Tan pronto como nos damos cuenta de nuestro verdadero parentesco con Dios (concretamente, que Dios es nuestro Padre, y que nosotros somos Sus hijos), de inmediato la oración se convierte en algo natural e instintivo por parte nuestra” (“Oración”, Diccionario Bíblico en inglés, pág. 752). Se nos manda orar siempre al Padre en el nombre del Hijo (véase 3 Nefi 18:19–20). Se nos promete que si oramos con sinceridad por lo que sea correcto y bueno, y de acuerdo con la voluntad de Dios, seremos bendecidos, protegidos y guiados (véase 3 Nefi 18:20; D. y C. 19:38).

La revelación es la comunicación del Padre Celestial con Sus hijos en la tierra. Al pedir con fe, podemos recibir revelación tras revelación y conocimiento sobre conocimiento, y llegar a conocer los misterios y las cosas apacibles que traen gozo y vida eterna (véase D. y C. 42:61). Los misterios son aquellos asuntos que sólo se pueden conocer y comprender por medio del poder del Espíritu Santo (véase Harold B. Lee, Ye Are the Light of the World, 1974, pág. 211).

Las revelaciones del Padre y del Hijo se transmiten por medio del tercer miembro de la Trinidad, o sea, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el testigo del Padre y del Hijo y el mensajero de Ellos.

Los modelos que Dios utilizó al crear la tierra nos sirven de instrucción para ayudarnos a entender qué hacer para que la oración cobre más significado. En el tercer capítulo del libro de Moisés aprendemos que todas las cosas se crearon espiritualmente antes de que existieran físicamente en la tierra.

“Y ahora bien, he aquí, te digo que éstos son los orígenes del cielo y de la tierra, cuando fueron creados, el día en que yo, Dios el Señor, hice el cielo y la tierra;

“y toda planta del campo antes que existiese en la tierra, y toda hierba del campo antes que creciese. Porque yo, Dios el Señor, creé espiritualmente todas las cosas de que he hablado, antes que existiesen físicamente sobre la faz de la tierra” (Moisés 3:4–5).

De estos versículos aprendemos que la creación espiritual precedió a la temporal. De igual manera, la ferviente oración por la mañana es un importante elemento de la creación espiritual de cada día, y precede la creación temporal o las labores del día. Al igual que la creación temporal estaba unida a la creación espiritual y era una continuación de ella, así también las fervientes oraciones por la mañana y por la noche están unidas mutuamente y son una extensión la una de la otra.

Consideren este ejemplo: Es posible que haya cosas en nuestro carácter, en nuestra conducta o con respecto a nuestro progreso espiritual sobre las que necesitemos hablar con nuestro Padre Celestial en la oración de la mañana. Después de expresar el debido agradecimiento por las bendiciones recibidas, suplicamos entendimiento, guía y ayuda para hacer las cosas que no podemos hacer valiéndonos sólo de nuestro poder. Por ejemplo, al orar, podríamos hacer lo siguiente:

  • Reflexionar en las ocasiones en las que hayamos hablado con dureza o indebidamente a quienes más amamos.

  • Reconocer que aunque sabemos lo que debemos hacer, no siempre actuamos de acuerdo con ese conocimiento.

  • Expresar remordimiento por nuestras debilidades y por no despojarnos más resueltamente del hombre natural.

  • Tomar la determinación de imitar más completamente la vida del Salvador.

  • Suplicar más fortaleza para actuar mejor y llegar a ser mejores.

El orar de esa manera es una parte clave de la preparación espiritual para nuestro día.

En el transcurso del día, conservamos una oración en el corazón para recibir ayuda y guía constantes, tal como sugirió Alma: “…deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor” (Alma 37:36).

Durante ese día particular, notamos que hay ocasiones en las que normalmente tendríamos la tendencia de hablar con dureza, pero no lo hacemos; o estaríamos predispuestos a la ira, pero no cedemos a ella. Discernimos la ayuda y la fortaleza celestiales y humildemente reconocemos las respuestas a nuestra oración. Aun en ese momento de descubrimiento, ofrecemos una silenciosa oración de gratitud.

Al final de nuestro día, volvemos a arrodillarnos y damos un informe a nuestro Padre. Examinamos los acontecimientos del día y expresamos sincero agradecimiento por las bendiciones y la ayuda recibida. Nos arrepentimos y, con la ayuda del Espíritu del Señor, buscamos maneras de actuar mejor y de llegar a ser mejores. De ese modo, la oración de la noche aumenta y es una continuación de la oración de la mañana; y la oración de la noche es también una preparación para la ferviente oración de la mañana.

Las oraciones de la mañana y de la noche —y todas las intermedias— no son acontecimientos aislados que no guardan relación entre sí, sino que están unidas la una a la otra cada día y a lo largo de días, semanas, meses e incluso años. Así es como, en parte, cumplimos con la admonición de “orar siempre” (Lucas 21:36; 3 Nefi 18:15, 18; D. y C. 31:12). Oraciones fervientes como esas juegan un papel decisivo en obtener las bendiciones más sublimes que Dios tiene para Sus hijos fieles.

La oración se vuelve ferviente si recordamos nuestra relación con la Deidad y prestamos oído a la siguiente admonición:

“…implora a Dios todo tu sostén; sí, sean todos tus hechos en el Señor, y dondequiera que fueres, sea en el Señor; deja que todos tus pensamientos se dirijan al Señor; sí, deja que los afectos de tu corazón se funden en el Señor para siempre.

“Consulta al Señor en todos tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día” (Alma 37:36–37; cursiva agregada).

Principio Nº 2. La oración se vuelve más ferviente si expresamos gratitud sincera.

Durante el tiempo en que prestamos servicio en la Universidad Brigham Young—Idaho, mi esposa y yo con frecuencia alojábamos a Autoridades Generales en nuestro hogar. Nuestra familia aprendió una importante lección sobre la oración ferviente cuando una noche nos arrodillamos a orar con un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles.

Durante ese día, a mi esposa y a mí se nos había informado sobre la muerte inesperada de un amigo querido, y nuestro deseo inmediato era orar por la esposa y los hijos de él. Cuando le pedí a mi esposa que ofreciera la oración, el miembro de los Doce, ajeno a la tragedia, amablemente sugirió que en la oración la hermana Bednar sólo expresara agradecimiento por las bendiciones recibidas y no pidiera nada. Su consejo fue semejante al mandato que Alma dio a los miembros de la Iglesia antigua de que “oraran sin cesar y dieran gracias en todas las cosas” (Mosíah 26:39). Debido a la tragedia inesperada, el pedir bendiciones para nuestros amigos al principio nos pareció más urgente que expresar agradecimiento.

Mi esposa respondió con fe a la indicación que había recibido; le agradeció al Padre Celestial las valiosas e inolvidables experiencias con ese querido amigo; expresó sincera gratitud por el Espíritu Santo como Consolador y por los dones del Espíritu que nos permiten hacer frente a la adversidad y servir a los demás. Y más que nada, expresó agradecimiento por el plan de salvación, por el sacrificio expiatorio de Jesucristo, por Su resurrección, y por las ordenanzas y los convenios del Evangelio restaurado, los que hacen posible que las familias estén unidas para siempre.

Nuestra familia aprendió una gran lección de esa experiencia en cuanto al poder de la gratitud en la oración ferviente. Debido a esa oración y por medio de ella, nuestra familia fue bendecida con inspiración en cuanto a algunos asuntos que nos preocupaban e inquietaban nuestro corazón. Aprendimos que nuestra gratitud por el plan de felicidad y por la misión salvadora del Señor proporcionó el consuelo necesario y fortaleció nuestra confianza de que todo saldría bien con nuestros queridos amigos. Recibimos también perspectivas en cuanto a las cosas por las que debíamos orar y pedir apropiadamente con fe.

Las oraciones más fervientes y espirituales que he experimentado contenían muchas expresiones de agradecimiento y pocas peticiones o ninguna. Al tener ahora la bendición de orar con apóstoles y profetas, encuentro entre estos líderes modernos de la Iglesia del Salvador la misma característica que describe al capitán Moroni en el Libro de Mormón: son hombres cuyos corazones se hinchan de agradecimiento a Dios por los muchos privilegios y bendiciones que otorga a Su pueblo (véase Alma 48:12). Además, no multiplican muchas palabras, porque les es manifestado lo que deben suplicar y están llenos de anhelo (véase 3 Nefi 19:24). Las oraciones de profetas son como las de los niños por su sencillez y poderosas a causa de su sinceridad.

Al esforzarnos para que nuestras oraciones sean más fervientes, debemos recordar que “en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas y no obedecen sus mandamientos” (D. y C. 59:21). Permítanme recomendar que de vez en cuando ofrezcamos una oración en la que sólo demos gracias y expresemos gratitud. No pidamos nada; simplemente dejemos que nuestra alma se regocije y se esfuerce para comunicar agradecimiento con toda la energía de nuestro corazón.

Principio Nº 3. La oración se vuelve más ferviente cuando oramos por los demás con verdadera intención y con un corazón sincero.

El suplicar al Padre Celestial las bendiciones que deseamos en nuestra vida es algo bueno y apropiado; sin embargo, el orar de todo corazón por los demás, tanto por los que amamos como por los que nos ultrajan, es también un elemento importante de la oración ferviente. Al igual que el expresar gratitud en nuestras oraciones con más frecuencia amplía el conducto de la revelación, así también el orar por los demás con toda la energía de nuestra alma aumenta nuestra capacidad para oír y prestar atención a la voz del Señor.

Del ejemplo de Lehi en el Libro de Mormón aprendemos una lección fundamental. Lehi respondió con fe al mandato y a las amonestaciones proféticas en cuanto a la destrucción de Jerusalén; después oró al Señor “con todo su corazón, a favor de su pueblo” (1 Nefi 1:4–5; cursiva agregada). En respuesta a esa ferviente oración, Lehi fue bendecido con una gloriosa visión de Dios y de Su Hijo, así como de la destrucción inminente de Jerusalén (véase 1 Nefi 1:6–9, 13, 18). Por consiguiente, Lehi se regocijó y todo su corazón estaba henchido a causa de las cosas que el Señor le había mostrado (véase 1 Nefi 1:15). Tengan a bien notar que la visión se recibió en respuesta a una oración a favor de otras personas y no como resultado de una súplica de edificación y guía personal.

El Salvador es el ejemplo perfecto del orar por los demás de todo corazón. En la gran oración intercesora que pronunció la noche antes de Su crucifixión, Jesús oró por Sus apóstoles y por todos los santos.

“Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son…

“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,

“…para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:9, 20, 26).

Durante el ministerio del Salvador en el continente americano, mandó a la gente que meditara Sus enseñanzas y suplicara entendimiento. Sanó a los enfermos y oró por la gente, utilizando palabras que no se podían escribir (véase 3 Nefi 17:1–16). El impacto de Su oración fue profundo: “…nadie puede conceptuar el gozo que llenó nuestras almas cuando lo oímos rogar por nosotros al Padre” (3 Nefi 17:17). Imagínense lo que habría sido oír al Salvador del mundo orar por nosotros.

¿Sienten de igual manera nuestros cónyuges, hijos y otros familiares el poder de nuestras oraciones dirigidas al Padre por sus necesidades y deseos específicos? ¿Nos oyen aquellos a quienes servimos orar por ellos con fe y sinceridad? Si aquellos a quienes amamos y servimos no han oído ni sentido la influencia de nuestras oraciones sinceras en favor de ellos, entonces la hora de arrepentirnos es ahora. Al emular el ejemplo del Salvador, nuestras oraciones verdaderamente se volverán más fervientes.

Se nos manda “orar siempre” (2 Nefi 32:9; D. y C. 10:5; 90:24), “vocalmente así como en [nuestros corazones]… ante el mundo como también en secreto, así en público como en privado” (D. y C. 19:28). Testifico que la oración se vuelve más ferviente al consultar al Señor en todos nuestros hechos, al expresar gratitud sincera y al orar por los demás con verdadera intención y con un corazón sincero.

Testifico que el Padre Celestial vive y que Él oye y contesta toda oración sincera. Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Mediador. La revelación es real. La plenitud del Evangelio ha sido restaurada en la tierra en esta dispensación. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén.