Hasta que volvamos a vernos
Seamos buenos ciudadanos de las naciones donde vivimos y buenos vecinos en nuestras comunidades, sirviendo a las personas de otras religiones al igual que a las de la nuestra.
Hermanos y hermanas, concordarán conmigo en que ésta ha sido una conferencia muy inspiradora. Hemos sentido el Espíritu del Señor en gran abundancia en estos dos días al conmoverse nuestro corazón y fortalecerse nuestro testimonio de esta divina obra. Estoy seguro de que represento a los miembros de la Iglesia en todas partes al expresar mi agradecimiento a las autoridades y a las hermanas que nos han dirigido la palabra. Me vienen a la memoria las palabras de Moroni que se encuentran en el Libro de Mormón: “Y los de la iglesia dirigían sus reuniones de acuerdo con las manifestaciones del Espíritu, y por el poder del Espíritu Santo; porque conforme los guiaba el poder del Espíritu Santo, bien fuese predicar, o exhortar, orar, suplicar o cantar, así se hacía”1.
Que recordemos por mucho tiempo lo que hemos escuchado en esta conferencia general. Cada uno de los mensajes se imprimirá en las revistas Ensign y Liahona del próximo mes. Les insto a estudiarlos y a meditar en las enseñanzas que contienen.
A las Autoridades Generales que fueron relevadas en esta conferencia expresamos nuestro profundo agradecimiento por sus muchos años de servicio dedicado. Todos los miembros de la Iglesia se han visto beneficiados por sus innumerables contribuciones.
Les aseguro que nuestro Padre Celestial está al tanto de los desafíos que enfrentamos en el mundo de hoy. Nos ama a cada uno y nos bendecirá conforme nos esforcemos por guardar Sus mandamientos y por acudir a Él en oración.
Somos una Iglesia global. Tenemos miembros en todo el mundo. Seamos buenos ciudadanos de las naciones donde vivimos y buenos vecinos en nuestras comunidades, sirviendo a las personas de otras religiones al igual que a las de la nuestra. Seamos hombres y mujeres de honestidad e integridad en todo lo que hagamos.
En el mundo hay quienes pasan hambre; hay quienes viven en la miseria. Trabajando juntos, podemos aliviar el sufrimiento y abastecer a los necesitados. Además del servicio que prestan al velar unos por otros, sus generosas contribuciones a los fondos de la Iglesia nos permiten responder casi de inmediato cuando ocurre algún desastre en cualquier lugar del mundo. Casi siempre somos uno de los primeros en llegar para brindar toda la ayuda posible. Les damos las gracias por su generosidad.
Hay otras dificultades en la vida de algunos. En especial entre los jóvenes, hay quienes trágicamente están involucrados en cosas como drogas, inmoralidad, pandillas y todos los serios problemas que acompañan a esas actividades. Además, hay quienes están solos, entre ellos las viudas y los viudos, que añoran la compañía y el interés de los demás. Estemos siempre atentos a las necesidades de los que nos rodean y seamos prestos para extender una mano de ayuda y un corazón amoroso.
Hermanos y hermanas, cuán bendecidos somos de que los cielos en realidad estén abiertos, de que la Iglesia restaurada de Jesucristo se encuentre hoy sobre la tierra y de que la Iglesia esté fundada sobre la roca de la revelación. Sabemos que la revelación continua es el alma del Evangelio de Jesucristo.
Que cada uno de nosotros regrese a salvo a su hogar; que vivamos en paz, armonía y amor; que nos esforcemos diariamente por seguir el ejemplo del Salvador.
Que Dios les bendiga, mis hermanos y hermanas. Les agradezco sus oraciones por mí y por todas las Autoridades Generales. Estamos sumamente agradecidos por ustedes.
En una de las obras teatrales de Christopher Marlowe, La trágica historia del doctor Fausto, se describe a una persona, el Dr. Fausto, que eligió no hacer caso a Dios y seguir el sendero de Satanás. Al final de su vida inicua, y al enfrentarse a la frustración de oportunidades perdidas y al castigo seguro que se aproximaba, se lamentó: “Sí existe angustia más abrasadora que el fuego encendido: el exilio eterno de la presencia de Dios”2.
Mis hermanos y hermanas, así como el exilio eterno de la presencia de Dios es la angustia más abrasadora, así también la vida eterna en la presencia de Dios es nuestra meta más preciada.
Con todo el corazón y el alma ruego que sigamos luchando por alcanzar ese galardón tan preciado.
Les testifico que esta obra es verdadera, que nuestro Salvador vive y que Él guía y dirige Su Iglesia aquí sobre la tierra. Me despido, mis hermanos y hermanas, hasta que volvamos a vernos en seis meses. En el nombre de Jesús de Nazaret, nuestro Salvador y Redentor, a quien servimos. Amén.