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42 Preparen sus hombros


“Preparen sus hombros”, capítulo 42 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 42: “Preparen sus hombros”

Capítulo 42

José predicando

Preparen sus hombros

A principios de noviembre de 1843, Phebe Woodruff le dio la bienvenida de regreso a casa a Wilford, que volvió de una misión de cuatro meses a los estados del este. Llegó con regalos para su familia y un vagón cargado con suministros de impresión para la imprenta de Times and Seasons, donde Phebe y los niños habían estado viviendo1.

Phebe había dado luz a otra hija en julio y había estado esperando con ilusión la llegada de Wilford durante aproximadamente un mes. El matrimonio Woodruff tenía una relación muy cercana y odiaban estar separados cuando Wilford servía misiones. Sin embargo, a diferencia de otros apóstoles y sus esposas, aún no habían sido sellados por esta vida y la eternidad y estaban ansiosos por recibir la ordenanza.

Mientras Wilford estaba ausente, Phebe le había escrito preguntándole si pensaba que el amor de ellos alguna vez sería separado en la eternidad. Él le respondió con un poema que expresaba su esperanza de que su amor prosperaría más allá de la tumba2.

El 11 de noviembre, una semana después del regreso de Wilford, el matrimonio Woodruff visitó la casa de John y Leonora Taylor. Allí, Hyrum Smith enseñó acerca de la resurrección, la redención y la exaltación a través del nuevo y sempiterno convenio. Luego selló a Phebe y a Wilford por esta vida y la eternidad y todos disfrutaron de una agradable velada juntos3. El matrimonio Woodruff pronto comenzó a prepararse para recibir la investidura.

A principios de ese otoño, por primera vez en más de un año, José había empezado a investir a más santos. Según lo prometido, había extendido la investidura a las mujeres, y el 28 de septiembre le administró la ordenanza a Emma en la Mansión de Nauvoo4. Poco después, Emma lavó y ungió a Jane Law, Rosannah Marks, Elizabeth Durfee y Mary Fielding Smith. Era la primera vez que una mujer oficiaba en una ordenanza del templo en los últimos días5.

En las semanas que siguieron, Emma llevó a cabo la ordenanza para Lucy Smith, Ann Whitney, Mercy Thompson, Jennetta Richards, Leonora Taylor, Mary Ann Young y otras mujeres. Pronto otras mujeres efectuaron la ordenanza bajo la supervisión de Emma6.

En diciembre, Phebe y Wilford fueron lavados, ungidos e investidos7. A fines de año, cuarenta y dos hombres y mujeres habían recibido la investidura. Se reunían a menudo en la habitación de arriba de la tienda de José para orar y aprender sobre las cosas de la eternidad8.


Ese otoño, al tiempo que se reunía regularmente con los santos investidos, William Law les ocultó a José y a Hyrum que era culpable de adulterio. Al haber cometido el pecado, William se sentía como si hubiera trasgredido contra su propia alma9.

Por esa época, Hyrum le entregó una copia de la revelación sobre el matrimonio. “Llévatela a casa y léela”, le indicó Hyrum, “y entonces ten cuidado con ella y tráela de vuelta”. William estudió la revelación y se la mostró a su esposa, Jane. Él dudaba de su autenticidad, pero ella estaba segura de que era real.

William le llevó la revelación a José, que confirmó que era genuina10. William le suplicó que renunciara a sus enseñanzas, pero José testificó que el Señor le había mandado que enseñara el matrimonio plural a los santos y que sería condenado si desobedecía11.

En algún momento, William se enfermó y finalmente confesó su adulterio a Hyrum, admitiéndole a su amigo que no se sentía digno de vivir o morir. Sin embargo, deseaba estar sellado a Jane por toda la eternidad, y le preguntó a José si eso era posible. José le llevó la pregunta al Señor, que le reveló que William no podía recibir la ordenanza porque era adúltero12.

Entonces, el corazón de William comenzó a arder de ira contra José13. A fines de diciembre, él y Jane dejaron de reunirse con los santos investidos14. Jane le aconsejó vender sus propiedades calladamente y tan solo irse de Nauvoo. Pero William quería destruir a José15. Comenzó a conspirar en secreto con otras personas que se oponían al Profeta y, no mucho después, perdió su lugar en la Primera Presidencia.

William declaró que estaba contento de haber quedado libre de su asociación con José. Pero en lugar de dejar Nauvoo y seguir adelante, como Jane había recomendado, se volvió más decidido que nunca a trabajar en contra del Profeta y provocar su fin16.


La apostasía de William fue triste pero no sin precedentes. “Durante varios años he tratado de preparar la mente de los santos para que reciban las cosas de Dios”, le dijo José a una congregación un frío domingo de principios de 1844, “pero frecuentemente vemos que algunos de ellos, después de sufrir todo lo que han sufrido por la obra de Dios, estallan en pedazos como el cristal en cuanto surge algo que se opone a sus tradiciones”.

Desde la organización de la Iglesia, José había visto a hombres y mujeres abandonar la fe cuando estaban en desacuerdo con los principios que enseñaba o cuando él no satisfacía sus expectativas de lo que debía ser un profeta. Los que dejaban la Iglesia a menudo se marchaban pacíficamente. Pero como lo demostraron hombres como Ezra Booth, Warren Parrish y John Bennett, a veces los que se apartaban luchaban contra el Profeta, la Iglesia y sus enseñanzas, lo que a menudo resultaba en violencia contra los santos. El rumbo que tomaría William todavía estaba por verse.

Mientras tanto, José continuó preparando a los santos para recibir las ordenanzas de salvación que se hallan en el templo. “Quisiera Dios que este templo estuviera terminado ahora para entrar en él”, le dijo a la gran congregación de hombres y mujeres. “Aconsejo a todos los santos que pongan manos a la obra con todas sus fuerzas para juntar en este lugar a todos sus parientes vivos, a fin de que sean sellados y se salven”17.

Sabía, sin embargo, que los santos podrían hacerlo solamente si podían terminar el templo. Ya José estaba preocupado por el creciente malestar que había en las comunidades alrededor de Nauvoo. Después de una elección estatal el verano anterior, sus críticos se habían reunido en protesta, acusándolo de influir en los votos de los santos. “Tal individuo”, declararon, “no puede dejar de convertirse en un personaje muy peligroso, especialmente cuando ha podido colocarse a la cabeza de una horda numerosa”18.

Sabiendo cuán rápidamente podían intensificarse las tensiones, José esperaba encontrar aliados en el gobierno nacional que pudieran defender a los santos en el ámbito público. Unos meses antes les había escrito a cinco candidatos a presidente para las próximas elecciones nacionales, con la esperanza de averiguar si apoyarían los esfuerzos de los santos por recuperar sus pérdidas en Misuri. Tres de los candidatos respondieron. Dos de ellos argumentaron que la consideración de la indemnización era un asunto del estado, no del presidente; el tercero fue comprensivo, pero finalmente se mostró evasivo19.

Frustrado por la falta de voluntad de los candidatos para ayudar, José decidió presentarse él mismo como candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Era improbable que ganara la elección, pero quería usar su candidatura para hacer públicos los agravios a los santos y defender los derechos de otras personas que hubieran sido tratadas injustamente. Contaba con que cientos de santos hicieran campaña en todo el país en su nombre.

El 29 de enero de 1844, el Cuórum de los Doce nominó formalmente a José como candidato a la presidencia y él acepto su nominación. “Si alguna vez llego a ocupar el sillón presidencial —prometió—, protegeré los derechos y las libertades del pueblo”20.


Mientras tanto, en un barco ballenero frente a la costa de Sudáfrica, Addison Pratt observaba a sus compañeros de barco bajar cuatro pequeñas embarcaciones hasta el océano y remar con todas sus fuerzas detrás de una gran ballena. Al acercar sus botes junto a la bestia, los hombres arrojaron arpones a su lomo, haciendo que se sumergiera en las profundidades del agua y tirara de los botes sobre la cresta montañosa de una ola.

El rápido movimiento rompió el cable de remolque y la ballena salió a la superficie de nuevo, esta vez cerca del barco. Al escalar el mástil para tener una mejor vista, Addison vio a la inmensa criatura agitarse violentamente de un lado al otro, bramando y echando chorros de agua mientras intentaba liberarse de los dos arpones enganchados en su poderosa carne. Cuando los botes se acercaron, se sumergió de nuevo para esquivar otro asalto, resurgiendo más lejos en el mar. Los hombres trataron de perseguirla una vez más, pero la ballena se escapó.

Al observar la persecución, Addison recordó la bendición patriarcal que había recibido poco después de mudarse a Nauvoo. En ella, Hyrum Smith le había prometido que “saldría, entraría e iría sobre la faz de la tierra”. Después de la bendición, Hyrum había dicho: “Supongo que tienes que ir a la caza de ballenas”21.

Addison y sus compañeros misioneros habían estado en el mar durante varios meses, navegando hacia el sur a través del océano Atlántico y alrededor del cabo de Buena Esperanza hacia las islas más allá de Australia. Sin haber podido encontrar un barco con destino a Hawái, habían reservado pasajes en un barco ballenero que se dirigía más al sur, a Tahití. El viaje duraría la mayor parte de un año y ya Addison y los misioneros habían intentado hablar del Evangelio restaurado con sus compañeros de barco.

La mayoría de los días a bordo del ballenero eran agradables, pero a veces las noches de Addison se veían perturbadas por sueños siniestros. Una noche soñó que José y los santos estaban a bordo de un barco que navegaba directamente hacia una tormenta. El barco se topaba con un banco de arena y golpeaba el fondo del mar, haciendo trizas el casco. Al entrar el agua a raudales dentro del barco, su proa comenzaba a hundirse debajo del agua. Algunos de los santos se ahogaban, mientras que otros lograban huir de la nave que se hundía, solo para ser devorados por voraces tiburones22.

En otro sueño, unas noches más tarde, vio a su familia y a la Iglesia dejando Nauvoo. Él buscaba durante mucho tiempo antes de encontrarlos asentados en un valle fértil. En el sueño, Louisa y los niños vivían en la ladera de una colina, en una pequeña cabaña rodeada de campos arados. Ella saludaba a Addison y lo invitaba a caminar con ella para ver el establo y la tierra de pastoreo para las vacas, en el extremo superior del campo. El patio no estaba cercado y los cerdos le causaban problemas, pero Louisa tenía un buen perro para cuidar de la propiedad23.

Addison despertó de estos sueños ansioso por su familia y temiendo que los enemigos estuvieran afligiendo otra vez más a los santos24.


Ese invierno, Mercy Fielding Thompson y Mary Fielding Smith recolectaron ¨pennies¨ (monedas de bajo valor) de las mujeres de Nauvoo como parte de un esfuerzo por recaudar fondos para el templo. A fines del año anterior, mientras oraba para saber qué podía hacer para ayudar a edificar Sion, Mercy se había sentido inspirada a comenzar la colecta de esos pennies. “Trata de hacer que las hermanas contribuyan con un centavo por semana”, le había susurrado el Espíritu, “con el propósito de comprar vidrio y clavos para el templo”.

Mercy le propuso la idea a José y él le dijo que siguiera adelante con ella y que el Señor la bendeciría. Las mujeres respondieron con entusiasmo al plan de Mercy. Todas las semanas, Mary y ella recolectaban pennies y registraban cuidadosamente los nombres de las mujeres que habían prometido su apoyo.

Hyrum también ayudó a las mujeres en la colecta y le dio el respaldo total de la Primera Presidencia. Declaró que toda mujer que contribuyera con sus pennies tendría su nombre inscrito en el Libro de la Ley del Señor, donde José y sus escribas registraban los diezmos, las revelaciones y otros escritos sagrados25.

Una vez que la colecta de pennies estuvo en marcha en Nauvoo, las hermanas enviaron una carta a la oficina del Millennial Star de Inglaterra para solicitar pennies a las mujeres de la Iglesia allí. “Por la presente se les informa que hemos comenzado una pequeña colecta semanal para el beneficio de los fondos del templo”, escribieron. “Mil ya se han unido a ella, mientras que se esperan muchos más, por lo que confiamos en ayudar a hacer avanzar mucho la obra”26.

Pronto, las mujeres de la misión británica estaban enviando sus pennies a través del océano hacia Nauvoo.


Con la ayuda de William Phelps, José desarrolló una plataforma presidencial independiente y redactó un folleto para hacerlo público en todo el país27. Propuso otorgarle más poder al presidente para acabar con los populachos, liberar a los esclavos mediante una compensación a sus propietarios, convertir las prisiones en lugares de aprendizaje y reforma y expandir la nación hacia el oeste, pero solo con el pleno consentimiento de los indígenas americanos. Quería que los votantes supieran que él era el defensor de todas las personas, no solo de los Santos de los Últimos Días28.

Él creía que una democracia teocrática, en la que las personas eligieran vivir en armonía con las leyes de Dios, podría establecer una sociedad justa y pacífica a fin de preparar al mundo para la Segunda Venida. Pero si su campaña fracasaba y los oprimidos y afligidos quedaban desprotegidos, quería establecer un lugar para protegerlos en los últimos días, en algún lugar fuera de los Estados Unidos.

Las amenazas constantes en Misuri e Illinois, junto con la cantidad cada vez mayor de santos, habían impulsado recientemente a José a mirar hacia el oeste en busca de tal lugar. No tenía la intención de abandonar Nauvoo, pero esperaba que la Iglesia creciera más allá de lo que la ciudad podía albergar. José quería encontrar un lugar donde los santos pudieran establecer el reino de Dios en la tierra e instituir leyes justas que gobernaran al pueblo del Señor hasta el Milenio.

Con esto en mente, José pensó en lugares como California, Oregón y Texas, todos los cuales se encontraban entonces fuera de las fronteras de los Estados Unidos. “Envíen una delegación e investiguen esos lugares”, les encargó a los Doce. “Busquen una buena ubicación adonde podamos retirarnos después de que el templo esté terminado y donde podamos edificar una ciudad algún día, y tener un gobierno propio en un ambiente benigno”29.

El 10 y 11 de marzo, el Profeta constituyó un nuevo consejo de hombres que supervisaría el establecimiento del reino del Señor en la tierra30. El consejo llegó a conocerse como el Consejo del Reino de Dios o el Consejo de los Cincuenta. José deseaba tener un debate vigoroso en el consejo y alentó a sus miembros a expresar sus opiniones y a decir lo que realmente sentían.

Antes de dar por terminada su primera reunión, los miembros del consejo hablaron con entusiasmo sobre la creación de un gobierno propio bajo una nueva constitución que reflejara la voluntad de Dios. Creían que serviría como un referente para las personas y cumpliría la profecía de Isaías de que el Señor establecería un estandarte a las naciones para congregar a Sus hijos en los últimos días31.

Durante ese tiempo, en las reuniones con los líderes de la Iglesia, José parecía agobiado. Creía que algo importante estaba por suceder. “Puede ser que mis enemigos me maten —dijo—, y en caso de que lo hagan, y que no se hayan impartido a ustedes las llaves y el poder que descansan en mí, estos desaparecerían de la tierra”. Dijo que se sentía compelido a conferir a los Doce Apóstoles todas las llaves del sacerdocio para poder tener la seguridad de que la obra del Señor continuaría32.

“Sobre los hombros de los Doce de ahora en adelante debe descansar la responsabilidad de dirigir esta Iglesia hasta que ustedes nombren a otros que sean sus sucesores —les dijo a los Apóstoles—. De ese modo, ese poder y esas llaves se perpetuarán en la tierra”.

El camino por delante no sería fácil, les advirtió José. “Si se les llamara a entregar sus vidas, mueran como hombres —dijo—. Una vez muertos, ya no pueden hacerles más daño. Y si tuvieran que adentrarse en el peligro y las fauces de la muerte, no teman al mal; Jesucristo murió por ustedes”33.

José selló sobre la cabeza de los apóstoles todas las llaves del sacerdocio que necesitaban para llevar adelante la obra del Señor sin él; entre ellas, las sagradas llaves del poder para sellar34. “Paso de mis hombros a los suyos la carga y la responsabilidad de dirigir esta Iglesia —dijo—. Ahora, preparen sus hombros y sobrellévenlas como hombres, porque el Señor me permitirá descansar un poco”.

José ya no parecía agobiado; su rostro estaba tranquilo y lleno de poder. “Me siento tan liviano como un corcho; siento que estoy libre —les dijo a los hombres—. Le agradezco a mi Dios esta liberación”35.