“La palabra y la voluntad del Señor”, capítulo 3 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2019
Capítulo 3: “La palabra y la voluntad del Señor”
Capítulo 3
La palabra y la voluntad del Señor
Wilford y Phebe Woodruff llegaron con sus hijos al río Misuri en julio de 1846. Como no pudo persuadir a su hermana y a su cuñado para que siguieran a los Apóstoles en lugar de a James Strang, Wilford había partido de Nauvoo poco después de la dedicación del templo, acompañado de sus padres y otros santos.
Su llegada al campamento coincidió con la partida de William Hendricks y los demás reclutados por el ejército. Al denominado Batallón Mormón lo conformaban más de quinientos hombres. El batallón contrató a veinte mujeres como lavanderas; otras mujeres también acompañaron a sus esposos en la marcha y algunas llevaron a sus hijos. En total, más de treinta mujeres viajaron con el batallón1.
Al principio, Wilford desconfiaba de las intenciones del gobierno al reclutar a los hombres Santos de los Últimos Días, mas pronto cambió de opinión, especialmente cuando Thomas Kane visitó el campamento. Si bien Thomas solo sentía una leve curiosidad acerca del Evangelio restaurado, había desempeñado un papel decisivo para persuadir al gobierno para que ayudara a la Iglesia. Se preocupaba muchísimo por combatir la injusticia y sentía un interés genuino por ayudar a los santos en sus extremas circunstancias.
Thomas causó de inmediato una buena impresión en los Apóstoles. “De la información que recibimos de él”, anotó Wilford en su diario, “quedamos convencidos de que Dios había comenzado a tocar el corazón del presidente y de otros en esta nación”2.
Tres días antes de que el batallón se marchara, Brigham Young habló a sus oficiales. Les aconsejó que mantuvieran sus cuerpos puros, que fueran castos y que llevaran puestos sus gárments del templo, si habían recibido la investidura. Les dijo que tratasen a las personas mexicanas con honorabilidad y que no disputaran con ellas. “Traten a los prisioneros con el mayor de los civismos”, les dijo, “y nunca le quiten la vida a nadie, si lo pueden evitar”.
Sin embargo, Brigham les aseguró que no tendrían que entrar en combate. Los instó a cumplir con sus deberes sin murmurar, a orar cada día y a llevar sus Escrituras3.
Cuando el batallón hubo partido, Brigham se centró de nuevo en la siguiente etapa del éxodo de los santos. Cooperar con los Estados Unidos le permitió asegurar el permiso para establecer un campamento de invierno en tierras de los indígenas, al oeste del río Misuri. Ahora planeaba que los santos pasaran el invierno en un lugar llamado Grand Island, a unos trescientos veinte kilómetros al oeste, y enviar desde allí a la compañía de avanzada hacia las Montañas Rocosas4.
Cuando los Apóstoles deliberaron en consejo, Wilford habló de otros asuntos importantes que necesitaban su atención inmediata. Reuben Hedlock, el hombre que él había dejado a cargo de presidir la Misión Británica, había alejado de la Iglesia a muchos santos británicos por haber malversado fondos que ellos habían consagrado para la emigración. Wilford anticipaba problemas dentro de la misión, incluso la pérdida de muchos de los nuevos conversos, si Reuben no era relevado y reemplazado por un líder más responsable5.
El cuórum sabía también de los santos pobres que aún quedaban en Nauvoo a la merced de los populachos y los falsos profetas. Si los Apóstoles no hacían más para ayudar a esos santos, tal como habían prometido en el templo en la conferencia de octubre, entonces el cuórum estaría quebrantando un convenio solemne que habían concertado con los santos y con el Señor6.
Actuando con resolución, el cuórum decidió enviar a Inglaterra a tres de los Apóstoles que se hallaban en el campamento —Parley Pratt, Orson Hyde y John Taylor— para que dirigieran la Misión Británica. Luego, enviaron carromatos, yuntas de bueyes y suministros de vuelta a Nauvoo para evacuar a los pobres7.
Cuando el cuórum envió los hombres y las provisiones al este, Brigham entendió que su plan de seguir avanzando hacia el oeste ese año ya no era posible; en especial, debido a que el batallón había reducido la cantidad de hombres capaces del campamento. Thomas Kane recomendó establecer su campamento de invierno junto al río Misuri y Brigham acabó accediendo8.
El 9 de agosto de 1846, los Apóstoles anunciaron que los santos pasarían el invierno en un asentamiento provisional justo en la orilla occidental del río. Brigham deseaba ir a las Montañas Rocosas y edificar un templo lo antes posible, pero antes de eso recogería a los santos y velaría por los pobres9.
Por esos días y envuelto en niebla, el Brooklyn entraba en la bahía de San Francisco, seis largos meses después de haber partido del puerto de Nueva York. De pie en la cubierta del buque, Sam Brannan atisbaba a través de la niebla y alcanzó a ver el paisaje accidentado de la costa. Ya en la bahía, divisó un fuerte mexicano en ruinas. Por encima de este, ondeando en la brisa, vio la bandera estadounidense10.
Sam temía que sucediera algo así. La bandera era una señal inequívoca de que los Estados Unidos habían arrebatado San Francisco a México. Sam se había enterado de la guerra contra México cuando el Brooklyn había hecho escala en el archipiélago de Hawái. Allí, un comandante del ejército estadounidense dijo que se esperaba que los santos ayudaran al ejército estadounidense a despojar a México de la posesión de California. Los santos se enojaron con esas noticias, pues no habían viajado al oeste para luchar por una nación que los había rechazado11.
A medida que navegaban por la bahía, Sam vio árboles en la playa y algunos animales sueltos. En la distancia, entre varias colinas, se divisaba la población hispana de Yerba Buena.
El Brooklyn atracó en el puerto y los santos desembarcaron luego, por la tarde. Plantaron sus tiendas en las colinas a las afueras de Yerba Buena, o hallaron refugio en casas abandonadas o en unas antiguas barracas militares que había en las inmediaciones. Valiéndose de los materiales que habían traído desde Nueva York, los santos instalaron molinos y una imprenta. Algunos de ellos consiguieron trabajo entre los habitantes del pueblo12.
Aunque estaba desanimado porque la costa de California ahora pertenecía a los Estados Unidos, Sam estaba decidido a establecer el reino de Dios allí. Envió a un grupo de hombres hasta un valle que se hallaba hacia el este, a varios días de camino, para fundar un asentamiento llamado New Hope [Nueva Esperanza]. Allí edificaron un aserradero y una cabaña; luego, limpiaron el terreno y plantaron varios acres de trigo y otros granos.
Sam deseaba llevarse algunos hombres hacia el este para encontrarse con Brigham y conducir al resto de los santos hasta California tan pronto como se derritiera la nieve de las montañas el año entrante. Enamorado del clima saludable, las tierras fértiles y habiendo un buen puerto, creía que el pueblo de Dios no podía desear un lugar mejor donde congregarse13.
Durante ese verano, Louisa Pratt y sus hijas acamparon en la estación de paso de Mount Pisgah, en la ruta de Iowa. El lugar era hermoso, pero el agua era tibia y tenía un sabor repugnante. Una enfermedad pronto cundió por el asentamiento y muchos santos murieron. La familia de Louisa escapó a principios de agosto y con buena salud, pero les dolía dejar allí a tantos amigos enfermos.
Posteriormente, la compañía de Louisa acampó por corto tiempo junto a un arroyo infestado de mosquitos, donde ella y otros más no tardaron en contraer fiebre. La compañía se detuvo a descansar y luego siguieron hasta llegar al río Misuri, donde una larga hilera de carromatos aguardaba para cruzar el río a bordo de un transbordador. Cuando finalmente llegó el turno de Louisa, algo asustó al ganado, lo cual causó una gran confusión en la embarcación e hizo agravar el estado de salud de Louisa.
Ya del otro lado del río, la fiebre de Louisa subió y la privó del sueño. Hacia la medianoche, sus quejidos despertaron a la esposa del dueño del transbordador, quien la vio en muy malas condiciones. La mujer rápidamente le dijo a las hijas de Louisa que se buscaran otra cama para que su madre pudiera descansar un poco. Luego le dio a Louisa café caliente y algo de comer para revitalizarla14.
Al día siguiente, la compañía llegó al nuevo asentamiento de los santos, Winter Quarters, el mayor de varios asentamientos de los santos en las riberas del río Misuri. Cerca de dos mil quinientas personas vivían en Winter Quarters, en tierras prestadas por los indios omahas y otras tribus locales15. La mayoría de los santos vivían en cabañas hechas de troncos o pasto, pero algunos vivían en tiendas, carromatos o en unas especies de cuevas16.
Las mujeres de Winter Quarters inmediatamente rodearon a Louisa, ansiosas por ayudarla. Le dieron brandy y azúcar, como medicina, lo que la hizo sentir mejor al principio, pero pronto su fiebre empeoró y comenzó a estremecerse violentamente. Temerosa de que se estuviera muriendo, clamó al Señor pidiéndole misericordia17.
Algunas de las mujeres que atendieron a Louisa la ungieron con aceite, colocaron sus manos sobre su cabeza y la bendijeron por el poder de su fe. En Nauvoo, José Smith había enseñado a las hermanas de la Sociedad de Socorro que la sanación era un don del Espíritu y una señal que seguía a todos los creyentes en Cristo18. La bendición reconfortó a Louisa y le dio fuerzas para soportar su enfermedad; poco después contrató a una enfermera para que la atendiera hasta que remitiera la fiebre.
También pagó cinco dólares a un hombre para que le construyera una cabaña de pasto y ramaje de sauce. La cabaña solo tenía una manta a modo de puerta, pero estaba bien iluminada y era lo suficientemente espaciosa para que se sentase en una mecedora junto a la hoguera mientras recuperaba las fuerzas19.
En Winter Quarters, los santos araron y plantaron los campos, construyeron molinos junto a un arroyo cercano y establecieron tiendas y talleres. El diseño del asentamiento era en manzanas, similares al modelo del Señor para la ciudad de Sion, cual le fue revelado a José Smith en 1833. Al norte del poblado, Brigham, Heber Kimball y Willard Richards edificaron viviendas cerca de una casa pequeña para consejos, donde se reunía el Cuórum de los Doce y el recién formado sumo consejo de Winter Quarters. Cerca del centro de la población había una plaza pública para la predicación y otras reuniones comunales20.
El viaje a través de Iowa había desgastado a muchos de los santos y el mantener a sus familias alimentadas, vestidas y bajo un techo seguía consumiendo sus fuerzas21. Además, las moscas y los mosquitos de la pantanosa ribera del río invadían con frecuencia el nuevo asentamiento y los santos se vieron atormentados por días y semanas con los dolores y escalofríos de la malaria22.
La mayoría de los santos obedeció los mandamientos durante esas tribulaciones, pero hubo algunos que robaban, engañaban, criticaban el liderazgo de los Apóstoles y se negaban a pagar el diezmo. Brigham tenía poca paciencia con esas conductas. “Los hombres se desvían gradualmente”, declaró, “hasta que el diablo toma posesión de sus tabernáculos y son llevados cautivos según la voluntad del diablo”23.
Para fomentar la rectitud, Brigham amonestó a los santos a trabajar unidos, honrar los convenios y evitar el pecado. “No podemos ser santificados de una vez”, dijo él, “sino que hemos de ser probados y colocados en todo tipo de circunstancias, y ser probados hasta lo último para ver si serviremos al Señor hasta el fin”24.
También los organizó en barrios pequeños, nombró obispos e instruyó al sumo consejo a sostener un firme código de conducta. Algunos santos se agruparon en familias adoptivas especiales. Por ese entonces, los santos no se sellaban a sus difuntos padres si estos no se habían unido a la Iglesia en vida. Por tanto, antes de salir de Nauvoo, Brigham había animado a unos doscientos santos a que se sellasen, o fuesen espiritualmente adoptados, como hijos e hijas en las familias de líderes de la Iglesia que eran sus amigos o mentores en el Evangelio.
Esos sellamientos de adopción fueron efectuados mediante una ordenanza en el templo. Los padres adoptivos a menudo brindaban apoyo temporal y emocional, mientras que los hijos e hijas adoptivos, algunos de los cuales no tenían ningún otro familiar en la Iglesia, respondían con frecuencia con fidelidad y devoción25.
Algunos de los desafíos en Winter Quarters y otros asentamientos eran imposibles de evitar. Para cuando comenzó la estación fría, residían en la zona más de nueve mil santos, de los cuales, tres mil quinientos vivían en Winter Quarters. Los accidentes, las enfermedades y la muerte plagaban cada asentamiento. La malaria, la tuberculosis y el escorbuto se cobraron una vida de cada diez; cerca de la mitad de las defunciones fueron de niños y bebés26.
La familia de Wilford Woodruff sufrió junto con las demás. En octubre, mientras Wilford estaba cortando madera, le cayó un árbol encima que le rompió varias costillas. Poco después, su hijito, Joseph, contrajo un grave resfriado. Wilford y Phebe cuidaron constantemente del pequeño, pero nada de lo que hicieron le ayudó, y poco después enterraron su cuerpo en el cementerio del asentamiento que habían trazado recientemente.
Unas semanas después de la muerte de Joseph, Phebe dio a luz a un bebé prematuro que falleció dos días después. Al llegar a casa una noche, Wilford halló a Phebe desconsolada, contemplando un retrato de ella sosteniendo a Joseph. La pérdida de sus hijos le dolió mucho a ambos y Wilford anhelaba el tiempo en que los santos tuvieran un hogar, vivieran en paz y disfrutaran de las bendiciones y la seguridad de Sion.
“Ruego a mi Padre Celestial que prolongue mis días”, escribió en su diario, “para contemplar la casa de Dios sobre la cima de los montes y ver el estandarte de la libertad alzado como estandarte a las naciones”27.
En medio del sufrimiento en Winter Quarters, Brigham recibió la noticia de que un populacho de unas mil personas había atacado la pequeña comunidad de santos que aún quedaba en Nauvoo. Cerca de doscientos santos repelieron el ataque, pero pocos días después fueron derrotados en batalla. Los líderes de la ciudad negociaron una evacuación pacífica de los santos, muchos de los cuales eran pobres y estaban enfermos. Pero cuando los santos abandonaban la ciudad, el populacho los acosó y saquearon sus casas y carromatos. Una turba asaltó el templo, profanando su interior, y se burló de los santos que escapaban a los campamentos del otro lado del río28.
Al enterarse Brigham de la situación desesperada de los refugiados, envió una carta a los líderes de la Iglesia, recordándoles el convenio que habían hecho en Nauvoo de ayudar a los pobres y asistir a cada santo que quisiera marchar al oeste.
“Los pobres hermanos y hermanas, las viudas y los huérfanos, los enfermos y desamparados se hallan actualmente en la ribera occidental del río Misisipi”, les dijo. “Ahora es el momento de obrar. Permitan que el fuego del convenio que hicieron en la casa del Señor arda en sus corazones como una llama inextinguible”29.
Aunque ya habían enviado a Nauvoo veinte carromatos con suministros de auxilio dos semanas antes y ya les restaban pocas provisiones, los santos de Winter Quarters y de los asentamientos cercanos enviaron más carromatos, yuntas de bueyes, alimentos y otros suministros de vuelta a Nauvoo. Además, Newel Whitney, el Obispo Presidente de la Iglesia, compró harina para los empobrecidos santos30.
Cuando los equipos de rescate hallaron a los refugiados, muchos de los santos estaban con fiebre, mal equipados para soportar el clima frío y desesperadamente hambrientos. El 9 de octubre, mientras se preparaban para hacer el viaje hasta el río Misuri, los santos observaron una bandada de codornices que cubría el cielo que descendió y se posó alrededor de sus carromatos o sobre ellos. Los hombres y los muchachos se abalanzaron sobre las aves, atrapándolas con las manos. Muchos recordaron cómo Dios también había enviado codornices a Moisés y los hijos de Israel en su momento de necesidad.
“Esta mañana tuvimos una manifestación directa de la misericordia y bondad de Dios”, escribió en su diario Thomas Bullock, un secretario de la Iglesia. Los hermanos y las hermanas alabaron a Dios y glorificaron Su nombre porque, en nuestra persecución, nos es manifestado lo que llovió del cielo sobre los hijos de Israel en el desierto”.
“Cada hombre, cada mujer y cada niño tuvo codornices para cenar”, escribió Thomas31.
Entre tanto, a miles de kilómetros de distancia, en el atolón de Anaa, en el océano Pacífico, un poseedor del Sacerdocio Aarónico llamado Tamanehune habló en una conferencia ante más de ochocientos santos. “Deberíamos enviar una carta a la Iglesia en Estados Unidos”, proponía él, “solicitándoles que envíen inmediatamente entre cinco y cien élderes”. Ariipaea, un miembro de la Iglesia y líder en una de las aldeas de la localidad, apoyó la moción y los santos del Pacífico Sur manifestaron su consentimiento alzando la mano32.
Addison Pratt, que presidía la conferencia, estuvo totalmente de acuerdo con Tamanehune. En los últimos tres años, Addison y Benjamin Grouard habían bautizado a más de mil personas. Sin embargo, en todo ese tiempo solo habían recibido una carta de alguno de los Doce y no les daban instrucciones de que volvieran a casa33.
En los seis meses siguientes a haber recibido la carta, los misioneros no habían sabido nada de sus familias, de sus amigos ni de los líderes de la Iglesia. Siempre que llegaba a la isla algún periódico, revisaban sus páginas en busca de noticias de los santos. Un periódico que leyeron afirmaba que la mitad de los santos de Nauvoo habían sido masacrados, mientras que el resto se había visto obligado a huir a California34.
Ansioso por conocer la suerte de Louisa y sus hijas, Addison decidió regresar a los Estados Unidos. “Conocer la verdad, aun cuando sea mala”, se dijo a sí mismo, “es mejor que permanecer con dudas y ansiedad”35.
Los amigos de Addison, Nabota y Telii, el matrimonio que había servido con él en Anaa, decidieron regresar a Tubuai, donde Telii era estimada como una maestra espiritual entre sus hermanas de la Iglesia. Benjamin planeó permanecer en las islas para dirigir la misión36.
Cuando los santos del Pacífico supieron de la inminente partida de Addison, lo instaron a regresar prestamente y a traer más misioneros con él. Siendo que Addison ya había planeado volver a las islas con Louisa y sus hijas, en el caso de que estuvieran con vida, accedió de buena gana37.
Un barco llegó a la isla al mes siguiente y Addison navegó con Tabota y Telii hasta Papeete, Tahití, donde esperaba poder abordar un barco hacia Hawái, y de allí seguir hasta California. Cuando llegaron a Tahití se enteró con consternación de que acababan de enviar un paquete con cartas de Louisa, Brigham Young y los santos del Brooklyn a la isla de Anaa.
“Yo pensaba que ya tenía la piel endurecida para soportar desilusiones”, se lamentaba él en su diario, “pero esto produjo impresiones en mi mente a las que había sido ajeno hasta entonces”38.
A medida que iba haciendo más frío en Winter Quarters, Brigham oraba con frecuencia para saber cómo debía preparar a la Iglesia para viajar hasta más allá de las Montañas Rocosas. Luego de estar en la ruta por casi un año, había aprendido que organizar y equipar a los santos para la jornada que les faltaba era esencial para el éxito. Sin embargo, un fracaso tras otro también le habían demostrado lo importante que era depender del Señor y seguir Su guía. Como en los tiempos de José Smith, solo el Señor podía dirigir Su Iglesia.
Poco después del comienzo del año, Brigham sintió que el Señor abría su mente a una nueva luz y conocimiento. En una reunión con el sumo consejo y los Doce, el 14 de enero de 1847, comenzó a registrar una revelación del Señor para los santos. Antes de irse a la cama, el Señor le dio más instrucciones para el viaje que tenían por delante. Tomando la revelación inconclusa, Brigham continuó registrando las instrucciones del Señor para los santos39.
Al día siguiente, Brigham presentó la revelación a los Doce. Llamada “La palabra y la voluntad del Señor”, hacía hincapié en la necesidad de los santos de organizarse en compañías bajo el liderazgo de los Apóstoles. En la revelación, el Señor mandaba a los santos que proveyeran para sus propias necesidades, y que trabajaran juntos en el viaje, velando por las viudas, los huérfanos y las familias de los miembros del Batallón Mormón.
“Emplee cada hombre toda su influencia y sus bienes para trasladar a este pueblo al lugar donde el Señor establecerá una estaca de Sion”, indicaba la revelación. “Y si hacéis esto con un corazón puro, con toda fidelidad, seréis bendecidos”40.
Además, el Señor mandó a Su pueblo que se arrepintiese y humillase, que se tratasen con amabilidad los unos a los otros, que cesaran la ebriedad y el hablar mal el uno del otro. Su palabras fueron presentadas como un convenio en el que se instruía a los santos a “[andar] en todas las ordenanzas del Señor” y a honrar las promesas que hicieron en el Templo de Nauvoo41.
“Soy el Señor vuestro Dios, sí, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, declaró. “Soy el que saqué a los hijos de Israel de la tierra de Egipto; y mi brazo está extendido en los postreros días para salvar a mi pueblo Israel”.
Al igual que los antiguos israelitas, los santos debían alabar al Señor y clamar a Él en los momentos de aflicción. Debían cantar y bailar con una oración de gratitud en el corazón. No debían temer el futuro, sino confiar en Él y soportar sus aflicciones.
“Es preciso que los de mi pueblo sean probados en todas las cosas”, declaró el Señor, “a fin de que estén preparados para recibir la gloria que tengo para ellos, sí, la gloria de Sion”42.
Unos días después, los Apóstoles presentaron la nueva revelación a los santos en Winter Quarters y muchos se regocijaron cuando la oyeron. Una mujer escribió a su esposo que se hallaba en Inglaterra: “El Señor se ha acordado de Sus siervos una vez más y los ha favorecido con una revelación de Su voluntad. La paz y la unidad reinan entre nosotros”, exclamó, “y el Espíritu de Dios prevalece entre nosotros”43.
Pero algunos problemas persistían en Winter Quarters. Desde que salieron de Nauvoo, los Apóstoles habían seguido efectuando adopciones espirituales entre los santos. Brigham observó que algunos instaban a sus amigos a ser adoptados en sus familias, creyendo que la gloria eterna dependía de la cantidad de personas selladas a ellos. Surgieron celos y una competencia entre ellos a medida que discutían sobre quién tendría la familia más grande en el cielo. Esa contención hizo que Brigham dudara de que alguno de ellos llegara finalmente al cielo44.
En febrero, hablando sobre la práctica de la adopción espiritual, Brigham admitió que aún no sabía mucho al respecto. Él amaba profundamente a las docenas de santos que habían sido adoptados en su familia mediante la ordenanza. Sin embargo, sabía muy poco acerca de esta práctica y se preguntaba sobre su significado45.
“Voy a procurar recibir más conocimiento sobre el tema”, prometió a los santos, “y seguidamente estaré en capacidad de enseñar y practicar más”46.
Al día siguiente cayó enfermo y se acostó para descansar. Mientras dormía, soñó que veía a José Smith sentado en una silla frente a un gran ventanal. Tomando a José de la mano derecha, Brigham le preguntó a su amigo por qué no podía estar con los santos.
“Todo está bien”, dijo José, levantándose de la silla.
“Los hermanos tienen grandes deseos de entender la ley de adopción o los principios del sellamiento”, dijo Brigham. “Si tienes algún consejo para mí, lo recibiré con mucho gusto”.
“Dile a la gente que sea humilde y fiel, y se asegure de conservar el Espíritu del Señor”, dijo José. “Si lo hacen, se encontrarán organizados tal como nuestro Padre Celestial los organizó antes de venir al mundo”.
Brigham despertó con las palabras de José resonando en su mente: “Dile a la gente que se asegure de conservar el Espíritu del Señor y de seguirlo, y Este los guiará por la senda correcta”47. Este consejo no respondía sus preguntas en cuanto a los sellamientos por adopción, pero fue un recordatorio de que obedeciera al Espíritu, para que él y los santos pudieran ser guiados a un entendimiento mayor.
Durante el resto del invierno, los Apóstoles continuaron procurando revelación a medida que preparaban el envío de compañías de carromatos más allá de las Montañas Rocosas. Bajo su dirección, una pequeña compañía de avanzada partiría de Winter Quarters en la primavera, atravesaría las montañas y establecería un nuevo lugar de recogimiento para los santos. En obediencia al mandamiento del Señor, y para cumplir la profecía, alzarían un estandarte a las naciones y comenzarían a trabajar en la edificación de un templo. Otras compañías, más grandes, compuestas principalmente de familias, pronto los seguirían, obedeciendo la palabra y la voluntad del Señor en el viaje48.
Antes de partir de Nauvoo, el Cuórum de los Doce y el Consejo de los Cincuenta habían considerado la posibilidad de establecerse en el valle del Lago Salado o en el valle del río Bear, al norte. Ambos valles se hallaban luego de cruzar las Montañas Rocosas y las descripciones de ambos eran prometedoras49. Brigham había visto en una visión el lugar donde se establecerían los santos, pero solo tenía una idea general de su ubicación. Aun así, siguió orando para que Dios lo dirigiera a él y a la compañía de avanzada hasta el lugar correcto para el recogimiento de la Iglesia50.
La compañía de avanzada se componía de 143 hombres que los Apóstoles habían seleccionado. Harriet Young, la esposa de Lorenzo, hermano de Brigham, preguntó si ella y sus dos hijos pequeños podían acompañar a Lorenzo en el viaje. Brigham, entonces, pidió a su esposa Clara, que era hija del primer matrimonio de Harriet, que también se uniera a la compañía. Ellen, esposa plural de Heber Kimball, una inmigrante de Noruega, también se unió a la compañía51.
Cuando la compañía de avanzada estaba preparándose para partir, Parley Pratt y John Taylor llegaron a Winter Quarters procedentes de su misión en Inglaterra. Ellos, junto con Orson Hyde, quien seguía supervisando la Iglesia en Gran Bretaña, habían nombrado nuevos líderes en la misión y restaurado el orden entre los santos. Ahora, creyendo que ya llevaban demasiado tiempo alejados de sus familias, Parley y John declinaron la invitación de Brigham a unirse al resto del cuórum en su viaje al oeste, así que Brigham los dejó a cargo de Winter Quarters52.
La tarde del 16 de abril de 1847, la compañía de avanzada comenzó su viaje bajo un cielo frío y sombrío. “Nos proponemos despejar la vía para la salvación de los honestos de corazón de todas las naciones o de sacrificarlo todo en nuestra mayordomía”, declararon los Apóstoles en una carta de despedida a los santos en Winter Quarters. “En el nombre del Dios de Israel, estamos decididos a vencer o morir intentándolo”53.