Historia de la Iglesia
32 Ponernos de pie y soportar estoicamente la tormenta


“Ponernos de pie y soportar estoicamente la tormenta”, capítulo 32 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020

Capítulo 32: “Ponernos de pie y soportar estoicamente la tormenta”

Capítulo 32

Ponernos de pie y soportar estoicamente la tormenta

Un hombre y una mujer se abrazan luego del bautismo de la mujer

A principios de 1880, George Q. Cannon y su esposa Elizabeth se encontraban en Washington, D. C. Se iniciaba una nueva sesión del Congreso y George seguía actuando como representante territorial de Utah. Ese año, él y Elizabeth habían llevado consigo a sus dos hijas pequeñas. Esperaban dar a los políticos y a los editores de periódicos de la nación una visión positiva de las familias Santos de los Últimos Días1.

Claro está que muchas personas sabían que George y Elizabeth practicaban el matrimonio plural. De hecho, George tenía cuatro esposas y veinte hijos con vida. No obstante, como observó un periodista, los Cannon no encajaban en la versión popular caricaturizada de los santos. “Si las virtudes de una institución han de medirse por sus resultados refinados e inteligentes”, escribió un periodista, “no deberían existir prejuicios contra la poligamia”2.

No obstante, los prejuicios en contra de los santos no hicieron sino empeorar a raíz de la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos, del año anterior, en el caso de George Reynolds. En su mensaje anual a la nación, pronunciado en diciembre de 1879, el presidente Rutherford Hayes había condenado la poligamia e instado a los agentes del orden público a sostener la ley antipoligamia de Morrill3.

El mensaje del presidente incentivó a algunos congresistas a oponerse al matrimonio plural de manera más agresiva. Un legislador presentó un proyecto de ley que proponía una enmienda constitucional para prohibir la poligamia. Otro declaró su intención de expulsar a George Q. Cannon del Congreso. Mientras tanto, ciudadanos de todo el país comenzaron a presionar a sus representantes para que hicieran más para erradicar el matrimonio plural.

“Las nubes parecen arremolinarse portentosa y amenazadoramente sobre nosotros”, escribió George a John Taylor el 13 de enero. “Si el Señor no nos suministra pararrayos para desviar la electricidad en otra dirección, y yo confío en que lo hará, no veo otra salida para nosotros que ponernos de pie y soportar estoicamente la tormenta”4.


Una noche, en esa época, Desideria Quintanar de Yáñez tuvo un sueño en el que vio un libro llamado Voz de amonestación que se imprimía en Ciudad de México. Al despertar, ella sabía que debía encontrar ese libro5.

Desideria era descendiente del gobernante azteca Cuauhtémoc y era muy respetada en Nopala, el pueblo donde ella vivía con su hijo, José. Aun cuando la mayoría de las personas en México eran católicas, Desideria y José pertenecían a una congregación protestante local6.

Desideria sintió que debía ir a Ciudad de México a buscar el misterioso libro, pero la ciudad se hallaba a unos 120 kilómetros de distancia. Podría viajar parte del trayecto en una línea del ferrocarril, pero la mayor parte del camino debería recorrerla a pie por caminos sin pavimentar. Desideria tenía más de sesenta años y no se hallaba en condiciones físicas para hacer el arduo viaje7.

En su determinación por hacerse con el libro, le relató a su hijo el sueño. José le creyó y partió prontamente hacia Ciudad de México en busca del libro desconocido8.

A su regreso, compartió con Desideria su asombrosa experiencia. Halló que en la Ciudad de México había cientos de miles de personas y su búsqueda del libro parecía ser imposible. Pero un día, mientras caminaba por las atestadas calles de la ciudad, conoció a Plotino Rhodakanaty, quien le habló de un libro llamado Voz de amonestación.

Plotino envió a José a un hotel para que se reuniera con el misionero James Stewart. Allí, José se enteró de que Voz de amonestación era la traducción al español de un libro llamado Voice of Warning, el cual los misioneros Santos de los Últimos Días habían estado usando por décadas para presentar su religión a las personas de habla inglesa. En él se testificaba de la restauración del evangelio de Jesucristo y de la aparición del Libro de Mormón, un registro sagrado de los antiguos habitantes de las Américas9.

Voz de amonestación aún estaba en impresión, pero James le dio a José folletos religiosos para que los llevara a casa. José le trajo los folletos a su madre, quien los estudió detenidamente. Desideria, entonces, pidió que los misioneros vinieran a Nopala a bautizarla.

En atención a su pedido, Melitón Trejo vino hasta el pueblo en abril y bautizó a Desideria, a José y a Carmen, hija de José. Pocos días después, José volvió a Ciudad de México y recibió el Sacerdocio de Melquisedec. Volvió a casa cargado con libros y folletos, entre ellos, diez ejemplares del libro Voz de amonestación, el cual se había publicado recientemente10.


El recuerdo más antiguo que Ida Hunt tenía de su vida era con su abuelo Addison Pratt meciéndola a ella en sus rodillas. En aquel entonces, la familia de Ida vivía en una granja cerca de San Bernardino, California. Sus padres, John y Lois Pratt Hunt, se habían establecido allí cuando Ida tenía un año. Pocos años después, sin embargo, por insistencia de la abuela de Ida, Louisa Pratt, su familia se mudó a Beaver, un pueblo pequeño al sur de Utah, donde Louisa había vivido desde 1858.

Addison murió en California en 1872. Si bien él y Louisa nunca llegaron a resolver sus diferencias y vivieron separados la mayor parte de sus últimos quince años de matrimonio, conservaron el cariño por sus hijas y nietos. Ida los amaba entrañablemente a ambos11.

Ida vivía a una manzana de distancia de la casa de Louisa y pasaba innumerables tardes junto a su abuela, aprendiendo una u otra lección. En 1875, cuando tenía diecisiete años, Ida y su familia se mudaron de Beaver. Tres años más tarde, los líderes de la Iglesia hicieron un llamado a la familia para que se mudara nuevamente, esta vez a Snowflake, en el Territorio de Arizona; pero en lugar de ir con su familia, Ida decidió regresar a Beaver para vivir con su abuela por un tiempo.

En Beaver, Ida era una ayuda indispensable para su abuela y sus dos tías, Ellen y Ann, que vivían cerca. Ella colaboraba con las tareas domésticas y ayudaba a atender a los miembros de la familia que enfermaban. Sin embargo, Ida no pasaba todo el tiempo en casa; por las tardes iba con frecuencia a cenas, fiestas y conciertos. Pronto empezó a salir con un joven llamado Johnny.

En la primavera de 1880, la familia de Ida y los amigos de Snowflake le rogaron a Ida que volviera a casa; Ida tomó la difícil decisión de partir de Beaver. Louisa apenas podía hablar cuando se despidió de su nieta, a la que deseó un buen viaje. Su único consuelo era pensar que la relación de Ida con Johnny podría hacer que ella volviera a Beaver12.

Ida viajó hasta Snowflake con la familia de Jesse Smith, presidente de la Estaca Arizona Este. Dos de sus esposas, Emma y Augusta, tenían una cualidad sagrada y altruista en cuanto a su relación entre ellas que Ida admiraba. Los padres de Ida no practicaban el matrimonio plural, por lo que ella había podido observar poco sobre el funcionamiento de las familias plurales, pero a medida que pasaba más tiempo con los Smith, más consideraba ella la opción de practicar el matrimonio plural13.

De hacerlo, eso la haría diferente de otros santos de su edad. Aunque la mayoría de los santos aceptaban y defendían el matrimonio plural, la cantidad de familias plurales iba en descenso. La práctica estaba limitada mayormente a los santos en el oeste de Estados Unidos; no se celebraban matrimonios plurales entre miembros de la Iglesia en Europa, Hawái ni en otras partes del mundo.

En el momento de mayor vigencia de esta práctica, en los años finales de la década de 1850, cerca de la mitad de las personas en Utah podían esperar formar parte de una familia plural en algún momento de sus vidas. Esa cantidad había descendido hasta un veinte o treinta por ciento, y continuaba declinando14. Como no era un requisito para los miembros de la Iglesia, los santos podían mantenerse en una buena condición ante Dios y la Iglesia, aun cuando no eligieran participar de la práctica15.

Siete meses después de su llegada a Snowflake, Ida recibió noticias del fallecimiento de su abuela. Sumida en la tristeza, Ida se arrepintió de haber abandonado a Louisa. Si ella hubiera permanecido en Beaver, se decía a sí misma, podría haber acompañado a su abuela en los últimos meses de su vida.

En esa época, Ida también recibió una carta de Johnny. Él deseaba venir a Arizona y casarse con ella, pero, para entonces, Ida esperaba poder casarse con un hombre que estuviera dispuesto a practicar el matrimonio plural. Johnny no tenía una gran fe en el Evangelio; Ida sabía que él no era la persona correcta para ella16.


En 1880, la Iglesia celebraba su cincuentenario. Rememorando que el antiguo Israel celebraba un año de jubileo cada cincuenta años, en el que se perdonaban las deudas y se liberaba del cautiverio a las personas, el presidente John Taylor canceló las deudas de miles de santos pobres que se habían congregado en Sion con dinero prestado del Fondo Perpetuo para la Emigración. Él pidió a los santos que eran dueños de bancos y negocios que perdonaran a algunas personas el dinero que estos les debían, e instó a los miembros de la Iglesia a donar reses y ganado a los necesitados.

También le pidió a Emmeline Wells, presidenta del comité del grano de la Sociedad de Socorro, que de los graneros de la Sociedad prestara a los obispos cuanto trigo necesitasen para atender a los pobres en sus barrios17.

En junio, el presidente Taylor asistió a una conferencia de la Sociedad de Socorro de la Estaca Salt Lake. En la reunión también había representantes de la Asociación Primaria y de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes (Y. L. M. I. A. [por sus siglas en inglés]), que eran consideradas auxiliares de la Sociedad de Socorro. Durante la reunión, Eliza Snow propuso a Louie Felt, una presidenta de Primaria de barrio, para supervisar la Primaria en toda la Iglesia. La congregación sostuvo a Louie y aprobó también a dos mujeres que servirían como sus consejeras.

Más tarde en la misma reunión, el presidente Taylor pidió que una secretaria leyera el acta de la organización de la Sociedad de Socorro de Nauvoo en 1842. El presidente Taylor había asistido a la primera reunión en la que Emma Smith había sido elegida Presidenta de la Sociedad. Además, él había dado autoridad a las consejeras de Emma, Sarah Cleveland y Elizabeth Ann Whitney, para obrar en sus llamamientos.

Luego de que la secretaria leyó el acta, el presidente Taylor habló acerca de los poderes y los deberes que la Sociedad de Socorro confería sobre las mujeres. Mary Isabella Horne propuso entonces que él nombrara a Eliza Snow como presidenta de todas las Sociedades de Socorro en la Iglesia. Eliza había servido como secretaria de la Sociedad de Socorro original y había estado asesorando a todas las Sociedades de Socorro de barrio por más de una década, aunque no hubo una Presidenta General de la Sociedad de Socorro desde que Emma Smith dirigió la organización en la década de 1840.

El presidente Taylor propuso a Eliza como la Presidenta General de la Sociedad de Socorro y la congregación la sostuvo. Eliza entonces eligió a Zina Young y a Elizabeth Ann Whitney como sus consejeras, a Sarah Kimball como secretaria y a Mary Isabella Horne como tesorera. Al igual que Eliza, todas ellas habían sido miembros de la Sociedad de Socorro en Nauvoo y habían servido en la organización desde su restablecimiento en Utah.

Luego, por la tarde, al final de la reunión de la conferencia, Eliza propuso a Elmina Taylor, una de las consejeras de Mary Isabella Horne en una presidencia de Sociedad de Socorro de estaca, para que sirviera como Presidenta General de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes. Elmina fue sostenida junto con sus consejeras, una secretaria y una tesorera18.

Las mujeres en todo el territorio se regocijaron por estas nuevas presidencias generales.

“Me siento sumamente complacida al ver avanzar a mis hermanas en tal orden”, declaró Phebe Woodruff en una reunión de la Sociedad de Socorro un mes más tarde. Belinda Pratt, una presidenta de Sociedad de Socorro de estaca, escribió en su diario: “¡Qué época esta que estamos viviendo! ¡Cuán grandes son las responsabilidades de las hermanas de la Iglesia! ¡Qué obra la que están llevando a cabo!”19.

Ese año, ocurrieron en la Iglesia otros cambios inspirados. Desde la muerte de Brigham Young, ocurrida tres años antes, el Cuórum de los Doce había dirigido la Iglesia sin tener una Primera Presidencia. Tras analizar el asunto y orar al respecto, el Cuórum sostuvo unánimemente a John Taylor como Presidente de la Iglesia, y a George Q. Cannon y a Joseph F. Smith como sus consejeros. Más tarde, en una concurrida sesión de la conferencia general de octubre, los santos levantaron la mano para apoyar a la nueva presidencia20.

Luego del sostenimiento, George Q. Cannon se puso de pie y propuso que la Perla de Gran Precio, una colección de algunos de los escritos y traducciones inspiradas de José Smith, se convirtiera en un libro canónico de la Iglesia. Aunque los misioneros habían estado utilizando ediciones de la Perla de Gran Precio desde su publicación en 1851, esa fue la primera vez que se pedía a los miembros de la Iglesia que la aceptaran como un volumen de Escritura.

“Es gratificante ver la unidad de sentimientos y opiniones que se manifiesta en nuestros votos”, dijo el presidente Taylor posteriormente. “Ahora bien, continúen unidos en otras cosas, como lo han sido en esta, y Dios estará con ustedes de ahora en adelante”21.


Seis meses después, en la bulliciosa y costera ciudad de Trondheim, Noruega, Anna Widtsoe emergió de las aguas heladas del fiordo como una miembro recién bautizada de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Aunque su cuerpo estaba frío, en su interior ardía el fuego del Evangelio y estaba llena de amor por los santos que la rodeaban.

La senda de Anna hasta su bautismo no había sido fácil. Su esposo había fallecido inesperadamente hacía tres años y la había dejado sola con dos hijos pequeños: John y Osborne. Ella vivía de una pensión modesta y de sus ingresos por coser vestidos. Tras la muerte de su esposo, Anna se había vuelto a Dios, preguntándose por qué Él le había arrebatado a su esposo.

Ella había leído la Biblia desde la infancia y conocía sus relatos; ahora los estudiaba en busca de respuestas. Al hacerlo, ella fue sintiendo que se acercaba a Dios, pero algo parecía faltar en las doctrinas de la iglesia a la que asistía y no terminaban de llenarla.

Un día, un zapatero llamado Olaus Johnsen le entregó un par de zapatos que ella le había encargado reparar. Dentro de cada zapato había un folleto religioso. Ella los leyó y sintió curiosidad de aprender más, por lo que, poco tiempo después, en un cálido día de primavera, le llevó otro par de zapatos al zapatero. Sin embargo, una vez en la tienda, ella vacilaba en hacer demasiadas preguntas al zapatero. Cuando abría la puerta para salir, él la llamó.

“Puedo darle algo de mayor valor que las suelas para los zapatos de sus hijos”, le dijo.

“¿Qué puede darme usted, un zapatero?”, preguntó ella.

“Puedo enseñarle la manera de hallar la felicidad en esta vida y de prepararse para el gozo eterno en la vida venidera”, contestó él.

“¿Quién es usted?”, preguntó Anna.

“Soy miembro de la Iglesia de Jesucristo”, dijo Olaus. “Nos llaman mormones. Tenemos la verdad de Dios”.

Al oír eso, Anna salió rápidamente de la tienda. En Noruega, los Santos de los Últimos Días tenían fama de ser personas fanáticas, pero el folleto la intrigaba y, poco después, asistió a una reunión con los santos de Trondheim en la casa de Olaus y su esposa, Karen. Una rígida distinción de clases segmentaba la sociedad noruega, por lo que Anna se distrajo por lo humilde que era la morada de los Johnsen y la pobreza de las personas que allí adoraban. Cuando su esposo estaba con vida, ella había formado parte de una clase social más adinerada y tendía a ver con aires de superioridad a la gente pobre.

No obstante sus reservas, Anna se reunió con regularidad con los misioneros durante dos años. Un día, estando ella en su casa, sintió poderosamente el Espíritu. Las distinciones de clase no significaban nada para el Señor, pero ella tenía fuertes prejuicios y pensaba en lo impopular que eran la Iglesia y sus miembros, y lo pobres que eran. “¿Debo descender a eso?”, se preguntaba Anna.

Y ella misma se respondió su pregunta: “Sí, si es la verdad, debo hacerlo”22.


Entretanto, en los Estados Unidos, James Garfield sucedía a Rutherford Hayes como presidente de la nación. Al igual que Hayes, él condenaba a la Iglesia y encargó al Congreso que pusiera fin al matrimonio plural de una vez por todas. Pocos meses más tarde, un hombre descontento disparó contra Garfield y se produjo algo de especulación sobre si el pistolero era Santo de los Últimos Días23; pero se trataba de una acusación falsa. John Taylor condenó el ataque rápidamente, expresó compasión por el presidente en su recuperación y se abstuvo de criticarlo por la postura política que había adoptado contra la Iglesia.

“Él, al igual que el resto de nosotros, es un ser falible”, dijo John a los santos. “Todos nosotros somos falibles y no todos son capaces de resistir las presiones que se les imponen”24.

El presidente Garfield murió debido a su herida unos meses más tarde. Su sucesor, Chester Arthur, estaba igualmente resuelto a poner fin al matrimonio plural25. Como delegado de Utah en el Congreso, George Q. Cannon se sintió presionado de inmediato. En diciembre de 1881, el senador George Edmunds propuso una ley en el Congreso que facilitaría enjuiciar a los santos por practicar el matrimonio plural.

De aprobarse la ley de Edmunds, los santos podrían ser encarcelados por “cohabitación ilegítima”, lo que significaba que las cortes ya no tendrían que demostrar que se había producido un matrimonio plural. Todo miembro de la Iglesia que pareciera estar practicando el matrimonio plural podía ser enjuiciado por las leyes. Matrimonios plurales que vivieran en la misma casa o que fueran vistos juntos en público estarían en riesgo de ser arrestados.

La ley despojaría a hombres y mujeres en matrimonios plurales de su derecho al voto, les impondría multas y penas de prisión y los vetaría de servir en jurados y ejercer cargos políticos26.

A la presión que sentía George se agregaba el hecho de que su esposa, Elizabeth, estaba de vuelta en Utah, afectada por una neumonía, y él deseaba estar con ella. El 24 de enero de 1882, sin embargo, George recibió un telegrama con un mensaje de Elizabeth. “Permanece en tu puesto”, lo instaba ella. “Dios me puede levantar en respuesta a tus oraciones allá tanto como aquí”.

Dos días después, George recibió otro telegrama. Le informaban que Elizabeth había fallecido. “La idea de que estaremos separados por el resto de esta vida y que nunca más veré su rostro de nuevo, ni tendré el placer de sus tiernos cuidados ni su dulce compañía en la carne, casi me hace perder el sentido”, escribió George en su diario27.

La ley Edmunds fue aprobada poco después, incapacitando a George para servir en el Congreso. El 19 de abril se dirigió por última vez a la Cámara de Representantes. Él se sentía más calmado que de costumbre, pero estaba indignado por la decisión de sus colegas de aprobar la ley Edmunds. Los santos practicaban el matrimonio plural porque Dios les había mandado hacerlo, dijo él. No tenían el deseo de imponer sus creencias a nadie; solo deseaban que se les concediese el derecho de obedecer a Dios porque ellos lo consideraban correcto.

“En lo que concierne a la condenación de este mundo, estamos dispuestos a ser colocados en el mismo plano que Abraham”, agregó George.

Posteriormente, algunos congresistas felicitaron a George por sus palabras. Otros representantes confesaron haber sido presionados para oponerse a él. La mayoría simplemente parecían contentos de que él se marchara28.


La ley Edmunds no alteró la opinión que tenía Ida Hunt en cuanto al matrimonio plural. Era el otoño de 1881 y ella había vivido con el matrimonio de Ella y David Udall en el poblado de St. Johns, Arizona, a unos 72 kilómetros de Snowflake. Durante ese tiempo, ella había trabajado en la tienda cooperativa local con David, quien era el obispo de St. Johns, y se había compenetrado mucho con Ella, como con una hermana29.

Poco después de convertirse en obispo, él y Ella llegaron a la conclusión de que era el momento de que ellos practicaran el matrimonio plural. Poco tiempo después, David le propuso matrimonio a Ida, con la aprobación de Ella. Ida deseaba aceptar su propuesta, pero notaba que Ella aún luchaba con la idea de compartir su marido; así que, en lugar de responder a David, Ida regresó a Snowflake, sintiendo que estaba confundida30.

Luego, Ida escribió una carta para conocer los verdaderos sentimientos de Ella en cuanto a la propuesta de matrimonio. “No puedo permitir que este asunto vaya más lejos sin haber recibido primero alguna seguridad de tu disposición a que se dé este paso”, le dijo a su amiga. “No solo tienes el derecho sino el imperativo deber de plantear claramente las objeciones que puedas tener”.

“Te prometo”, le aseguró a Ella, “que no me sentiré ofendida”31.

Ella envió una breve respuesta seis semanas después. “El tema en cuestión es algo que me ha causado mucho dolor y pesar, probablemente más de lo que te puedas imaginar”, le escribió; “no obstante, pienso como lo he hecho desde el principio, que si es la voluntad del Señor, yo estoy perfectamente dispuesta a intentar sobrellevarlo y confío en que Dios hará que redunde en el máximo bien para todos”32.

El 6 de mayo de 1882, Ida partió de Snowflake en un viaje de 18 días hasta el templo de St. George junto con David, Ella y la hijita de ellos, Pearl. En el trayecto por el desierto, Ida pudo ver que Ella aún se sentía infeliz en cuanto al matrimonio. Ida fue cuidadosa con sus palabras y acciones, preocupada por no decir o hacer algo que pudiera causarle un dolor mayor a Ella. Juntos, ellos leyeron libros en voz alta y jugaron con Pearl para evitar los silencios incómodos.

Una noche, Ida habló en privado con David, preocupada por la infelicidad de Ella y temiendo haber tomado una decisión incorrecta al aceptar la propuesta de David. Las palabras amorosas y alentadoras de David le infundieron esperanza en el corazón. Esa noche, ella se fue a la cama sintiendo la certeza de que Dios los apoyaría en toda adversidad, en tanto que ellos procuraran ser obedientes.

Ida y David fueron sellados en el templo de St. George el 25 de mayo. Frente a un futuro incierto, Ida sintió que podía confiar en que David la cuidaría, y oró pidiendo que su amor por él no hiciera sino crecer. Por su parte, Ella también pareció hallar consuelo en las palabras y el consejo del hombre que efectuó la ceremonia.

Esa noche, la familia pernoctó en la casa de una de las hermanas de Ella. Luego que todos se fueron a dormir, Ella entró discretamente en la habitación de Ida, ya que no lograba conciliar el sueño. Por primera vez, las dos mujeres hablaron cara a cara acerca de la nueva relación entre ellas, y de sus esperanzas y deseos en cuanto al futuro.

Ambas mujeres creían que el matrimonio de Ida con David era la voluntad de Dios, pero ahora que había entrado en vigor la ley Edmund, los acontecimientos de ese día habían colocado a su familia en un conflicto aún mayor con el Gobierno.

“El matrimonio en circunstancias normales es un paso serio e importante”, escribió Ida esa noche en su diario, “pero entrar en matrimonio plural en estos tiempos peligrosos hace que sea doblemente así”33.