“En las manos de Dios”, capítulo 39 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020
Capítulo 39: “En las manos de Dios”
Capítulo 39
En las manos de Dios
El 14 de diciembre de 1889, Anthon Lund, recientemente llamado a ser Apóstol recibió un telegrama de la Primera Presidencia en su casa de Ephraim, Utah. La Presidencia, preocupada por los casos recientes de santos nacidos en el extranjero a los que se les negaba la ciudadanía estadounidense, quería hacer pública una respuesta a la acusación de que era imposible que los santos fueran ciudadanos leales. Los líderes de la Iglesia habían redactado una declaración en la que negaban esta y otras afirmaciones falsas, y querían adjuntar el nombre de Anthon como miembro del Cuórum de los Doce1.
Anthon había defendido a la Iglesia contra las tergiversaciones desde que era pequeño. Después de unirse a la Iglesia de niño, en su Dinamarca natal, algunos compañeros de clase lo habían golpeado debido a sus creencias. Sin embargo, en lugar de responder con ira, Anthon les había demostrado paciencia y amabilidad, y finalmente se ganó su amistad y respeto. Anthon dejó Dinamarca a los dieciocho años para unirse a los santos en Utah y, en las décadas posteriores, él y su esposa, Sanie, y sus seis hijos habían sacrificado mucho para ayudar a edificar el reino de Dios2.
Anthon respondió al telegrama de la Primera Presidencia de inmediato, prestando su nombre a su declaración. Aunque había ocupado muchos cargos de responsabilidad en la Iglesia, entre ellos haber servido en la presidencia del Templo de Manti, esa era la primera vez que su nombre salía al mundo como apóstol de Jesucristo.
A diferencia de los demás miembros del Cuórum de los Doce, Anthon nunca había practicado el matrimonio plural. También fue el primer Apóstol de la era moderna cuya lengua nativa no era el inglés. Wilford Woodruff confiaba en que esas diferencias podían ser valiosas para el Cuórum y sabía, además, que el llamamiento de Anthon era la voluntad de Dios. Sus modales amables y la habilidad que tenía Anthon de hablar varios idiomas podían ayudar a conducir a la Iglesia al próximo siglo3.
Cuando Anthon fue llamado a los Doce, Wilford le pidió a George Q. Cannon que le diera consejos inspirados a fin de prepararlo para sus nuevas responsabilidades. “Será necesario que realices la labor de tu vida para cumplir con este llamamiento correctamente”, le había dicho George a Anthon. “Sentirás, como probablemente nunca has sentido, la necesidad de vivir cerca de Dios e invocar Su poder y contar con Su cuidado protector por medio de Sus ángeles alrededor de ti”.
De este consejo, Anthon aprendió que era su privilegio como Apóstol conocer la disposición y la voluntad de Dios. Debía mantenerse fiel a las revelaciones que recibiría, incluso cuando ello pareciera contrario a su juicio natural. “No es posible que seas demasiado humilde”, le había recordado George. Anthon debía expresar sus puntos de vista libremente y al mismo tiempo escuchar con mansedumbre al profeta del Señor. “Debemos estar dispuestos a sentarnos y ver al Espíritu de Dios obrar sobre este hombre a quien Dios ha escogido”, había dicho George4.
El día en que Anthon respondió al telegrama, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce publicaron su declaración en Deseret News. En un lenguaje claro, proclamaron que la Iglesia aborrecía la violencia y pretendía existir en paz con el Gobierno de los Estados Unidos a pesar de las privaciones que habían sufrido bajo las leyes antipoligamia de la nación.
“No reclamamos ninguna libertad religiosa que no estemos dispuestos a otorgar a otros”, afirmaba el comunicado. “Deseamos estar en armonía con el Gobierno y el pueblo de los Estados Unidos como parte integral de la nación”5.
Ese invierno, mientras los líderes de la Iglesia buscaban aclarar sus creencias a la nación, Jane Manning James le escribió a Joseph F. Smith en busca de claridad para ella misma. Jane tenía más de sesenta años y estaba preocupada por lo que le depararía la próxima vida. La mayoría de los santos de Utah habían recibido ordenanzas del templo que los sellaban a los seres queridos en esta vida y en la próxima; pero Jane entendía que a ella, como Santo de los Últimos Días negra, no se le permitía participar en esas ordenanzas superiores.
Aun así, Jane sabía que Dios había prometido bendecir a todas las naciones de la tierra por medio de Abraham. Pensaba que seguramente esa promesa también se aplicaba a ella6.
Sumado a la ansiedad de Jane en cuanto a la próxima vida se encontraba el estado actual de su familia. Ella y su esposo, Isaac, se habían divorciado en la primavera de 1870. Alrededor de 1874, ella se había casado con Frank Perkins, otro Santo de los Últimos Días negro, pero su matrimonio no duró. Durante esos años, ella había perdido tres hijos y varios nietos por enfermedades. Aunque cuatro de sus hijos todavía vivían, ninguno de ellos era tan dedicado a la Iglesia como ella7.
¿Estarían con ella en la próxima vida? Si no era así, ¿había un lugar y una familia para ella allí?
De joven, Jane había vivido y trabajado en la casa de José y Emma Smith, en Nauvoo. Durante ese tiempo, Emma la invitó a ser adoptada como hija de ella y José, pero Jane nunca le había dado una respuesta directa antes de que José muriera. Ahora, sin embargo, Jane comprendía que los santos podían ser adoptados en familias por medio de un sellamiento especial en el templo. Ella creía que Emma la había estado invitando a unirse a su familia de esa manera8.
A principios de 1883, Jane había visitado al presidente John Taylor para pedir permiso para recibir su investidura. El presidente Taylor analizó el asunto con ella, pero no creía que hubiera llegado el momento de que los santos negros recibieran las ordenanzas superiores del templo. Él había examinado el tema varios años antes cuando otro santo negro, Elijah Able, pidió recibir las ordenanzas del templo. Aunque su investigación confirmó que Elijah había recibido el Sacerdocio de Melquisedec en la década de 1830, aun así el presidente Taylor y otros líderes de la Iglesia decidieron rechazar la solicitud de Elijah teniendo en cuenta su raza9.
Casi dos años después de haber hablado con el presidente Taylor, Jane le había suplicado nuevamente. “Me doy cuenta de mi raza y mi color y que no puedo esperar recibir mis investiduras”, afirmó en ese momento. Sin embargo, ella mencionó que Dios había prometido bendecir a toda la simiente de Abraham. “Como esta es la plenitud de todas las dispensaciones”, preguntaba, “¿no hay bendición para mí?”.
“Usted conoce mi historia”, continuaba. “Según lo mejor de mi capacidad, he obedecido todos los requisitos del Evangelio”. Luego, describió la invitación que Emma le había hecho y expresó su propio deseo de ser adoptada en la familia de José Smith. “Si pudiera ser adoptada como hija de él”, señaló, “mi alma estaría satisfecha”10.
Poco después de que Jane enviara su carta, el presidente Taylor había salido de Salt Lake City para visitar los asentamientos en el sur y en México, y no llegó a responderle antes de fallecer. Cuatro años después, el presidente de estaca de Jane le extendió una recomendación para realizar bautismos por los muertos en el templo. “Debes estar conforme con este privilegio, esperando nuevas instrucciones del Señor para Sus siervos”, escribió él. Poco tiempo después, Jane viajó al templo de Logan y recibió el bautismo por su madre, abuela, hija y otros familiares fallecidos11.
Ahora, en su carta a Joseph F. Smith, Jane nuevamente solicitaba la oportunidad de recibir las ordenanzas del templo y la adopción dentro de la familia Smith. “¿Puede llevarse eso a cabo y cuándo?”, preguntaba12.
Jane no recibió respuesta a su carta, por lo que volvió a escribir en abril. De nuevo, no recibió respuesta. Jane continuó teniendo fe en el Evangelio restaurado y en los profetas, orando para que pudiera recibir la salvación en el reino del Señor. “Sé que esta es la obra de Dios”, le había dicho una vez a su Sociedad de Socorro. “Nunca he visto una ocasión en la que tuviera ganas de echarme atrás”.
También confiaba en las promesas que había recibido recientemente en una bendición patriarcal pronunciada por John Smith, el hermano mayor de Joseph F. Smith.
“Guarda tus convenios sagrados, porque el Señor ha escuchado tus peticiones”, le aseguraba la bendición. “Su mano ha estado sobre ti para bien y de cierto recibirás tu galardón”.
“Llevarás a cabo tu misión y recibirás tu herencia entre los santos”, se le prometía, “y tu nombre se transmitirá a tu posteridad como recuerdo honorable”13.
En una lodosa tarde a fines de abril de 1890, Emily Grant fue a la casa de su amiga, Josephine Smith. Ambas mujeres vivían en Manassa, un pequeño poblado de Colorado a varios kilómetros al sur de la casa de Lorena y Bent Larsen, en Sanford. Lejos de los asentamientos más grandes de los santos de Utah, Manassa se había convertido en un refugio para las “viudas de la poligamia” o esposas plurales en la clandestinidad. Emily se sentía sola en ese ventoso poblado, pero se estaba esforzando por establecer un hogar allí para ella y sus hijas, Dessie, de cuatro años, y la bebé, Grace.
Durante el corto viaje en carruaje a la casa de Josephine, Dessie había llorado y hecho un berrinche, triste porque su amado “Tío Eli” no podía ir con ellas. Emily también estaba triste. “Tío Eli” era el nombre en clave del apóstol Heber Grant, su esposo y padre de Dessie y Grace. Como tercera esposa de Heber, Emily usaba ese nombre en las cartas y cuando estaba con las niñas a fin de proteger la identidad de Heber.
Ese mismo día, Heber se había ido a su casa en Salt Lake City después de haber pasado dos días con Emily y las niñas. Emily esperaba que visitar a Josephine le levantara el ánimo; pero casi tan pronto como ella y las niñas llegaron, Emily se echó a llorar. Josephine entendía los sentimientos de su amiga. Ella misma era una esposa plural del apóstol John Henry Smith, quien acababa de llegar al poblado para realizar también una corta visita14.
A Emily le parecía que las visitas de Heber nunca eran lo suficientemente largas. Los dos habían crecido juntos en el Barrio 13 de Salt Lake City y se habían casado en la primavera de 1884, después de un largo cortejo. Como esposa plural, Emily no podía hacer público su matrimonio y se había mudado a menudo durante los siguientes seis años, pasando tiempo en el sur de Idaho, en Inglaterra y en un apartamento escondido en la casa de su madre en Salt Lake City15.
Ahora Emily estaba en Manassa, esperando que su larga separación de Heber terminara algún día. Acostumbrada a vivir en la ciudad, todavía se estaba adaptando a la vida en el pequeño pueblo, y a veces se sentía a cientos de kilómetros de la civilización. Heber había tratado de ayudar proporcionándole una casa amueblada, una yunta de caballos, algunas vacas y gallinas; había contratado a alguien para que la ayudara con la casa y le había conseguido una suscripción al Salt Lake Herald. Su suegra, Rachel Grant, también había venido para quedarse con ella en el aislado pueblo16.
“Tengo aquí todo lo que quiero ahora”, le dijo una vez Emily a Heber en una carta desde Manassa. “Excepto a ti”17.
Casi dos semanas después de la visita de Heber, Emily le escribió sobre una reunión en Manassa en la que dos líderes de la Iglesia habían dicho que las “viudas” del poblado nunca podrían regresar a Utah. “Dijeron que el próximo movimiento en el Congreso sería confiscar las propiedades de los líderes de la Iglesia”, informaba ella, “y que entonces estaríamos muy contentas de haber venido aquí y establecido un hogar”.
Sin embargo, Emily no estaba convencida de que alguna vez iba a estar feliz de vivir en el poblado18. “Continúo orando por tener una actitud de contentamiento, pero todavía me siento desanimada y triste”, le escribió a Heber unos meses después. “No te olvides de orar por mí, querido, porque sin la ayuda de mi Padre Celestial no puedo soportar esto mucho más y permanecer en mis cabales”19.
El domingo, 17 de agosto, Wilford Woodruff y sus consejeros visitaron el pequeño asentamiento. Para entonces, la Corte Suprema de los Estados Unidos había emitido su fallo sobre la legalidad de la Ley Edmunds-Tucker. El tribunal estaba dividido sobre el caso, pero una ligera mayoría de los jueces votó para validar la ley, a pesar de las afirmaciones de los santos de que infringía su libertad religiosa. El fallo les daba rienda suelta a los funcionarios del Gobierno para llevar a la práctica las sanciones de la ley, abriendo posibilidades para confiscar más propiedades de la Iglesia20.
Durante una reunión con los santos en Manassa, George Q. Cannon les advirtió a las familias que tuvieran cuidado. Algunos de los hombres del poblado vivían con más de una esposa, dijo, y esos hombres corrían el riesgo de traer problemas y persecución a toda la comunidad. El comentario enfureció a algunos hombres, quienes fueron a George al día siguiente para expresar lo difícil que era para sus familias vivir por separado21.
Antes de que Wilford y sus consejeros se fueran, Emily los recibió a ellos y a otros amigos para el desayuno. Después, ella y algunas otras mujeres acompañaron a los visitantes a la estación de tren. El tren llegó tarde, lo que le dio a Emily la oportunidad de conversar un poco más con la Primera Presidencia. Cuando el tren finalmente llegó, ella le estrechó la mano a cada hombre, uno tras otro. “Que Dios te bendiga”, se dijeron mutuamente. “Que la paz esté contigo”.
Emily anhelaba dejar Manassa también. “Se fueron tranquilamente”, le escribió a Heber, “y nosotras volvimos a este lugar desolado”22.
La Primera Presidencia regresó a Salt Lake City a fines de agosto, justo a tiempo para el primer aniversario de Iosepa, el primer asentamiento de santos hawaianos en Utah. El nombre Iosepa era la versión hawaiana del nombre Joseph23.
Cuando los hawaianos comenzaron a unirse a la Iglesia en la década de 1850, el reino de Hawái había restringido las salidas de las islas a su pueblo, lo que llevó a los líderes de la Iglesia a establecer a Laie como lugar de recogimiento para los santos hawaianos. Sin embargo, lentamente las leyes se fueron haciendo menos estrictas y algunos hawaianos, ansiosos por recibir las bendiciones del templo, comenzaron a congregarse en el territorio de Utah en la década de 1880.
En 1889, la Primera Presidencia había organizado un comité, el cual incluía tres hombres hawaianos, para encontrar un lugar adecuado en Utah donde los santos hawaianos pudieran establecer hogares y granjas. Después de evaluar diferentes áreas, el grupo propuso varias ubicaciones, entre ellas un rancho de 770 hectáreas a unos cien kilómetros al sudoeste de Salt Lake City. La Primera Presidencia analizó los hallazgos del comité y decidió comprar el rancho para el nuevo asentamiento24.
Durante el año siguiente, los santos de Iosepa trabajaron arduamente construyendo casas, plantando cultivos y cuidando el ganado. El primer invierno había sido duro, especialmente en comparación con el clima tropical de Hawái, pero los colonos habían perseverado, con la esperanza de que el rico suelo de Iosepa y el suministro disponible de agua de las montañas cercanas proporcionarían una abundante cosecha de verano25.
El día de la celebración fue cálido y brillante. Al acercarse los miembros de la Primera Presidencia al asentamiento, cada uno junto a una de sus esposas, Iosepa parecía un oasis verde en medio del paisaje desértico. Los tallos de maíz de los campos circundantes eran altos, con grandes mazorcas brotando de sus chalas, y el heno en los campos cosechados yacía en grandes montones amarillos.
Los santos hawaianos se reunieron alrededor de sus visitantes, ansiosos por saludar a su profeta y a sus consejeros, George Q. Cannon y Joseph F. Smith, quienes habían servido en misiones a Hawái cuando eran jóvenes. La noche estuvo llena de música alegre mientras los santos de Iosepa cantaban y tocaban guitarras, mandolinas y violines.
La celebración continuó al día siguiente con un desfile, seguido al mediodía de un banquete de carne asada en un hoyo. Cuando George pronunció la bendición sobre la comida, ofreció la oración en hawaiano, la primera vez que había orado en ese idioma en treinta y seis años.
Más tarde ese día, todos se congregaron para una reunión especial. Solomona, un hombre de más de noventa años a quien George había bautizado décadas atrás, ofreció la primera oración con gran fervor. Un santo, Kaelakai Honua, habló de la misericordia de Dios al recoger en Sion al pueblo de las islas del mar. Otro hombre, Kauleinamoku, se lamentó de que algunas personas se hubieran ido de Iosepa para regresar al Pacífico, e instó a los santos a ser fieles y no ceder al espíritu de insatisfacción.
Por todo Iosepa, las personas celebraban juntas y Wilford, George y Joseph se deleitaban con su felicidad. Aunque George no había mantenido su capacidad de hablar bien el idioma hawaiano, se maravilló de haber entendido casi todas las palabras que se hablaron en las festividades26.
Pocos días después de que la Primera Presidencia regresara a casa desde Iosepa, recibieron noticias de que Henry Lawrence, el nuevo funcionario federal designado para confiscar las propiedades de la Iglesia bajo la Ley Edmunds-Tucker, ahora amenazaba con confiscar los templos de Logan, Manti y St. George.
Henry, un exmiembro de la Iglesia, había sido un enconado oponente de los santos durante más de dos décadas. Había pertenecido al Nuevo Movimiento de William Godbe y Elias Harrison y había testificado contra la Iglesia en el reciente juicio que negaba la ciudadanía a los santos inmigrantes.
Henry sabía que la Ley Edmunds-Tucker protegía los edificios utilizados “exclusivamente con el propósito de adorar a Dios”, pero tenía la intención de demostrar que los templos se usaban para otros fines y que, por lo tanto, podían confiscarse junto con otras propiedades.
El 2 de septiembre, la Primera Presidencia se enteró de que Henry había logrado obtener una citación en la que se le ordenaba a Wilford que testificara en la corte en cuanto a las propiedades de la Iglesia. Buscando evitar la citación, la Presidencia viajó a California para consultar con varios hombres influyentes que se solidarizaban con la difícil situación de los santos; pero esos hombres podían ofrecer pocas esperanzas de que el Gobierno de los Estados Unidos o el pueblo estadounidense cambiaran de opinión acerca de la Iglesia mientras los santos siguieran practicando el matrimonio plural27.
Wilford y sus consejeros regresaron a Utah unas semanas más tarde solo para enterarse de que la Comisión de Utah, un grupo de funcionarios federales que gestionaba las elecciones en Utah y supervisaba el cumplimiento de las leyes antipoligamia por parte de los santos, acababa de enviar su informe anual al Gobierno federal. Ese año, el informe afirmaba falsamente que los líderes de la Iglesia seguían fomentando y autorizando el matrimonio plural. También declaraba, sin prueba alguna, que se habían realizado cuarenta y un matrimonios plurales en Utah durante el último año.
Para acabar con el matrimonio plural de una vez por todas, la comisión recomendó que el Congreso aprobara leyes aún más severas contra la Iglesia28.
El informe enardeció a Wilford. Aunque no había hecho pública ninguna declaración sobre la situación del matrimonio plural en la Iglesia, ya había decidido que no se celebrarían matrimonios plurales en Utah ni en ningún otro lugar de los Estados Unidos. Lo que es más, había hecho mucho durante el año anterior para desalentar nuevos matrimonios plurales, a pesar de que el informe afirmaba lo contrario29.
El 22 de septiembre, Wilford se reunió con sus consejeros en la Casa Gardo, la residencia oficial del Presidente de la Iglesia en Salt Lake City, para analizar qué hacer con respecto al informe. George Q. Cannon propuso publicar una negación de sus afirmaciones. “Quizás no se nos haya ofrecido una mejor oportunidad”, dijo, “para que, como líderes de la Iglesia, hagamos públicas de manera oficial nuestras opiniones sobre la doctrina y la ley que se ha promulgado”30.
Más tarde, después de las reuniones del día, Wilford oró para obtener orientación. Si la Iglesia no dejaba de celebrar matrimonios plurales, el Gobierno seguiría aprobando leyes contra los santos, de los cuales la gran mayoría ni siquiera practicaba el principio. El caos y la confusión reinarían en Sion, más hombres irían a la cárcel y el Gobierno confiscaría los templos. Los santos habían realizado cientos de miles de ordenanzas por los muertos desde la dedicación de los nuevos templos. Si el Gobierno se apropiaba de esos edificios, ¿cuántos hijos de Dios, vivos y muertos, se verían excluidos de recibir las ordenanzas sagradas del Evangelio?31.
Al día siguiente, Wilford le dijo a George que creía que era su deber como Presidente de la Iglesia comunicar un manifiesto o declaración pública a la prensa. Luego hizo que su secretario se reuniera con él en una habitación privada mientras George esperaba afuera.
Mientras tanto, el apóstol Franklin Richards llegó a la Casa Gardo en busca del profeta. George le dijo que Wilford estaba ocupado y que no debía ser molestado. Poco después, Wilford salió de la habitación privada con una declaración que acababa de dictar. Su inquietud en cuanto al informe de la Comisión de Utah había desaparecido. Ahora su rostro parecía brillar y se veía complacido y satisfecho.
Wilford hizo que se leyera el documento en voz alta. La declaración negaba que se hubieran celebrado nuevos matrimonios plurales durante el año anterior y afirmaba la voluntad de la Iglesia de trabajar con el Gobierno. “Por cuanto la nación ha aprobado una ley que prohíbe el matrimonio plural”, declaraba, “sentimos la disposición a obedecer esa ley y dejamos el resultado en las manos de Dios”.
“Siento que tendrá buenas consecuencias”, dijo George. No creía que la declaración estuviera lista para su publicación, pero las ideas que contenía eran correctas32.
Al día siguiente, la Primera Presidencia pidió a tres escritores talentosos —el secretario, George Reynolds, el editor de periódicos, Charles Penrose, y el consejero del Obispado Presidente, John Winder— que refinaran el lenguaje de la declaración y la prepararan para su publicación. Wilford luego presentó el documento revisado a los apóstoles Franklin Richards, Moses Thatcher y Marriner Merrill, y ellos recomendaron mejoras adicionales.
Una vez revisado, el Manifiesto, como se le llamó, declaraba el fin de los futuros matrimonios plurales y ponía énfasis en la resolución de Wilford de obedecer las leyes del país y persuadir a los santos de hacer lo mismo.
“No estamos enseñando la poligamia o matrimonio plural, ni permitiendo a persona alguna su práctica”, decía en parte; “yo, por la presente, declaro mi intención de sujetarme a dichas leyes, y de ejercer mi influencia en los miembros de la Iglesia a quienes presido para que hagan lo mismo”33.
Los Apóstoles presentes aprobaron el documento y lo enviaron por telegrama a la prensa34.
“Todo este asunto ha sido a instancias del mismo presidente Woodruff”, señaló George Q. Cannon ese día en su diario. “Él ha declarado que el Señor le había hecho entender que ese era su deber y él sentía con perfecta claridad en su mente que era lo correcto”35.
Wilford también reflexionó sobre el Manifiesto en su diario. “He llegado a un punto en la historia de mi vida como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, escribió, “en que me veo bajo la necesidad de actuar para la salvación temporal de la Iglesia”36.
Él sabía que el Gobierno había tomado una posición decidida contra el matrimonio plural. Por eso Wilford había orado y recibido inspiración del Espíritu, y el Señor había revelado Su voluntad para con los santos.