“Nuestro deseo y nuestra misión”, capítulo 6 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955 (2021)
Capítulo 6: “Nuestro deseo y nuestra misión”
Capítulo 6
Nuestro deseo y nuestra misión
El rostro de Hirini Whaanga se iluminó cuando un grupo de santos maoríes le dio la bienvenida a él y a sus compañeros de misión en su aldea, Te Horo, en la isla del Norte de Nueva Zelanda. Los santos maoríes querían a Hirini como a un abuelo y estaban orgullosos de su trabajo como misionero a tiempo completo. Cada vez que visitaba sus asentamientos, le saludaban a él y a sus compañeros con la misma frase familiar: “¡Haere mai!” ¡Pasen!
En Te Horo, algunas personas creyeron los rumores sobre el maltrato de los Whaanga en Utah. Algunos incluso habían oído que Hirini había muerto. Dejando de lado estas historias, Hirini preguntó: “¿Acaso me veo como si estuviera muerto? ¿Acaso me veo maltratado?”1.
Los misioneros realizaron una conferencia de dos días con los santos de las diez ramas de la zona. Cuando le tocó dirigirse a la congregación, Hirini se sintió inspirado para hablar sobre la salvación de los muertos. Al terminar, la mayoría de los santos de la congregación le dieron los nombres de sus antepasados fallecidos para que él y su familia pudieran realizar la obra del templo2.
Poco después de la conferencia, Hirini viajó con el presidente de misión, Ezra Stevenson, y otros dos misioneros a una aldea remota llamada Mangamuka. Los misioneros habían sido expulsados del pueblo unos años antes y se les había advertido que no volvieran nunca. Sin embargo, Hirini tenía un pariente que vivía allí, así que decidieron visitarlo.
Los misioneros se acercaron con cautela a Mangamuka. Cuando preguntaron por Tipene, el pariente de Hirini, les dijeron que esperaran fuera del pueblo. La bienvenida no fue tan cálida como las que recibieron en otros lugares durante su viaje por lo que Hirini se desanimó.
Poco después, Tipene salió de la aldea y abrazó con lágrimas en los ojos a Hirini en un tangi, o ceremonia maorí de amor y respeto. Luego comieron juntos y Tipene llevó a los misioneros a una cómoda vivienda. El ambiente en la aldea se tornó más amigable y los élderes fueron invitados a hablar a los que se habían reunido.
Antes de hablar, Ezra aseguró a sus oyentes que no había ido a condenarlos, sino a invitarlos a recibir la verdad de su mensaje. La congregación escuchó con interés y varios hombres reaccionaron favorablemente a sus palabras. Hirini también habló, predicando con valentía hasta la medianoche, momento en que sus compañeros se acostaron. Luego siguió hablando hasta bien entrada la madrugada3.
Ezra y uno de los élderes tuvieron que marcharse esa mañana, pero los aldeanos invitaron a Hirini y al misionero restante, George Judd, a que les enseñaran más. Los misioneros se quedaron cuatro días, realizaron cinco reuniones y bautizaron a dos hombres jóvenes. Hirini y George predicaron luego en otras aldeas y bautizaron a dieciocho personas más antes de reunirse con Ezra unas semanas después4.
Hirini siguió viajando con el presidente de misión, instruyendo a los santos y recogiendo sus genealogías. A menudo, cuando Ezra escuchaba a Hirini predicar, se maravillaba de la capacidad de su amigo para atraer al pueblo maorí. “Tiene un fuerte testimonio e impresiona a la gente —escribió Ezra en su diario—. Sabe cómo llegar al sentimiento maorí, mucho mejor que nosotros”5.
En abril de 1899, Hirini recibió un relevo honorable de su misión. Un informe del periódico que anunciaba su regreso a Salt Lake City elogiaba su trabajo en Nueva Zelanda. “Se ha dado un gran impulso a la obra en esa lejana tierra —decía—. En cada distrito se obtuvo información genealógica y la fe y el entusiasmo de los santos maoríes se han fortalecido e incrementado”6.
En esa primavera, John Widtsoe estudiaba Química en la Universidad de Gotinga, en el centro de Alemania. Su trabajo en el Colegio Universitario de Agricultura en Logan lo llevó a investigar los hidratos de carbono, y en Gotinga pudo estudiar con el principal científico en su campo. Ahora estaba a solo unos meses de completar su doctorado.
John se había casado con Leah Dunford en el Templo de Salt Lake el 1 de junio de 1898, dos meses antes de que la pareja se mudara a Europa. Antes de partir, el tío de Leah, Brigham Young Jr. apartó a John como misionero en Europa, autorizándolo a predicar el Evangelio cuando no estuviera cursando sus estudios. Como Alemania era famosa por sus conservatorios, la hermana de Leah, de diecisiete años, Emma Lucy Gates, se unió a ellos para ir a estudiar Música. El 2 de abril de 1899, John y Leah se convirtieron en los orgullosos padres de una niña, Anna Gaarden Widtsoe, llamada así por la madre de John7.
Aunque John seguía manteniendo a su madre y a su hermano menor, Osborne, que estaba sirviendo en una misión en Tahití, él y Leah podían permitirse vivir en Europa gracias, en parte, a una generosa ayuda económica de Harvard. Gotinga era una antigua ciudad universitaria rodeada de colinas arboladas y hectáreas de tierras de cultivo. Al ser los únicos Santos de los Últimos Días en la ciudad, John, Leah y Lucy realizaban sus propias reuniones sacramentales y estudios del Evangelio. De vez en cuando, los misioneros de la Misión Alemana venían a Gotinga a visitarlos8.
La Iglesia en Alemania contaba con unos mil miembros. Había traducciones al alemán de los libros canónicos, así como una revista bimensual de la Iglesia, Der Stern. Sin embargo, solo cinco santos alemanes poseían el Sacerdocio de Melquisedec y el crecimiento era lento9. Muchos alemanes se mostraban escépticos hacia las iglesias procedentes de tierras extranjeras, de modo que los misioneros eran expulsados con frecuencia de las ciudades. Los santos a veces tenían que reunirse en secreto o soportar la vigilancia policial10.
A fines de la primavera, Lucy se fue a estudiar al Conservatorio de Música de Berlín. Su abuela Lucy Bigelow Young vino desde Utah para acompañarla. Cuando John terminó su tesis, él, Leah y su bebé Anna se reunieron con ellas en Berlín. Empezó a estudiar para su examen de doctorado, el último paso para obtener su título. También realizó un viaje de seis semanas a Noruega y Dinamarca para predicar el Evangelio, visitar a sus familiares e investigar su genealogía11.
Como no había estado en Noruega desde que salió del país a los once años, John estaba encantado de estar más cerca de su familia. “He pasado unos días excelentes con la familia de mi madre —escribió a Leah en septiembre—. Me recibieron como a un rey y me trataron como a ‘alguien importante’”12.
Cuando John regresó a Alemania, volvió a Gotinga para rendir su examen mientras Leah y el bebé permanecían en Berlín. Sus profesores parecían optimistas de su éxito en el examen, pero a John le preocupaba decepcionarlos.
—Dejo todo en manos del Señor —escribió a Leah el 20 de noviembre, el día del examen—. Si no lo logro, que Dios no lo permita, no tendré nada que reprocharme. El ayuno y las oraciones de todos ustedes me animan más de lo que les puedo decir13.
Cuando llegó el momento de su examen, John se presentó ante un jurado de más de una docena de profesores; cada uno de ellos preparado para interrogarlo sobre su investigación. John hizo su mejor esfuerzo por responder las preguntas a la entera satisfacción del jurado. Al finalizar, dos o tres horas después, lo invitaron a salir de la sala mientras decidían su futuro.
Esa misma noche, después de terminar su ayuno, Leah recibió un telegrama de John. “Magna gracias a Dios”, decía. Ella supo lo que eso significaba. John había aprobado su examen y completado su doctorado con honores, magna cum laude [con gran distinción]14.
Unas semanas después, el 4 de diciembre de 1899, B. H. Roberts aguardaba nervioso en Washington, D. C., para prestar juramento como el nuevo representante de Utah en el Congreso de los Estados Unidos. En la parte delantera de la Cámara de Representantes había veintiocho rollos de papel, de unos 60 centímetros de diámetro cada uno. B. H. sabía que allí estaban los nombres de siete millones de personas que no querían que él estuviera allí15.
Tres años después de perder las elecciones de 1895, B. H. se había presentado de nuevo al Congreso, esta vez con el consentimiento de la Primera Presidencia16. Su campaña fue un éxito, pero los críticos de la Iglesia aprovecharon inmediatamente la victoria para desprestigiar la emergente imagen de los santos como personas respetuosas de la ley, patrióticas y monógamas. Ministros protestantes y organizaciones de mujeres lideraron el ataque, advirtiendo a la gente de todas partes que B. H., un líder polígamo de la Iglesia que había tenido hijos por medio de un casamiento plural después del Manifiesto, venía a Washington para apoyar el matrimonio plural, corromper la moral pública y extender el poder político de la Iglesia17.
Mientras crecía la indignación por la elección de B. H., el editor William Randolph Hearst se unió a la contienda. Deseoso de utilizar la controversia para aumentar las ventas de su periódico de la ciudad de Nueva York, Hearst publicó artículos mordaces sobre B. H. y la Iglesia, describiendo a ambos como amenazas para la moral estadounidense. El periódico de Hearst había presentado en la Cámara de Representantes una petición firmada por siete millones de nombres para presionar a los legisladores a que negaran a B. H. su puesto en el Congreso18.
Poco después del mediodía, B. H. fue convocado para su juramentación. Mientras caminaba hacia el frente de la Cámara, un congresista se levantó y propuso con tranquilidad que se excluyera a B. H. de la Cámara debido a sus matrimonios plurales. Otro congresista apoyó la moción. “Es polígamo —dijo el hombre—, y su elección es un ataque al hogar estadounidense”19.
Al día siguiente, B. H. trató de garantizar a los legisladores que no tenía ningún deseo de utilizar su nueva posición para defender el matrimonio plural. “No estoy aquí para defenderlo —les dijo—. No hay motivo para defender esta causa. Es un tema que ya está resuelto”20.
La Cámara de Representantes no quedó convencida y asignó una comisión especial de congresistas para que revisara el caso de B. H. y la naturaleza de sus matrimonios plurales. Les perturbaba especialmente que él siguiera viviendo con sus esposas plurales y teniendo hijos con ellas. Cuando la comisión presentó evidencias de estas relaciones, B. H. insistió en que no había desafiado abiertamente la ley. Muchos hombres Santos de los Últimos Días seguían viviendo discretamente con las esposas plurales con las que se habían casado antes del Manifiesto, y no creían que al hacerlo violaran su acuerdo de obedecer las leyes de los Estados Unidos a partir de ese momento. Sin embargo, la comisión no estaba de acuerdo, y el 25 de enero de 1900, una abrumadora mayoría de la Cámara de Representantes votó para excluirlo21.
La expulsión de B. H. de la Cámara de Representantes ocupó las portadas de los periódicos de todo el país. En Utah, la Primera Presidencia admiró la valentía con que B. H. defendió sus principios en Washington, pero lamentó la reacción que su elección provocó contra los Santos de los Últimos Días. La prensa estadounidense había vuelto a poner un ojo crítico sobre la Iglesia22.
Aunque parte de lo que informaban los periódicos era inexacto, tenían razón en el punto básico: el matrimonio plural todavía existía en la Iglesia. Y que no se trataba simplemente de que hombres y mujeres mantuvieran sus matrimonios plurales después del Manifiesto23. Habiendo vivido, enseñado y sufrido por el matrimonio plural durante más de medio siglo, muchos santos no podían imaginar un mundo sin él. Sin embargo, algunos miembros de los Doce—actuando con la aprobación de George Q. Cannon, Joseph F. Smith o sus intermediarios—habían realizado discretamente nuevos matrimonios plurales en los ocho años transcurridos desde el Manifiesto. Durante ese tiempo, cuatro de los apóstoles también tuvieron sus propios casamientos plurales.
Los santos que se casaron después del Manifiesto lo hicieron creyendo que el Señor no había renunciado completamente al matrimonio plural, sino que simplemente había eliminado el mandato divino de que los santos lo sostuvieran y defendieran como una práctica de la Iglesia24. Además, en el Manifiesto, Wilford Woodruff había aconsejado a los santos que se sometieran a las leyes contra la poligamia en los Estados Unidos. Sin embargo, no había dicho nada en el documento sobre las leyes de México o Canadá. La mayoría de los nuevos matrimonios plurales ocurrieron en esos países y un pequeño número se había efectuado en los Estados Unidos25.
En medio de las consecuencias adversas de la elección de B. H. Roberts, los líderes de la Iglesia empezaron a ver el daño que suponía permitir que un santo polígamo se presentara a un cargo federal. Era algo que no pretendían volver a hacer26.
En abril de 1900, Zina Presendia Card, hija de la Presidenta General de la Sociedad de Socorro, Zina Young, regresó a su casa en Cardston, Canadá, después de pasar varias semanas con su madre de setenta y nueve años en Salt Lake City. Durante su visita, ella y su madre habían viajado a la estaca Oneida en el sur de Idaho para hablar en una conferencia de la Sociedad de Socorro.
—Soportó bien el viaje y habló como un ángel a sus hermanas —informó Zina Presendia en una carta a su hermana menor Susa Gates—. ¡Estoy muy orgullosa de ella!
Sin embargo, Zina Presendia se preocupaba por la avanzada edad de su madre. Cardston estaba a unas setecientas millas de Salt Lake City. Si la salud de su madre empeoraba repentinamente, Zina Presendia no podría volver a verla antes de que falleciera27.
De regreso a Cardston, Zina Presendia retomó sus responsabilidades como presidenta de la AMMMJ de la estaca Alberta. Habían pasado catorce años desde que el presidente John Taylor le pidió a su esposo, Charles Card, que dirigiera un grupo de santos polígamos a Canadá. Desde entonces, los santos habían establecido una docena de asentamientos en el sur de Alberta. La estaca Cardston se fundó en 1895, con Charles como presidente. Aunque la era de la colonización de los Santos de los Últimos Días había llegado a su fin, nuevas familias y negocios continuaron estableciéndose en la zona, ayudando a edificar la Iglesia28. Había muchos jóvenes santos que estaban alcanzando la mayoría de edad en la zona y Zina Presendia estaba muy preocupada por ellos.
Cardston estaba relativamente aislado, pero sus jóvenes no eran ajenos a males como los juegos de azar y el abuso del alcohol. Algunos adultos del pueblo, según ella, estaban dando malos ejemplos a las generaciones más jóvenes29.
Asimismo, estaba claro que los jóvenes Santos de los Últimos Días de Cardston y de otras comunidades necesitaban que se les enseñara más sobre la castidad. Antes del Manifiesto, las jóvenes tenían más oportunidades de casarse y a menudo lo hacían a una edad más temprana. En cambio, la nueva generación tendía a casarse más tarde, y algunos, sobre todo las mujeres, no se casaban. Esto significaba que se esperaba que más jóvenes permanecieran castos durante más tiempo30.
A principios de mayo, Zina Presendia abordó estos problemas en una reunión conjunta de la AMMMJ y la AMMHJ del Barrio Cardston. “Los placeres de un momento suelen traer tristeza para la vida —advirtió a los jóvenes—. Debemos buscar la humildad y la caridad y tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran”31.
Durante la primavera y el verano, ella asistió también a varias reuniones de la AMMMJ del Barrio Cardston. La asociación se reunía todos los miércoles por la tarde. Mamie Ibey, la presidenta de la Asociación del barrio, de veintitrés años, a menudo dirigía las reuniones mientras otras enseñaban las lecciones. Cada dos meses, las jóvenes también realizaban una reunión de testimonios, dando a cada miembro del grupo la oportunidad de testificar ante sus compañeras32.
Durante todo el año 1900, la revista Gaceta de la mujer joven publicó una serie de doce lecciones llamada “Ética para las jóvenes”. Cada mes salía una nueva lección, diseñada para ayudar a las jóvenes a discernir el bien del mal. Entre los temas tratados estaban la honestidad, el autocontrol, el valor, la castidad y la reverencia. Después de cada lección se formulaba una serie de preguntas para que las jóvenes revisaran y analizaran el contenido33.
Zina Presendia creía que la asistencia regular a la AMM podía fortalecer a las jóvenes e influir de forma positiva en sus acciones. En las reuniones, se animaba a las jóvenes a alejarse de lo mundano y del error. “Nunca debemos avergonzarnos de la verdad —les enseñó Zina Presendia— ni de admitir que somos mormones”34.
También instó a sus padres a guiarlas por la senda de la rectitud. A principios de ese año, mientras visitaba una estaca en Idaho, escuchó a su madre repetir algo que José Smith había enseñado a la Sociedad de Socorro en Nauvoo: “Planten buenas ideas en la mente de los niños. Ellos observan nuestro ejemplo”. Zina Presendia creía que esta verdad también se aplicaba en Cardston.
—Debemos dar buenos ejemplos a nuestros hijos —recordó a otros líderes en julio—. Acogerlos en nuestros brazos y en nuestro corazón, y enseñarles a evitar todo mal35.
En la tarde del 10 de diciembre de 1900, George Q. Cannon avistó las islas de Hawái por primera vez desde que fue misionero allí en la década de 1850. A los veintitrés años, había sido el más joven de los diez primeros misioneros Santos de los Últimos Días enviados a las islas. En este momento, como consejero de la Primera Presidencia, regresaba para conmemorar el quincuagésimo aniversario de su llegada y del comienzo de la Iglesia en Hawái36.
Unas horas después de divisar las islas, George y sus compañeros de viaje llegaron a Honolulú, en la isla de Oahu. Pasó la noche con los Santos de los Últimos Días de Hawái, Abraham y Minerva Fernández, y al día siguiente asistió a una recepción en un centro de reuniones, a la que asistieron cerca de mil santos. Algunos de los asistentes habían sido bautizados por George durante su misión. Otros eran los hijos y nietos de personas a las que había enseñado37.
George se despertó a la mañana siguiente, el 12 de diciembre, sintiendo inquietud por tener que hablar a los hawaianos en la celebración del aniversario. Como joven misionero, había sido admirado por su habilidad al hablar y escribir en hawaiano. Sin embargo, rara vez lo había utilizado desde que volvió a casa y ahora le preocupaba que su torpeza con el idioma decepcionara a los santos38.
La celebración se llevó a cabo en un nuevo teatro de Honolulú. Los líderes locales de la Iglesia habían contratado una excelente orquesta, dos coros de Honolulú y Laie, y otros grupos musicales. En un edificio gubernamental cercano, los santos también habían preparado un enorme festín de platos hawaianos y habían invitado a todos los miembros de la comunidad. A George le pareció que toda la ciudad se unía a la celebración39.
Cuando llegó el momento de hablar, George comenzó su discurso en inglés, recordando los primeros días de su misión, cuando varios de sus compañeros abandonaron la obra y los habitantes de habla inglesa de las islas no mostraron ningún interés en el Evangelio. “Fue entonces cuando protesté —relató George—, y me declaré decidido a quedarme en estas islas y trabajar entre su gente”40.
Mientras hablaba, George sintió que el Espíritu reposaba intensamente sobre él. Las palabras en hawaiano volvieron repentinamente a su mente y su preocupación desapareció cuando comenzó a hablar en ese idioma. Los santos hawaianos se quedaron sorprendidos y encantados. “¡Qué maravilla —dijo alguien—, que todos estos años él haya recordado nuestro idioma!”41.
La celebración continuó al día siguiente y George volvió a dirigirse a los santos con confianza en su lengua. “Hoy siento más que nunca los lazos que unen al pueblo de Dios —les dijo—. Cuando la gente llega a creer en el Evangelio y se sumerge en las aguas del bautismo, crecen para amarse unos a otros”42.
George se quedó un poco más de tres semanas con los santos en Hawái. Mientras estaba en la isla de Maui, visitó la ciudad de Wailuku, donde tuvo su primer éxito como misionero. El pueblo había cambiado hasta quedar irreconocible, pero encontró fácilmente la casa de sus amigos Jonathan y Kitty Napela, ambos fallecidos hacía décadas. Los Napela eran como una familia para George y Jonathan había sido su compañero en la traducción del Libro de Mormón al hawaiano43.
Mientras visitaba las islas, George hizo muchos nuevos amigos, incluyendo a Tomizo Katsunuma, un japonés que se había unido a la Iglesia mientras estudiaba en el Colegio Universitario de Agricultura de Utah. También conoció a santos, que habían sido miembros toda su vida, pero que, a pesar de su fidelidad, nunca habían recibido las ordenanzas del templo. Conmovido por su situación, los instó a vivir dignamente para poder entrar en el templo y los alentó a ejercer fe en que el Señor inspiraría a Su profeta para traerles las bendiciones del templo44.
El día de la partida de George, cientos de santos y una banda local recibieron su carruaje en el muelle de Honolulú. Como un último gesto de su amor, unos veinte miembros, entre niños y ancianos, se apresuraron a cubrirlo con lei de colores. Luego subió a su barco y la banda tocó una melodía de despedida.
Mirando a los santos en el muelle, George supo que nunca los olvidaría. “‘Aloha nui’ —le gritaban, expresando su amor y despedida—. ‘Aloha nui’”45.
“Un nuevo siglo amanece hoy en el mundo”.
La voz de LeRoi Snow resonó en el Tabernáculo de Salt Lake mientras leía las primeras palabras de un mensaje que su padre, Lorenzo Snow, había escrito para las naciones de la tierra46.
Era el 1 de enero de 1901, el primer día del siglo XX. El clima afuera estaba muy frío, pero más de cuatro mil personas habían dejado el calor de sus hogares esa mañana para conmemorar la ocasión en un servicio especial con el profeta, otras Autoridades Generales y el Coro del Tabernáculo. El propio Tabernáculo estaba decorado para la ocasión y había un grupo de luces eléctricas colgando de los tubos del órgano que deletreaban la palabra “Bienvenido”47.
Sentado en el estrado, no muy lejos de donde estaba LeRoi, estaba el propio presidente Snow, que se había quedado sin voz debido a un fuerte resfriado. Junto con los demás santos de la sala, escuchó con atención cómo LeRoi leía el mensaje. Titulado de manera sencilla: “Saludo al mundo”, el mensaje reflexionaba sobre los asombrosos descubrimientos científicos y los avances tecnológicos de los últimos cien años y expresaba el optimismo del presidente Snow para el próximo siglo.
En su mensaje, pidió a los líderes mundiales que abandonaran la guerra y buscaran el “bienestar de la humanidad” en lugar del “enriquecimiento de una raza o la extensión de un imperio”. Declaró: “El poder está en sus manos para allanar el camino para la venida del Rey de reyes, cuyo dominio será sobre toda la tierra”. Los instó a promover la paz, poner fin a la opresión y trabajar juntos para acabar con la pobreza y elevar a las masas.
También instó a ricos y a pobres a buscar formas de vida mejores y más caritativas. “Se acerca el día de su redención —dijo a los pobres—. Sean providentes en épocas de prosperidad”. A los ricos, les aconsejó ser generosos: “Abran sus bóvedas y sus carteras, y embárquense en empresas que proporcionen trabajo a los desempleados y que den alivio a la miseria que lleva al vicio y al crimen que aquejan a sus grandes ciudades y que envenenan el ambiente moral que los rodea”.
Testificó sobre el Señor y Su Evangelio restaurado. “Él seguramente llevará a cabo Su obra —declaró el presidente Snow— y el siglo XX marcará su avance”.
Al finalizar, bendijo a los pueblos del mundo, dondequiera que estén. “Que el sol desde arriba les sonría —dijo él—. Que la luz de la verdad ahuyente la oscuridad de sus almas. Que la justicia aumente y la iniquidad disminuya y que los años del siglo sigan su curso. Que triunfe la justicia y se erradique la corrupción”.
—Dejen que estos sentimientos, como la voz de los ‘mormones’ en las montañas de Utah, vayan a todo el mundo —dijo—, y permitan que todo pueblo sepa que nuestro deseo y nuestra misión son para la bendición y salvación de toda la raza humana48.