Capítulo 23
Todo lo que se necesita
El 6 de febrero de 1935, Connie Taylor, de quince años, y otros miembros de la rama de Cincinnati se encontraban esperando en el centro de reuniones para recibir una bendición patriarcal de James H. Wallis.
Durante gran parte del siglo anterior, las bendiciones patriarcales se habían otorgado solo a los santos adultos, quienes a menudo recibían bendiciones durante su vida de más de un patriarca. Sin embargo, en los últimos años, los líderes de la Iglesia habían comenzado a alentar a adolescentes como Connie a recibir su bendición como una vía para fortalecer su fe y recibir dirección para sus vidas. Los líderes de la Iglesia también aclararon que los santos deben recibir una sola bendición patriarcal1.
El hermano Wallis, un converso de Gran Bretaña, había sido llamado por la Primera Presidencia para dar bendiciones patriarcales a los santos de las ramas remotas de la Iglesia. Recientemente había completado una misión de dos años en Europa, donde ofreció más de mil cuatrocientas bendiciones, y ahora tenía la asignación de bendecir a los santos en el este de Estados Unidos y Canadá. Recibir una bendición patriarcal era una oportunidad inusual para cualquier persona en Cincinnati; por ello, el hermano Wallis había trabajado muchas horas para asegurarse de que todos los miembros elegibles de la rama tuvieran esa oportunidad2.
Cuando llegó el turno de Connie para recibir su bendición, ella tomó asiento en el salón de la Sociedad de Socorro. El hermano Wallis le puso las manos en la cabeza y la llamó por su nombre completo: Cornelia Belle Taylor. En la bendición que pronunció, le aseguró que el Señor la conocía y la cuidaba. Le prometió guía a lo largo de su vida, en tanto que ella buscara al Señor en oración, evitara el mal y obedeciera la Palabra de Sabiduría. La instó a interesarse más por las actividades de la Iglesia, utilizando sus talentos e inteligencia para convertirse en una obrera dispuesta en el reino de Dios; y le prometió que algún día iría al templo y se sellaría a sus padres.
—No dudes de esta promesa —le dijo el patriarca—. Al debido tiempo del Señor, Su Santo Espíritu tocará el corazón de tu padre y, a través de su influencia, verá la luz de la verdad y tendrá parte en tus bendiciones”3.
Por muy reconfortantes que fueran esas palabras, requerían una gran fe. El padre de Connie, un fabricante de cigarros llamado George Taylor, era un hombre amable y de buen corazón, pero la familia de la que provenía odiaba a los Santos de los Últimos Días. Cuando la madre de Connie, Adeline, expresó por primera vez su interés en la Iglesia, él se negó a dejarla unirse a ella.
Pero un día, cuando Connie tenía alrededor de seis años, un automóvil atropelló a su padre cuando este cruzaba una calle. Mientras yacía en el hospital, recuperándose de una pierna quebrada, Adeline le insistió una vez más que le permitiera unirse a la Iglesia, y esta vez él estuvo de acuerdo. Sus sentimientos continuaron suavizándose y recientemente había permitido que Connie y sus hermanos se bautizaran. Pero él mismo no había mostrado interés en unirse a la Iglesia o asistir a las reuniones con su familia4.
Poco después de su bendición patriarcal, Connie comenzó a participar regularmente en los esfuerzos de la rama por compartir el Evangelio con sus vecinos5. Para compensar la disminución del número de misioneros durante la Depresión, los santos de todo el mundo a menudo fueron llamados al servicio de medio tiempo cerca de sus hogares. En 1932, el presidente de la rama de Cincinnati, Charles Anderson, organizó una sociedad de reparto de folletos para que la obra siguiera avanzando en la ciudad6. Dado que la Escuela Dominical se llevaba a cabo por la mañana y la reunión sacramental por la noche, Connie y otros jóvenes por lo general pasaban alrededor de una hora por la tarde tocando puertas y hablando con la gente sobre el Evangelio restaurado7.
Una de sus compañeras en la sociedad de reparto de folletos era Judy Bang. Últimamente, Judy había comenzado a salir en citas con el hermano mayor de Connie, Milton. Él y Judy no tenían mucho en común, aparte de ser miembros de la Iglesia, pero se divertían juntos. La propia Connie había salido recientemente en su primera cita con el hermano mayor de Judy, Henry. Pero a ella no le gustaba tanto Henry, sino su apuesto hermano menor Paul, quien tenía la misma edad que ella8.
En marzo, Judy le dijo a Connie que Paul quería pedirle que lo acompañara a una fiesta de patinaje sobre ruedas de la AMM. Connie esperó toda la noche a que Paul le preguntara, pero él nunca lo hizo. Al día siguiente, unas horas antes de la fiesta, Henry le pidió a Milton que le preguntara a Connie si le gustaría ir a patinar con Paul. Era una forma particular de invitarla a una cita, pero ella aceptó.
Connie y Paul disfrutaron de patinar juntos. Después, algunos de los jóvenes se amontonaron en el auto de Henry y fueron a un restaurante cercano para comer un tazón de chile al estilo Cincinnati. “Me lo pasé muy bien con Paul —escribió Connie esa noche en su diario—. Mejor de lo que esperaba”9.
Más adelante, en la primavera, Connie recibió una copia escrita de su bendición patriarcal, recordándole una vez más las promesas que había recibido. “Esta bendición, estimada hermana, guiará tus pasos —decía—. Te mostrará el camino a seguir a fin de que no tropieces en la oscuridad, sino que seas capaz de fijar tu vista en la vida eterna”10.
Con tantas cosas sucediendo en su vida, Connie necesitaba la guía del Señor. Cuando se unió a la Iglesia, se comprometió a hacer siempre lo correcto. Ella creía que el Evangelio era un escudo de protección. Si ella acudía a Dios y le pedía Su ayuda, Él la bendeciría y protegería durante toda su vida11.
Mientras tanto, en Salt Lake City, el presidente de estaca Harold B. Lee había sido invitado a venir a la oficina de la Primera Presidencia. Él se veía a sí mismo como un muchacho de granja bastante inexperto, que provenía de un pequeño pueblo de Idaho. Sin embargo, allí estaba cara a cara con Heber J. Grant, mientras el profeta le preguntaba su opinión sobre la manera de proveer a los pobres.
—Quisiera tomar una hoja del libro de la estaca Pioneer como ejemplo —anunció el presidente Grant12.
Él y sus consejeros, J. Reuben Clark y David O. McKay, habían estado observando de cerca la labor de Harold13. Habían pasado casi tres años desde el inicio del ambicioso programa de ayuda de la estaca Pioneer. Durante ese tiempo, la estaca había creado múltiples puestos de trabajo para los miembros desempleados. Los santos habían recogido guisantes, confeccionaron y remendaron ropa, enlataron frutas y verduras y construyeron un nuevo gimnasio de estaca14. El almacén de la estaca servía como centro de las actividades, con Jesse Drury supervisando la compleja operación15.
Al mismo tiempo, la Primera Presidencia sentía gran preocupación por la cantidad de miembros de la Iglesia que dependían de los fondos públicos. No se oponían a que los santos aceptaran la ayuda del gobierno cuando no tenían dinero para la comida o la renta. Tampoco se oponían a que los miembros de la Iglesia recibieran ayuda a través de proyectos de obras públicas federales16. Pero a medida que Utah se convertía en uno de los estados más dependientes de la ayuda del gobierno, a la [Primera] Presidencia le preocupaba que algunos miembros de la Iglesia aceptaran fondos que no necesitaban17. También cuestionaban cuánto tiempo el gobierno podría seguir financiando sus programas de ayuda18.
El presidente Clark instó al presidente Grant a proporcionar a los santos una alternativa a la asistencia federal. Creyendo que algunos programas de ayuda del gobierno conducían a la ociosidad y al desánimo, le pidió a los miembros de la Iglesia que asumieran la responsabilidad del cuidado de los demás, como indicaba Doctrina y Convenios, y que trabajaran por la ayuda que recibieran cuando fuera posible19.
El presidente Grant tenía otras preocupaciones adicionales. Desde el comienzo de la Depresión, había recibido carta tras carta de Santos de los Últimos Días buenos y trabajadores que habían perdido sus trabajos y sus granjas. A menudo se sentía sin poder para ayudarlos. Habiendo crecido él mismo en la pobreza, sabía lo que era la privación; también había pasado décadas de su vida muy endeudado, por lo que simpatizaba con las personas en situaciones similares. De hecho, ahora estaba utilizando su propio dinero para ayudar a las viudas, a miembros de la familia y a personas completamente desconocidas a pagar sus hipotecas, permanecer en misiones o cumplir con otras obligaciones20.
Pero sabía que sus esfuerzos, así como los esfuerzos de programas gubernamentales bien intencionados, no eran suficientes. Creía que la Iglesia tenía el deber de cuidar de los pobres y los desempleados, y quería que Harold aprovechara su experiencia con la estaca Pioneer para diseñar un nuevo programa, uno que permitiera a los santos trabajar juntos para el alivio de los necesitados.
—Para la Iglesia no hay nada más importante que hacer, que cuidar de su gente necesitada —dijo el presidente Grant21.
Harold quedó atónito. La idea de organizar y desarrollar un programa para toda la Iglesia era abrumadora. Después de la reunión, condujo su automóvil a través de un parque natural en un cañón cercano; su mente se agitaba llena de pensamientos mientras conducía adentrándose en las colinas por sobre Salt Lake City.
—¿Cómo puedo lograrlo?— se preguntaba.
Cuando se terminó el camino al final del parque, apagó el motor y deambuló por entre los árboles hasta que encontró un lugar apartado. Se arrodilló y oró pidiendo guía. “Por la seguridad y bendición de Tu pueblo —le dijo al Señor—, debo recibir Tu dirección”22.
En medio del silencio, recibió una poderosa impresión. “No es necesaria ninguna organización nueva para cuidar de las necesidades de esta gente —entendió Harold—. Todo lo que se necesita es poner al sacerdocio de Dios a trabajar”23.
En los días siguientes, Harold buscó el consejo de muchas personas con experiencia y bien informadas, entre ellas el Apóstol y exsenador Reed Smoot. Luego pasó varias semanas creando una propuesta preliminar, llena de informes detallados y gráficos que describían su visión de un posible programa de ayuda de la Iglesia24.
Cuando Harold presentó su plan a la Primera Presidencia, el presidente McKay pensó que era factible. Sin embargo, el presidente Grant dudó un poco, inseguro de si los santos estaban preparados para llevar a cabo un programa de esa magnitud. Después de la reunión, buscó la guía del Señor en oración, pero no recibió ninguna dirección.
—No voy a avanzar —le dijo a su secretario—, hasta que esté seguro de lo que el Señor desea25.
Mientras el presidente Grant esperaba la guía del Señor en cuanto al programa de ayuda, viajó a Hawái para organizar una estaca en la isla de Oahu26. Habían transcurrido quince años desde que había dedicado el templo allí, y muchas cosas habían cambiado. Los terrenos del templo habían estado estériles y con algo de maleza. Ahora lucían coloridos con árboles de buganvilla [trinitaria] en plena floración y fuentes con cascadas enmarcadas por palmeras que se mecían suavemente27.
La Iglesia en Hawái también estaba floreciendo. En los ochenta y cinco años desde que los primeros misioneros Santos de los Últimos Días llegaron a Honolulu, la membresía de la Iglesia en las islas había aumentado a más de trece mil santos, la mitad de los cuales vivían en Oahu. La asistencia a las reuniones de la Iglesia nunca había sido tan alta y los santos estaban ansiosos por formar parte de una estaca. La estaca de Oahu sería la estaca número 113 de la Iglesia y la primera organizada fuera de América del Norte. Por primera vez, los santos de Hawái tendrían obispos, líderes de estaca y un patriarca28.
Después de visitar a los santos, Heber llamó a Ralph Woolley, el hombre que había supervisado la construcción del Templo de Hawái, como presidente de estaca29. Arthur Kapewaokeao Waipa Parker, nativo de Hawái, serviría como uno de sus consejeros30. Hombres y mujeres de ascendencia polinesia y asiática también fueron llamados al sumo consejo de estaca, a la presidencia de la Sociedad de Socorro y a otras posiciones de liderazgo31.
La diversidad de los miembros de la Iglesia en Hawái impresionó al profeta32. Los esfuerzos misionales en el pasado se habían centrado en los nativos de Hawái, pero la red del Evangelio se estaba ampliando. En la década de 1930, personas de ascendencia japonesa constituían más de un tercio de la población de Hawái. Muchas personas en Hawái tenían ascendencia samoana, maorí, filipina y china33.
El profeta estableció la nueva estaca el 30 de junio de 1935. Unos días después, asistió a una cena con miembros japoneses de la Iglesia. El pequeño grupo se había estado reuniendo semanalmente para estudiar la clase de la Escuela Dominical en japonés34. Durante la cena, Heber escuchó a los santos tocar música con instrumentos tradicionales japoneses. También escuchó los testimonios de Tomizo Katsunuma, quien se había unido a la Iglesia como estudiante en el Colegio Universitario de Agricultura en Utah, y Tsune Nachie, una santo de setenta y nueve años que se había bautizado en Japón y luego emigró a Hawái en la década de 1920 para poder trabajar en el templo35.
La comida, la música y los testimonios hicieron que Heber se remontara a tres décadas atrás, cuando había servido como el primer presidente de la Misión Japonesa. Siempre se había sentido decepcionado por su labor en Japón. A pesar de sus grandes y sinceros esfuerzos, nunca había logrado aprender el idioma y la misión solo logró unos pocos conversos. Los presidentes de misión posteriores también habían tenido dificultades, y Heber cerró la misión unos años después de convertirse en presidente de la Iglesia, todavía preguntándose qué más podría haber hecho para que la misión fuera exitosa36.
—Hasta el fin de mi vida —observó una vez—, puede que sienta que no hice lo que el Señor esperaba de mí ni lo que fui enviado a hacer allí37.
Cuando Heber conoció a los santos japoneses y supo más sobre su Escuela Dominical, se dio cuenta de que Hawái podría ser la clave para abrir una nueva misión en Japón. Mientras estaba en Honolulu, tuvo la oportunidad de confirmar a dos miembros japoneses recién bautizados. Uno de estos santos, Kichitaro Ikegami, había estado enseñando la Escuela Dominical durante dos años antes de su bautismo. Este extraordinario joven era un padre devoto y un hombre de negocios influyente en Oahu38.
Heber se sorprendió de que ahora había confirmado más santos japoneses en Hawái que durante toda su misión en Japón39. Quizás, cuando el momento fuera adecuado, estos santos podrían ser llamados a misiones en Japón para ayudar a la Iglesia a echar raíces en esa tierra40.
La vida cotidiana siguió cambiando en torno a Helga Meiszus. A principios de 1935, Adolf Hitler había anunciado públicamente que Alemania estaba fortaleciendo su poder militar, violando el tratado que esa nación había firmado al concluir la guerra mundial. Las naciones de Europa hicieron poco para limitar su poder. Con la ayuda de su ministro de propaganda, Hitler estaba doblegando a Alemania a su voluntad. Enormes manifestaciones que mostraban el poderío de los nazis atraían a cientos de miles de personas. Los programas de radio a favor de Hitler, la música nacionalista y la esvástica nazi estaban presentes por todas partes41.
También se estaban produciendo cambios en la Iglesia. Mientras las Abejitas (el grupo de jovencitas) continuaban reuniéndose, el gobierno había disuelto el programa de Boy Scout de la Iglesia en Alemania para alentar a más hombres jóvenes a unirse a los grupos juveniles del partido nazi. El odio nazi por los judíos también había llevado al gobierno a prohibir a las iglesias el uso de palabras asociadas con el judaísmo. Los Artículos de Fe fueron prohibidos por contener las palabras “Israel” y “Sion”. Otra literatura de la Iglesia, incluso un folleto llamado Autoridad divina, fue censurado por parecer desafiar el poder nazi42.
Los líderes de la Iglesia en Alemania se habían resistido a algunas de estas medidas, pero finalmente alentaron a los santos a adaptarse al nuevo gobierno y abstenerse de decir o hacer cualquier cosa que pudiera poner en peligro a la Iglesia y a sus miembros43. Con la Gestapo aparentemente presente en todas partes, los santos de Tilsit sabían que cualquier indicio de rebelión o resistencia podría llegar a los oídos de la policía secreta. La mayoría de los santos alemanes se mantenían al margen de la política, pero siempre existía el temor de que alguien de la rama estuviera relacionado con los nazis.
Muchos miembros de la rama creían que lo más seguro que podían hacer era actuar como alemanes leales y obedientes. Tan solo un caso de deslealtad por parte de un miembro de la rama podría poner a todos en riesgo de represalia nazi44.
Helga encontró consuelo, seguridad y amistad entre los otros jóvenes de la Iglesia, entre ellos su hermano menor Siegfried y su primo Kurt Brahtz. La rama a menudo organizaba programas con actuación y música, y organizaba fiestas animadas con mesas llenas de ensalada de papas, salchichas alemanas y streuselkuchen, un sabroso pastel dulce45. Por lo general, los jóvenes pasaban todo el día de reposo juntos. Después de asistir a la Escuela Dominical por la mañana, se iban a la casa de un miembro de la Iglesia, como la tía o la abuela de Helga. Si había un piano, alguien se sentaba y tocaba mientras todos cantaban canciones del himnario alemán de la Iglesia.
Posteriormente, después de la reunión sacramental, se dirigían a la casa de Heinz Schulzke, el hijo adolescente del presidente de rama, Otto Schulzke, para conversar, reírse y disfrutar de la compañía mutua. El presidente Schulzke se había convertido en un segundo padre para Helga y los demás jóvenes. Él esperaba grandes cosas de ellos, y a menudo los exhortaba a que se arrepintieran y guardaran los mandamientos; pero también contaba muchas historias y tenía un mordaz sentido del humor. Cada vez que alguien llegaba tarde a la Iglesia y todos se daban vuelta para ver quién era, él decía: “Yo les aviso si entra un león, no tienen que darse vuelta”46.
Helga también recurría a su abuela en busca de consuelo y guía. Johanne Wachsmuth podía ser estricta, como Otto Schulzke, y no era dada a consentir a sus nietos. Era una mujer profundamente religiosa que sabía cómo hablar con su Padre Celestial. Siempre que Helga se quedaba en la casa de sus abuelos, Johanne esperaba que ella se arrodillara en oración junto a ella.
Una noche, Helga estaba enojada con su abuela y se negó a orar. En lugar de dejar a Helga sola, Johanne insistió en que oraran juntas.
Helga cedió, y al arrodillarse en el piso duro, su amargura se desvaneció. Su abuela era su amiga, la que le había enseñado cómo hablar con Dios. Luego, Helga se sintió agradecida por esa experiencia. Le hizo sentir bien saber que no había dejado que el enojo se apoderara de su corazón47.
En febrero de 1936, diez meses después de su reunión inicial, Harold B. Lee se encontraba nuevamente en la oficina de la Primera Presidencia. El presidente Grant estaba listo para seguir adelante con un plan de ayuda para los santos necesitados. Una encuesta reciente de barrios y estacas, realizada por el Obispado Presidente, revelaba que casi uno de cada cinco santos estaba recibiendo algún tipo de asistencia económica. Sin embargo, pocos de ellos acudían a la Iglesia en busca de ayuda, en parte porque el gobierno federal había aumentado drásticamente la cantidad de ayuda otorgada a los estados en los últimos años. El Obispado Presidente creía que la Iglesia podría ayudar a todos los miembros necesitados si cada Santo de los Últimos Días hiciera su parte para cuidar de los pobres48.
El presidente Grant y sus consejeros le pidieron a Harold que revisara su propuesta anterior. Reclutaron a Campbell Brown Jr., director del programa de asistencia social de una mina de cobre local, para que lo ayudara49.
Durante las siguientes semanas, Harold trabajó día y noche, analizando las estadísticas, consultando a Campbell y reconsiderando el plan anterior. El 18 de marzo, ellos presentaron la propuesta revisada al presidente McKay y le explicaron cada detalle50. Según el nuevo plan, las estacas de la Iglesia se organizarían en regiones geográficas y cada región tendría su propio almacén central abastecido con alimentos y ropa. Esos artículos serían adquiridos con fondos de diezmos u ofrendas de ayuno, o generados por proyectos de trabajo o recibidos a través de donaciones de diezmos “en especie”. Si una región tenía un excedente de un artículo en particular, podría intercambiarlo con otra región por los artículos que necesitaba.
Los consejos regionales de presidentes de estaca administrarían el programa, pero gran parte de la responsabilidad de mantenerlo recaería en los obispados, las presidencias de la Sociedad de Socorro de barrio y los comités de empleo de barrio recientemente creados. Los miembros del comité de empleo mantendrían un registro de la situación laboral de todos los miembros del barrio, que sería actualizado semanalmente. También organizarían proyectos de trabajo y ayudarían a los miembros con otras formas de ayuda51.
El plan requería que los santos recibieran ayuda a cambio de trabajo, tal como lo había hecho la estaca Pioneer. Quienes participaran en proyectos de trabajo se reunirían con su obispo para analizar sus necesidades de alimentos, ropa, combustible y otras necesidades, y luego una representante de la Sociedad de Socorro visitaría el hogar, evaluaría las circunstancias de la familia y completaría un formulario de pedido para ser presentado en el almacén de la estaca. Los santos recibirían ayuda de acuerdo con sus circunstancias individuales, lo que significa que dos personas pudieran trabajar la misma cantidad de tiempo en un día pero recibir una cantidad diferente de alimentos o suministros, según el tamaño de la familia u otros factores52.
Cuando Harold y Campbell terminaron su explicación, pudieron ver que el presidente McKay estaba complacido.
—Hermanos, ahora tenemos un programa para presentar a la Iglesia —exclamó, dándole una palmada a la mesa con entusiasmo—. El Señor los ha inspirado en su labor53.