2002
Sólo una más
mayo de 2002


Sólo una más

Basado en un hecho real.

La respuesta debe estar en ese cuarto. Quizás olvidé algún pasadizo secreto, pensó Jaime. “Jaime, ¿cómo se deletrea quivi?”.

“Ah, ¿qué, señorita Gómez?”.

“Quivi. ¿Cómo lo deletreas? Llevamos diez minutos hablando del examen de ortografía. ¿Dónde has estado?”.

“Intentando rescatar a la princesa de Mendoza”, susurró Carlos desde el asiento detrás de Jaime.

Jaime sentía cómo se le sonrojaba el rostro, pues no tenía ni idea de cómo deletrear quivi.

La señorita Gómez suspiró mientras le entregaba los resultados del examen de ortografía. Jaime tenía casi todas las palabras mal.

De regreso a casa, Jaime hizo una bola con el examen de ortografía y la metió al fondo de la mochila. Carlos corrió y lo alcanzó. “¿Quieres ir a mi casa y jugar al fútbol?”.

“No”, contestó Jaime. “Creo que ya sé cómo rescatar a la princesa. ¿Quieres venir conmigo y ver?”.

“¿Y quedarme sentado mientras te veo jugar?”, preguntó Carlos. “¡No, gracias! Parece que lo único en lo que piensas últimamente es en jugar a los videojuegos”. Carlos dobló la esquina para ir a su casa.

Una vez en casa, Jaime encendió la computadora y comenzó el juego. Jugaré una sola vez, pensó, y luego haré las tareas.

Dos horas más tarde su madre le dijo: “Jaime, es hora de comer. Debemos darnos prisa o nos perderemos el comienzo de la película”.

“Ya voy, Mendoz… digo, mamá”. Si tan sólo pudiera pasar por estos guardas, pensó. Su mano dirigía el mando con habilidad hacia delante y hacia atrás. Demasiado tarde. La figura de la pantalla perdió el equilibrio. ¡No vale! Jugaré una vez más; sé que puedo conseguirlo.

De repente la casa pareció terriblemente tranquila. Jaime tomó su abrigo y bajó hasta la puerta. Su familia se había ido y había una nota sobre la mesa: “Nos vamos al cine. Te vamos a echar de menos. Volveremos a las 8.00. Llama al abuelo si necesitas algo”.

¡Todo es culpa del guarda!, pensó Jaime enfadado mientras entraba en su cuarto todo airado. Las tareas escolares estaban sin terminar sobre la cama. Al lado estaban las Escrituras —no las había leído en una semana— y el manual de la noche de hogar. Se esperaba que diera la lección al lunes siguiente, pero esta noche no le apetecía hacer ninguna de esas cosas.

Menos mal que es viernes, pensó mientras se dirigía otra vez a la computadora. Mañana me pondré al día.

Pero no lo hizo, ni tampoco al día siguiente. No pasó mucho tiempo antes de que el sonido del piano interrumpiera la concentración de Jaime durante su último intento de rescatar a la princesa. Su hermana estaba tocando el primer himno de la noche de hogar.

¡La noche de hogar! Había querido preparar la lección el domingo, pero había estado más cerca que nunca de rescatar a la princesa. Ahora era demasiado tarde para prepararla.

Tomó las Escrituras y se dirigió a la noche de hogar. Él inventaría algo; después de todo, solían leer un pasaje de las Escrituras para luego comentarlo durante un buen rato, por lo que nunca les daba tiempo de dar la lección. Él se aseguraría de que ocurriera así esa noche.

“…Ayúdanos a aplicar la lección a nuestra vida”, decía su hermano menor al terminar la primera oración.

Jaime abrió sus Escrituras en donde se había quedado la última vez. “Papá, ¿podrías leernos un versículo?”, preguntó. “¿Qué te parece Éter 12:27?”.

Su padre leyó: “y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos”.

“¿Qué crees que quiere decir?”, preguntó Jaime.

“Bueno”, dijo su padre con detenimiento, “creo que quiere decir que se nos dan debilidades para ayudarnos a ser humildes, y si reconocemos nuestras debilidades y pedimos a nuestro Padre Celestial que nos ayude a sobrellevarlas, se convertirán en una fortaleza para nosotros”.

La madre levantó la mano. “Las telenovelas eran mi debilidad. Había días en los que no hacía nada excepto ver los programas. La televisión era como un imán que me atraía, pero no fue sino hasta que admití que tenía un problema que pude hallar una solución”. Entonces habló sobre cómo había orado y pedido ayuda a nuestro Padre Celestial para ayudarla a dejar de ver esos programas.

A Jaime le corroía la vergüenza. Las cosas no iban como él deseaba y comenzó a pensar en el tiempo que él pasaba con los videojuegos.

“Cuando trabajaba en la dulcería”, dijo su hermana mayor, “casi me comía la paga de cada semana en caramelos. Oré al respecto y luego decidí poner una cuota diaria de dulces. Si respetaba la cuota, me premiaba poniendo el dinero que me habría gastado para comprar un par de pantalones nuevos. Había días en que no lo conseguía, pero gradualmente fui comiendo menos caramelos”.

Jaime agradeció a cada uno su participación y expresó su testimonio de que, aunque todos tenemos debilidades, podemos vencerlas con la ayuda de nuestro Padre Celestial. De hecho, esas mismas debilidades pueden llegar a convertirse en nuestras fortalezas.

Después de la última oración, Jaime se fue a encender la computadora. Puede que un videojuego le ayudara a olvidar la creciente sensación de malestar que sentía.

Pero no podía pasar por alto lo que estaba sintiendo. ¿Tenía realmente un problema con los videojuegos? Ya no pasaba tiempo con Carlos ni con sus otros amigos. Era la primera vez que sacaba una mala nota en un examen de ortografía; no había leído las Escrituras en una semana y se había perdido el ir al cine con su familia. Sabía que había llegado el momento de aplicarse la lección de aquella noche.

Jaime se alejó de la computadora y se fue a su cuarto. Se dejó caer sobre la cama y abrió sus Escrituras por el libro de Éter. La princesa tendría que esperar ya que ahora tenía algo que leer y en lo que debía pensar.