Una alegre sonrisa
“Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Corintios 16:14).
Basado en una historia real
Marcus observaba la fogata y las chispas mientras escuchaba las enseñanzas de su padre. “Todos debemos seguir el ejemplo de Jesucristo para ser felices”, dijo el papá a la familia mientras estaban sentados en troncos alrededor del fuego. “Es muy importante que cada uno de nosotros demuestre caridad hacia los demás”, dijo.
“¿Qué es caridad, papá?”, preguntó Marcus.
El papá puso más leña en la fogata. “La caridad es el amor puro de Cristo”, explicó. “Sin ella, no podemos salvarnos en el reino de Dios”.
Marcus parecía confundido. El papá miró a la familia y preguntó: “¿Podría cada uno pensar en un ejemplo de caridad, para ayudar a Marcus a comprender mejor lo que significa?”
La mamá le dio vuelta a un malvavisco que había acercado al fuego con un palito para que se tostara. “Cuando la señora Clanton se cayó y se hizo daño en la cadera, le ayudé con las tareas de la casa”, dijo.
Tanner contó que la semana pasada había ayudado al quórum de diáconos a recoger comida y ropa para los necesitados de la ciudad.
Ashley se había hecho amiga de una niña del vecindario a quien las otras niñas no prestaban atención.
“Papá ayudó al señor Johnson a arreglar el techo porque está en una silla de ruedas”, dijo la mamá.
Marcus preguntó: “¿Cuidar a Jo-Jo cuenta?”. Jo-Jo era su hámster. “Le doy de comer, le cambio el agua y le cambio el calcetín donde duerme”; Marcus le dio una mordida al malvavisco tostado.
“Cualquier acto de bondad o de servicio que hacemos por alguien, incluso por Jo-Jo, es caridad”, dijo el papá.
“Quiero hacer algo por alguien que sea más grande que Jo-Jo, como lo hacen tú, mamá, Tanner y Ashley”, dijo Marcus. “Pero creo que soy demasiado pequeño”.
“No tienes que ser grande para ayudar a alguien, ¿verdad, Marcus?”, le preguntó el papá. “Ni para recibir una respuesta a tus oraciones”.
Marcus sonrió y dijo “no”.
“¿Por qué no le pides a nuestro Padre Celestial que te ayude a encontrar a alguien a quien puedas ayudar?, y cuando llegue ese momento, lo sabrás”.
“¿Cómo lo sabré?”, preguntó Marcus.
Ashley se acercó a él y le limpió un trocito de malvavisco que tenía cerca de la boca. “Lo sentirás tan dentro de ti como ese malvavisco que te acabas de comer”, le dijo.
Esa noche, Marcus estaba acurrucado en su saco de dormir y escuchaba las ramas del árbol que rozaban el exterior de la tienda. “Padre Celestial, ayúdame a encontrar a alguien a quien pueda ayudar”, pidió en oración. “Sólo soy un niño, pero papá dijo que no tengo que ser grande para ser amable o ayudar a los demás. Ayudo a Jo-Jo y a mi familia siendo amable y haciendo mis tareas, pero quiero hacer algo por alguien más. Jesús ayudó a muchas personas y quiero ser como Él”.
Un sábado por la tarde, dos semanas después, Marcus se encontraba ayudando a su madre en su jardín de flores, cuando se dio cuenta de que su vecina de al lado estaba sentada sola en la mecedora del porche. Parecía triste. “Mamá, ¿qué le pasa a la señora Walton?”, preguntó Marcus.
La mamá, que estaba agachada trabajando con las flores, se enderezó y miró a su vecina. “El señor Walton murió hace casi un año y le echa mucho de menos. Algunos días son difíciles para ella, y parece que hoy es uno de esos días”.
Marcus se puso de pie y miró a la señora Walton a través del cerco bajo que separaba los dos jardines. Sintió algo muy dentro de sí; un sentimiento que fue creciendo y avivándose, como lo hizo la fogata cuando su padre le echó más leña. “¿Puedo arrancar una de nuestras flores grandes amarillas y dársela a la señora Walton?”, preguntó Marcus.
Su mamá sonrió y asintió con la cabeza.
Unos momentos más tarde, Marcus se encontraba enfrente de la señora Walton, que parecía sorprendida. Marcus le ofreció la flor. “Es para usted”, le dijo.
Ella tomó la flor y miró a Marcus, quien se subió en la mecedora y se sentó junto a ella. No le dijo nada, sólo sonreía. La señora Walton le dio unas palmaditas en la mano y los dos permanecieron sentados juntos, escuchando a dos pájaros rojos que trinaban en el arce. Entonces la señora Walton miró otra vez a Marcus, que todavía sonreía.
“Tienes una alegre sonrisa”, dijo ella, “¿lo sabías?”. Marcus siguió sonriendo. “Tus sonrisas han llegado en el momento en que más las necesitaba. Gracias”.
Aquella noche, Marcus colocó cortezas nuevas en la jaula del hámster antes de irse a acostar. “Jo-Jo, hoy ayudé a mamá en el jardín, y ayudé a la señora Walton a ser feliz. Yo también me sentí feliz. No tengo que ser grande para ayudar a los demás; puedo ser como Cristo ahora mismo”.
“Podemos dar el amor de Cristo por medio de pequeños actos”.
Élder M. Russell Ballard, del Quórum de los Doce Apóstoles: “Una mano de hermanamiento”, Liahona, enero de 1989, pág. 14.