Cómo restaurar la fe en la familia
Las familias estables proporcionan la estructura que mantiene unida a la sociedad y que beneficia a toda la humanidad.
Con el conocimiento del “gran plan de felicidad”1, tenemos la oportunidad y también la responsabilidad de contribuir a restaurar la fe en la familia.
En muchos sentidos, nuestra responsabilidad es comparable a la de quienes trabajan en el campo de la investigación médica y científica; ellos determinan, mediante el uso de leyes establecidas, cómo aliviar el sufrimiento y mejorar la calidad de vida.
En el ámbito de la religión, los hombres y las mujeres de fe, por medio de principios2 probados, pueden ayudar a sanar un corazón acongojado, y restaurar la fe y la confianza a una mente atribulada.
El éxito científico se ha alcanzado obedeciendo lo que a menudo se denomina como leyes naturales. Los grandes científicos del pasado y del presente no crearon las leyes relacionadas con esos procesos que ocurren naturalmente, sino que las descubrieron.
En una epístola a los corintios, el apóstol Pablo plantea una pregunta que invita a la reflexión, concerniente a la fuente de la capacidad intelectual del hombre: “Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?”3.
Por medio de la lógica y del aprendizaje, se aumenta el conocimiento y se mejora la comprensión. Mediante ese proceso se reconocen las teorías y las leyes, y se aceptan como auténticas.
Algo que se torna claro para la mente ilustrada es que existen leyes que mantienen la vida y a los seres vivos en equilibrio. El descubrir las leyes de la física y acatarlas trae progreso y permite que el hombre se eleve a mayores niveles de realización que no sería posible lograr de otra forma.
Creo que esa premisa también se aplica a las normas éticas y a los valores morales. Por lo tanto, es nuestra responsabilidad salvaguardar el hogar como el centro de aprendizaje donde puedan inculcarse esas virtudes en un clima de amor y mediante el poder del ejemplo4.
El presidente Thomas S. Monson ha enseñado: “Nuestros jóvenes necesitan menos críticos y más ejemplos para seguir”5.
Al meditar en mi propia vida, comprendo cómo llegué a apreciar los valores esenciales que son necesarios para el desarrollo de un carácter sano. ¿Dónde aprendí a ser leal, íntegro y confiable? Aprendí esas cualidades en mi hogar, del ejemplo de mis padres. ¿Cómo llegué a apreciar el valor del servicio desinteresado? Lo hice al observar y disfrutar la dedicación de mi madre hacia su familia. ¿Dónde aprendí a honrar y respetar a las hijas de Dios? Lo aprendí del ejemplo de mi padre.
Fue en el hogar donde aprendí los principios de una vida frugal y la dignidad del trabajo. Aún recuerdo cómo mi madre, durante numerosas noches, cosía zapatos en casa, con una máquina de coser de pedal, para una fábrica local de calzado. No lo hacía para poder comprarse algo para ella, sino para ayudar a proporcionar apoyo económico a fin de que mi hermano y yo pudiésemos asistir a la universidad; más adelante mencionó cómo ese acto de servicio fue motivo de satisfacción para ella.
Mi padre fue un hombre sabio e industrioso. Me enseñó a cortar madera con un serrucho, a cambiar o colocar un enchufe al cable de los electrodomésticos y muchas otras habilidades prácticas.
Todas esas lecciones contenían un mensaje en común: que nunca deberíamos conformarnos a menos que hubiésemos puesto nuestro mejor empeño.
Cultivé la capacidad de tomar decisiones importantes al hablar con mis padres y al aprender de su consejo. A lo que he mencionado, agreguemos el asumir responsabilidad por mis actos, la consideración hacia el prójimo, el ánimo para proseguir oportunidades de formación académica y, aún así, la lista quedaría incompleta.
Conocí el evangelio restaurado de Jesucristo durante mi adolescencia por medio de Pamela, quien más tarde sería mi esposa; ella me ha ayudado a hacer de mi vida una grandiosa sinfonía en lugar de una simple melodía6.
He disfrutado de 67 años de felicidad en el matrimonio y la vida familiar; 21 como hijo en el hogar de mis padres y 46 como esposo; coronados con el gozo de ser padre y abuelo. ¿Qué más se podría esperar? Dicho de manera sencilla: que todos disfruten de esas mismas oportunidades.
Si volvemos a las enseñanzas de Pablo registradas en el libro de Corintios, hallamos estas palabras:
“Así tampoco nadie conoc[e] las cosas de Dios, [excepto que tenga] el Espíritu de Dios…
“Pero el hombre natural no percibe las cosas… de Dios, porque para él son locura y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”7.
Los científicos obtienen su conocimiento principalmente por medio de la investigación, al efectuar experimentos y emplear el intelecto.
Los discípulos de Cristo obtienen su testimonio al estudiar Sus palabras, al observar Sus obras, al poner en práctica los principios del Evangelio y al recibir el espíritu de inspiración8.
“Espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda”9.
Aunque las verdades espirituales puedan parecer menos tangibles, su impacto en el corazón humilde es innegable. Es importante comprender que las leyes naturales no fueron establecidas en base a la popularidad, sino que fueron establecidas y descansan sobre la roca de la realidad.
Asimismo, hay verdades morales que no se originaron con el hombre10; ellas son esenciales en el plan divino, el cual, una vez descubierto y aplicado, trae gran felicidad y esperanza a nuestra jornada terrenal11.
Por ejemplo, yo creo que, como se declara en “La Familia: Una proclamación para el mundo”12, y según lo define la revelación divina, el matrimonio y la familia son ordenados por Dios. En las Escrituras se halla lo siguiente: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”13.
Los prudentes han brindado un legado de conocimiento desde el pasado; y nosotros debemos transmitir a las generaciones futuras un cimiento de fe en la familia de acuerdo con la definición que ha proporcionado la Deidad14.
Jamás debemos olvidar que la libertad y la felicidad en todos los aspectos de la vida vienen por medio de comprender los principios eternos y de vivir en armonía con ellos; éstos proporcionan un fundamento seguro sobre el cual puede construirse una vida productiva y feliz15.
Seguir el modelo prescrito por el plan del Padre me ha permitido experimentar lo que significa “viv[ir] de una manera feliz”16; y “con gozo sac[ar] agua de las fuentes de la salvación”17.
El Salvador enseñó: “…yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”18.
En ocasiones, nuestra perspectiva o actitud limita nuestra capacidad de disfrutar las mayores oportunidades de la vida.
Podría plantearse la pregunta: “¿Qué sucede con los que no han experimentado un ámbito familiar positivo?”
Las familias estables proporcionan la estructura que mantiene unida a la sociedad y que beneficia a toda la humanidad, incluso a los que consideran que viven en circunstancias menos favorables.
Comparto las simples y tranquilizadoras palabras de Helen Steiner Rice con aquellos que viven fielmente19 y que oran con paciencia por esa sociabilidad20:
Cuando Dios algo promete,
será cierto para siempre,
ya que todo lo que Él dice,
hará invariablemente.
Si la desilusión llega
y toda esperanza se desvanece,
recuerda Sus promesas
y verás que tu fe florece”21.
Es mi ruego que permanezcamos unidos, con valor y convicción, como guardianes del divino don de la familia; en el nombre de Jesucristo. Amén.