La Iglesia verdadera y viviente
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera e imperecedera.
Al sostener a Thomas Spencer Monson como profeta, vidente y revelador y como Presidente de La Iglesia, y a Todd Christofferson como apóstol y miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, hemos visto y sentido la evidencia de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera y viviente. El Señor habló a aquellos por medio de quienes Él restauró la Iglesia en los postreros días; dijo que ellos tendrían “…el poder para establecer los cimientos de esta iglesia y de hacerla salir de la obscuridad y de las tinieblas, la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra, con la cual yo, el Señor, estoy bien complacido, hablando a la iglesia colectiva y no individualmente,
“porque yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia.
“No obstante, el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado;
“y al que no se arrepienta, le será quitada aun la luz que haya recibido; porque mi Espíritu no luchará siempre con el hombre, dice el Señor de los Ejércitos”1.
Ésta es la Iglesia verdadera, la única Iglesia verdadera, ya que en ella están las llaves del sacerdocio. Sólo en esta Iglesia el Señor ha depositado el poder para sellar tanto en la tierra como en el cielo tal como lo hizo en la época del apóstol Pedro. Esas llaves se restauraron a José Smith, a quien luego se le autorizó conferirlas a los miembros del Quórum de los Doce.
Cuando el profeta José fue asesinado, los enemigos de la Iglesia pensaron que ésta desaparecería; creyeron que era la creación de un hombre mortal y que, por lo tanto, perecería con él. Pero sus esperanzas se truncaron; era la Iglesia verdadera y también tenía el poder de perdurar aun cuando fallecieran las personas escogidas para guiarla por cierto tiempo.
Hoy hemos visto una demostración de que ésta es la Iglesia verdadera y viviente. Las llaves del sacerdocio están en poder de seres mortales, pero el Señor ha preparado un medio para que éstas permanezcan en funcionamiento sobre la tierra siempre y cuando el pueblo ejerza fe en que las llaves están sobre la tierra y en que se han transmitido por voluntad de Dios a Sus siervos escogidos.
El pueblo de Dios no siempre ha sido digno de la maravillosa experiencia que hemos tenido hoy. Tras la ascensión de Cristo, los apóstoles continuaron ejerciendo las llaves que Él les dejó; no obstante, debido a la desobediencia y la pérdida de fe de los miembros, los apóstoles murieron sin transferir las llaves a un sucesor. A ese trágico episodio lo llamamos “la apostasía”. Si los miembros de la Iglesia de aquel tiempo hubieran tenido la oportunidad y la voluntad de ejercer la fe como ustedes lo han hecho hoy, el Señor no hubiera retirado las llaves del sacerdocio de la tierra; de modo que hoy es un día de trascendencia histórica e importancia eterna en la historia del mundo y para los hijos de nuestro Padre Celestial.
Nuestra obligación es permanecer dignos de la fe necesaria para cumplir la promesa que hemos hecho de sostener a los que han sido llamados. El Señor estaba bien complacido con la Iglesia al comienzo de la Restauración, al igual que lo está hoy; no obstante, advirtió a los miembros de ese entonces, como lo hace ahora, que Él no puede considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia. A fin de sostener a quienes se ha llamado hoy, debemos examinar nuestra vida; arrepentirnos, de ser necesario; prometer guardar los mandamientos del Señor y seguir a Sus siervos. El Señor nos advierte que si no hacemos estas cosas, el Espíritu Santo se retirará, perderemos la luz que hemos recibido y no podremos cumplir la promesa que hemos hecho hoy de sostener a los siervos del Señor en Su Iglesia verdadera.
Cada uno de nosotros debe realizar una evaluación personal. Primero, debemos juzgar la magnitud de nuestro agradecimiento por ser miembros de la verdadera Iglesia de Jesucristo. En segundo lugar, debemos saber, por el poder del Espíritu Santo, cómo podemos mejorar nuestra obediencia a los mandamientos.
Por profecía, no sólo sabemos que la Iglesia verdadera y viviente no será quitada de la tierra nuevamente, sino que también mejorará. Nuestra vida cambiará para bien a medida que ejerzamos la fe para arrepentimiento, que recordemos siempre al Salvador y tratemos de guardar Sus mandamientos con más firmeza. Las Escrituras contienen promesas de que, cuando el Señor vuelva otra vez a Su Iglesia, la encontrará espiritualmente preparada para Él; eso debería hacernos estar decididos y sentirnos optimistas. Debemos mejorar; podemos hacerlo; y lo haremos.
Hoy, en especial, sería acertado tomar la determinación de sostener con nuestra fe y oraciones a todos los que nos presten servicio en el reino. Sé, personalmente, del poder de la fe de los miembros para sostener a los que han sido llamados. Las últimas semanas he sentido de manera muy intensa las oraciones y la fe de personas que no conozco y que me conocen a mí sólo como alguien llamado a servir mediante las llaves del sacerdocio. El presidente Thomas S. Monson será bendecido por medio de la fe sustentadora de ustedes; también se derramarán bendiciones sobre la familia Monson debido a la fe y las oraciones de ustedes. Todos aquellos a quienes sostuvieron hoy serán sostenidos por Dios debido a la fe de ellos y a la de ustedes.
Todo miembro tendrá oportunidades de sostener a sus líderes mediante el servicio que brinde en el nombre de Dios. La Iglesia es una fuerza poderosa que bendice a los miembros y a todas las personas de la tierra; por ejemplo, la Iglesia ha prestado ayuda humanitaria notable en todo el mundo. Todo ello es posible gracias a la fe de los miembros y la de amigos en que Dios vive y en que el Señor desea socorrer a todos los necesitados a quienes se pueda llegar por medio de Sus fieles discípulos.
Además, es a través de la Iglesia y de las ordenanzas que en ella se realizan, que la bendición del poder para sellar llega al mundo de los espíritus; ésta es una Iglesia verdadera y viviente, que llega aun a aquellos que ya no viven. Al tener la fe de buscar los nombres de sus antepasados y al ir a la casa del Señor para efectuar las ordenanzas vicarias a favor de ellos, ustedes sostienen esta gran obra, cuyo propósito es ofrecer la salvación a todos los hijos de nuestro Padre Celestial que vienen al mundo.
Quisiera hablar sobre algunos de los motivos que hallo para sentirnos agradecidos por tener una Iglesia verdadera y viviente; después sugeriré algunas maneras en las que veo que la Iglesia se está preparando para el regreso del Salvador y, finalmente, compartiré mi testimonio de cómo he llegado a saber que ésta es la Iglesia verdadera y viviente.
Ante todo estoy agradecido por mi experiencia con el poder purificador al que podemos acceder mediante las ordenanzas efectuadas por el poder del sacerdocio. Me he sentido perdonado y limpio a través del bautismo llevado a cabo por los que poseen la autoridad; he sentido el ardor en el pecho que sólo es posible gracias a las palabras de los siervos de Dios que dicen: “Recibe el Espíritu Santo”.
Mi sentimiento de gratitud procede también de las bendiciones para mi familia; es el poder para sellar y el conocimiento de ello lo que cambia y transforma nuestra vida familiar aquí y nuestra esperanza del gozo de una vida familiar en el mundo venidero. La idea y la esperanza de tener lazos eternos me permiten sobrellevar las pruebas de la separación y de la soledad que son parte de la vida terrenal. La promesa a los fieles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es que tendremos lazos familiares y una expansión de nuestra familia en las eternidades; tal certeza cambia para siempre y para mejorar todas las relaciones familiares.
Por ejemplo, yo estoy en una etapa de la vida en la que, debido a la distancia, no puedo llegar a conocer bien a mis nietos, y con el tiempo, a mis bisnietos. También hay personas que jamás han tenido la oportunidad de casarse y ser padres que tienen el mismo anhelo que yo de estar cerca de sus familiares. Debido a la restauración del conocimiento de la familia eterna, somos más optimistas y bondadosos en todas nuestras relaciones familiares. Las mayores alegrías de esta vida se centran en la familia, como sucederá en los mundos venideros. Estoy tan agradecido por la certeza que tengo de que, si somos fieles, la misma sociabilidad que disfrutamos en esta vida nos acompañará para siempre en la venidera, con una gloria eterna2.
También veo evidencia del profetizado perfeccionamiento de la Iglesia; por ejemplo, al viajar y llegar a conocer a los miembros de la Iglesia, noto que existe un progreso constante en su vida. En su fe y obediencia sencillas, la Expiación está cambiando y edificando a los miembros. A menudo asisto a reuniones donde personas evidentemente humildes, enseñan clases e imparten sermones con un poder tal como el de Lehi, Nefi y los hijos de Helamán. Ustedes recuerdan el relato:
“Y acaeció que Nefi y Lehi predicaron a los lamanitas con tan gran poder y autoridad, porque se les había dado poder y autoridad para hablar, y también les había sido indicado lo que debían hablar”3.
Estoy seguro de que el reiterado deseo del presidente Gordon B. Hinckley se cumplirá. Él enseñó que todos los que se bauticen en la Iglesia permanecerán en plena hermandad si son nutridos por la buena palabra de Dios. Recuerdo que dijo que las últimas palabras que quizá diría al final de su servicio serían: “retención, retención, retención”. Sus palabras perduran en el liderazgo del presidente Monson y en todos nosotros al cumplir con los requisitos para tener poder como el de Lehi o el de Nefi para nutrir con la buena palabra de Dios. Tengo la seguridad de que ustedes continuarán sorprendiéndose, al igual que yo, por los humildes Santos de los Últimos Días que realizan las visitas de orientación familiar y de maestras visitantes, y que hablan a sus amigos que no son miembros de la Iglesia con un poder cada vez mayor.
Durante años hemos recordado las palabras del presidente David O. McKay, “Cada miembro un misionero”. Tengo la seguridad de que viene el día en que, mediante la fe de los miembros, veremos mayor cantidad de personas a quienes se invite a escuchar la palabra de Dios, las que aceptarán ser parte de la Iglesia verdadera y viviente.
Hay otro avance que también tengo la certeza de que sucederá. Las familias de toda la Iglesia están buscando formas de fortalecer y proteger a sus hijos contra las maldades que los rodean. En algunos casos, los padres intentan desesperadamente traer de regreso a alguno de sus familiares que se han apartado. Confío en que Dios recompensará, cada vez más, sus esfuerzos; aquellos que nunca se den por vencidos descubrirán que Dios nunca se dio por vencido y que Él los ayudará.
Gran parte de esa ayuda vendrá de los que son llamados a prestar servicio en la Iglesia. El espíritu de tender una mano aumentará, de modo que muchos serán inspirados, como el joven obispo Thomas Monson, con ideas prácticas para invitar y alentar a quienes quizás, por un tiempo, no reconozcan las bendiciones que Dios tiene reservadas para ellos. El presidente Monson aún recuerda a personas que trató de rescatar cuando era su obispo. Mi esperanza es que todos confiemos en que Dios nos guiará para tender la mano y rescatar a quienes Él desee que llevemos con nosotros al volver a Su presencia.
Otro adelanto que veo llegar al reino es el deseo y la capacidad de tender la mano a los pobres y necesitados. He visto un sorprendente aumento de conmiseración entre los miembros de la Iglesia hacia las víctimas de catástrofes naturales de todo el mundo; he visto, en avisos necrológicos, familias que solicitan que se envíen donaciones al Fondo Perpetuo para la Educación o al Fondo de Ayuda Humanitaria de la Iglesia.
El profeta José Smith vio ese maravilloso avance; dijo que cuando una persona realmente se convierte, anhela ir por todo el mundo para velar por los hijos de nuestro Padre Celestial4. Eso ya está comenzando a suceder entre más miembros de la Iglesia. Lo que me resulta notable es que los que tienen menos recursos también siguen ese modelo de dar a los necesitados sin reparar en las buenas épocas o en las difíciles. Para mí, eso es una prueba de que la Expiación está obrando con una eficacia cada vez mayor entre los miembros.
Mi testimonio de que ésta es la Iglesia verdadera y viviente comenzó durante mi infancia. Uno de mis primeros recuerdos es el de una conferencia realizada, no en un lugar como éste, sino en un salón alquilado de un hotel. Un hombre, a quien yo no conocía y cuyo nombre hoy desconozco, estaba hablando; yo sólo sabía que era alguien enviado por un poseedor del sacerdocio a nuestro pequeño distrito del campo misional; no sé lo que dijo, pero recibí un testimonio potente y seguro, antes de los ocho años, aún antes de bautizarme, de que estaba escuchando a un siervo de Dios en la verdadera Iglesia de Jesucristo. No era el salón alquilado ni el tamaño de la congregación, que era reducido, sino que tuve la certeza de que en ese momento había sido bendecido por estar en una reunión de la Iglesia verdadera.
Al mudarme con mi familia a un lugar con estacas organizadas de la Iglesia, en mi adolescencia, sentí por primera vez el poder de los quórumes del sacerdocio y de un obispo caritativo. Aún recuerdo y siento la convicción que tuve al sentarme en el quórum de presbíteros junto al obispo y saber que él tenía las llaves de un verdadero juez en Israel.
Recibí ese mismo testimonio durante dos domingos cuando era joven, en Albuquerque, Nuevo México, y en Boston, Massachussets. En los dos casos me hallaba presente el día que se organizó una estaca a partir de un distrito. Se llamó como presidentes de estaca a hombres aparentemente comunes y corrientes, que yo conocía bien. Levanté la mano en ese momento como ustedes lo hicieron hoy y recibí un testimonio de que Dios había llamado a Sus siervos y de que yo sería bendecido por su servicio y por sostenerlos. Desde entonces, he experimentado ese mismo milagro infinidad de veces en la Iglesia.
En los días y meses subsiguientes al sostenimiento vi cómo esos presidentes de estaca se elevaron a la altura de su llamamiento. He visto el mismo milagro en el servicio del presidente Monson al recibir el llamamiento de presidir como profeta y presidente de la Iglesia y de ejercer todas las llaves del sacerdocio en la tierra. Ha recibido revelación e inspiración estando yo presente, lo cual me confirma que Dios honra dichas llaves. Soy un testigo ocular; son llaves de un sacerdocio que, en las palabras del Señor, “no tien[e] principio ni fin”5.
Ofrezco mi solemne testimonio de que ésta es la Iglesia de Jesucristo verdadera y viviente. Nuestro Padre Celestial contestará sus fervientes oraciones para que lo sepan por ustedes mismos. Pueden recibir un testimonio de que los llamamientos de quienes sostuvieron hoy vienen de Dios; es más, pueden saber que en esta Iglesia se efectúan ordenanzas que purifican las almas y que unen en la tierra y en el cielo, como en los días de Pedro, Santiago y Juan. Ahora esas llaves y ordenanzas han sido restauradas en su plenitud por medio del profeta José Smith y transferidas a sus sucesores. Jesús es el Cristo, Él vive, yo lo sé. Testifico que Thomas S. Monson es Su profeta viviente; La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es verdadera e imperecedera. Lo testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.