Un día, poco tiempo después de que había terminado de llover en la hermosa Nauvoo, Margarette McIntire y su hermano mayor Wallace caminaban hacia la escuela.
¡Apúrate, Wallace, o llegaremos tarde!
Ya voy.
¡ Margarette, se me atascaron las botas!
A mí también. Hay mucho lodo.
Los niños se dieron cuenta de que no podían salir y empezaron a llorar, pensando que se tendrían que quedar allí.
¿Qué sucede?
¡Hermano José!
Estamos atascados.
José sacó a los dos niños del lodo.
Les limpió las botas.
Te ves muy linda hoy, Margarette. No te preocupes por el lodo; lo quitaremos todo.
José les secó las lágrimas.
¡Arriba el ánimo, jovencito! Eres un hermano mayor muy bueno. Sigue cuidando bien de tu hermana.
Tiempo después, Margarette recordaba la experiencia: “No es de sorprender que amara a aquel grandioso, bueno y noble hombre de Dios”.
¡Ahora, a la escuela!
Gracias, hermano José.
¡Adiós!