Entre amigos
Valor para vivir el Evangelio
De un entrevista con el élder Erich W. Kopischke, de los Setenta, quien sirve como primer consejero de la Presidencia del Área Europa; por Hilary M. Hendricks
“No temas… porque Jehová tu Dios estará contigo” (Josué 1:9).
Mi padre, Kurt, era muy joven cuando vivía en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. A menudo, tenía hambre, frío y miedo. Pero, entonces, sucedió algo maravilloso: su amigo Otto Dreger, de diez años, lo invitó a ir con él a la Escuela Dominical junto con los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En la Escuela Dominical, Kurt y Otto aprendieron que eran hijos de Dios; cantaron canciones; aprendieron a orar. A Kurt le encantaba cómo se sentía cuando iba a la capilla: sentía paz y felicidad. Le pidió a sus padres y a su hermana que fueran con él y, al poco tiempo, mi padre y su familia se bautizaron. El evangelio de Jesucristo los ayudó a ser valientes durante tiempos muy difíciles.
Mi padre era muy inteligente y quería estudiar en una universidad. En aquella época, el gobierno del lugar en donde vivía era quien decidía quién podía ir a la universidad y quién no podía ir. El gobierno no quería que las personas creyeran en Dios. A papá le dijeron que sólo podía ir a la universidad si dejaba de pertenecer a la Iglesia y dejaba de hablar acerca del Padre Celestial y de Jesucristo.
Mi padre sabía que él no podía renunciar a su fe y, en vez de hacerlo, él y mi madre, Helga, decidieron irse de su casa. Tomaron un tren que iba hacia Alemania Occidental, rogando que les permitieran entrar en ese país. En la frontera, los oficiales de la policía que revisaban los trenes no revisaron el compartimiento en donde viajaban mis padres. Gracias a eso, pudieron comenzar una nueva vida en un país donde podían adorar a Dios. Dos meses más tarde, nací yo.
Tal como mis padres, yo necesitaba valor para vivir el Evangelio. Durante un año, fui soldado del ejército alemán. La mayoría de los soldados decía palabrotas, fumaba y hacía otras cosas que yo sabía que no debía hacer. A veces me sentía solo, pero siempre traté de cumplir las normas del Padre Celestial. Mis oficiales respetaban mi dedicación y me daban tiempo libre para participar de las actividades de la Iglesia.
La última noche del servicio de un soldado, el soldado y sus amigos solían beber mucho alcohol y tenían fiestas bulliciosas. Pensé y oré acerca de qué debía hacer cuando llegara mi última noche. Cuando llegó, le dije al grupo de soldados que servía conmigo: “Hagamos algo que nunca se haya hecho”. Nos pusimos nuestros mejores trajes y fuimos a despedirnos privadamente de nuestros líderes del ejército. Nuestro comandante mayor no lo podía creer. Sentí que el Padre Celestial me había guiado a fin de encontrar una respuesta a mi problema. Ahora, al mirar atrás, me doy cuenta de que las bendiciones más grandes de mi vida han venido por seguir el consejo de los profetas y por guardar los mandamientos de Dios.
Quizá, en ocasiones, tus amigos quieran que hagas cosas que sabes que no son las correctas. Nunca olvides la promesa que has hecho de vivir de acuerdo con las normas del Padre Celestial. Si te esfuerzas por seguir Sus mandamientos, Él te bendecirá para que sepas qué decir y qué hacer. Él te ayudará a no tener miedo. Del mismo modo que Otto, el amigo de mi padre, tú puedes compartir con tus amigos lo que sabes acerca del Padre Celestial y la forma en que sienten Su amor. ¡El valor que tengas para hacer lo correcto será sumamente importante!