Clásicos del Evangelio
La naturaleza celestial de la autosuficiencia
Me gustan mucho las verdades sencillas del Evangelio que enseñan los santos profetas, y nunca me canso de hablar de ellas. Desde el principio de los tiempos se ha aconsejado al hombre ganarse el sustento y, de esa manera, llegar a ser autosuficiente. Si comprendemos que este principio está estrechamente relacionado con la libertad misma, es fácil entender la razón por la que el Señor hace tanto hincapié en él.
El élder Albert E. Bowen comentó lo siguiente sobre este tema: “La… Iglesia no está de acuerdo con ningún sistema que deje a las personas capacitadas en un estado de dependencia permanente y, por el contrario, insiste en que la función y el propósito verdaderos de ofrecer asistencia son ayudar a las personas a alcanzar una posición en la que puedan valerse por sí mismas y, de ese modo, ser libres”1.
Personas bien intencionadas han establecido muchos programas para prestar ayuda a los necesitados. Sin embargo, gran parte de esos programas se han preparado, con visión limitada, para “ayudar a la gente” en lugar de “ayudar a la gente a valerse por sí misma”. Nuestros esfuerzos deben tener siempre el objetivo de lograr que las personas capacitadas sean autosuficientes.
Las gaviotas malacostumbradas
Hace un tiempo recorté de la revista Selecciones [del Reader’s Digest], un artículo que dice:
“En la agradable ciudad vecina de Saint Augustine hay grandes bandadas de gaviotas que se están muriendo de hambre en medio de la abundancia. La pesca todavía es buena, pero las gaviotas no saben pescar; durante generaciones han dependido del grupo de pescadores que les tiraba los restos de camarones que quedaban en las redes. Y ahora los pescadores se han ido …
“Habían creado una situación de beneficencia para… las gaviotas; éstas nunca se molestaron en aprender a pescar para su sustento y nunca se lo enseñaron a sus pichones, sino que los llevaban hasta las camaroneras.
“Ahora las gaviotas, esas hermosas aves que casi son un símbolo de la libertad misma, están muriéndose de hambre porque se dejaron atraer por el cebo de conseguir algo sin dar nada a cambio. O sea, sacrificaron su independencia por una limosna.
“Hay mucha gente que también es así: no ven nada malo en tomar sabrosas migajas de las ‘camaroneras gubernamentales’ solventadas por los impuestos… Pero ¿qué va a pasar cuando el gobierno no tenga más para dar? ¿Qué sucederá a los niños de las generaciones futuras?
“No seamos gaviotas malacostumbradas. Debemos preservar nuestras habilidades de autosuficiencia, nuestro ingenio para crear cosas que necesitemos, nuestro sentido de economía y nuestro verdadero amor por la independencia”2.
El hábito de codiciar y recibir beneficios inmerecidos se ha vuelto tan común en nuestra sociedad que hasta las personas adineradas, que poseen los medios para producir más riquezas, esperan que el gobierno les garantice una ganancia. Muchas veces, los resultados de las elecciones dependen de lo que los candidatos prometan hacer por los votantes con los fondos del gobierno; si esta práctica se aceptara e implantara en forma general en cualquier sociedad, convertiría en esclavos a sus ciudadanos.
No podemos permitirnos el lujo de quedar bajo la custodia del gobierno, ni siquiera si tenemos el derecho legal de hacerlo, pues eso nos exige un gran sacrificio de nuestra autoestima y de nuestra independencia política, temporal y espiritual.
En algunos países es sumamente difícil distinguir los beneficios merecidos de los inmerecidos. Sin embargo, el principio es el mismo en todas las naciones: Debemos esforzarnos por llegar a ser autosuficientes y no depender de los demás para nuestra subsistencia.
Los gobiernos no son los únicos culpables; tememos que haya muchos padres que conviertan a sus hijos en “gaviotas malacostumbradas” por consentirlos y ser demasiado liberales al impartirles de los fondos familiares. En realidad, las acciones de los padres en este aspecto pueden ser mucho más devastadoras que cualquier programa del gobierno.
El obispo y otros líderes del sacerdocio pueden ser culpables de convertir a los miembros del barrio en “gaviotas malacostumbradas”. Algunos miembros llegan a depender económica o emocionalmente del obispo. Una limosna es limosna, sea cual sea su procedencia. Todas las acciones de nuestra Iglesia y de sus familias deben tener por objeto hacer que nuestros hijos y los miembros de la Iglesia sean autosuficientes. No siempre podemos tener control de los programas de gobierno, pero podemos controlar nuestros propios hogares y congregaciones. Si enseñamos y ejemplificamos esos principios, haremos mucho para contrarrestar los efectos negativos que tengan los programas de gobierno de cualquier país.
Sabemos que hay personas que, por razones ajenas a su voluntad, no pueden llegar a ser autosuficientes. El presidente Henry D. Moyle se refería a ellas cuando dijo:
“Este gran principio no niega al necesitado ni al pobre la ayuda que deben recibir. Al discapacitado, al anciano, al enfermo se les cuida con ternura, pero a toda persona que esté habilitada se le insta a hacer lo máximo por sí misma para evitar la dependencia, si es posible lograrlo con su propio esfuerzo; a contemplar la adversidad como algo pasajero; a combinar la fe que tenga en su propia habilidad con el trabajo arduo y honrado …
“Creemos que son raras las veces en que los hombres de fe devota, de auténtico valor y determinación inquebrantable, en cuyo corazón ardan el amor a la independencia y el orgullo en sus propios logros, se encuentren en circunstancias que les impidan sobreponerse a los obstáculos que se presenten en su camino”3.
Autosuficiencia espiritual
Ahora quiero hablar de una verdad muy importante: la autosuficiencia no es un fin que tratemos de alcanzar sino el medio para alcanzar un fin. Es muy posible que una persona sea completamente independiente pero que le falten otros buenos atributos. Uno puede llegar a ser muy rico y no tener que pedir nunca nada, pero, a menos que su independencia tenga alguna meta espiritual, eso puede carcomer su alma.
El programa de bienestar de la Iglesia es espiritual. Cuando se presentó, en 1936, el presidente David O. McKay hizo esta sagaz observación:
“El desarrollo de nuestra naturaleza espiritual debe ser lo que más nos preocupe. La espiritualidad es la adquisición más elevada del alma, lo divino en el hombre; ‘el don supremo, la corona que lo convierte en rey de todo lo creado’; es ser consciente de la victoria sobre sí mismo y de la comunión con el infinito. La espiritualidad en sí es lo único que nos da realmente lo mejor de la vida.
“Es importante proporcionar ropa a los que no la tengan, llevar alimento abundante a la mesa en la que haya escasez, ofrecer actividad a los que luchen desesperadamente con el desaliento de la desocupación forzada; pero, al fin y al cabo, las bendiciones más grandes que se reciben del [programa de bienestar] de la Iglesia son espirituales. En apariencia, todas las acciones parecen tener como objetivo el bienestar físico: el arreglo de vestidos y trajes, el envasado de frutas y vegetales, el almacenamiento de alimentos, la selección de terrenos fértiles para cultivar, todos esos actos parecen totalmente temporales pero están saturados, inspirados y santificados por el elemento de la espiritualidad”4.
En Doctrina y Convenios 29:34–35 se nos dice que no hay ningún mandamiento que sea temporal, que todos son espirituales; también dice que el hombre es “su propio agente”. Pero no se puede ser su propio agente si no se es autosuficiente. De ahí que consideremos que la independencia y la autosuficiencia son claves esenciales para nuestro progreso espiritual. En cualquier situación que amenace nuestra autosuficiencia, estará amenazada también nuestra libertad. Si se acrecienta la condición de dependencia, nos encontraremos con que de inmediato disminuye nuestra libertad de acción.
Hemos aprendido hasta ahora que la autosuficiencia es un requisito para tener completa libertad de actuar. No obstante, hemos aprendido también que en ella no hay nada espiritual a menos que, al poner en práctica esa libertad, tomemos las decisiones correctas. Entonces, una vez que lleguemos a ser autosuficientes, ¿qué debemos hacer para progresar espiritualmente?
La clave para lograr que la autosuficiencia sea espiritual es emplear la libertad para obedecer los mandamientos de Dios. Las Escrituras son muy claras en el mandato de que los que tienen, están obligados a dar a los necesitados.
El auxiliar a los demás
Cuando habló al pueblo de Nefi, Jacob dijo:
“Considerad a vuestros hermanos como a vosotros mismos; y sed afables con todos y liberales con vuestros bienes, para que ellos sean ricos como vosotros.
“Pero antes de buscar riquezas, buscad el reino de Dios.
“Y después de haber logrado una esperanza en Cristo obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien: para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y suministrar auxilio al enfermo y al afligido” (Jacob 2:17–19).
En nuestra dispensación, cuando la Iglesia llevaba sólo diez meses de organizada, el Señor dijo:
“Si me amas, me servirás y guardarás todos mis mandamientos.
“Y he aquí, te acordarás de los pobres, y consagrarás para su sostén lo que tengas para darles de tus bienes” (D. y C. 42:29–30).
Ese mismo mes el Señor volvió a referirse a este tema. Evidentemente, los miembros habían sido un poco descuidados y no se habían puesto en acción de inmediato.
“He aquí, os digo que es preciso que visitéis a los pobres y a los necesitados, y les suministréis auxilio…” (D. y C. 44:6).
Siempre me ha parecido un tanto paradójico el hecho de que constantemente el Señor tenga que mandarnos hacer lo que de por sí es para nuestro propio bien. Él ha dicho: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39). Perdemos nuestra vida al servir y ayudar a los demás y, al hacerlo, experimentamos la única felicidad verdadera y perdurable. El servicio no es algo que soportamos en esta tierra a fin de ganar el derecho de vivir en el reino celestial; es la fibra misma de la que se compone una vida exaltada en el reino de los cielos.
¡Qué glorioso el día en que estas cosas sucedan de manera natural debido a nuestra pureza de corazón! Ese día no habrá necesidad de tener un mandamiento, porque nosotros mismos habremos experimentado el hecho de que sólo cuando nos encontramos embarcados en el servicio desinteresado somos realmente felices.
Puesto que sabemos que el servicio está relacionado con la condición de un dios, ¿nos damos cuenta de la importancia que cobra la autosuficiencia como requisito para prestar servicio? Sin ella no es posible ejercer ese deseo innato de servir a los demás. ¿Cómo podemos dar si no tenemos nada? En los estantes vacíos no hay alimentos para el hambriento; en una cartera vacía no hay dinero para socorrer al necesitado; no se puede ofrecer apoyo y comprensión si se es emocionalmente inestable; al ignorante no le es posible enseñar. Y, lo más importante de todo, el que es espiritualmente débil no puede ofrecer guía espiritual.
Existe una interdependencia entre los que tienen y los que no tienen: el proceso de dar exalta al pobre y hace humilde al rico, y ambos son santificados. El pobre, liberado de la esclavitud y las limitaciones de la pobreza, queda habilitado para elevarse a su máximo potencial, tanto temporal como espiritualmente; el rico, al compartir su riqueza, participa en el principio eterno de dar. Una vez que una persona ha mejorado su situación y es autosuficiente, se esfuerza por ayudar a los demás, y de ese modo el ciclo se repite.
Todos somos autosuficientes en ciertos aspectos y dependientes en otros; por consiguiente, cada uno de nosotros debe procurar auxiliar a los demás en los aspectos en los que seamos fuertes. Al mismo tiempo, el orgullo no debe impedirnos aceptar amablemente la mano que se nos extienda cuando tengamos una verdadera necesidad; eso le negaría la oportunidad a la otra persona de ser partícipe de una experiencia santificadora.
Uno de los tres aspectos de la misión de la Iglesia es perfeccionar a los santos, y ése es el propósito del programa de bienestar. No es un programa para el fin del mundo, sino para nuestra existencia aquí y ahora, porque ahora es el momento de perfeccionarnos. Que podamos continuar aferrándonos a estas verdades.