2009
Mi primera batalla
marzo de 2009


Mi primera batalla

Cuando tenía diecisiete años, me alisté en la reserva del Ejército Real Canadiense. Se me envió a una base de instrucción y, por primera vez en mi vida, me encontré a solas para escoger mi camino. Sospechaba que sería tentado a no seguir activo en la Iglesia y que mi testimonio se pondría a prueba.

Al llegar a la base, un sargento me enseñó los diferentes edificios e iglesias de las instalaciones. Sentí la impresión de preguntarle dónde estaba ubicada la rama de los SUD. El sargento guardó silencio un momento y después me dijo que en la base no se encontraba la Iglesia SUD, pero que si deseaba asistir, podría ir con él y su esposa. Era un nuevo converso a la Iglesia y no le importaría llevar a todos los que desearan asistir. Me alegré de saber que tenía la posibilidad de asistir, aunque todavía no había decidido si lo haría aquel domingo. Después de todo, estaba solo y ya era libre de decidir por mí mismo. No obstante, había algo en mi corazón que me decía que debía asistir.

Aquel sábado por la noche fue uno de los más difíciles de mi vida; desde aquel entonces se ha convertido en lo que yo llamo mi experiencia del “árbol de la vida”. Todo comenzó cuando mis amigos me pidieron que me quedara con ellos en el comedor. Sabía que lo que iban a hacer era tomar alcohol, y les dije que tenía que irme a dormir porque al día siguiente me levantaría temprano para ir a la iglesia. Se rieron de mi decisión y siguieron su camino.

Una vez que se marcharon, me metí en mi litera. Desde allí, podía divisar por la ventana a mis amigos que estaban en el balcón del comedor, bebiendo y riéndose. Recordé cómo se habían burlado de mí por no unirme a ellos. Me sentí como me imagino que debió haberse sentido Lehi al mirar el edificio grande y espacioso, en el que las personas también se burlaron de él (véase 1 Nefi 8:26–27). Me volví hacia el escritorio, en el que vi mis Escrituras; las abrí ansiosamente y comencé a leerlas. Representaban mi barra de hierro, y del mismo modo en que la palabra de Dios protegió a la familia de Lehi, supe que también me protegería a mí.

No recuerdo lo que leí aquella noche, pero sí me acuerdo del Espíritu que sentí. Volví a sentirlo de nuevo cuando asistí a la iglesia a la mañana siguiente. Al asistir a la iglesia todos los domingos mientras estuve en la base, obtuve un testimonio perdurable del evangelio de Jesucristo. Tras aquella época en el campamento de instrucción, tuve la oportunidad de compartir mi testimonio con los demás como misionero de tiempo completo en la Misión California, Sacramento.

La noche del primer sábado que pasé en el ejército fue una de las más difíciles de mi vida. Tuve que tomar una decisión que afectaría mi futuro.

Ilustración por Steve Kropp.