Jim necesitaba mi ayuda
Jean Partridge, Utah, EE. UU.
Poco después de nuestro casamiento en el Templo de Salt Lake, Jim y yo nos fuimos a vivir a una casita alquilada en la costa de Oregón. Jim era ingeniero topográfico del gobierno y estaba encargado de verificar y corregir un mapa de la línea costera de Oregón. Cada mañana se iba con otro ingeniero a continuar el trabajo del día anterior. Su trabajo era difícil porque la costa era muy boscosa.
Una tarde, cuando estaba a punto de empezar a preparar la cena, me vino a la mente una fuerte impresión de que los preparativos de la cena no eran importantes. Jim no llegaría a cenar esa noche. Llegó otro pensamiento: ¡Jim tenía problemas y necesitaba mi ayuda!
No oí una voz, pero el mensaje me vino a la mente con tanta claridad como si lo hubieran pronunciado. Tenía que ayudarle, pero ¿dónde estaba? Cada día trabajaba a lo largo de la costa, pero yo no tenía ni idea de dónde estaba trabajando aquel día. Sentí la impresión de subirme al auto y manejar hasta la autopista principal, pero ¿en qué dirección debía ir? Tras una leve vacilación, sentí que debía dar vuelta hacia el sur. Después pasé por muchas carreteras laterales, cualquiera de las cuales podría haber sido el área de trabajo de Jim.
Tuve la impresión de salir de la autopista y seguir uno de los caminos de un solo carril. Estaba lloviendo y después de unos kilómetros el camino se convirtió en un sendero barroso. Estaba oscureciendo y pensé: “Cometí una tontería al venir”.
Pero tan pronto como di vuelta para tomar ese camino, me topé con dos ingenieros agotados y abatidos, tan cubiertos de barro que nadie habría querido recogerlos. Jim y su compañero me dijeron que el camión se les había atascado en el barro. Habían tratado de sacarlo pero finalmente lo abandonaron y caminaron por entre la espesa maleza de regreso a la carretera principal.
“¿Cómo sabías que estábamos aquí?”, se preguntaron, aliviados porque los había encontrado. Mi alivio fue igual que el suyo al explicarles cómo me había guiado el Espíritu.
Cuando Jim y yo nos arrodillamos a orar aquella noche, dimos gracias por la influencia del Espíritu Santo que yo había recibido en respuesta a las oraciones de mi esposo en las que pedía ayuda.