Relatos de Jesús
Jesús visita a los nefitas
De 3 Nefi 8–12.
Durante tres días, una densa oscuridad cubrió la tierra de los nefitas. No había ni un reflejo del sol ni de las estrellas. Estaba tan oscuro que ni siquiera se podía encender una vela.
Los atemorizados nefitas habían oído truenos y tormentas terribles, y sintieron terremotos que sacudieron la tierra. Ahora, en la oscuridad, muchas personas lloraban y gemían. ¡Deseaban haber seguido las enseñanzas del profeta Nefi y haberse arrepentido!
De pronto, se oyó una voz por toda la tierra: “He aquí, soy Jesucristo, el Hijo de Dios. Yo creé los cielos y la tierra, y todas las cosas que en ellos hay. Era con el Padre desde el principio”.
Jesús dijo que había venido a la tierra para salvar al mundo del pecado. Había dado Su vida y ahora había resucitado. Invitó a todos a que se arrepintieran y se salvaran.
Los nefitas estaban tan asombrados de haber oído la voz de Jesús que se sentaron en silencio por muchas horas, meditando en lo que habían escuchado.
Por la mañana hubo luz de nuevo y las personas comenzaron a regocijarse. Mucha gente se reunió alrededor del templo en la tierra de Abundancia para hablar en cuanto a las maravillosas cosas que habían acontecido. Entonces escucharon una voz suave del cielo. La voz hizo que sus corazones ardieran, pero no la pudieron comprender.
La voz se oyó de nuevo, pero todavía no podían comprender las palabras.
La voz se oyó una tercera vez, diciendo: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre: a él oíd”.
Las personas levantaron la vista y vieron a Jesús descender del cielo hasta que quedó de pie ahí mismo con ellos. Los nefitas cayeron al suelo. Recordaron las palabras de los profetas: que Jesucristo los visitaría después de que hubiese sido crucificado y que hubiese resucitado.
Jesús permitió que todas las personas tocaran Sus manos y Sus pies y que palparan los lugares en los que lo habían clavado en la cruz en Jerusalén. Cuando todos hubieron visto y palpado por sí mismos, supieron que Él era el Salvador resucitado. Exclamaron: “¡Hosanna!” y lo adoraron.
Jesús pidió que el profeta Nefi se acercara a Él, y le dio a él y a otros once hombres justos la autoridad para enseñar y bautizar una vez que Él hubiese regresado al cielo. Esos doce hombres llegaron a ser los discípulos de la Iglesia de Jesucristo en el Nuevo Mundo.