Preguntar al mormón
Kari Koponen, Uusimaa, Finlandia
En Finlandia, a todos los jóvenes varones de más de dieciocho años se les exige prestar de 6 a 12 meses de servicio militar. Cuando empecé el servicio obligatorio, encontré que las opiniones y las actitudes de muchos de mis compañeros del ejército iban en contra de mis principios. A consecuencia de ello, tomé medidas para mantenerme cerca del Espíritu: oraba al menos dos veces por día y leía las Escrituras.
Al principio me ponía nervioso por no saber cómo iban a reaccionar mis compañeros, pero no parecía importarles, así que me tranquilicé. Después de un tiempo, los compañeros que dormían cerca de mí me preguntaron qué estaba leyendo. “El Libro de Mormón”, les dije sin rodeos. La pregunta siguiente, desde luego, fue si era Santo de los Últimos Días. Les dije que sí lo era y, por un tiempo, no mencionaron más el asunto.
Con el tiempo, algunos de mis compañeros empezaron a hacerme preguntas acerca del Libro de Mormón: su origen, lo que contenía y cosas por el estilo. Luego, sus preguntas abarcaban desde el propósito de la vida hasta los principios de la Iglesia. Mi religión pasó a formar parte natural de nuestras charlas y surgía en casi cualquier situación.
Un joven que dormía en una litera vecina me preguntó si podía leer mi Libro de Mormón; por supuesto, le dije que sí. En otra ocasión, después de que un compañero de habitación regresara del funeral de un amigo, me dijo que el funeral lo había hecho pensar en muchas preguntas sobre la vida y su propósito. Me preguntó qué creía la Iglesia en cuanto a ello. Tuvimos largas charlas sobre el propósito de la vida, la Expiación, la Creación y otros temas del Evangelio. Más tarde, otros compañeros empezaron a interesarse en las enseñanzas y las normas de la Iglesia.
Durante el resto del tiempo que pasamos juntos, tuvimos muchas conversaciones que siempre parecían derivar en las enseñanzas de la Iglesia. A esas conversaciones mis compañeros las llamaban sesiones de “Preguntar al mormón”. Más adelante, después de graduarnos del entrenamiento, un compañero de habitación me dijo que había decidido dejar de decir malas palabras.
Durante el tiempo que pasé en el ejército, noté que, cuanto más abierto era en cuanto a ser miembro de la Iglesia y cuanto más fielmente seguía las enseñanzas del Evangelio, más abiertas eran otras personas conmigo y más oportunidades tenía de compartir el Evangelio.
Estoy agradecido por las bendiciones y las oportunidades que tuve de hablar sobre el Evangelio durante el servicio militar. Testifico que, si somos valientes en defender nuestros valores, se nos bendecirá con oportunidades de hacer la obra misional; y si dejamos que la luz del Evangelio brille libremente en nuestra vida, podemos protegernos de la oscuridad y tener una influencia positiva en el mundo que nos rodea.