Recibí la respuesta en la conferencia
Sara Magnussen Fortes, São Paulo, Brasil
En el año 2006 estaba cursando una clase de antropología en una universidad católica; el profesor nos dio la asignación de hacer una investigación acerca de alguna religión en particular para luego presentarla al resto de la clase. Yo elegí hacer mi presentación sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ya que, después de todo, hacía veintiún años que era miembro. Sabía que sería una oportunidad maravillosa y única para compartir mis creencias con cuarenta colegas y amigos.
Durante los dos meses que tuve para preparar la presentación, me costó mucho encontrar una manera simple de presentar las doctrinas que eran tan importantes para mí a fin de que mis compañeros de clase las entendieran. No estaba segura de qué puntos debía mencionar ni de cómo hacerlo. Cuando faltaba una semana para la presentación, todavía no sabía qué hacer. Desesperada, oré y le pedí al Señor que me ayudase.
Mi respuesta llegó por medio de la conferencia general que se llevó a cabo ese fin de semana. Durante la conferencia de abril de 2006, el presidente James E. Faust (1920–2007), Segundo Consejero de la Primera Presidencia, dio un discurso titulado “La restauración de todas las cosas”1. Sentí que el Espíritu Santo me confirmaba que las verdades que el presidente Faust había compartido, y la manera en que lo había hecho, conformaban un modelo que yo podía seguir para dar mi presentación.
Después de la conferencia, descargué una copia del discurso de internet y lo usé como punto de partida para preparar la presentación con diapositivas que usé a la semana siguiente. Se me habían asignado veinte minutos, pero debido a todas las preguntas que hicieron el profesor y mis compañeros de clase, la presentación duró cuarenta minutos: la clase entera.
Cuando terminé, el profesor señaló que jamás ninguno de sus alumnos había dado una presentación tan buena. Me puso una nota alta y me dijo que la única razón por la que no me había dado la nota máxima en la presentación era que no había demostrado ser imparcial en cuanto al tema.
Más tarde le di al profesor la dirección de la página web de la revista Liahona, donde podía encontrar el discurso del presidente Faust y otros que podrían resultarle útiles. También le di un ejemplar del Libro de Mormón, le pedí que lo leyera y que después conversáramos al respecto.
Me sentí agradecida al enterarme de que la presentación había influenciado a algunos de los alumnos también. Durante el resto del año, vi pruebas de la diferencia que había marcado en sus vidas. Uno de ellos hasta recibió a los misioneros en su casa, lo cual nos proporcionó una gran oportunidad para continuar nuestra conversación acerca del evangelio de Jesucristo.
Agradezco la oportunidad que tuve de compartir mis creencias con mis compañeros de clase; pero, sobre todo, agradezco el haber aprendido que el Señor contesta nuestras oraciones sinceras por medio de las palabras de los profetas y los apóstoles de la actualidad.