Él me dio paz
Carson Howell, Utah, EE. UU.
Mi hermano Brady se encontraba trabajando como pasante del programa de gerencia presidencial en la inteligencia naval del Pentágono de los Estados Unidos cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre de 2001. En esa época yo trabajaba en Idaho, EE. UU., y cuando esa mañana vi las noticias de lo que había sucedido, llamé a mi jefe para avisarle que no iría al trabajo por varios días.
Algunos integrantes de mi familia se reunieron en Washington, D.C., en el salón de fiestas de un hotel que los oficiales del gobierno habían designado como sala de informaciones, donde podían mantener al tanto a las familias de la labor de recuperación que se estaba llevando a cabo. Esperamos días y días para saber si Brady se encontraba entre las víctimas. El ambiente que reinaba era de un dolor y una desesperanza insuperables. Pero a pesar de ello, nuestra familia se mantuvo unida y oró para que, sucediera lo que sucediera, no perdiéramos la fe.
El 17 de septiembre, casi una semana después de los atentados, recibimos la confirmación de que Brady había fallecido.
No creo haber preguntado jamás: “¿Por qué a mí?”; pero ciertamente pregunté: “¿Por qué a él?”. Desde pequeño, amaba y admiraba a Brady y quería ser cómo él. También me pregunté: “¿Por qué ahora?”. Durante varias semanas, Brady había estado planeando un viaje a Idaho para estar con la familia. Pensaba llegar el jueves 13 de septiembre, justo dos días después de su muerte.
La primera noche que volví al trabajo en Idaho, abrí mi cuenta profesional de correo electrónico, algo que no había hecho desde el 10 de septiembre. Allí, en la bandeja de entrada, había un mensaje de Brady. Lo había enviado el martes por la mañana, justo antes del atentado. En él hablaba de que nos íbamos a ver y de todas las cosas divertidas que teníamos planeadas. Para cerrar el correo, simplemente escribió: “Paz”.
Brady no solía terminar así sus correos, pero yo lo considero una tierna misericordia del Señor. No creo que Brady supiera lo que iba a suceder, pero aprecio tanto que sus últimas palabras, lo último que me dijo fuera paz.
Incluso ahora, más de una década después, de vez en cuando vuelvo a leer ese correo electrónico. Cada vez que lo hago, recuerdo que es por medio del Evangelio que encontramos la paz que el Salvador prometió: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Por supuesto que todavía extraño a Brady, pero gracias al Evangelio, esa prueba no me ha quitado la fe. Por medio de la ayuda del Salvador, he logrado salir adelante con esperanza y paz.